Falda del Monte Targon
Con mucho dolor, Lucian abrió los
ojos, sintiendo el frío introduciéndose en sus heridas abiertas. Se encontraba
en medio de una docena de árboles destrozados y no sentía el brazo derecho.
Gruñó, maldiciendo su mala suerte. ¿Cómo podrían haber previsto ninguno de
ellos que la tormenta mágica los condujo frente a otra de igual fuerza? ¿Cómo prever
que se unirían en un choque brutal que los lanzó por los aires, para luego
tratar de destrozarlos una y otra vez, al igual que todo piso que tocaban? Solo
Kassadin logró sacarlos de la marabunta de rayos, pero entonces lo alcanzaron a
él, y...
El Purificador gruñó, mientras
llevaba su mano libre a su cinturón y sacaba su arma sacra. Apuntó al árbol que
lo mantenía aprisionado y sin dudar disparó, provocando que este se destrozara.
Por suerte para él, las esquirlas de madera no llegaron a atravesar su camisa,
pero el brazo estaba seriamente dañado. Con mucho más dolor, logró
incorporarse. Le calmó el hecho de sentir el reconfortante peso de su otra
arma, el arma de Senna. Con ambas, no había enemigo que no pudiera vencer… Al
menos, físico. A este paso podría morirse desangrado, o congelado.
Solo le bastó alzar la vista para
saber dónde se encontraba. No había montaña más grande que Targon en todo
Valoran, y posiblemente en toda Runaterra. También sabía lo peligrosa que era.
Los animales eran feroces, la comida escasa. Y los habitantes humanos, casi tan
peligrosos como los de Freljord… Con la salvedad de que los hombres y mujeres
de la montaña no tenían consideración alguna que no fuera el puro poder de
combate. Si lo encontraban así, estaría muerto, porque nadie se adentraba en
sus dominios. Por lo que comenzó a escalar el montón de troncos caídos, al
menos medio centenar, en busca de alguien más. Aún era noche profunda, por lo
que pronto se vio incapaz de dar un paso sin trastabillar.
– Lucian,
no seas imbécil. Eres quien eres, no pierdas consciencia de tus capacidades –se
dijo a sí mismo, antes de sentarse con dificultad y cerrar los ojos. Puede que
fuera humano, pero sus habilidades físicas se habían agudizado mucho con la
caza de criaturas terroríficas y sobrenaturales. Pronto, comenzó a sentir los
ruidos. Después, los aromas. Entonces, escuchó el gruñido de dolor, y supo
donde había alguien. Incorporándose de nuevo, amagando el dolor, el Purificador
se dirigió hacia un montón de árboles en concreto, donde una mano enguantada
destacaba sobre la madera. Cerca de ella, pero fuera de su mano, quedaba la
espada de Kayle.
– Quieta.
Voy a liberarte –dijo con esfuerzo el hombre, apuntando a los troncos.
– ¡Cierra la boca! ¡Solo alcánzame mi arma, sé
que está ahí! –gruñó la Justiciera por respuesta, sorprendiendo al
Purificador, que chasqueó la lengua, pero sin embargo hizo lo que la fiera
mujer le exigió. En el instante en que la espada quedó en manos de Kayle, se
incendió en llamas purificadoras, para luego rotar y hundirse en la madera como
si esta fuera papel. Sin embargo, la mujer no pudo salir al momento; ambas alas
parecían rotas en varias partes, aunque la armadura la había protegido de
mayores daños. Una vez se logró liberar, intentó incorporarse dignamente, pero
pronto cayó de rodillas al suelo, amagando un gruñido de dolor intenso.
– Deja
tu orgullo de inmortal para quien le importe. Estamos en Targon, aquí eso no
importa nada, y lo sabes –le espetó el hombre de tez oscura, mientras observaba
a su alrededor. Se preguntaba si Kassadin se habría librado de la mayor parte
de los impactos, o si bien aquel que había recibido lo habría debilitado al
punto de ser pasto del resto de rayos…
– Tenemos que avanzar.
– ¿A
dónde? Ni Kassadin ni Akran están por ningún lado. ¿Por qué viajar a Bandle sin
el motivo por el que estamos aquí?
– A lo alto de Targon. En medio del caos,
logré ver a Kassadin huyendo hacia la parte superior, donde la tormenta no
podía ascender. Al Xeniam no lo vi por ninguna parte, pero el Caminante puede
encontrarlo sin duda alguna –dijo Kayle, mientras lograba levantarse del
todo. Lucian la miró, enarcando una ceja.
– Ahora
sí que creo que un tronco de árbol te ha dado en la cabeza. Tal y como estamos,
no llegaremos a los Rakkor, y de hacerlo, estos nos destrozarían.
– No tienen por qué vernos. Encontraremos a
Kassadin, quien encontrará al Xeniam, y nos iremos de aquí. Solo necesito unos
minutos… Para curarme –al momento, la energía mística de Kayle rodeó sus
alas, mientras esta era incapaz de evitar leves jadeos de dolor. Por toda
respuesta, Lucian alzó su brazo destrozado.
– Yo
vigilo, pero tú haces que pueda empuñar mi otra pistola.
El inmenso martillo golpeó el
arma con tanta fuerza que el suelo bajo los pies de Akran crujió y se partió, y
este sintió como su cuerpo parecía destrozarse en mil partes. Pero aprovechó el
momento para lanzarse hacia atrás, dispuesto a golpear al espectro de lado.
Pero este estaba atento, y el Xeniam iba demasiado lento, por lo que
simplemente alzó su mano enguantada, provocando que una infinidad de armas
rotas y cuchillas afiladas lo rodease, cortando al Xeniam y forzándole a
retroceder.
Akran no se encontraba en momento
de pensar qué hacía un ser como Mordekaiser en medio de un escuadrón de Rakkor
muertos, cuando el Paladín del Dolor se había propuesto destruirlo sin más.
Solamente se centraba en continuar luchando, sin la opción de usar
prácticamente la mitad de su cuerpo. El hueso sobresalía de su brazo derecho y
de su pierna izquierda, y perdía sangre por todas partes. Maldijo por enésima
vez la debilidad física que lo atenazaba, especialmente cuando se vio incapaz
de golpear a Mordekaiser con suficiente fuerza, solo haciéndolo retroceder dos
pasos, momento en el que la figura del Maestro del Metal pareció eclipsar por
completo la otrora peligrosa figura de Akran.
– Patético
–exclamó la potente voz del espectro metálico, que alzó de nuevo su martillo,
dispuesto a terminar lo que la tormenta había comenzado. El gigantesco arma del
Maestro del Metal impactó contra el espadón de Akran, forzándolo a retroceder
numerosos pasos, y sintiendo que más partes de su cuerpo se volvían a romper.
– Esperaba
más de un asesino que emana tanto odio, dolor y agonía… –la voz espectral
volvió a escucharse una vez más, antes de que Mordekaiser volviera a levantar
la mano. Solo que esta vez cientos de armas espectrales de todo tipo se alzaron
bruscamente de la tierra, empalando al Xeniam por todas partes y fijándolo al
suelo. Con el impacto, la capucha de Akran se rompió del todo y el Paladín del
Dolor pudo observar los ojos inyectados en llamas. Si tuviera boca, Mordekaiser
hubiera sonreído.
– Aburrido
y sobrevalorado. Ahora, esperemos que tu alma sí pueda servir de más utilidad
al propósito de… –Mordekaiser se detuvo un instante, cuando su arma quedaba
apenas a unos centímetros por encima de la cabeza del Xeniam. Aquellos ojos…
– Estás
muriéndote. La miserable vida que te sustenta cae. No puedes pretender
amenazarme en ese estado... –volvió a levantar su inmenso mazo, que se iluminó
con el poder de la Sombra… Pero Mordekaiser podía ver más allá del patético
cuerpo destrozado y mutilado. Veía al espíritu que contenía, y cómo parecía crecerse, ganando
rabia y fuerza, para luego estallar con la furia de cien soles. Las llamas
blancas cubrieron por completo el cuerpo del Xeniam y golpearon al Maestro del
Metal, que se vio obligado a retroceder, protegiéndose el rostro con su brazo.
Mordekaiser volvió a conjurar la lluvia de esquirlas y cuchillas, protegiéndose
del abrasador fuego que parecía querer devorarlo por entero, pero el Xeniam ya
no estaba ahí. El rastro de sangre era evidente… Pero ya tenía todo lo que
había venido a buscar, y hacía mucho tiempo que Mordekaiser no encontraba un
reto como aquel, un alma tan sumamente apetitosa para atormentar. La risa
metálica inundó su camino, mientras el espectro se perdía entre la niebla,
apoyando su inmenso mazo en su hombro. A su espalda, lo que parecía una
formación de almas en pena lo seguían, clamando por piedad…
Profundidades de
Noxus
Por enésima vez, Fate intentó
inútilmente alcanzar su sombrero, encerrado en aquella mazmorra noxiana y
alejado de toda posibilidad de escapar. Atado de pies y manos con esposas
mágicas, inmunes a cualquier artimaña de escapista, el Maestro de las Cartas
estaba tirado en medio de su celda, intentando alcanzar su sombrero, en tanto
que pensaba cómo demonios salir de ahí antes de pasar otra poco agradable
sesión de torturas a manos de Cassiopeia, Katarina, o cualquier otro engendro
noxiano. Y aún no había conocido a Urgot… Sonrió para sí, sintiendo el vacío de
los cuatro dientes que le habían arrancado. Si ellos no eran los mejores
torturadores, no tenía gana alguna de conocer a un engendro mecanizado,
desfigurado y espantoso cuya única pasión en la vida era asesinar a personajes de
renombre. No, en absoluto, había escuchado demasiado sobre cuántas vidas habían
terminado bajo las pinzas del Verdugo…
Con un ligero
clic, escuchó como la puerta se abrió. Esperó durante tres segundos, pero no
sintió ninguna patada. Sorprendente. Entonces, escuchó aquella voz. Una voz que
tampoco deseaba escuchar de ninguna forma.
– El famoso Twisted Fate… Encantador de
cartas, mujeres y maestro de cualquier tipo de trampas… Siempre tuve interés en
saber por qué huías de mi presencia como si te asustase… –la melodiosa voz
de LeBlanc resonó en la celda, que de pronto parecía tener el aspecto de una
sala de casino. La Embaucadora sonrió levemente, mientras levantaba a Fate y lo
arrojaba sobre lo que parecía una cómoda silla, aunque este reconoció el duro
suelo de su jergón. Pero no dejaba de admirar la capacidad del ilusionismo,
incluso el cuero parecía haber sido tratado como se solía hacer en la Espiga de
Oro. Entonces, abrió la boca.
– Un
buen jugador sabe cuándo una apuesta es totalmente a ciegas. Y en tu caso, eres
completamente ilegible, LeBlanc. Rumores en todos lados y en ninguno, cuentos
más viejos que mi abuela tan ciertos como que estás aquí. No hay que estar loco
para intentar bailar tu ritmo. Hay que desear la muerte –la mujer sonrió,
observándole. Aquella piel blanquecina, una perfecta porcelana solo alterada
por los finos trazos en sus labios y sus ojos, parecía demasiado perfecta para
ser real, lo cual posiblemente revelase el engaño de aquello. Lo que no fue
engaño fue el latigazo que sintió Fate cuando una cadena de energía,
proveniente del bastón de LeBlanc, lo golpeó, enroscándose sobre él hasta que
con un crujido final, lo aplastó a tal punto que lo dejó tumbado, casi
inconsciente sobre el ahora de nuevo jergón.
– Hablas demasiado. Sabes demasiado. Pero no
te preocupes. Pronto dejará de ser así. En cuanto empieces a hablar como
deseamos. Y, ¿sabes por qué lo harás? Porque hay alguien esperando tras esa
puerta. Alguien que tiene mucho interés en –la voz de LeBlanc se vio
interrumpida de pronto por un fogonazo, como un disparo pero muchísimo más
grande y potente, que reventó media puerta de hierro y casi se lleva por
delante la cabeza de Fate. Una patada destrozó el resto de la puerta, revelando
una figura robusta, un paradigma de la resistencia humana ante el dolor y las
humillaciones. Malcolm Graves, el Forajido.
Graves avanzó, recargando la
colosal arma que siempre llevaba encima, Destino. LeBlanc lo observó, con una
mirada claramente reprobatoria. Pero el hombre de Aguas Estancadas ignoró
completamente ese gesto, que muchos otros hubieran temido con un miedo
totalmente fundado y real.
– Conozco
bien tus trucos, mujer. Y tú sabes que no hay ilusión que evite perder una
pierna por intentar detenerme ahora. Tenéis lo vuestro, yo quiero lo mío. Ahora
–la imposición y resolución de Graves eran sin duda evidentes; su voz, ronca y
destrozada por el alcohol en otras épocas y lo que fuera que hubiera sufrido en
aquella cárcel secreta, era un claro ejemplo de hombre que se había hecho a sí
mismo y había soportado un verdadero infierno. No, no tenía paciencia alguna.
La ilusionista sonrió un instante, antes de desaparecer y surgir justo a la
espalda de Graves.
– Cuidado con tus palabras… Estás en Noxus y
bajo nuestra mirada –dijo, antes de retirarse hasta el quicio de la puerta,
donde se apoyó, divertida. Graves bufó, antes de acercarse hacia delante y
agarrar a Fate del cuello, levantándolo hasta una de las antorchas que colgaban
de la sucia celda, donde lo observó claramente. El Maestro de las Cartas aún
estaba intentando recuperarse del brutal impacto de LeBlanc, por lo que no
opuso resistencia alguna.
– ¿Este
es Twisted Fate? ¿Este hombre rapado, sin uñas, con cicatrices en toda la cara,
sin una oreja, con media docena de dientes menos y sin su sombrero? –Malcolm
bufó de nuevo. Este no era el encuentro que esperaba, en absoluto. Que Fate
debía pagar por todo lo que había hecho era una realidad. Pero que no fuera él
quien lo hiciera… Era totalmente injusto.
– No podrías esperar que quedara completamente
ileso, ¿no? Fue extremadamente difícil capturarlo… Algo que tú nunca pudiste
hacer –la voz aterciopelada de LeBlanc no dejaba de estar impregnada en su
veneno habitual, y Graves le lanzó una mirada asesina antes de centrarse en el
que antes había sido su único amigo.
– Patético.
Tanta fama, tanta habilidad. Mírate ahora, estúpido.
– Malcolm…
–la voz débil de Fate apenas se escuchó más allá de sus labios, pero los oídos
agudizados del Forajido lo escucharon con claridad. Lo arrojó contra el suelo
antes de darle un brutal golpe en el costado con Destino.
– Cincuenta
de estos. Todos los días. Años, Fate… ¡Años! –rugió el hombre, volviéndole a
golpear con violencia y reventándolo contra la piedra. El Maestro de las Cartas
escupió sangre contra el sucio suelo, apenas capaz de centrar su mirada. Graves
le arrojó una última patada, y pasó a agarrar el destrozado sombrero de Twisted
Fate, para encasquetárselo con violencia de nuevo, antes de arrojarlo contra su
catre de nuevo.
– El
poderoso Twisted Fate… ¿Dónde están tus trucos ahora? ¿Qué as guardas? A mí no
me puedes engañar. Ya no –Fate volvió a escupir sangre. Se sentía verdaderamente
hecho una mierda. Pero Graves era listo. ¿Un as, preguntaba?
– Tengo…
Lo que quieres… –logró decir con dolor. Maldita sea, tenía otro escenario en
mente cuando había planificado esto.
– ¡Lo
que quiero es que te pudras en la más absoluta de las miserias! –rugió el
Forajido, recargando el colosal arma y apuntándole.
– Dos
de oros… Por as de picas –Graves alzó una ceja, abriendo el ojo derecho de
nuevo, mirándolo fijamente.
– No
te lo crees ni tú.
– ¡Créeme
esta vez, Malcolm! ¡¿Crees que voy a marcarme un farol ahora?! –gritó con
esfuerzo Fate. LeBlanc chasqueó los dedos, aburrida.
– Baja el arma, Graves. El tiempo de juegos se
acabó, es la hora de proseguir –dijo, con una voz que no escondía un leve
tinte amenazante. Sin embargo, Graves seguía apuntando a la cabeza de Fate,
aunque el arma temblaba levemente. En el interior de su cabeza batallaban un
millar de sentimientos dispares.
– Repítelo.
– Dos
de oros por as de picas.
– ¡Imposible!
–rugió Graves, justo antes de apretar el gatillo. En ese momento, sucedieron
varias cosas. El enorme proyectil se dirigió directamente a la cabeza de Fate,
pero en ese momento el vulgar adorno del sombrero brilló con una inusitada
fuerza, y el proyectil cambió de dirección a su inversa, con la misma fuerza.
Pero Graves ya no estaba ahí… Sino que se había movido de lado, por tanto, el
proyectil había golpeado directamente a LeBlanc, quien se llevó una mano al
costado, sintiendo el brutal dolor y la sangre derramarse. Sus ojos se
inyectaron en sangre mientras su magia se removía de forma atroz, pero la
debilidad que sentía era tal que aquella concentración se difuminó en el aire…
Y cayó al suelo.
– Eso
dejará cicatriz… –comentó Fate, volviendo a escupir sangre. Por toda respuesta,
Graves alzó su arma y rompió los grilletes con un golpe seco que casi parte los
brazos del jugador.
– Vuelve
a decirlo o te vuelo la cabeza aquí mismo. Y de forma clara.
– Una
hacienda en Demacia. Pagada, bien cuidada. Alejada de la urbe y de las
fronteras, con una tierra fértil y un ganado próspero. Y la identidad de tus
padres.
– Por
qué ahora –Graves estaba furioso. Muy furioso. Por un lado, quería matar a
Twisted Fate. Pero eso sería apenas un fragmento del verdadero sufrimiento que
él había padecido. Por otro, no parecía encontrarse en situación de marcarse un
farol tan importante, recurriendo a los antiguos códigos que habían usado. Él
mismo había dicho que Fate no podría volver a mentirle… Por lo que si estaba
diciendo la verdad, Fate había conseguido los dos sueños de Malcolm Graves… Y
ahora se lo ofrecía en bandeja de plata.
– No
quería que fuera así. Pero Noxus no es muy compasiva con los sueños personales
de las personas. ¿Quieres quitarme las esposas de las piernas? Tenemos que
largarnos de aquí, le has dado un tiro a la Rosa Negra.
– Alto,
alto. ¿Quién te ha dicho ahora que tú mandas? –gruñó Graves, ya lamentando
haberle hecho caso. Sin embargo, rompió los grilletes, ante lo cual Fate se llevó
las manos a las muñecas y a los tobillos, antes de incorporarse.
– Como
poco una docena de noxianos deben de venir ya, si es que no nos atacan ahor–con
un gruñido de odio, LeBlanc arrojó su hechizo contra los otros dos Campeones,
destrozando toda la celda. Sin embargo, la mujer rugió de rabia al sentir cómo
claramente Fate ya no se encontraba ahí. Se llevó una mano al costado
sangrante, mientras escuchaba los pasos de los guardas que se aproximaban a
toda velocidad a la celda. Cerró los ojos, intentando no pensar en los
problemas que se le vendrían encima. No por las represalias del Alto General...
Sino por las otras que vendrían. El poder de Fate era buscado por muchos.
No suficientemente lejos de Noxus...
– Eh,
Jax.
– Ahora
qué pasa, Gragas.
– ¿Estoy
por fin borracho, o han aparecido Twisted Fate y Graves en mi refugio de la
montaña? –Jax suspiró, llevándose una mano a la cabeza, por encima de la
sempiterna máscara, para luego agarrar su farol.
– Sigue
soñando, gordo. Están ahí.
– ¡¿Dónde
demonios estamos, Fate?! –rugió el malhumorado Graves, para nada acostumbrado a
un choque de magia así. Sin embargo, frunció el ceño cuando vio al Maestro de
Cartas caer inconsciente a sus pies. Chasqueó la lengua, mirándolo.
– Nenaza…
Eh, a vosotros dos os conozco –dijo antes de alzar a Destino, apuntando a Jax
directamente. De pronto, un estruendoso eructo seguido por un vómito atroz
ocupó todo el sonido de la caverna, y ambos combatientes bajaron las armas.
– ¿Qué
dem…? –empezó el Forajido.
– Yasuo
ha bebido la cerveza de Gragas –dijo el enmascarado por toda respuesta.
– ...
Comprensible –dijo Graves, antes de agarrar a Fate y levantarlo. Menuda
piltrafa de jugador… Aunque esa habilidad de transportarse no había nada estado
mal, se lo concedía. Un pisotón contra el suelo hizo que Malcolm observara al
frente, al enorme coloso que era Gragas, sentado en su sillón favorito.
– ¡Me
estoy empezando a hartar de que se insulte a mi cerveza en MI presencia,
malditos hijos de…! –otro vómito calló la maraña de insultos de Gragas, que no
pareció darse por aludido. Pero el gigante terminó por salirse de su cómoda
silla e ir en dirección a Yasuo, porque de lo contrario le iba a pringar toda
la caverna. Jax observó bien al desgraciado que Graves sujetaba.
– Espera...
¿Qué demonios le has hecho, Graves? –empezó Jax, mientras su farol volvía a
iluminarse.
– Eh,
eh, baja ese palo, máscaras. Esto es cortesía de Noxus. Supongo que no pudo
llegar más lejos que aquí por ahora. Le hemos metido un tiro a LeBlanc y
posiblemente nos quieran servir en bandeja a Swain. ¿Dónde estamos?
– …
En las montañas al lado de Noxus, ¡pedazo de imbéciles! –gruñó Jax, mirando
hacia la entrada de la caverna. –Como si no hubiéramos montado nosotros
suficiente escándalo ya en la ciudad, ahora habéis rematado la faena. Echa a
Fate en la silla del gordo, creo que tiene por ahí algo guardado que a este
debería darle fuerzas… Y vente tú conmigo. Algo me dice que no vamos a tener
una madrugada apacible.
– ¡PERO
DEJA DE VOMITAR DE UNA MALDITA VEZ, TIRILLAS! ¡¿PARA QUÉ DEMONIOS COGES EL
BARRIL MÁS VIEJO?! –el vozarrón de Gragas, quien cargaba a un inconsciente
Yasuo a la sala central, se vio de pronto eclipsado por el indudable sonido de
una carga de noxianos subiendo a la vez en dirección a la caverna… Por toda
respuesta, Gragas lanzó por los aires a Yasuo contra Jax, que lo detuvo con
habilidad para luego dejarlo en el suelo, mientras el Camorrista se dirigía a
su bodega.
– AH,
NO, NO, NO. VOSOTROS DOS OS VAIS A QUEDAR ATRÁS, ¡NADIE ME QUITA ESA PELEA!
–Gragas tomó un par de sus barriles, se bebió uno, se giró, y se lanzó hacia
delante con tal violencia que el Maestro de Armas y el Forajido apenas tuvieron
tiempo de esquivar a la enorme mole, que rugió con la furia de diez bestias.
Unos segundos después, los gritos eran de dolor, por parte de los noxianos. Sin
necesidad de mirarse entre sí, Jax y Graves salieron de igual forma. El
instinto decía que esta vez, no sería solamente otro de los incontables
intentos de Noxus por castigar a Gragas… No todos los días cabreabas al bueno
de Swain y a su prole de crueles siervos.
Falda del Monte Targon
Kassadin respiraba con
dificultad, sintiendo el dolor en cada bocanada de aire mientras su mente se
centraba en percibir todo lo que sucedía a su alrededor, pero el dolor atroz de
los golpes recibidos lo había debilitado, y no era capaz de rastrear la magia
como hubiera deseado. Sin embargo, se había librado de la mayoría de golpes
fatales, por lo que en parte podría considerarse afortunado; él no había caído
inconsciente como sí lo habían hecho los demás. Sabía dónde se encontraba y el
peligro que ello traía, pero no había tenido otra alternativa… Con un crujido,
el Caminante del Vacío se incorporó y comenzó a moverse. Sabía que en Targon lo
último que debía hacer era quedarse quieto. Como evidenció la primera flecha
que pasó rozando su mejilla. Kassadin maldijo justo antes de desaparecer, no
sin antes distinguir el penacho de la flecha. Rakkor.
Los Rakkor no eran pacíficos, los
Rakkor no eran diplomáticos. Solo entendían el idioma de la guerra y la
destrucción. Y odiaban a los hechiceros… Pronto, lo que había sido una flecha
se hicieron una treintena. Kassadin no deseaba combatir, pero mucho menos morir
asaetado cual porcino en aquellas malditas montañas cuando el Concilio
finalmente le había permitido hacer su movimiento… Los Preservadores lo
entenderían perfectamente. Las cuchillas del Vacío se encendieron, y el
Preservador giró bruscamente a un lado. Encontró al guerrero más cercano y lo
atravesó con ambas cuchillas, que atravesaron el escudo y partieron la espada
como si hubieran sido papel. Sin embargo, el Rakkor, en un último esfuerzo,
trató de bloquear al mago agarrándolo con sus brazos, lo que dio un tiempo
precioso al resto de perseguidores para volver a lanzar otra feroz descarga.
Kassadin gruñó de dolor al sentir una flecha hundida en su costado, antes de
consumir al soldado en llamas púrpuras y volver a transportarse.
En su siguiente salto, se
encontró de frente con un Xeniam moribundo, envuelto en sus llamas curativas
pero con unos ojos que ardían con furia cada vez menos reprimida. Kassadin
titubeó durante un instante al verlo.
– Segador…
¡Debemos descender de la montaña! ¡Los Rakkor han empezado a perseguirnos! –la
voz destrozada del Preservador no pareció alterar a Akran, quien se incorporó
con dolor pero con una gran parsimonia.
– ¡Akran!
¡¿No me oyes?! –volvió a gritar, esta vez teletransportándose al sentir una
nueva descarga de flechas. Cuando volvió a aparecer, comprobó que aquellos
virotes que debían haber alcanzado al Segador no estaban clavados en su piel,
sino que el enorme espadón del Xeniam los había bloqueado; el arma parecía
emanar la misma sed de sangre que su portador, quien carecía en estos momentos
de capucha o protección alguna, más que su hoja.
– Busca
a Kayle y Lucian. Tráelos aquí. Yo me encargo de estos –Kassadin hubiera
enarcado una ceja si aún hubiera tenido, pero antes de poder hablar, sintió la
magia que emanaba del moribundo.
– Te
mueres, pero tu fuerza no parece apagarse. ¿Por qué? –preguntó el Caminante,
envuelto en aquella extraña calma que emanaba Akran. Como si un asalto de
Rakkor no fuera el peligro mortal que realmente era.
– Este
cuerpo patético y corrupto limita mi fuerza. Mi espíritu ahora solo piensa en
las muertes que voy a infligir de forma egoísta para sanarme, y como reclutamiento
forzoso. No es agradable, pero alguien debe hacerlo... –la voz del Xeniam,
carente de toda simpatía, no heló la sangre de Kassadin puesto que nada podría
volver a hacerlo más que el Vacío, pero este asintió y volvió a desplazarse,
perturbado por las palabras escuchadas. Sabía a lo que se refería porque alguna
vez había escuchado los ecos en el Vacío. Pero escucharlo de sus propias
palabras era…
Sin Kassadin, los Rakkor surgieron por todas partes, al
menos veinte guerreros en plenitud de sus fuerzas, y otros quince arqueros
apostados, empleando sus armas-reliquia y con una mirada cruel sobre el Xeniam.
– Tienes
valor por decirle al mago que huya. O quieres morir. De cualquier forma, no
tendremos piedad contigo porque estés solo. Las bestias a punto de morir son
las peores, todos lo sabemos. ¡Prepárate! –clamó uno de ellos, antes de que los
guerreros alzaran las lanzas y comenzaran a correr. Por toda respuesta, el filo
de Akran comenzó a arder con su característico fuego blanco, mientras este avanzaba
con una lentitud casi exasperante.
– Hora
de devorar almas… –musitó para sí un instante antes de lanzarse hacia delante,
lanzando un rugido más parecido al de una bestia que a un guerrero formado.
Ciudad Bandle
Con un jovial saludo, Teemo se
separó de sus amigos, emprendiendo el viaje a su casa. Ya era tarde, y un sueño
reparador le vendría genial para reponer fuerzas. Sin duda se estaba bien
haciendo un poco el vago, hablando con el resto de... Su cancioncita se paró abruptamente,
contemplando su hogar. Todo estaba normal, cualquiera diría eso. Excepto Teemo.
La seta, aquella seta, la cuarta a cinco pasos de la entrada de su casa, estaba
girada en la dirección opuesta a lo habitual. Asegurándose de que nadie lo
observaba, el sigiloso Yordle avanzó directamente hacia el hongo, y tomándolo
por el sombrero, lo alzó. La minúscula nota cayó en su manita, mientras el
Yordle colocaba la seta en su posición original. Caminando hacia su casa a
pasos cortos, observó la nota en la palma de su mano, que solamente debía
contener dos palabras... Su objetivo, y el estado en que debía estar. Sin
embargo, esta vez había un mensaje más elaborado.
Cuando cerró la puerta de su
casa, el Explorador Veloz revisó a consciencia el mensaje con una lupa,
asegurándose de leerlo bien. Lo leyó tres veces, antes de destrozar el papelito
y lanzarlo a la hoguera, para luego dirigirse al sótano de su casa, donde se
encontraban unas pocas de las setas de Kumungu que almacenaba para misiones,
junto a sus provisiones de veneno. Pronto encontró el más potente del que
disponía, y comenzó a preparar el cargamento de dardos. Al fin y al cabo, si el
objetivo iba a llegar a su propia ciudad, debería estar preparado... Aunque se
preguntaba si realmente era necesario aplicar el veneno más letal del que
disponía. Con que recibiera dos impactos en el cuello estaría completamente
muerto, y Teemo no era quien para discutir las órdenes de la Ciudad... Como
nunca lo había hecho.
No se si seré el único, pero me tienes jodidamente enganchado a la historia :D Sigue así
ResponderEliminarGracias! Y espero que no seas el único. Ahora con el tema de exámenes mi ritmo se resiente... Pero como no tengo clases, mejora, así que estamos en las mismas ^^. Y bueno, queda historia para rato!
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