Instituto de la Guerra – Sala del Concilio
– ¡Esto es inadmisible! –rugió Vessaria,
mirando fijamente al Árbitro desde su atril. – ¡No hemos tenido más que problemas tras cada combate!
– La
pregunta más correcta sería pensar de qué forma ocho de nuestros mejores
guardianes fueron asesinados, para luego intentar hacer lo mismo con nuestro
reciente… Campeón –dijo Reginald, ladeando la vista y mirando a la furiosa
Invocadora. –Especialmente si no hemos podido detectarlo.
– Sabéis
la respuesta. La sabéis desde hace tiempo –gruñó Therion. –Ansirem, vuelve a tu
puesto y abre los ojos. Analiza todos los datos que tengas, quiero que
encuentres alguna anomalía. Campeón-Invocador, grupo de Invocadores… Lo que
sea. Tienes una semana –el árbitro asintió vigorosamente, mirando a los tres
rostros encapuchados, antes de girarse directo a la salida. Se encontraba
incluso más furioso que ellos tres, al fin y al cabo, había sido él quien había
perdido a ocho compañeros. Se había asegurado de que el equipo azul marchase
sin incidentes (salvo aquella Invocadora joven que parecía decidida a continuar
el combate), para luego acceder al recinto del equipo morado, el cual encontró
cubierto de cadáveres, y el portal de acceso a los Campos, alterado para huir a
cualquier otro lugar, antes de inutilizarse. Fuera quien fuera, había sido un
profesional que conocía perfectamente la rúnica de portales…
Los tres miembros del Concilio se miraron entre sí, antes de
abrir las puertas al Campeón que se encontraba tras ellas.
– ¿Estáis
seguros de esto? –dijo Ashram, serio para variar. Therion y Vessaria
asintieron, antes de que las dobles hojas se abrieran ante Kassadin. El
Caminante del Vacío flotó a través del camino, contemplando atentamente
aquellas tres formas que lo esperaban. Respiró, sintiendo cómo el complejo
mecanismo que permitía que su cuerpo, dañado y destrozado por el Vacío, hacía
que sobreviviera una respiración más. Aquella terrible experiencia, que habría
matado a cualquier otro, a él lo había condenado tanto como fortalecido. Sintió
el tacto de las magias arcanas a su alrededor, y cuán fácil sería canalizarlas…
Pero no tenía enemigos delante. Se detuvo, e inclinó levemente la cabeza.
– Saludo al
Concilio del Instituto de la Guerra. Se me ha hecho llamar –dijo, con su
voz alterada, tanto por su mecanismo de respiración como la propia morfología
de su cuerpo mutado.
– Así
es, Kassadin. Te concedemos el permiso que solicitaste la última vez. Puedes
retirarte –la criatura abrió los ojos ante las palabras del miembro del
Concilio de ojos rojos, sorprendida genuinamente. Los tres Invocadores se
incorporaron, dispuestos a irse. –Ah, sí… Esperamos que los Preservadores se
muevan en silencio, como siempre deberá ser.
La alta figura se giró tras escuchar las últimas palabras de
Therion, saliendo apresuradamente de la sala. Tenía mucho, mucho que preparar.
La petición, aceptada. Eso no entraba realmente en sus planes, pero haría que
estos fluyeran como un torrente atroz sobre todos los inconvenientes que había
previsto. El permiso velado del Concilio a la existencia del grupo de Kassadin
no solo afirmaba que el Concilio temía lo que el Vacío ocultase, algo que
negaban al resto de Valoran, sino que creían que lo que fuera que había estado
importunándolos se encontraba dentro del mismo Instituto. Y, muy posiblemente,
Malzahar tuviera que ver al respecto. El Portador del Vacío gruñó al pensar en
aquel maldito, provocando que un grupo de Invocadores que cruzaban el pasillo
se asustaran, alejándose del poderoso hechicero púrpura. La capacidad de
Kassadin para anular la propia magia, así como usarla en su beneficio, era tan
atroz que habían tenido que reducir sus habilidades cada vez que se enfrentaba
en los Campos de la Justicia a otros Campeones. Pero libre de estos, gracias a
la fama de imbatible que había adquirido recientemente, podría moverse mejor.
Ya había llegado al Ala Oeste, introduciéndose en uno de los
primeros corredores, directo hacia el cuarto asignado a él. Ni siquiera abrió la
puerta, con un chasquido, desapareció y apareció dentro, solo que no era un
cuarto. Definitivamente, era una ventaja disponer de Arquitectos dentro de su
grupo, se dijo por enésima vez, cuando contempló la enorme estancia que se
mostraba ante él. Decenas de Invocadores esperaban expectantes su llegada,
mientras que otros tantos se encontraban analizando algún artefacto de Doran, o
bien volviendo a ver el combate del Segador. Muchos lo habían encontrado más
fascinante desde que habían escuchado las palabras de Kassadin sobre aquella
entidad.
– Compañeros, ¡el
Concilio ha entrado en razón finalmente! Podremos actuar siempre que no dejemos
rastro alguno –no pocos Invocadores jalearon alegremente, al ver que sus
plegarias habían sido cumplidas, antes de correr y formarse en los grupos
tácticos habituales. Habían deseado demasiadas veces tener el permiso para
moverse que sabían lo que vendría a continuación sin errores. Kassadin también,
era el momento de lanzar las órdenes.
–
El grupo liderado por Khone se dirigirá hacia el Desierto
de Shurima, el lugar desde el que surgió. Tenéis que encontrar rastros de
Icathia, usad el anillo –la mano de Kassadin se abrió, y un anillo
plateado cayó en las manos del mencionado Invocador, que asintió con firmeza. –Es un artefacto de
Doran, reaccionará al Fuego Astral si aún quedan rastros.
Los diez Invocadores se transportaron al momento, mientras
los otros grupos esperaban impacientes. Kassadin continuó avanzando,
contemplando a los miembros del grupo completo antes de volver a hablar.
– Vosotros,
miembros de Tulan, os encargaréis de dirigiros hacia la Grieta, fuera de los
canales habituales. Analizad el terreno y buscad pistas. Si lo encontráis,
asistid al Segador, pero dudo que aún se encuentre ahí –Tulan asintió, y
los siete Invocadores partieron a su vez. –Anna, lleva a los tuyos a los lugares que
hemos detectado del Culto. Tratad de encontrar de nuevo el rastro. Abeforth,
intentad descubrir si el Culto ha vuelto a captar más miembros.
Finalmente, Kassadin se dirigió a los últimos ocho
Invocadores, cada uno de una Ciudad-Estado distinta.
– Sabéis vuestra
misión. Llevad la seguridad a Valoran, Emisarios –los Invocadores
asintieron, y desaparecieron. Tan solo quedaron otros siete, Arquitectos y
Eruditos en su mayoría, junto a un Preservador; protegerían la base de
operaciones sin falta. Kassadin asintió para sí, mientras volvía a
transportarse para salir al exterior del Instituto. Normalmente, no se le
permitiría a ningún Campeón emplear tal magia libremente, pero tratar de
detener al Caminante del Vacío mediante magia era una tarea fútil. En su lugar
de observación habitual, Kassadin espiró lentamente, cerrando los ojos por un
momento. Organizar a los Preservadores era solo un paso, quedaban muchos más
por dar.
–
La presencia del Segador es solo un signo más del peligro
del Vacío…
Casino Ojo de Gato – Aguas Estancadas
La leve sonrisa del caballero no
disminuía, mientras las cartas volaban por la mesa; una baraja de excelente
calidad, la flexibilidad de cada una de ellas permitía al jugador manipularlas
como si fueran humo. De igual forma, los nerviosos contrincantes a los que se
enfrentaba sentían que su suerte, habitualmente enorme, se había difuminado, en
comparación con la del jugador de sombrero de ala ancha. Twisted Fate contempló
su par de cartas, y su sonrisa se ensanchó. Aquella noche estaba siendo
particularmente productiva, sin duda. Tomó una de las altas columnas de fichas
y la empujó hacia delante.
– Doscientas
piezas –dijo sin más. Al instante, dos de los cinco jugadores abandonaron sus
cartas, resoplando. Los otros tres subieron, furiosos, mientras veían como su
dinero desaparecía ante aquel maldito jugador.
– Empiezo
a pensar que esta tabla y estas cartas están marcadas –refunfuñó uno, un hombre
de Aguas Estancadas, aunque sabía claramente que no era cierto: había exigido,
como los otros cuatro hombres a la mesa, que se abriera un paquete de cartas a
estrenar, y se habían cambiado de mesa a tal fin.
– Hoy
la suerte me sonríe. No hay más, es azar, es cuestión de encontrarse bajo los
ojos de la Señora de la Suerte –dijo el Maestro de las Cartas, descendiendo un
punto su sombrero. Fate nunca dejaba que vieran claramente su rostro, aunque
aquellos ojos afilados guardaban mucho más que pura soberbia. La quinta y
última carta surgió a la mesa, revelando las jugadas posibles. Todos quedaron
en silencio unos segundos, reflexionando, previendo las posibles manos que sus
contrincantes disponían.
– Si
no vais a volver a subir, podríais revelar vuestra mano final –gruñó el hombre
de Zaun. La mayoría del dinero ganado de Fate provenía de dicho empresario.
– Primero
os toca –dijo como respuesta, sonriendo. El obeso zaunita volvió a gruñir, y
por un momento sonrió, revelando sus cartas a la mesa, un full de cincos y
jotas. Cuando se incorporó para coger el dinero, el hombre de Aguas Estancadas
le detuvo, mostrando sus cartas; aquella jota y el comodín le habían dado un
póker de jotas que superaba ampliamente el full. El otro jugador arrojó sus
cartas boca abajo… Y el resto miró a Fate. Cuando este abrió la boca para
hablar, se escuchó cómo las puertas del casino se abrieron con violencia, y una
figura encapuchada entró, avanzando directamente hacia la mesa principal. Para
cuando los otros jugadores se dieron cuenta, Fate ya había tomado todas las
ganancias de la mesa y estaba lanzándose hacia atrás, dispuesto a correr al
interior del casino, pero en un chasquido, el encapuchado apareció tras el
Maestro de Cartas y le asestó un brutal golpe en la cabeza, aturdiéndolo e
impidiéndole huir como tan bien solía hacer. Las cartas de Fate cayeron
descubiertas sobre la mesa: el ocho y el nueve revelaban que en esta ocasión,
no había dispuesto de buena suerte…
Jungla de Kumungu
Feroz, implacable, inmisericorde.
Sin embargo el yordle caminaba tranquilo, tarareando una melodía simple. El
casco daba leves botes sobre su cabecita peluda, y la cerbatana, aparentemente
muy tosca, estaba en una de sus manos, evitando que el dardo venenoso que
contenía cayera por accidente, aunque llegado el caso el yordle apenas tardaría
en recargarlo.
Kumungu estaba atestado de criaturas feroces... Pero muy pocas considerarían la opción de enfrentarse a aquel horrible Explorador, conocido tanto por ser adorable como asesino violento y sin piedad. Aquellos ojos, en apariencia mirando a todas partes sin más, analizaban cuidadosamente su alrededor, y su paso desgarbado y errático le permitiría prever un ataque sorpresa. El dardo ponzoñoso era tan doloroso como mortal; bestias tan gigantescas como osos de la jungla o panteras de doble cola, habían caído en dos segundos, con el dardo hundido en pleno entrecejo. Teemo no era realmente una criatura que subestimar por su tamaño.
Kumungu estaba atestado de criaturas feroces... Pero muy pocas considerarían la opción de enfrentarse a aquel horrible Explorador, conocido tanto por ser adorable como asesino violento y sin piedad. Aquellos ojos, en apariencia mirando a todas partes sin más, analizaban cuidadosamente su alrededor, y su paso desgarbado y errático le permitiría prever un ataque sorpresa. El dardo ponzoñoso era tan doloroso como mortal; bestias tan gigantescas como osos de la jungla o panteras de doble cola, habían caído en dos segundos, con el dardo hundido en pleno entrecejo. Teemo no era realmente una criatura que subestimar por su tamaño.
La enorme lanza pasó casi rozando su casco, perdiéndose en la foresta e impactando contra un árbol, partiéndolo en dos con un violento crujido. El yordle suspiró levemente.
– Sólo
he venido a por más setas. No quiero volver a repetir lo de siempre –dijo, con
su vocecilla, pero ya apuntando claramente a Nidalee, escondida en la maleza.
La mujer puma gruñó, invocando a su magia, que le proveyó de una nueva lanza.
Teemo comprobó que había varias trampas preparadas a su alrededor; esta vez no
sería tan simple. Sabía que las setas que buscaba sólo se encontraban unos
metros más hacia delante... y Nidalee lo sabía bien. No era la primera vez que
se enfrentaban así.
Pero antes de que se lanzara hacia delante, ambos escucharon el chasquido y percibieron el temblor en el suelo. Nidalee fue más rápida, adoptando el aspecto de un puma y corriendo hacia el lado contrario al de la nueva presencia, mientras el Yordle corría hacia delante, tomando tres setas antes de seguir a toda prisa al puma. Apenas un segundo después de que dejara aquel claro, una maraña de plantas surgieron de la espesura, lanzándose hacia delante como si formaran una alfombra, antes de incorporarse y arrojar una decena de mortales espinas contra ambos Campeones. Zyra apareció rodeada de zarzas y lianas, avanzando en lo que parecía un constructo de plantas de todo tipo, donde aquellas que solía emplear en la Liga servían como su montura. La cruel risa de la mujer planta invadió el aire, mientras su inusual medio de transporte amenazaba con devorar a Teemo y Nidalee. Si bien Teemo era especialmente veloz, Nidalee conocía la jungla como su propia zarpa, y poco a poco comenzó a ganar distancia. Pero ella, al igual que Teemo, no era dada a huir. Y sabía que el pequeño Yordle opinaba igual. Tal vez fuera la rivalidad, pero bastó una mirada para que el asesino entendiera. Dando un bote, Teemo subió sobre el lomo de Nidalee, quien aceleró mientras el tirador comenzó a lanzar dardos hacia atrás. Y no tardaron en escuchar un rugido de dolor, al tiempo que las plantas se paraban en seco; Zyra habría recibido un dardo directo, y con eso le había dado tiempo a Nidalee para volver a su forma humana y arrojar una poderosa lanza que provocó esta vez un verdadero alarido no humano de dolor. La cazadora bestial sonrió levemente, para luego notar que Teemo aún seguía subido en su espalda.
Pero antes de que se lanzara hacia delante, ambos escucharon el chasquido y percibieron el temblor en el suelo. Nidalee fue más rápida, adoptando el aspecto de un puma y corriendo hacia el lado contrario al de la nueva presencia, mientras el Yordle corría hacia delante, tomando tres setas antes de seguir a toda prisa al puma. Apenas un segundo después de que dejara aquel claro, una maraña de plantas surgieron de la espesura, lanzándose hacia delante como si formaran una alfombra, antes de incorporarse y arrojar una decena de mortales espinas contra ambos Campeones. Zyra apareció rodeada de zarzas y lianas, avanzando en lo que parecía un constructo de plantas de todo tipo, donde aquellas que solía emplear en la Liga servían como su montura. La cruel risa de la mujer planta invadió el aire, mientras su inusual medio de transporte amenazaba con devorar a Teemo y Nidalee. Si bien Teemo era especialmente veloz, Nidalee conocía la jungla como su propia zarpa, y poco a poco comenzó a ganar distancia. Pero ella, al igual que Teemo, no era dada a huir. Y sabía que el pequeño Yordle opinaba igual. Tal vez fuera la rivalidad, pero bastó una mirada para que el asesino entendiera. Dando un bote, Teemo subió sobre el lomo de Nidalee, quien aceleró mientras el tirador comenzó a lanzar dardos hacia atrás. Y no tardaron en escuchar un rugido de dolor, al tiempo que las plantas se paraban en seco; Zyra habría recibido un dardo directo, y con eso le había dado tiempo a Nidalee para volver a su forma humana y arrojar una poderosa lanza que provocó esta vez un verdadero alarido no humano de dolor. La cazadora bestial sonrió levemente, para luego notar que Teemo aún seguía subido en su espalda.
– Apenas
soy invocado por todos esos cuentos sobre mí. No quiero gastar esas setas –dijo
el Yordle, levantando con su manita aquellas setas que había recolectado.
Nidalee las contempló con disgusto, pero luego parpadeó.
– Esas no son… –no llegó a terminar la
frase al sentir una de aquellas setas introducirse en su boca. La Cazadora no
había llegado a reconocerlas al principio, pero sabía muy bien lo que eran,
pero no pudo evitar tragársela. El efecto narcótico fue brutalmente intenso, y
un segundo después Nidalee yacía inconsciente en el suelo. Teemo sonrió,
colocándose las gafitas, para luego sacar una pequeña esfera de uno de sus
bolsillos.
– Ya
está. Podéis venir a por ella.
Pantano de los Aullidos
La comitiva avanzaba con paso
lento, cauta ante los peligros que pudieran surgir de pronto de aquel espantoso
pantano que cruzaban. Los avarosanos seguían negándose una y otra vez al viaje
mediante las Esferas de Tránsito, y la prudencia de la Reina Ashe le hacía
formar un grupo menor en lugar de las grandes agrupaciones que otros soberanos
gustaban en mostrar al mundo. Pero las gentes de Freljord no tenían nada que
ver con los demás. Duras como el mismo hielo contra el que luchaban
diariamente, no confiaban en la magia, sino en la fuerza de sus armas y la
astucia de sus ojos. Al fin y al cabo, en aquel continente helado solo
sobrevivían los más fuertes…
El colosal bárbaro alzó la vista,
gruñendo. Tryndamere, Rey consorte, estaba especialmente inquieto. Odiaba
profundamente aquellas tierras apestosas… El recuerdo de su antigua tribu,
cuyos cadáveres debían seguir vagando allí, condenadas a la maldición de la
no-muerte, era suficiente como para hacer que el poderoso guerrero estuviera
especialmente irascible. Y en su caso, era especialmente preocupante. Sin
embargo, Ashe había conseguido su beneplácito para aquel trayecto: la mujer
avarosana tenía muchos más recursos de los que aparentaba poseer aquella melena
blanca.
Distintos, solo unidos por una
conveniente alianza que había surgido del mal carácter del mayor bebedor de
toda Runaterra. Algo así solo podía ocurrir en Freljord, sin duda alguna… Como
que aquel joven humano cabalgara a lomos de un terrible Yeti. Nunu no había
dejado de resoplar por el hedor de aquella tierra de los muertos, y Willump
solo se había mantenido en calma solo por la habilidad del humano para
mantenerlo en calma. Como Embajador de Freljord, tenía la obligación de
acompañar a sus Reyes, por mucho que aquel terreno le resultara
inquietantemente solitario.
– Antes
de las Guerras Rúnicas en este lugar vivían personas, pequeños pueblos nómadas.
Antes de la magia y la destrucción… Fuera de la Gran Barrera las tormentas
destrozaron la tierra: aquí es la magia de los muertos la que devora todo
aquello que la cruza. Nadie sabe de dónde surgió, ni si fue intencionado en
algún momento. Pero todos aquellos que la cruzan sufren inconvenientes serios
por los cadáveres que aún caminan… –murmuró uno de los bárbaros veteranos,
cerca de Nunu, quien se sobresaltó. Su voz resultaba nasal a causa de tener una
mano constantemente tapándole la nariz.
– ¿No-muertos?
¿Como en la Isla de las Sombras? –preguntó el joven al guerrero, quien negó
levemente.
– No
se sabe. Aquellos que han sobrevivido a sus ataques cuentan que no tienen nada
en común… Aunque suelen estar demasiado locos como para creerles. Algunos dicen
que muchos de los Campeones de la Isla de las Sombras vagan por aquí a menudo.
Lo cual tiene sentido.
– Cada
cual tiene su lugar –la potente, oscura e inhumana voz retumbó de pronto al
lado del guerrero, que alzó su arma al tiempo que se apartaba, lanzando un
grito y alertando a la comitiva. La niebla que los había estado rodeando se
apartó ligeramente, para revelar la horrible figura del Sepulturero, Yorick
Mori. El infatigable espectro cavaba una nueva tumba, al lado de una montaña de
cadáveres. Ashe se acercó, apuntándole con media decena de flechas directamente
al rostro. –Vuestros asuntos no me afectan. Andad rápido, perturbáis a aquellos
que debo enterrar. La cuota debe cumplirse…
La comitiva en pleno se detuvo
unos momentos, contemplando al enterrador que había recomenzado su trabajo.
Hacía siglos que Yorick había muerto sin herederos, lo cual había terminado con
el linaje de los Mori, famosos sepultureros… Ahora, el último de ellos, miembro
de las Sombras, trabajaba continuamente con los muertos, enviándoles a una
nueva vida. Que se encontrara allí, cavando tumbas, no dejaba de tener su
lógica, pero era muy inquietante. Todos habían escuchado acerca de su cuota… Y
no dejaban de existir voces que clamaban que cuando Yorick se quedaba sin
cadáveres que enterrar, se procuraba otros frescos. Con una nueva palada, aquel
artefacto imbuido en los espíritus de miles de muertos provocó un lamento
chirriante que hizo que gran parte de la guardia real temblase. La figura
lamentable y patética del sepulturero pedía a gritos que se fueran de allí.
Rápida, Ashe colocó una mano sobre el pecho de un Tryndamere a punto de
estallar que había estado avanzando hacia Yorick. La arquera no necesitaba ser
demasiado hábil para reconocer el emblema oxidado y podrido que poseía el
cadáver… La tribu de Tryndamere.
– Quieto. El pasado es el pasado. Y nadie
mejor que él para calmar el alma de los muertos… –dijo con voz queda hacia
el bárbaro, que finalmente, con un gruñido, se giró y reemprendió el camino.
– ¡Vamos!
¡Este lugar es infecto y carente de cualquier respeto! –rugió el Rey Bárbaro,
provocando que sus guardas se recompusieran y avanzaran. Nunu golpeó con sus
talones el pecho de Willump, haciendo que el Yeti también se recuperase de la
visión tétrica del sepulturero, que acababa de colocar el cadáver en la tumba,
para luego apoyar la pala en la tierra revuelta y apartar el andrajo que tapaba
parte de su rostro. La revelación espantosa de la cara del no-muerto convenció
totalmente al Yeti, que salió corriendo, liderando la comitiva junto con
Tryndamere.
– Estás
bajo tierra y enterrada. Mori te conmina a dejar de caminar en este Pantano.
Mujer bárbara, abandona la tierra que tu hijo ahora camina. Vuelve a casa –la
voz ronca de Yorick, que solo él escuchó, se apagó lentamente, conforme los
huesos podridos y mordidos se fueron ocultando con la tierra del montículo. Un
nuevo cadáver de bárbaro, otros tantos esperando por él…
Tryndamere recordaba muy bien
aquella parte. El Río Serpentino moría allí, y era el último lugar donde
conseguir un agua que no te consumiera por dentro. O al menos, lo había sido en
la época en la que su tribu aún existía, y aquella criatura no lo había
condenado al exilio… Volvió a gruñir, apretando con fuerza el mango de su
increíble arma. A pesar de aquello, el bárbaro no era tan inepto o tonto como
podrían suponer, y sabía que el lugar era peligroso. Hizo un gesto, apuntando
con su arma hacia el oeste, bordeando el último recodo del río.
– El
agua no puede beberse. Hay muertos dentro de la orilla. El agua está corrupta
–dijo, mirando a sus guerreros y a las arqueras de Ashe, que asintieron. Los
hombres y mujeres de Freljord estaban acostumbrados a la miseria y a raciones
tan escuetas que otros morirían de inanición. Por su parte, ellos comenzaron a
bordear el río, contemplando de lado sus aguas. Decenas de muertos en diversos
estados de descomposición se amontonaban en las orillas, mirando a los vivos
con aquellos cráneos sin ojos… En el hielo, al menos, los cadáveres no eran tan
repulsivos o hediondos…
– ¡Cuidado!
–gritó uno de los observadores, alertando al grupo. Una gran masa de cadáveres
andaba en dirección a la comitiva de Freljord, avanzando a pasos renqueantes,
pero más rápidos de lo que un cuerpo podrido debería permitirles andar. Los
triplicaban en número, si no más, pero el grupo avarosano no se inmutó,
mientras los guerreros se posicionaban frente a las arqueras, liderados por
Tryndamere. Ashe se situó entre sus compañeras, y todas alzaron a la vez sus
arcos, cargados con varias flechas que comenzaron a arrojar a discreción. Para
cuando la masa de no-muertos llegó a hacer contacto, quedaba la mitad. Ashe
había dado buena cuenta de ellos, empleando el arco místico de Avarosa, y la
magia de Willump permitía que Nunu conjurase sus famosas bolas de nieve incluso
en aquel pantano: aparentemente inocentes aquellas bolas tenían la fuerza de un
cañón. Tryndamere rugió, cargando hacia delante y lanzando un brutal tajo con
su arma, partiendo a tres cadáveres a la vez mientras sus hombres hacían lo
propio, aprovechando el alcance de sus armas largas y la lentitud de los
no-muertos. En apenas un instante, habían acabado con la multitud.
– Demasiado
fácil… –dijo en voz alta Tryndamere, para luego sentir como una flecha pasaba
al lado de su rostro, casi rasgando su mejilla. Se giró, y contempló medio
centenar de arqueros esqueléticos. Y más agrupaciones de no-muertos, ocultos en
la niebla, que ahora sí cubrían el aire con su fétido hedor y el crujir de los
huesos podridos y gastados. Los cráneos sin vida los observaban con malicia,
mientras los avarosanos rompían la formación para comenzar a correr. Eran
sencillamente demasiadas criaturas como para asegurar su seguridad, lo cual se
evidenció cuando el primer bárbaro cayó asaetado por una docena de oscuros
virotes de punta de hueso.
– ¡Corred!
¡No queda demasiado hasta el final del pantano! –rugió Tryndamere, liderando la
carga hacia delante. Desde atrás se escuchaba el tensar de las flechas, los
chasquidos de los esqueletos y el ocasional golpe de algún virote contra una
armadura. El Yeti estaba a la par del Rey Bárbaro, mientras Nunu, de espaldas,
arrojaba sus bolas de nieve, ralentizando o deteniendo a aquellos esqueletos
que se acercaban más. A pesar de lo desenfrenado de la carrera, el grupo sentía
que no llegaban a ningún lado, y que los cadáveres se acercaban más y más…
Tryndamere rugió de frustración, al verse envuelto en lo que parecía algún
sortilegio, e incluso Ashe se permitió gruñir de molestia. Estaban
arrinconados… Pero nadie en su sano juicio arrinconaría a gentes de Freljord.
Ante ellos se erigían algunos cientos de esqueletos en su camino a la Liga de
Leyendas… Y sin otra opción, se prepararon para el combate. Nadie diría que los
monarcas avarosanos no caerían luchando.
Instituto de la Guerra – Entrada Norte.
– Aquí hay algo que no me huele bien
–dijo la profunda voz del Minotauro, cuyas potentes pezuñas aplastaban y
retumbaban el suelo de piedra del acceso al Instituto. –Hace horas que Ashe y
Tryndamere debían haber llegado. No les gusta perder el tiempo a los del Norte,
lo sé bien.
– Guardián,
tal vez haya sucedido algo en el Pantano. Pero los Invocadores no han
encontrado nada al mirar –repuso uno de los guardias, ciertamente nervioso.
Alistar no era alguien que destacase por su conversación, pero cuando hablaba,
era mejor no contradecirle o perturbarle. Puede que aún llevara los grilletes
rotos de su época de gladiador, pero eso no lo hacía en absoluto débil ante
nada ni nadie. Volvió a olfatear el aire, y gruñó, agitando su cola.
– Huele a podredumbre y a corrupción.
– Tal
vez ese sea Abeforth, se pasó en el almuer-¡Hey! –exclamó uno de los guardas
cuanto el interpelado le atizó con la parte plana de su arma. Un pisotón del
Minotauro bastó para que ambos cayeran al suelo y mirasen hacia delante.
– ¡Dejaos de tonterías! Mirad hacia delante
–Alistar alzó un enorme brazo y señaló al punto más lejano del camino.
Aparentemente estaba tranquilo, pero el hedor de la muerte resultaba más y más
evidente para el Guardián de la Puerta. Poco a poco comenzó a caminar más y más
rápido, hasta que se lanzó en una carga feroz. Olía a magia ahí delante, una
magia que había sido tan sutil que le había pasado inadvertida, pero no ahora,
que estaba mezclada con la muerte. Dando un bramido, Alistar lanzó un brutal
pisotón en el suelo, y la barrera mágica cayó, revelando a los vivos que se
enfrentaban a una masa ingente de no-muertos de todo tipo. Más de la mitad de
los guardas había caído presa de la maldición, solo quedaban una decena de
vivos en medio de centenares de cadáveres, pero a pesar de ello habían logrado
avanzar: cuando alistar vio una decena de no-muertos saltar por los aires y
escuchó el bramido del Yeti, para luego seguirle el rugido del Rey Bárbaro,
entendió cómo. Ashe asaetaba las cabezas de los muertos sin descanso, al punto
de que su brazo estaba a punto de caer inútil, a diferencia de sus arqueras que
se habían quedado sin munición hacía largo rato, teniendo que recurrir a
espadas cortas. Sin embargo en la parte trasera de la comitiva se encontraba
una figura bien distinta a la de los avarosanos: una figura de armadura negra,
cabellos blancos y un arma colosal, que era enarbolada con un solo brazo ya que
el otro estaba casi destrozado. Una de sus piernas estaba también inutilizada,
mientras el Xeniam causaba casi tantos daños como los que lograban Willump y
Tryndamere. Un rugido de furia del Minotauro renovó a todos con fuerzas,
mientras sentían el estruendo de la bestia cargar contra el muro de muertos, que
apenas logró resistir el primer embate: el cabezazo partió tierra y huesos por
doquier. Mientras tanto, los guardas habían corrido puertas adentro para
informar, y en apenas unos segundos una docena de encapuchados surgieron a la
luz y alzaron sus brazos a la vez, generando un rayo mágico que golpeó al
no-muerto más cercano, estallándolo, para acto seguido rebotar contra el
siguiente, de forma que en un instante el rayo místico estaba devorando hueso y
carne podrida tan rápido que no era posible verlo con claridad.
– ¡Llamad
a los Sanadores! ¡Que preparen las Salas! –clamó uno de ellos al ver el estado
de los vivos. Cuando el último no-muerto cayó, solamente Ashe pudo mantenerse
en pie, aunque su brazo izquierdo estaba roto. Aun así, de alguna forma los
hombres y mujeres de Freljord no parecían encontrarse en el borde de la muerte,
ese era un terror que todos habían pasado demasiadas veces como para que ya
resultara visible. Salvo en el caso del Xeniam, quien ni siquiera aparentaba
que sus extremidades inútiles fueran una molestia, al menos hasta que cayó
inconsciente sobre el suelo emponzoñado. Alistar lo observó, enarcando una
peluda ceja.
– ¿Qué hace ese con vosotros? –preguntó,
mirando hacia la Reina. Ya algunos guardas comenzaron a llevarse a los heridos.
Tryndamere aún estaba consciente, aunque sus heridas habían sido mayores que
las de los demás, su furia le había mantenido en pie hasta que había caído el
último enemigo.
– Lo
encontramos cuando el Río Serpentino se acabó. Como atrajo una marea de
no-muertos hacia él con ese fuego suyo, pudimos huir hasta que se agotó. Esa
maldita cosa ha resistido bien, pero no es uno de Frel…–con un ruido sordo, el
Rey Bárbaro cayó al suelo, agotado.
– Alistar, llévalo tú junto a los míos. Por
ahora estamos en deuda con él… Aunque nunca había visto tantos no-muertos en el
Pantano. Ignoro si fue cosa suya… –dijo Ashe, contemplando al Minotauro
fijamente. Habían luchado muchas veces en los Campos, pero a pesar de ello,
Alistar era alguien en quien confiar. Mucho más que en cualquier hechicero…
No demasiado lejos de aquella
entrada, varias figuras lo contemplaban todo a través de una Esfera de Visión.
El rostro del Maestro estaba levemente tocado por la furia, aunque nada en
comparación al terror que mostraban los otros dos rostros, uno masculino y otro
femenino, de los sirvientes incondicionales a su persona, que habían demostrado
una gran resistencia a dejarse llevar, como el resto de fieles, que compartían
una de sus agrupaciones algo más atrás, entre jadeos y gruñidos...
– Suficientes
errores. Por lo pronto permaneceremos a la espera, y sin levantar sospechas.
Anulad los rituales, los turnos y todos los disfrutes… Nadie del Culto
dispondrá de los peones a mi servicio hasta que yo lo diga.
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