Instituto de la Guerra
El grito de indignación y rabia
resonó con tanta violencia que todo el Ala Este en pleno se enteró.
Inmediatamente, decenas de Guardianes llegaron a la Sala de Reuniones, solo
para ver a Kayle envolviendo al joven Nunu en lo que parecía toda la magia
curativa que podía reunir, aunque la vida parecía haberlo abandonado hacía
tiempo. El agujero que había dejado aquella daga en el cuerpo del valiente niño
era tan atroz que lo había atravesado de parte a parte, y la sangre cubría la
mesa y el suelo. Ashe se encontraba junto a Kayle, mirando impotente, al igual
que un Tryndamere que negaba para sí levemente, maldiciéndose internamente por
las dudas que había tenido sobre la valía de aquel joven. El Caminante había desparecido
con un chasquido, al ver el engaño al que había sido sometido. La furia en sus
ojos era tan intensa como la propia confusión que lo había invadido al haberse
visto superado tan ampliamente de aquella forma… El resto de emisarios de
Freljord se había retirado, custodiado por una docena de Invocadores de alto
nivel, pero aquellos enviados a buscar a los Sanadores estaban tardando
demasiado tiempo.
– No… No puede hacerse nada. El golpe es dema
–comenzó Kayle, antes de sentir la mirada en llamas de Ashe.
– Un emisario de mi gente atacado tan
salvajemente en el centro de poder de Runaterra, ¡¿y no hay nadie capaz de
tratarlo?! –rugió la arquera, incorporándose bruscamente y tomando el arco
de Avarosa en sus manos, que ya comenzaba a despedir el intenso frío. Kayle reaccionó
a la par, alzando su espada santificada, retrocediendo un paso. Se encontraban
demasiado cerca como para poder utilizar su magia cómodamente contra la furiosa
Reina. Pero antes de que Kayle diera un solo paso hacia delante, un pelotón de
Sanadores llegaron al lugar, y apartaron a ambas guerreras de Nunu antes de
alzarlo en una burbuja de estasis para contemplarlo mejor. Los Sanadores se
miraron entre sí, murmurando, pero arrastraron al joven avarosano fuera de la
estancia. Ashe se dispuso a seguirles pero un par de Altos Invocadores que
acababan de llegar se interpusieron.
– ¿Pretendéis detenerme? –dijo la Arquera,
con un tono claramente desafiante. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de
Invocadores, aquellos dos no se amilanaron ante la avarosana.
– No,
mi señora, pero alguien ha intentado asesinaros. Medio centenar de nuestros
Invocadores están peinando el Instituto en busca de culpables, un miembro del
Concilio está a punto de llegar hasta aquí para resolver aquellas disputas que
este… Desastre, hayan podido causar –dijo uno de ellos. Ashe bufó, en absoluto
complacida, para luego girarse y volver al interior de la sala. El otro
hechicero se dirigió hacia Lucian, quien había estado esperando en silencio,
pero este negó con la cabeza antes incluso de que el Invocador pudiera abrir la
boca. El Purificador ladeó la vista hacia la entrada, ni siquiera él podría
salir. Chasqueó la lengua, y revisó por enésima vez sus armas sacras. Él había
escuchado a Malzahar, pero no había visto nada. Sin embargo, Kassadin le había gritado
como si hubiera estado allí. ¿Qué demonios significaba todo aquello?
– ¿Crees
que ha sido ese maldito, el nuevo? –Lucian aguzó el oído, observando a un par
de guardias que hablaban entre sí, no muy lejos de él, creyéndose
suficientemente aislados de toda atención.
– Casi
todos estos monstruos de feria están sedientos de sangre. Podría ser cualquiera
de ellos. Al fin y al cabo, están aquí como armas de guerra, ¿nos importa
realmente que…? –la perorata del engreído Invocador se cortó de pronto con el
“clic” de la pistola de Lucian, caliente al tacto, posada sobre la sien del
hombre, mientras Lucian ni siquiera lo miraba.
– Silencio.
Perturbas mi pensamiento –dijo sin más, antes de retirar el arma y dirigirse
hacia los campeones avarosanos. El Invocador trató inútilmente de recuperar el
aliento, aun sintiendo el calor del arma del Purificador de forma tan
amenazante. Tryndamere lo miró, alzando una ceja y con una leve sonrisa al
haber visto la escena.
– Eh.
Parece que el hombre de hielo también puede tener más mal genio que el que solo
deja ver. ¿Vamos a quedarnos aquí mucho tiempo? Hay mucho que hacer en el Norte
–dijo el Rey Bárbaro, mirándolo fijamente. Lucian se encogió de hombros,
simplemente avanzando hacia donde se encontraba Kayle, rodeada de Invocadores
con los que hablaba secamente. Cuando terminó, estos se fueron, dejándola sola.
La guerrera celestial centró su atención entonces en el cazador de espectros.
– Nos
vamos –dijo sin más. –Si voy a tener que ser la niñera de esa cosa, prefiero
llevármelo lejos de estos Invocadores. Si es la causa de que haya tantos
problemas, es más fácil arreglarlos a campo descubierto y sin tanta magia y
engaño –Kayle parpadeó, dentro de su casco, para luego erguirse cuan alta era,
superando a Lucian claramente.
– ¿Quién te dice que podremos irnos, o que tú
ahora mandas? No podemos salir hasta que no acuda algún miembro del Concilio…
Therion, supongo.
– Precisamente.
Vessaria afirmó que no habían métodos seguros. Eso incluye a todos… Ella misma
–resuelto, Lucian tomó el brazo de Kayle y la llevó hasta el centro de la sala
pese a sus protestas; Kayle aún estaba afectada por la sangre en sus manos y el
cansancio de haber empleado sus dones curativos al máximo. Y en parte, estaba
cansada de pensar, prefería dejarse llevar… ¿Dejarse llevar? Kayle abrió la
boca para detener al Purificador, pero de pronto vio un destello oscuro, y al
instante, ya no estaba allí.
Afueras del Instituto de la Guerra
Kayle alzó su arma, contemplando
la oscura figura de Kassadin, mucho más cercana de lo que realmente quisiera
ver. Las protuberancias y las horribles desfiguraciones del Caminante del Vacío
eran a juicio de la Justiciera una gran prueba del error que cometían los
humanos al tratar con poderes que los superaban. No obstante, no se encontraba
en momento de cuestionar; ladeó su vista, intentando saber a dónde la habían
transportado. Reconoció el claro, e incluso observó la alta sombra que el
Instituto ofrecía al horizonte crepuscular. La noche pronto oscurecería el
ambiente, salvo que se produjera alguna de aquellas famosas tormentas mágicas
que con tanta violencia azotaban la superficie de Valoran. El brutal trueno que
sacudió el mismo suelo confirmó sus sospechas, y con el destello violáceo del
primer rayo, observó las otras tres dispares figuras a su alrededor.
Kassadin los observaba a todos
con curiosidad mientras respiraba calmadamente. Sus filos habían desaparecido,
pero sus brazos estaban cerrados en dos recios puños. Aún recapacitaba en lo
que había sucedido unas horas atrás, pero sabía lo que debía hacer. Al otro
lado, se encontraba Lucian, impasible por lo sucedido, salvo el leve gesto de
reconocimiento que hizo ante el Caminante. Finalmente, la sombra de Akran se
extendía por la foresta mientras este caminaba, observando a los tres con
atención. Kayle fue la primera en hablar.
– Teníais esto planeado. ¿Lo de ese muchacho
también? –dijo con frialdad, aunque por dentro la furia comenzaba a inundar
su ser. Sin embargo, Kassadin negó con pesar.
– Llamas a esto plan. ¿Cómo podría ser así? El engaño fue tan real como
el cuchillo. Lo único que he hecho ha sido acelerar todos los planes –expuso
la voz de Kassadin, mientras observaba al Instituto, cuyas almenas habían
comenzado a brillar, sin duda preparando el escudo protector ante la tormenta mágica.
– Esta
noche será dura. He capeado otras tormentas antes, pero cada vez son peores. La
magia desatada terminará por destruir esta tierra antes que las Sombras
–murmuró el Purificador, observando el horizonte, donde una enorme masa informe
devoraba el cielo, arrojando un sinnúmero de rayos y centellas.
– Nos
esperan en Demacia –dijo Akran, observando hacia la oscuridad del bosque.
– Así es –repuso Kayle, volviendo en sí.
El aire fresco le sentaba bien… Hacía mucho tiempo que no dejaba las paredes
del Instituto. Adaptarse a un milenio de servidumbre pasaba por acostumbrarse a
los humanos, al fin y al cabo. Parpadeó, entendiendo. –Pero no vas a ir, precisamente por eso.
– Ciudad
Bandle.
– ¿Yordles? ¿Qué tienen ellos que atraiga tu interés? –preguntó
Kassadin con genuina curiosidad. De disponer de una ceja la hubiera enarcado.
Akran negó, mientras se giraba hacia el Paso de Mogron.
– Nada.
Pero el viaje cruza por tierras peligrosas. Libres de hechiceros… Y de ojos que
puedan ver lo que hago.
– Te
estoy vigilando, asesino. No creas que podrás obrar libremente por encontrarte
lejos de la Liga de Leyendas –dijo Lucian, apuntándole con ambas pistolas. Por
toda respuesta, el Xeniam sonrió, mientras convocaba su espadón.
– ¡Mantén
el ritmo entonces! –exclamó Akran un instante previo a correr a través del
bosque. Lucian maldijo, y se lanzó hacia delante, seguidos por Kassadin y
Kayle, quienes no terminaban de entender qué estaba pasando, especialmente la
Justiciera.
– ¿Qué hago aquí? Hay muchas tareas que hacer…
–murmuró, mientras planeaba a través de los grandes árboles con precisión
milimétrica, ganando poco a poco distancia al Purificador, quien para ser el
único miembro completamente humano del grupo mantenía un ritmo demencial.
Kassadin por otra parte se transportaba, aparentemente muy habituado a esa
clase de velocidad.
– Justiciera, tus acciones no serán inútiles en tanto alejes al peligro
del Instituto de la Guerra. Sus Invocadores se corrompen cada vez más, y tú
misma lo sufres sin saberlo. Pero el Segador puede cambiar muchas cosas con sus
acciones.
– Kassadin. Eres uno de los Campeones más
sabios de la Liga. ¿Por qué te fascina ese vulgar asesino? No es más extraño
que otros… –dijo finalmente Kayle, mirándolo fijamente. Algo más hacia
delante, Lucian continuaba disparando contra un Xeniam que se movía a través de
los árboles y otros obstáculos como si hubiera vivido toda la vida en ese lugar.
– No es un simple asesino, Justiciera. He escuchado al Vacío, y su
nombre resuena en él… Como azote de monstruosidades y barquero de muertos. Como
Preservador de Valoran, su conocimiento es vital para mí –cuando
Kayle iba a preguntar a qué se refería con barquero, un terrible estruendo explotó
sobre los cuatro, casi desestabilizándolos. La tormenta mágica había arreciado
en su velocidad y estaba a punto de golpearles.
– ¡Corred!
–rugió Lucian, guardando sus armas y lanzándose hacia delante, casi deslizándose
sobre el suelo mientras el Xeniam alzaba sus alas y comenzaba a batirlas con
violencia, transformando su carrera en una carga completa, pero sin llegar a
remontar el vuelo por completo, utilizando manos y piernas para tomar impulso
en los árboles conforme se alejaba más y más. Kayle abrió sus alas por completo
y salió fuera del bosque, mientras Kassadin simplemente ampliaba sus saltos. No
obstante, no podía negar lo estimulante que resultaba saltar de rama en rama y
de raíz en raíz mientras aquellos rayos mágicos buscaban criaturas sensibles
que destrozar. Aquellas tormentas eran terriblemente certeras, ya que al fin y
al cabo, habían nacido del deseo de los Invocadores por erradicar a sus
enemigos a cualquier precio…
En algún lugar del Instituto…
El golpe fue lento, pero el
rostro de la Invocadora no se apartó un milímetro. Lo merecía, todos y cada uno
de los impactos que se sucedieron. Que el Maestro se encargase en persona en
lugar de ordenar a alguno de los demás ya era un honor de por sí; rechazar una
corrección como esa supondría su final. El último golpe la tumbó contra el
suelo, el impacto la aturdió. Parpadeó levemente, sin poder enfocar la vista,
mientras la voz del Maestro se alzaba desafiante sobre cualquier otro ruido que
pudieran oír sus oídos.
– Soy
excesivamente considerado con todos vosotros. Habéis permitido que se escape de
nuestra vista, y no volverá a estar tan cerca de nuestro alcance en un tiempo.
No solo eso… Sino que se ha llevado consigo a varias piezas importantes de
nuestro plan. Pero no, no os haré lo que hice a los encargados del Pantano. Sus
cuerpos aún calientes sobre tres estacas en el centro del Pantano son
suficientes por ahora. Hicisteis un juramento, y gozáis de los privilegios que
solo yo puedo daros… ¡Así que complaced mis nimias peticiones sin rechistar,
inútiles, o sufriréis el poder de un verdadero Maestro de la Magia! –rugió la
poderosa voz. Al instante, decenas de voces clamaron por la gloria del Maestro,
pero este ya se retiraba en la oscuridad a sus salones privados. Nadie reparó
en la joven Invocadora, cuyo rostro sangraba abundantemente. Jolie se llevó una
mano a la cara, quitándose la sangre de los ojos, y se incorporó con dolor.
Salió de la sala central con
pasos renqueantes. Hoy no era día de festejos o de recompensas, por lo que la
mayoría de los acólitos se mantenía en callado silencio, si es que permanecían
en las cercanías del Maestro, de lo contrario, debían cumplir sus quehaceres
exteriores, seguir con la fachada del Instituto. Jolie debía hacer lo mismo, se
dijo, pero antes debería sanar las heridas, al menos superficialmente. Se
merecía cada moratón, pues seguía cumpliendo su deseo: seguir las órdenes del
Maestro. Un leve zumbido en su cabeza la molestó levemente, como siempre que
pensaba en sus deseos. Al fin y al cabo, ella estaba ahí para servirle y hacer
todo lo que dijera, como todos los demás, ¿o no? Se llevó una mano a la sien,
sintiendo cómo el zumbido era cada vez más fuerte. Decidió dejar de pensar y
comenzar a sanarse, utilizando alguno de los altos espejos de la sala de
recompensas, ahora libre completamente de cuerpos entregados al placer forzado.
Se tocó la ceja rota, y la nariz partida, y poco a poco comenzó a sanarlas. Muy
lejos quedaba ya el rostro juvenil y la chispa de la vida en aquellos ojos…
Pero eran esos detalles los que ya no podía sentir…
Isla de Jonia – Monasterio Hirana
El Arquitecto contempló con sus
veteranos ojos el aparentemente sencillo lugar. Sabía, no obstante, de la
importancia y el poder que este lugar jonio poseía. Avanzó a paso lento,
sintiendo el aire fresco acariciar su
barba naciente, y la mitad sesgada de su antebrazo. Mucho había necesitado para
dar aquel paso, pero sabía del odio que nacía en su interior, un odio que lo
consumiría, a él y a todo su trabajo. Y no podía permitírselo. Continuó
andando, hasta que se encontró de pronto rodeado por siete figuras que no había
podido sentir de ninguna forma. De las siete, una avanzó, revelando a un
anciano que a todas luces, era muchísimo mayor que el maduro Invocador, pero
sin embargo, aparentemente mucho más lleno de vitalidad que cualquier otro
anciano que hubiera visto hasta entonces.
– Arthemis,
miembro del Instituto de la Guerra. Buscas paz, eso has dicho. ¿O buscas medios
para ejecutar tu venganza? –el Invocador meditó sus palabras unos segundos.
Sabía muy bien de la importancia que los jonios daban a toda la comunicación:
de ahí su prestigio como diplomáticos.
– Preciso
la respuesta a vuestra pregunta. Entonces, podré continuar –dijo, mirándolo
fijamente. El anciano sonrió levemente, y asintió a los suyos, que
desaparecieron. Se giró, y comenzó a andar, seguido por el Arquitecto.
– ¿También
buscas tu mano? –preguntó de repente el anciano. Arthemis negó levemente.
– No
puede volver. Lo intentaron en el Instituto. Es como si yo jamás hubiera tenido
una mano aquí, no puede sentirse –el anciano negó levemente con la cabeza, con
una suave risa.
– Tal
vez tú mismo desees que no esté, para alimentar tu ira. Nadie puede sanar
contra su voluntad. Una extremidad es un daño severo, pero no en tu caso –el
anciano apoyó una mano en la cabeza de un niño que se encontraba en el camino,
un pequeño jonio en el que el Arquitecto no había reparado. El anciano revolvió
los cabellos cortos del pequeño antes de dirigirle hacia el Invocador.
– ¿Cuántas
manos tiene, Hi Yan? –el niño observó bien al hombre, que enarcó una larga ceja
al escuchar la pregunta.
– Dos,
maestro. Uno bajo el sol, el otro bajo la luna –dijo antes de retirarse por una
puerta. El anciano se giró, observando el rostro confuso de Arthemis.
– Si
deseas liberarte realmente, entenderás esa pregunta. Tu mano de carne y hueso
jamás volverá, pero tu espíritu sigue contigo, esperando a que lo recuerdes.
Deberás contarnos qué pudo provocar tal inusual daño –abrió una puerta
corrediza y pasó al interior del Monasterio, donde al menos una decena de
jonios, entre hombres, mujeres y yordles, contemplaron al Invocador.
– Tal
vez vuestro conocimiento pueda hacerme entender… –dijo el Arquitecto, antes de
entrar a su vez y cerrar la puerta.
Periferia de Noxus
– Por
última vez, ojitos. ¡Esta cerveza es mil veces mejor que cualquier porquería
que hayas bebido en este antro! –la profunda y rasposa voz de Gragas se sintió
como un trueno, cada vez más alta a pesar de no estar afectada por el alcohol.
Sin embargo, aquel con quien hablaba no se había visto inmutado en lo más
mínimo. Tomó un trago de la cerveza del vaso de la izquierda, y luego, del de
la derecha.
– La
tuya no está mucho mejor –dijo Jax sin más. Por respuesta, Gragas rugió y
golpeó con su barril el taburete a su espalda, casi aplastándolo. El tabernero
estaba que echaba chispas, pero lo último a lo que podía arriesgarse era a
intentar echar a dos Campeones de la Liga de Leyendas de su establecimiento sin
sufrir tantos daños materiales como las últimas veces.
– ¡Estás
borracho y ya no sabes lo que bebes, maldita sea! ¿¡Cómo vas a decir que mi
cerveza no es lo mejor que ha bajado por tu garganta!? –volvió a rugir el
camorrista. Algunos de los otros parroquianos del lugar, mucho más borrachos,
se estaban cansando de tanto ruido y poco a poco, se estaban levantando,
mirándose entre sí y rodeando al par de Campeones.
– Demasiado
fuerte, le falta sabor y toque. Te lo he dicho mil veces, pero tienes el
paladar de una rata zaunita, Gragas. No sé por qué demonios sigues intentando
hacer otras cervezas. Ya te salió bien una vez con el Graggy Ice, no rompas tu
reputación.
– ¡Habló
el que pelea con un maldito farol! Tú antes tenías estilo, Jax. Ahora solo te
dedicas a golpear a inútiles con un arma todavía más inútil. ¡Y no sabes nada
del arte de elaborar cerveza! –volvió a rugir el gigante, provocando que
finalmente un par de noxianos con una jaqueca tremenda se tirasen encima de
Gragas cuando este iba a coger su barril, provocando que el gigante diera un
paso hacia un lado y se apoyase en la barra, casi aplastándola, para luego
agarrar a los dos borrachos a la vez y tirarlos por los aires, contra el resto
del grupo, antes de coger su barril y descorcharlo.
– ¡Quieren
jarana, y se las voy a dar por tu culpa! –rugió Gragas, justo antes de dejar
caer un torrente de su cerveza por su gaznate, bebiendo lo que hubiera matado a
cualquier otro. Otros tres noxianos fueron a atacarle en ese momento, pero de
la nada, un farol golpeó a los tres, uno a uno. Al tercero le tocó la peor
parte, y salió volando contra la pared. Jax estaba delante de su colega de
bebida, con el largo, oxidado y destrozado farol en sus manos, ahora
destellando por la magia inherente del poderoso luchador. Al momento, la
mayoría de hombres vacilaron. El Maestro de Armas era legendario en toda la
Liga de Leyendas, casi más temido que Kassadin. Aquel farol había derrotado a
demonios del Vacío, a altos generales noxianos, y a increíbles guerreros de
otros mundos. Pero eso no evitó que el alcohol enturbiara los sentidos de
aquellos hombres, que sacaron puñales y porras escondidas y se lanzaron contra
el guerrero, que empezó a girar sobre sí mismo, evitando todos y cada uno de
los golpes, para luego lanzar un barrido con su farol que volvió a lanzar a los
cinco noxianos borrachos. Finalmente, la totalidad de la taberna se alzó en
armas contra los dos Campeones, casi una docena de hombres armados y con sed
de sangre en los ojos. Pero en ese momento Gragas volvió a bajar su barril,
medio cubierto de su potente cerveza. Tal vez no fuera capaz de emborracharse,
pero la felicidad en su rostro al ver la cantidad de enemigos, y el tremendo
eructo que soltó después, fueron evidentes para saber una cosa: empezaba la
bronca.
Dos minutos después, el último
noxiano borracho caía al suelo inconsciente por el puñetazo de Gragas, para
luego ser arrojado al exterior de un manotazo.
– ¡Ha
sido divertido! –dijo el gigante, volviendo a la barra donde solo quedaba el
desesperado dueño del local. Tantos agujeros en la pared, no había oro que
pagara aquello.
– Sí,
pero te he ganado. Pierdes facultades con los años, Gragas –dijo Jax, señalando
su lado de la pared, donde habían cuatro huecos más. El gigante bufó, agarrando
y levantando su barril.
– Tonterías.
Si aprovechas cada vez que bebo un trago para adelantarte, ¡es hacer trampas!
–gruñó el barrigudo. En lo que hablaban, no parecían haberse dado cuenta de la
sombra azulada que se había ido acercando por la barra, hasta llegar al lado
del vaso donde quedaba media cerveza de Gragas. Extendió una mano, pero justo
antes de llegar, un farol se interpuso.
– Eh,
gordo. Gírate, tienes a un fan.
– ¿Gordo?
¡Esto es puro músculo! Eh, ¿fan? ¿Qué? –Gragas se giró sin ver nada, para luego
bajar la mirada y contemplar el rostro confuso y ebrio del hombre. –Eh, ¿a ti
no te he visto antes? –preguntó el camorrista, cuando de pronto se escucharon
numerosos pasos del exterior.
– ¡Hora
de irse! –dijo Jax, lanzándose hacia delante, farol en mano, dejando un saco de
oro bastante abultado sobre la barra. Gragas rió y cogió su barril con una
mano, y al borracho con la otra.
– ¡Vente,
que si quieres probar mi cerveza, vas a tener para rato! ¡Aún quedan un par de
locales en pie! –rugió el gigante, antes de cargar contra la puerta del local y
destrozarla de un barrigazo, provocando un nuevo grito de desesperación del
tabernero noxiano. Gragas se movía sorprendentemente rápido para alguien de su
tamaño y forma física, o quizá fuera la ausencia completa de pesadas armaduras
como las que llevaban los guardas noxianos que pretendían darles caza, al menos
hasta reconocer al grueso gigante. Cada pocas noches siempre pasaba lo mismo,
se metía a Noxus, pagaba oro a raudales, y provocaba una nueva pelea. Varias
veces durante la noche. ¿Cómo demonios se les podía escapar siempre esa bola de
grasa? Apremiaron el paso cuando vieron como el gigante rodaba la esquina,
cargando con aquel ebrio y con su inseparable barril, por lo que no cayeron en
la cuenta del farol que los perseguía por la espalda, hasta que se escuchó el
primer farolazo contra la espalda del soldado en la cola.
– ¡Sorpresa,
he vuelto!
Las horas, los golpes y las
carcajadas fluían con velocidad cuando Gragas y Jax tenían una de sus noches de
bebida. Entre que el primero era inmune a cuanto alcohol probase, y el segundo
tenía una resistencia casi interminable, junto al mal carácter del gigante y la
rapidez del enmascarado para atizar, eran el terror para cualquier tabernero
noxiano. Esta vez, no obstante, estaba el asunto del hombre de larga coleta que
Gragas había recogido. Normalmente, nadie quería ser el primero en probar los
cócteles explosivos de Gragas, mucho más desde que veían lo que pasaba con sus
mezclas más potentes en los combates de la Liga. Así que para el camorrista era
una novedad tener a alguien dispuesto a probar sus brebajes sin estar atado o
amenazado. Cuando despistaron del todo al grupo de noxianos, Jax y Gragas
estaban en los callejones oscuros donde la guardia no se adentraba, la parte
más peligrosa de la superficie de Noxus. Ahí, el gigante dejó caer al hombre al
suelo, que parecía haberse recuperado levemente.
– ¿Pero
al final lo has sacado de allí? –preguntó Jax, revisando ambos lados del callejón
para asegurarse de que aquellos guardias que no había dejado inconscientes no
les habían seguido.
– ¡No
todos los días encuentras a alguien con cojones! –dijo el gigante, riéndose y
descorchando su barril, echando una buena porción al pequeño cuenco de madera
que llevaba el hombre, que al momento de olfatear el alcohol comenzó a beber.
Incluso Jax se paró al ver el comportamiento del borracho.
– Eh,
eh, que eso es lo que bebe él. Ten cuidado, jovencito –repuso el Maestro de
Armas, acercándose más. Cuando su farol se prendió, pudo ver claramente el
rostro del jonio, a pesar de la suciedad por la prisa y el haber estado bajo la
manaza de Gragas.
– Gragas.
– ¿Qué?
– Sí
lo has visto antes. Es Yasuo. ¿No te has dado cuenta que te has llevado a un
prófugo jonio altamente peligroso para que pruebe tu cerveza? –dijo Jax,
negando levemente la cabeza y mirando al gigante, que se rascaba la cabeza.
– Aaaaaah!
Ya decía yo que… ¿Y? ¡Mira cómo bebe, como un angelito! –dijo el vozarrón de
Gragas, justo antes de que Yasuo tosiera cuando el ardiente brebaje le hizo
efecto. Jax se agachó, utilizando su farol como apoyo, para ver bien al jonio,
que no había pronunciado una sola palabra.
– Tú
arma. ¿Dónde demonios está tu espada, samurái? –inquirió el Maestro de Armas.
Entonces, Yasuo abrió la boca, pero habló en un dialecto que Jax no entendía.
– ¡Habla
normal, coletas! ¡No te entiendo nada! –gruñó Gragas, apoyándose en su enorme
barril y mesándose la barba, algo confuso.
– No
está. No recuerdo nada tras el último combate en la Liga. Desperté desarmado y con
la mayor resaca de mi vida –logró decir, llevándose una mano a la cabeza. El
alcohol de Gragas estaba volviendo a sumirlo en la ebriedad a pasos
agigantados.
– Eso
es extraño… Gragas, nos vamos al refugio de montaña.
– ¿Eh?
¡¿Pero por qué?! ¡Si casi no había empezado la juerga! –repuso el gigante,
aunque ya estaba recogiendo a Yasuo de nuevo y a su barril. –Está bien… ¡Pero
la siguiente la montamos en Zaun! Me han dicho que han estado probando con
alcoholes nuevos y… ¡Puagh! –con las sacudidas, el jonio había terminado por
vomitar casi sobre los pies del gigantón, que se dispuso a sacudirle.
– ¡Están
aquí! ¡Detenedles! –rugió una voz desde un lado del callejón. Varias figuras
armadas entraron en él a toda prisa, mientras Gragas comenzaba a cargar en la
dirección contraria, y Jax saltaba, apoyándose en los edificios cercanos para
huir por el tejado. Noxus era una ciudad terrible para aquellos que eran
débiles y no podían defenderse, pero para ese par de Campeones, no pasaba de
patio de juegos. Al menos, mientras no cabreasen al Alto Mando Noxiano…
– Mi
General. Han localizado al objetivo número 12, pero no han podido detenerlo –
informó Katarina en voz baja, sin ni siquiera observar el alto sitial donde
Jericho Swain escuchaba atentamente.
Este chasqueó la lengua, para luego asentir.
– El
objetivo 12 está debilitado y solo hacía falta cazarlo. ¿Qué ha sucedido?
– Gragas
y Jax han causado disturbios y por algún motivo, se lo han llevado –un leve
graznido de Beatrice provocó que la mirada de Katarina girase por un instante a
la alada figura siempre cercana a Swain. Cuando retornó la mirada al humano,
este ya se había decidido.
– Eliminad
al objetivo a como dé lugar. Envía a quien consideres competente, pero deseo
ver su cabeza mañana para la hora del desayuno. Hervida.
Isla de Jonia – Monasterio Shojin
Los ojos de hielo contemplaron la
venda continuamente, a pesar de que ambos cuerpos estaban enzarzados en un
brutal combate físico. El Manto del Decorum, el mayor reconocimiento de Jonia,
estaba tirado en el suelo, mientras Irelia combatía cuerpo a cuerpo contra el
Monje Ciego, Lee Sin. Siguiendo una disciplina autoimpuesta, la Capitana de la
Guardia se enfrentaba regularmente a los mejores combatientes de la Isla,
siguiendo sus propias reglas. Al fin y al cabo, solo venciéndolos a todos ellos
podría llegar a considerarse capaz de comenzar a alcanzar a su padre. Su
corriente de pensamiento no se veía alterada por el fluir del combate, al
revés, este le permitía analizar mejor su mente. Conforme Lee Sin se lanzaba al
suelo y arrojando una potente patada que tenía la intención de derribarla,
Irelia se lanzó hacia delante y rodó por el suelo. En tanto se incorporaba, sin
perder atención de la figura completa del Monje, se sorprendió por lo potentes
que resultaban siempre sus golpes, así como la precisión que nacía del oído,
olfato y tacto de Lee Sin. En más de una ocasión, el Monje había sido capaz de
dejarse golpear a propósito para localizar al objetivo; intentar atravesar su
cuerpo era como tratar de golpear el acero. El entrenamiento marcial de aquel antiguo
aspirante a Invocador era increíble.
Sin embargo, el propósito de
Irelia aún quedaba lejos, y el Monje no tardó demasiado tiempo en lanzarse
hacia delante y propinarle una feroz patada que la alzó en el aire, antes de
que con un severo impacto de bíceps, la
aplastara contra el suelo, inmovilizándola.
– Tu
entrenamiento debe proseguir, Capitana. Pero progresas –dijo el jonio, con su
imperturbable voz. Irelia abrió la boca para responder, con sus ojos fijos en
la venda del Monje, cuando escuchó claramente lo que parecía un mensajero
subiendo rápidamente las escaleras de acceso al Monasterio. Lee Sin liberó a la
guerrera, y se apartó unos pasos, dejando espacio entre el mensajero que
acababa de llegar al final de las escaleras y trataba de recuperar el aire,
tarea en la que gastó apenas unos segundos.
– Capitana,
la llaman desde el Placidium. Ha sucedido algo espantoso –dijo, observando a
Irelia mientras esta recogía su arma sintiente, que rápidamente se colocó en su
forma predilecta, siempre atenta a su alrededor.
– ¿Hay
movimiento en la Orden de las Sombras? ¿O es Syndra? –preguntó la mujer,
aguzando la mirada. Los peligros que amenazaban a su Isla no desaparecían hasta
que se encargaran de ellos de una forma definitiva. Pero con tanto conflicto
exterior era imposible organizarse.
– No…
Algo está pasando en el continente. Se están volviendo locos. Han llegado
informes del Instituto, y se confirman las sospechas de los Ancianos. Solicitan
que llevéis a cabo la orden de…
El Monje ciego negó para sí,
escuchando al hombre hablar. Desde hacía un largo tiempo, ellos sabían de la
corrupción que se estaba extendiendo. ¿Por qué no habían hecho algo para
remediarlo? Los Ancianos temían que pudiera acabar en una guerra abierta, donde
Jonia tenía todas las de perder. Sin embargo… ¿Y si ellos también hubieran sido
alcanzados, solo que no lo supieran? Muchas preguntas que la meditación debería
resolver.
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