Capítulo 9: Pasos al Exterior

Instituto de la Guerra
El grito de indignación y rabia resonó con tanta violencia que todo el Ala Este en pleno se enteró. Inmediatamente, decenas de Guardianes llegaron a la Sala de Reuniones, solo para ver a Kayle envolviendo al joven Nunu en lo que parecía toda la magia curativa que podía reunir, aunque la vida parecía haberlo abandonado hacía tiempo. El agujero que había dejado aquella daga en el cuerpo del valiente niño era tan atroz que lo había atravesado de parte a parte, y la sangre cubría la mesa y el suelo. Ashe se encontraba junto a Kayle, mirando impotente, al igual que un Tryndamere que negaba para sí levemente, maldiciéndose internamente por las dudas que había tenido sobre la valía de aquel joven. El Caminante había desparecido con un chasquido, al ver el engaño al que había sido sometido. La furia en sus ojos era tan intensa como la propia confusión que lo había invadido al haberse visto superado tan ampliamente de aquella forma… El resto de emisarios de Freljord se había retirado, custodiado por una docena de Invocadores de alto nivel, pero aquellos enviados a buscar a los Sanadores estaban tardando demasiado tiempo.
       No… No puede hacerse nada. El golpe es dema –comenzó Kayle, antes de sentir la mirada en llamas de Ashe.
       Un emisario de mi gente atacado tan salvajemente en el centro de poder de Runaterra, ¡¿y no hay nadie capaz de tratarlo?! –rugió la arquera, incorporándose bruscamente y tomando el arco de Avarosa en sus manos, que ya comenzaba a despedir el intenso frío. Kayle reaccionó a la par, alzando su espada santificada, retrocediendo un paso. Se encontraban demasiado cerca como para poder utilizar su magia cómodamente contra la furiosa Reina. Pero antes de que Kayle diera un solo paso hacia delante, un pelotón de Sanadores llegaron al lugar, y apartaron a ambas guerreras de Nunu antes de alzarlo en una burbuja de estasis para contemplarlo mejor. Los Sanadores se miraron entre sí, murmurando, pero arrastraron al joven avarosano fuera de la estancia. Ashe se dispuso a seguirles pero un par de Altos Invocadores que acababan de llegar se interpusieron.
       ¿Pretendéis detenerme? –dijo la Arquera, con un tono claramente desafiante. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de Invocadores, aquellos dos no se amilanaron ante la avarosana.
       No, mi señora, pero alguien ha intentado asesinaros. Medio centenar de nuestros Invocadores están peinando el Instituto en busca de culpables, un miembro del Concilio está a punto de llegar hasta aquí para resolver aquellas disputas que este… Desastre, hayan podido causar –dijo uno de ellos. Ashe bufó, en absoluto complacida, para luego girarse y volver al interior de la sala. El otro hechicero se dirigió hacia Lucian, quien había estado esperando en silencio, pero este negó con la cabeza antes incluso de que el Invocador pudiera abrir la boca. El Purificador ladeó la vista hacia la entrada, ni siquiera él podría salir. Chasqueó la lengua, y revisó por enésima vez sus armas sacras. Él había escuchado a Malzahar, pero no había visto nada. Sin embargo, Kassadin le había gritado como si hubiera estado allí. ¿Qué demonios significaba todo aquello?
       ¿Crees que ha sido ese maldito, el nuevo? –Lucian aguzó el oído, observando a un par de guardias que hablaban entre sí, no muy lejos de él, creyéndose suficientemente aislados de toda atención.
       Casi todos estos monstruos de feria están sedientos de sangre. Podría ser cualquiera de ellos. Al fin y al cabo, están aquí como armas de guerra, ¿nos importa realmente que…? –la perorata del engreído Invocador se cortó de pronto con el “clic” de la pistola de Lucian, caliente al tacto, posada sobre la sien del hombre, mientras Lucian ni siquiera lo miraba.
       Silencio. Perturbas mi pensamiento –dijo sin más, antes de retirar el arma y dirigirse hacia los campeones avarosanos. El Invocador trató inútilmente de recuperar el aliento, aun sintiendo el calor del arma del Purificador de forma tan amenazante. Tryndamere lo miró, alzando una ceja y con una leve sonrisa al haber visto la escena.
       Eh. Parece que el hombre de hielo también puede tener más mal genio que el que solo deja ver. ¿Vamos a quedarnos aquí mucho tiempo? Hay mucho que hacer en el Norte –dijo el Rey Bárbaro, mirándolo fijamente. Lucian se encogió de hombros, simplemente avanzando hacia donde se encontraba Kayle, rodeada de Invocadores con los que hablaba secamente. Cuando terminó, estos se fueron, dejándola sola. La guerrera celestial centró su atención entonces en el cazador de espectros.
       Nos vamos –dijo sin más. –Si voy a tener que ser la niñera de esa cosa, prefiero llevármelo lejos de estos Invocadores. Si es la causa de que haya tantos problemas, es más fácil arreglarlos a campo descubierto y sin tanta magia y engaño –Kayle parpadeó, dentro de su casco, para luego erguirse cuan alta era, superando a Lucian claramente.
       ¿Quién te dice que podremos irnos, o que tú ahora mandas? No podemos salir hasta que no acuda algún miembro del Concilio… Therion, supongo.
       Precisamente. Vessaria afirmó que no habían métodos seguros. Eso incluye a todos… Ella misma –resuelto, Lucian tomó el brazo de Kayle y la llevó hasta el centro de la sala pese a sus protestas; Kayle aún estaba afectada por la sangre en sus manos y el cansancio de haber empleado sus dones curativos al máximo. Y en parte, estaba cansada de pensar, prefería dejarse llevar… ¿Dejarse llevar? Kayle abrió la boca para detener al Purificador, pero de pronto vio un destello oscuro, y al instante, ya no estaba allí.

Afueras del Instituto de la Guerra
Kayle alzó su arma, contemplando la oscura figura de Kassadin, mucho más cercana de lo que realmente quisiera ver. Las protuberancias y las horribles desfiguraciones del Caminante del Vacío eran a juicio de la Justiciera una gran prueba del error que cometían los humanos al tratar con poderes que los superaban. No obstante, no se encontraba en momento de cuestionar; ladeó su vista, intentando saber a dónde la habían transportado. Reconoció el claro, e incluso observó la alta sombra que el Instituto ofrecía al horizonte crepuscular. La noche pronto oscurecería el ambiente, salvo que se produjera alguna de aquellas famosas tormentas mágicas que con tanta violencia azotaban la superficie de Valoran. El brutal trueno que sacudió el mismo suelo confirmó sus sospechas, y con el destello violáceo del primer rayo, observó las otras tres dispares figuras a su alrededor.
Kassadin los observaba a todos con curiosidad mientras respiraba calmadamente. Sus filos habían desaparecido, pero sus brazos estaban cerrados en dos recios puños. Aún recapacitaba en lo que había sucedido unas horas atrás, pero sabía lo que debía hacer. Al otro lado, se encontraba Lucian, impasible por lo sucedido, salvo el leve gesto de reconocimiento que hizo ante el Caminante. Finalmente, la sombra de Akran se extendía por la foresta mientras este caminaba, observando a los tres con atención. Kayle fue la primera en hablar.
       Teníais esto planeado. ¿Lo de ese muchacho también? –dijo con frialdad, aunque por dentro la furia comenzaba a inundar su ser. Sin embargo, Kassadin negó con pesar.
       Llamas a esto plan. ¿Cómo podría ser así? El engaño fue tan real como el cuchillo. Lo único que he hecho ha sido acelerar todos los planes –expuso la voz de Kassadin, mientras observaba al Instituto, cuyas almenas habían comenzado a brillar, sin duda preparando el escudo protector ante la tormenta mágica.
       Esta noche será dura. He capeado otras tormentas antes, pero cada vez son peores. La magia desatada terminará por destruir esta tierra antes que las Sombras –murmuró el Purificador, observando el horizonte, donde una enorme masa informe devoraba el cielo, arrojando un sinnúmero de rayos y centellas.
       Nos esperan en Demacia –dijo Akran, observando hacia la oscuridad del bosque.
       Así es –repuso Kayle, volviendo en sí. El aire fresco le sentaba bien… Hacía mucho tiempo que no dejaba las paredes del Instituto. Adaptarse a un milenio de servidumbre pasaba por acostumbrarse a los humanos, al fin y al cabo. Parpadeó, entendiendo. –Pero no vas a ir, precisamente por eso.
       Ciudad Bandle.
       ¿Yordles? ¿Qué tienen ellos que atraiga tu interés? –preguntó Kassadin con genuina curiosidad. De disponer de una ceja la hubiera enarcado. Akran negó, mientras se giraba hacia el Paso de Mogron.
       Nada. Pero el viaje cruza por tierras peligrosas. Libres de hechiceros… Y de ojos que puedan ver lo que hago.
       Te estoy vigilando, asesino. No creas que podrás obrar libremente por encontrarte lejos de la Liga de Leyendas –dijo Lucian, apuntándole con ambas pistolas. Por toda respuesta, el Xeniam sonrió, mientras convocaba su espadón.
       ¡Mantén el ritmo entonces! –exclamó Akran un instante previo a correr a través del bosque. Lucian maldijo, y se lanzó hacia delante, seguidos por Kassadin y Kayle, quienes no terminaban de entender qué estaba pasando, especialmente la Justiciera.
       ¿Qué hago aquí? Hay muchas tareas que hacer… –murmuró, mientras planeaba a través de los grandes árboles con precisión milimétrica, ganando poco a poco distancia al Purificador, quien para ser el único miembro completamente humano del grupo mantenía un ritmo demencial. Kassadin por otra parte se transportaba, aparentemente muy habituado a esa clase de velocidad.
       Justiciera, tus acciones no serán inútiles en tanto alejes al peligro del Instituto de la Guerra. Sus Invocadores se corrompen cada vez más, y tú misma lo sufres sin saberlo. Pero el Segador puede cambiar muchas cosas con sus acciones.
       Kassadin. Eres uno de los Campeones más sabios de la Liga. ¿Por qué te fascina ese vulgar asesino? No es más extraño que otros… –dijo finalmente Kayle, mirándolo fijamente. Algo más hacia delante, Lucian continuaba disparando contra un Xeniam que se movía a través de los árboles y otros obstáculos como si hubiera vivido toda la vida en ese lugar.
       No es un simple asesino, Justiciera. He escuchado al Vacío, y su nombre resuena en él… Como azote de monstruosidades y barquero de muertos. Como Preservador de Valoran, su conocimiento es vital para mí –cuando Kayle iba a preguntar a qué se refería con barquero, un terrible estruendo explotó sobre los cuatro, casi desestabilizándolos. La tormenta mágica había arreciado en su velocidad y estaba a punto de golpearles.
       ¡Corred! –rugió Lucian, guardando sus armas y lanzándose hacia delante, casi deslizándose sobre el suelo mientras el Xeniam alzaba sus alas y comenzaba a batirlas con violencia, transformando su carrera en una carga completa, pero sin llegar a remontar el vuelo por completo, utilizando manos y piernas para tomar impulso en los árboles conforme se alejaba más y más. Kayle abrió sus alas por completo y salió fuera del bosque, mientras Kassadin simplemente ampliaba sus saltos. No obstante, no podía negar lo estimulante que resultaba saltar de rama en rama y de raíz en raíz mientras aquellos rayos mágicos buscaban criaturas sensibles que destrozar. Aquellas tormentas eran terriblemente certeras, ya que al fin y al cabo, habían nacido del deseo de los Invocadores por erradicar a sus enemigos a cualquier precio…

En algún lugar del Instituto…
El golpe fue lento, pero el rostro de la Invocadora no se apartó un milímetro. Lo merecía, todos y cada uno de los impactos que se sucedieron. Que el Maestro se encargase en persona en lugar de ordenar a alguno de los demás ya era un honor de por sí; rechazar una corrección como esa supondría su final. El último golpe la tumbó contra el suelo, el impacto la aturdió. Parpadeó levemente, sin poder enfocar la vista, mientras la voz del Maestro se alzaba desafiante sobre cualquier otro ruido que pudieran oír sus oídos.
       Soy excesivamente considerado con todos vosotros. Habéis permitido que se escape de nuestra vista, y no volverá a estar tan cerca de nuestro alcance en un tiempo. No solo eso… Sino que se ha llevado consigo a varias piezas importantes de nuestro plan. Pero no, no os haré lo que hice a los encargados del Pantano. Sus cuerpos aún calientes sobre tres estacas en el centro del Pantano son suficientes por ahora. Hicisteis un juramento, y gozáis de los privilegios que solo yo puedo daros… ¡Así que complaced mis nimias peticiones sin rechistar, inútiles, o sufriréis el poder de un verdadero Maestro de la Magia! –rugió la poderosa voz. Al instante, decenas de voces clamaron por la gloria del Maestro, pero este ya se retiraba en la oscuridad a sus salones privados. Nadie reparó en la joven Invocadora, cuyo rostro sangraba abundantemente. Jolie se llevó una mano a la cara, quitándose la sangre de los ojos, y se incorporó con dolor.
Salió de la sala central con pasos renqueantes. Hoy no era día de festejos o de recompensas, por lo que la mayoría de los acólitos se mantenía en callado silencio, si es que permanecían en las cercanías del Maestro, de lo contrario, debían cumplir sus quehaceres exteriores, seguir con la fachada del Instituto. Jolie debía hacer lo mismo, se dijo, pero antes debería sanar las heridas, al menos superficialmente. Se merecía cada moratón, pues seguía cumpliendo su deseo: seguir las órdenes del Maestro. Un leve zumbido en su cabeza la molestó levemente, como siempre que pensaba en sus deseos. Al fin y al cabo, ella estaba ahí para servirle y hacer todo lo que dijera, como todos los demás, ¿o no? Se llevó una mano a la sien, sintiendo cómo el zumbido era cada vez más fuerte. Decidió dejar de pensar y comenzar a sanarse, utilizando alguno de los altos espejos de la sala de recompensas, ahora libre completamente de cuerpos entregados al placer forzado. Se tocó la ceja rota, y la nariz partida, y poco a poco comenzó a sanarlas. Muy lejos quedaba ya el rostro juvenil y la chispa de la vida en aquellos ojos… Pero eran esos detalles los que ya no podía sentir…

Isla de Jonia – Monasterio Hirana
El Arquitecto contempló con sus veteranos ojos el aparentemente sencillo lugar. Sabía, no obstante, de la importancia y el poder que este lugar jonio poseía. Avanzó a paso lento, sintiendo el aire fresco  acariciar su barba naciente, y la mitad sesgada de su antebrazo. Mucho había necesitado para dar aquel paso, pero sabía del odio que nacía en su interior, un odio que lo consumiría, a él y a todo su trabajo. Y no podía permitírselo. Continuó andando, hasta que se encontró de pronto rodeado por siete figuras que no había podido sentir de ninguna forma. De las siete, una avanzó, revelando a un anciano que a todas luces, era muchísimo mayor que el maduro Invocador, pero sin embargo, aparentemente mucho más lleno de vitalidad que cualquier otro anciano que hubiera visto hasta entonces.
       Arthemis, miembro del Instituto de la Guerra. Buscas paz, eso has dicho. ¿O buscas medios para ejecutar tu venganza? –el Invocador meditó sus palabras unos segundos. Sabía muy bien de la importancia que los jonios daban a toda la comunicación: de ahí su prestigio como diplomáticos.
       Preciso la respuesta a vuestra pregunta. Entonces, podré continuar –dijo, mirándolo fijamente. El anciano sonrió levemente, y asintió a los suyos, que desaparecieron. Se giró, y comenzó a andar, seguido por el Arquitecto.
       ¿También buscas tu mano? –preguntó de repente el anciano. Arthemis negó levemente.
       No puede volver. Lo intentaron en el Instituto. Es como si yo jamás hubiera tenido una mano aquí, no puede sentirse –el anciano negó levemente con la cabeza, con una suave risa.
       Tal vez tú mismo desees que no esté, para alimentar tu ira. Nadie puede sanar contra su voluntad. Una extremidad es un daño severo, pero no en tu caso –el anciano apoyó una mano en la cabeza de un niño que se encontraba en el camino, un pequeño jonio en el que el Arquitecto no había reparado. El anciano revolvió los cabellos cortos del pequeño antes de dirigirle hacia el Invocador.
       ¿Cuántas manos tiene, Hi Yan? –el niño observó bien al hombre, que enarcó una larga ceja al escuchar la pregunta.
       Dos, maestro. Uno bajo el sol, el otro bajo la luna –dijo antes de retirarse por una puerta. El anciano se giró, observando el rostro confuso de Arthemis.
       Si deseas liberarte realmente, entenderás esa pregunta. Tu mano de carne y hueso jamás volverá, pero tu espíritu sigue contigo, esperando a que lo recuerdes. Deberás contarnos qué pudo provocar tal inusual daño –abrió una puerta corrediza y pasó al interior del Monasterio, donde al menos una decena de jonios, entre hombres, mujeres y yordles, contemplaron al Invocador.
       Tal vez vuestro conocimiento pueda hacerme entender… –dijo el Arquitecto, antes de entrar a su vez y cerrar la puerta.


Periferia de Noxus
       Por última vez, ojitos. ¡Esta cerveza es mil veces mejor que cualquier porquería que hayas bebido en este antro! –la profunda y rasposa voz de Gragas se sintió como un trueno, cada vez más alta a pesar de no estar afectada por el alcohol. Sin embargo, aquel con quien hablaba no se había visto inmutado en lo más mínimo. Tomó un trago de la cerveza del vaso de la izquierda, y luego, del de la derecha.
       La tuya no está mucho mejor –dijo Jax sin más. Por respuesta, Gragas rugió y golpeó con su barril el taburete a su espalda, casi aplastándolo. El tabernero estaba que echaba chispas, pero lo último a lo que podía arriesgarse era a intentar echar a dos Campeones de la Liga de Leyendas de su establecimiento sin sufrir tantos daños materiales como las últimas veces.
       ¡Estás borracho y ya no sabes lo que bebes, maldita sea! ¿¡Cómo vas a decir que mi cerveza no es lo mejor que ha bajado por tu garganta!? –volvió a rugir el camorrista. Algunos de los otros parroquianos del lugar, mucho más borrachos, se estaban cansando de tanto ruido y poco a poco, se estaban levantando, mirándose entre sí y rodeando al par de Campeones.
       Demasiado fuerte, le falta sabor y toque. Te lo he dicho mil veces, pero tienes el paladar de una rata zaunita, Gragas. No sé por qué demonios sigues intentando hacer otras cervezas. Ya te salió bien una vez con el Graggy Ice, no rompas tu reputación.
       ¡Habló el que pelea con un maldito farol! Tú antes tenías estilo, Jax. Ahora solo te dedicas a golpear a inútiles con un arma todavía más inútil. ¡Y no sabes nada del arte de elaborar cerveza! –volvió a rugir el gigante, provocando que finalmente un par de noxianos con una jaqueca tremenda se tirasen encima de Gragas cuando este iba a coger su barril, provocando que el gigante diera un paso hacia un lado y se apoyase en la barra, casi aplastándola, para luego agarrar a los dos borrachos a la vez y tirarlos por los aires, contra el resto del grupo, antes de coger su barril y descorcharlo.
       ¡Quieren jarana, y se las voy a dar por tu culpa! –rugió Gragas, justo antes de dejar caer un torrente de su cerveza por su gaznate, bebiendo lo que hubiera matado a cualquier otro. Otros tres noxianos fueron a atacarle en ese momento, pero de la nada, un farol golpeó a los tres, uno a uno. Al tercero le tocó la peor parte, y salió volando contra la pared. Jax estaba delante de su colega de bebida, con el largo, oxidado y destrozado farol en sus manos, ahora destellando por la magia inherente del poderoso luchador. Al momento, la mayoría de hombres vacilaron. El Maestro de Armas era legendario en toda la Liga de Leyendas, casi más temido que Kassadin. Aquel farol había derrotado a demonios del Vacío, a altos generales noxianos, y a increíbles guerreros de otros mundos. Pero eso no evitó que el alcohol enturbiara los sentidos de aquellos hombres, que sacaron puñales y porras escondidas y se lanzaron contra el guerrero, que empezó a girar sobre sí mismo, evitando todos y cada uno de los golpes, para luego lanzar un barrido con su farol que volvió a lanzar a los cinco noxianos borrachos. Finalmente, la totalidad de la taberna se alzó en armas contra los dos Campeones, casi una docena de hombres armados y con sed de sangre en los ojos. Pero en ese momento Gragas volvió a bajar su barril, medio cubierto de su potente cerveza. Tal vez no fuera capaz de emborracharse, pero la felicidad en su rostro al ver la cantidad de enemigos, y el tremendo eructo que soltó después, fueron evidentes para saber una cosa: empezaba la bronca.
Dos minutos después, el último noxiano borracho caía al suelo inconsciente por el puñetazo de Gragas, para luego ser arrojado al exterior de un manotazo.
       ¡Ha sido divertido! –dijo el gigante, volviendo a la barra donde solo quedaba el desesperado dueño del local. Tantos agujeros en la pared, no había oro que pagara aquello.
       Sí, pero te he ganado. Pierdes facultades con los años, Gragas –dijo Jax, señalando su lado de la pared, donde habían cuatro huecos más. El gigante bufó, agarrando y levantando su barril.
       Tonterías. Si aprovechas cada vez que bebo un trago para adelantarte, ¡es hacer trampas! –gruñó el barrigudo. En lo que hablaban, no parecían haberse dado cuenta de la sombra azulada que se había ido acercando por la barra, hasta llegar al lado del vaso donde quedaba media cerveza de Gragas. Extendió una mano, pero justo antes de llegar, un farol se interpuso.
       Eh, gordo. Gírate, tienes a un fan.
       ¿Gordo? ¡Esto es puro músculo! Eh, ¿fan? ¿Qué? –Gragas se giró sin ver nada, para luego bajar la mirada y contemplar el rostro confuso y ebrio del hombre. –Eh, ¿a ti no te he visto antes? –preguntó el camorrista, cuando de pronto se escucharon numerosos pasos del exterior.
       ¡Hora de irse! –dijo Jax, lanzándose hacia delante, farol en mano, dejando un saco de oro bastante abultado sobre la barra. Gragas rió y cogió su barril con una mano, y al borracho con la otra.
       ¡Vente, que si quieres probar mi cerveza, vas a tener para rato! ¡Aún quedan un par de locales en pie! –rugió el gigante, antes de cargar contra la puerta del local y destrozarla de un barrigazo, provocando un nuevo grito de desesperación del tabernero noxiano. Gragas se movía sorprendentemente rápido para alguien de su tamaño y forma física, o quizá fuera la ausencia completa de pesadas armaduras como las que llevaban los guardas noxianos que pretendían darles caza, al menos hasta reconocer al grueso gigante. Cada pocas noches siempre pasaba lo mismo, se metía a Noxus, pagaba oro a raudales, y provocaba una nueva pelea. Varias veces durante la noche. ¿Cómo demonios se les podía escapar siempre esa bola de grasa? Apremiaron el paso cuando vieron como el gigante rodaba la esquina, cargando con aquel ebrio y con su inseparable barril, por lo que no cayeron en la cuenta del farol que los perseguía por la espalda, hasta que se escuchó el primer farolazo contra la espalda del soldado en la cola.
       ¡Sorpresa, he vuelto!

Las horas, los golpes y las carcajadas fluían con velocidad cuando Gragas y Jax tenían una de sus noches de bebida. Entre que el primero era inmune a cuanto alcohol probase, y el segundo tenía una resistencia casi interminable, junto al mal carácter del gigante y la rapidez del enmascarado para atizar, eran el terror para cualquier tabernero noxiano. Esta vez, no obstante, estaba el asunto del hombre de larga coleta que Gragas había recogido. Normalmente, nadie quería ser el primero en probar los cócteles explosivos de Gragas, mucho más desde que veían lo que pasaba con sus mezclas más potentes en los combates de la Liga. Así que para el camorrista era una novedad tener a alguien dispuesto a probar sus brebajes sin estar atado o amenazado. Cuando despistaron del todo al grupo de noxianos, Jax y Gragas estaban en los callejones oscuros donde la guardia no se adentraba, la parte más peligrosa de la superficie de Noxus. Ahí, el gigante dejó caer al hombre al suelo, que parecía haberse recuperado levemente.
       ¿Pero al final lo has sacado de allí? –preguntó Jax, revisando ambos lados del callejón para asegurarse de que aquellos guardias que no había dejado inconscientes no les habían seguido.
       ¡No todos los días encuentras a alguien con cojones! –dijo el gigante, riéndose y descorchando su barril, echando una buena porción al pequeño cuenco de madera que llevaba el hombre, que al momento de olfatear el alcohol comenzó a beber. Incluso Jax se paró al ver el comportamiento del borracho.
       Eh, eh, que eso es lo que bebe él. Ten cuidado, jovencito –repuso el Maestro de Armas, acercándose más. Cuando su farol se prendió, pudo ver claramente el rostro del jonio, a pesar de la suciedad por la prisa y el haber estado bajo la manaza de Gragas.
       Gragas.
       ¿Qué?
       Sí lo has visto antes. Es Yasuo. ¿No te has dado cuenta que te has llevado a un prófugo jonio altamente peligroso para que pruebe tu cerveza? –dijo Jax, negando levemente la cabeza y mirando al gigante, que se rascaba la cabeza.
       Aaaaaah! Ya decía yo que… ¿Y? ¡Mira cómo bebe, como un angelito! –dijo el vozarrón de Gragas, justo antes de que Yasuo tosiera cuando el ardiente brebaje le hizo efecto. Jax se agachó, utilizando su farol como apoyo, para ver bien al jonio, que no había pronunciado una sola palabra.
       Tú arma. ¿Dónde demonios está tu espada, samurái? –inquirió el Maestro de Armas. Entonces, Yasuo abrió la boca, pero habló en un dialecto que Jax no entendía.
       ¡Habla normal, coletas! ¡No te entiendo nada! –gruñó Gragas, apoyándose en su enorme barril y mesándose la barba, algo confuso.
       No está. No recuerdo nada tras el último combate en la Liga. Desperté desarmado y con la mayor resaca de mi vida –logró decir, llevándose una mano a la cabeza. El alcohol de Gragas estaba volviendo a sumirlo en la ebriedad a pasos agigantados.
       Eso es extraño… Gragas, nos vamos al refugio de montaña.
       ¿Eh? ¡¿Pero por qué?! ¡Si casi no había empezado la juerga! –repuso el gigante, aunque ya estaba recogiendo a Yasuo de nuevo y a su barril. –Está bien… ¡Pero la siguiente la montamos en Zaun! Me han dicho que han estado probando con alcoholes nuevos y… ¡Puagh! –con las sacudidas, el jonio había terminado por vomitar casi sobre los pies del gigantón, que se dispuso a sacudirle.
       ¡Están aquí! ¡Detenedles! –rugió una voz desde un lado del callejón. Varias figuras armadas entraron en él a toda prisa, mientras Gragas comenzaba a cargar en la dirección contraria, y Jax saltaba, apoyándose en los edificios cercanos para huir por el tejado. Noxus era una ciudad terrible para aquellos que eran débiles y no podían defenderse, pero para ese par de Campeones, no pasaba de patio de juegos. Al menos, mientras no cabreasen al Alto Mando Noxiano…


       Mi General. Han localizado al objetivo número 12, pero no han podido detenerlo – informó Katarina en voz baja, sin ni siquiera observar el alto sitial donde Jericho Swain escuchaba atentamente.  Este chasqueó la lengua, para luego asentir.
       El objetivo 12 está debilitado y solo hacía falta cazarlo. ¿Qué ha sucedido?
       Gragas y Jax han causado disturbios y por algún motivo, se lo han llevado –un leve graznido de Beatrice provocó que la mirada de Katarina girase por un instante a la alada figura siempre cercana a Swain. Cuando retornó la mirada al humano, este ya se había decidido.
       Eliminad al objetivo a como dé lugar. Envía a quien consideres competente, pero deseo ver su cabeza mañana para la hora del desayuno. Hervida.


Isla de Jonia – Monasterio Shojin
Los ojos de hielo contemplaron la venda continuamente, a pesar de que ambos cuerpos estaban enzarzados en un brutal combate físico. El Manto del Decorum, el mayor reconocimiento de Jonia, estaba tirado en el suelo, mientras Irelia combatía cuerpo a cuerpo contra el Monje Ciego, Lee Sin. Siguiendo una disciplina autoimpuesta, la Capitana de la Guardia se enfrentaba regularmente a los mejores combatientes de la Isla, siguiendo sus propias reglas. Al fin y al cabo, solo venciéndolos a todos ellos podría llegar a considerarse capaz de comenzar a alcanzar a su padre. Su corriente de pensamiento no se veía alterada por el fluir del combate, al revés, este le permitía analizar mejor su mente. Conforme Lee Sin se lanzaba al suelo y arrojando una potente patada que tenía la intención de derribarla, Irelia se lanzó hacia delante y rodó por el suelo. En tanto se incorporaba, sin perder atención de la figura completa del Monje, se sorprendió por lo potentes que resultaban siempre sus golpes, así como la precisión que nacía del oído, olfato y tacto de Lee Sin. En más de una ocasión, el Monje había sido capaz de dejarse golpear a propósito para localizar al objetivo; intentar atravesar su cuerpo era como tratar de golpear el acero. El entrenamiento marcial de aquel antiguo aspirante a Invocador era increíble.
Sin embargo, el propósito de Irelia aún quedaba lejos, y el Monje no tardó demasiado tiempo en lanzarse hacia delante y propinarle una feroz patada que la alzó en el aire, antes de que con un severo impacto de  bíceps, la aplastara contra el suelo, inmovilizándola.
       Tu entrenamiento debe proseguir, Capitana. Pero progresas –dijo el jonio, con su imperturbable voz. Irelia abrió la boca para responder, con sus ojos fijos en la venda del Monje, cuando escuchó claramente lo que parecía un mensajero subiendo rápidamente las escaleras de acceso al Monasterio. Lee Sin liberó a la guerrera, y se apartó unos pasos, dejando espacio entre el mensajero que acababa de llegar al final de las escaleras y trataba de recuperar el aire, tarea en la que gastó apenas unos segundos.
       Capitana, la llaman desde el Placidium. Ha sucedido algo espantoso –dijo, observando a Irelia mientras esta recogía su arma sintiente, que rápidamente se colocó en su forma predilecta, siempre atenta a su alrededor.
       ¿Hay movimiento en la Orden de las Sombras? ¿O es Syndra? –preguntó la mujer, aguzando la mirada. Los peligros que amenazaban a su Isla no desaparecían hasta que se encargaran de ellos de una forma definitiva. Pero con tanto conflicto exterior era imposible organizarse.
       No… Algo está pasando en el continente. Se están volviendo locos. Han llegado informes del Instituto, y se confirman las sospechas de los Ancianos. Solicitan que llevéis a cabo la orden de…
El Monje ciego negó para sí, escuchando al hombre hablar. Desde hacía un largo tiempo, ellos sabían de la corrupción que se estaba extendiendo. ¿Por qué no habían hecho algo para remediarlo? Los Ancianos temían que pudiera acabar en una guerra abierta, donde Jonia tenía todas las de perder. Sin embargo… ¿Y si ellos también hubieran sido alcanzados, solo que no lo supieran? Muchas preguntas que la meditación debería resolver.

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