Ciudad Bandle
Había
pasado un día tras la llegada del Xeniam a la ciudad. Mientras toda Runaterra
parecía estar envuelta en numerosos conflictos, ninguno había llegado más allá
de las montañas que rodeaban el hogar de los Yordles, solamente la salvaje prueba
que ellos tenían preparada para Akran. Si bien su hospitalidad, amabilidad y
cordialidad les habían brindado una fama más que merecida en todo Valoran,
tampoco podía negarse que los pequeños seres guardaban una ferocidad primitiva
en su interior que poco podía compararse con la de los humanos. Ese lado
privado de los Yordles solo solían verlo aquellos suficientemente necios como
para enfrentarse cara a cara con ellos, y que en muy pocos casos habían
sobrevivido para contarlo. Ejemplos como Teemo o las maldades de Veigar
denotaban claramente que los Yordles ocultaban algo tras sus grandes sonrisas.
¿Qué era la Mothership realmente? ¿Por qué habían escogido ese lugar para
asentarse? ¿Cuál era su forma de gobierno?
Aquellas
preguntas no existían en la mente rota de Akran, quien se encontraba rodeado de
Yordles que lo observaban con caras que variaban entre el asombro y el terror,
pasando por algunos raros casos de sorpresa y sonrisa. Enfrente del alto ser se
encontraba un Yordle extremadamente anciano, aunque sus movimientos eran
sosegados, no limitados por la edad; como cabeza visible de los Exploradores no
era alguien a quien subestimar. Todos, incluido el Xeniam, parecían obviar el
horrendo aspecto que mostraba la alta figura del asesino, así como la sangre
que manaba de sus múltiples heridas. La atención de todos estaba centrada en el
Anciano.
- Has evitado la muerte en
nuestras tierras y has pasado nuestras pruebas, sacrificando lo que otros jamás
harían. Ciudad Bandle queda en paz contigo. Transmitiremos esto al Instituto de
la Guerra, ¿deseas que te llevemos allí? –dijo, mirándolo fijamente con
aquellos profundos ojos. Akran negó levemente, apoyando su espada, ahora rajada
y destrozada como si la hubieran martilleado, dejando solo la punta sobre la tierra.
Sus alas, prácticamente quemadas, sin un solo tono blanquecino, estaban
plegadas sobre él mismo, y todo su cuerpo estaba cubierto de cicatrices.
- Necesito
antes tiempo para sanar mis heridas. Y quiero saber qué ha pasado fuera de
aquí...–murmuró
Akran con voz queda, ladeando la vista. Demonios con sonrisas afables... No era
la primera vez que veía seres así, por descontado.
- No contábamos con menos. Ni con
más.
Así,
el Xeniam contempló parte del Instituto de la Guerra arrasado por el ataque. El
sencillo funeral de Alistar, el Minotauro, y el comunicado de la fuga de
Invocadores poseídos, pidiendo precaución y cuidado a todo Valoran, así como la
interrupción de los combates de la Liga. Akran frunció el ceño, y observó su
filo destrozado. Había algo en todo aquello que no había terminado de
comprender... Y que poco a poco iba hilándose por completo.
No
demasiado lejos del sencillo cuarto donde el Xeniam ardía, el Explorador Veloz
observaba al Anciano con un extraño gesto de vergüenza en su rostro. El Anciano,
tras un minuto entero, volvió a hablar.
- Nunca te has expresado
directamente a tus superiores, Teemo. ¿Qué ha sucedido esta vez para que
alguien como tú vaya en contra de sus principios de lealtad inquebrantable?
–preguntó, con un tono sorprendentemente afable. El sabio Yordle sabía muy bien
que alguien tan apto y capaz como Teemo no podía quedar confuso. Era demasiado
eficiente como para permitir que su calidad se volviera mediocre por negarle
respuestas... Aunque por otro lado, era extraño. El método de mensajería era
perfecto, las órdenes precisas. ¿Qué error podía darse?
- Se-se-señor, gracias...
Que-quería preguntar... ¿Por... Por qué se han... Han... Han invalidado mis
órdenes? –dijo el nervioso Yordle, casi sin abrir los ojos. Aun así, las
palabras sorprendieron al Anciano.
- En ningún momento se han
invalidado órdenes, Teemo. Nunca ha sido necesario que así fuera, y no han
podido cruzarse misiones que te atañan. Yo personalmente me ocupo de ello –el
gesto del venerable Yordle se torció, lo que el joven Teemo le contaba era
cuanto menos un alto error que alguien pagaría con su vida.
- Pe-pero... Se me-me ordenó
envenenar al... Al Xeniam con el ven-veneno más potente, ¡y después que lo
trajera aquí vivo! E-eso no tiene sentido! –logró decir claramente Teemo, casi
alzando la voz. Los ojos del anciano se abrieron profundamente, antes de mirar
atentamente al Explorador con unos ojos sorprendentemente claros para alguien
de su edad.
- Nieto mío... Nunca escribí esa
orden. Por lo que hemos tenido una brecha –los ojos de Teemo se abrieron
profundamente antes de llevarse las manos a la cabeza, pero antes siquiera de
que pudiera abrir la boca, el Anciano se adelantó y agarró la cabeza de Teemo,
poniendo sus ojos a la altura de los del agitado Yordle.
- Explorador, escúchame bien. No
dejes que tu eficiencia te traicione. Has sido engañado. Todos hemos sido
engañados. Pero vamos a descubrir quién es el culpable, y emplearás con él el
veneno de ajunta. ¿Entendido? –la voz y la imposición del Yordle fueron
suficientes para prevenir el más que previsible shock de Teemo, que solo pudo
asentir, mirando al infinito.
- Entonces... ¿Qué más he
hecho...?
En algún lugar...
Los
miembros se miraban entre sí, confusos y asustados. Jolie no había perdido un
ápice de determinación en seguir a su Maestro, pero ella compartía la sensación
de desasosiego. La presencia de todos aquellos Invocadores dispuestos en fila,
aún con ropajes de cama y ojos negros era, cuanto menos, perturbadora. Además
el mal humor del Maestro era evidente; no podía tomar lo que era suyo por
derecho y debía esperar más tiempo. Ese era el motivo por el que se encontraban
todos allí, escuchándole.
- ... errores cometidos por
aquellos de entre vosotros, incapaces de acabar con piezas clave. ¡Ese es el
motivo por el que seguimos aquí encerrados, bajo tierra, como si fuéramos
insectos! ¡Nosotros somos Dioses! Valoran es nuestro derecho y Runaterra
nuestro reino. Aquellos que llaman Campeones no son más que herramientas de
Guerra. Y no deseamos guerra, ¿verdad? –dijo, con su poderosa voz. Sus
discípulos asintieron con fervor. Si el Maestro los lideraba a todos, las
guerras no tendrían sentido. Con su poder y conocimiento, nadie se atrevería a
juzgarle.
- Sin embargo, yo no puedo
hacerlo todo por vosotros. Preciso de vuestra ayuda. Yo fui junto a vosotros al
combate, ¿cierto? ¿No vencí a los Campeones que se oponían a aquellos que ya
luchan bajo mi nombre? Ni el Treant, ni el autoproclamado “Maestro de Armas”...
Ni siquiera la traidora de Noxus pudo sostener mi voluntad. Pero no asesinasteis
al Forjador, ni tomasteis sus artefactos. Los muertos no pudieron atacar,
aunque al menos matasteis a uno de los Guardianes del Instituto. No fuisteis
capaces de destruir a quienes nos persiguen, ni de alejar a quienes se acercan.
¿Comprendéis vuestros errores? ¿Vuestra falta de eficiencia? Yo cumplí mi
palabra... ¿Qué tenéis vosotros que decir ante ello? –el silencio sepulcral
invadió la sala... Y el Maestro sonrió. Ante los errores, no había réplica, no
había excusa. Eso les había inculcado. Con un gesto, abandonó la sala,
dejándolos con el dolor de la desaprobación. Sería suficiente aliciente como
para impedir más errores...
El
Maestro era un hombre ocupado. Reclamar lo que era suyo por derecho era una
tarea complicada, con tantas piezas en movimiento. Debía anular las
suficientes. El Norte estaba aislado por una tormenta brutal que se había
desatado por el Este, alrededor de Jonia. Atacaría a la Soberana más tarde, una
vez el resto de Valoran fuera suyo... Y después limpiaría a los bárbaros del
hielo. Noxus, especialmente su líder, estaba siendo un incordio, pero nada que
la Embaucadora no manejara... Si Swain pensaba que iban cinco pasos por
delante, andaba muy equivocado... Por no hablar de Demacia, no tenían idea
alguna de lo que sucedía. Ciudad Bandle no interesaba a nadie, Aguas
Estancadas... ¿Aguantarían la tormenta? Finalmente, sus contactos habían
asegurado que Zaun y Piltover no darían signos de vida... Lo cual cuadraba con
sus planes. Enfrentarse a todo Runaterra al mismo tiempo hubiera sido un
suicidio...
Abrió
las puertas de su cuarto privado, y entró. Las puertas dobles se cerraron a su
paso, sellándose a su voluntad... Momento en el que las cadenas que sujetaban a
Nidalee comenzaban a funcionar. Sin duda, pronto sería su ascenso, pero en la
espera, siempre podía disfrutar de un premio de consolación...
Demacia
El
cuartel militar parecía abandonado, uno de tantos repartidos por toda
la ciudad. Con la existencia de la Liga, no era preciso mantener un control
militar tan férreo y constante, por lo que numerosos elementos de guerra demacianos
quedaban libres a los designios de sus superiores. Por ello, el cuartel más
cercano al Palacio Real y sus terrenos era el lugar donde el Príncipe
entrenaba, junto a aquellos otros Campeones fieles al reino.
Golpe,
golpe, bloqueo. Bloqueo, golpe, patada. Puñetazo, cabezazo, bloqueo. Golpe,
golpe, golpe, desvío, embestida. Sin decir una sola palabra, ambos combatientes
se detuvieron, habiendo acabado la sesión sin apenas haber sudado. La
experiencia y la ligereza del ejercicio eran tales que el Ejemplo de Demacia no
parecía siquiera haber permanecido en combate singular con Garen más de media
hora. Ambos conocían a su contrincante tan bien que no podían sorprenderse,
pero como ejercicio rutinario era adecuado. Sin embargo, algo nublaba los ojos
del Poder de Demacia, y el Príncipe lo veía claramente.
- Estás entre aliados, Garen.
Puedes hablar sin temor –el único sonido aparte de la voz de Jarvan eran los
ocasionales lanzazos producidos por el Senescal de Demacia. Xin Zhao era un
hombre particularmente reservado por su historia y su origen, pero nadie ponía
en duda su honradez y su habilidad. Permitirle mantenerse en su cima solo podía
resultar beneficioso... Por lo que dejarle a su libre voluntad, sin forzarle a
un parloteo sin sentido, era algo más que razonable.
- ¿Por qué no hemos dado un solo
paso? ¿Por qué permitimos que Noxus, y que todo Valoran piense que
estamos ciegos, mi príncipe? Sabéis bien que... –las palabras de Garen se
cortaron abruptamente, tanto por el gesto de Jarvan, instándole al silencio,
como por un particular golpe intenso de lanza. Parecía que en aquella ocasión,
el Senescal si se acercaría.
- Esto no es un problema
rutinario, ni usual. Nuestros espías hablan de poderes que no deberían existir
moviéndose con rapidez y eficacia. Siempre se nos ha considerado incapaces de
prever los pasos del enemigo y de cargar a las primeras de cambio. En algo como
lo que está sucediendo, no deseo exponer a mis aliados y súbditos a un peligro
que desconocemos. ¿Consideras eso una mala estrategia, Garen?
- La voluntad del Rey es que
permanezcamos atentos, pero que no repitamos lo sucedido en Kalamanda. Atacar
primero y sin el consenso del resto de Valoran arruinó años de progreso. Esta
vez, será el Instituto de la Guerra quien pida ayuda, o no habrá movimiento por
nuestra parte –dijo Xin Zhao, apoyando su lanza en el suelo y utilizándola de
apoyo.
- Pero... ¿No ha hecho
exactamente eso? –repuso el Poder de Demacia, enarcando una ceja, mirando alternativamente
al Senescal y al Príncipe, quien negó con el rostro.
- El Instituto de la Guerra ha
reclamado a los Campeones e Invocadores fieles a sus designios. No ha
solicitado ayuda a sus aliados, porque no debe hacerlo salvo en una situación
tan desesperada que amenace con derrumbar todo Valoran. Recuerda, Garen, que es
el Instituto quien ha velado por la paz que posee ahora nuestro mundo. Si deja
su posición de supremacía y nexo, nos arriesga a todos.
- Y Noxus podría tratar de
apuñalarnos por la espalda si acudimos todos a prestar ayuda –indicó Xin Zhao,
mirando fijamente al más joven de los tres, quien asintió a sus palabras.
- Comprendo. Agradezco vuestra
explicación, y por supuesto estoy en total de acuerdo con ella. ¿Proseguimos?
En algún lugar de
Demacia...
El
rostro de la fémina era completamente imperturbable, aunque una sonrisa hubiera
resultado tanto o más perturbadora. Claro que la deslumbrante ballesta y la
certeza de que la habilidad de Vayne a esa distancia la hacían absolutamente
mortal había quitado a ambos la perspectiva de tratar de huir sin más. Graves
frunció el ceño, mirando al maldito gitano mientras dejaba a Destino en el
suelo y sacaba un puro de sus bolsillos, para luego encenderlo. Vayne frunció
el ceño, pero ni siquiera hizo ademán de decir una sola palabra.
- Estás en mi casa y me estás
apuntando con un arma. Si vas a disparar, puedes tratar de mandarme al
infierno, pero no estoy para jueguecitos. ¿Es que no has escuchado las noticias,
cazadora? Vete a cazar monstruos fuera de aquí –murmuró Graves, con todo el mal
humor que era capaz de recoger a la vez, antes de que el potente humo de su
cigarro lo comenzara a diluir. Fate, por su parte, llevó la copa que tenía en
sus manos a la mesa, y la depositó sobre ella.
- Shauna... –comenzó el Maestro
de las Cartas, con precaución. Ciertamente la Noctífaga tenía recursos... Para
cuando logró percibirla, ya había atravesado el umbral de las nuevas tierras de
Graves, para luego romper una ventana e introducirse en la mansión en menos
tiempo del que hubiera sido posible para un humano normal. Pero Shauna Vayne no
era una mera humana, al fin y al cabo, sino Campeona de la Liga. No por ello
menos hostil... El audible chasqueo de la ballesta era una clara prueba de
ello. Y su arma principal estaba en su espalda, pero Fate había visto
demasiadas veces cómo esa brutal ballesta gigante podía prácticamente aparecer
en las manos de la noble Demaciana.
- Decidme
lo que sabéis. Por algún motivo, no puedo irme de Demacia. Cada vez que me
encamino al Instituto de la Guerra, vuelvo sobre mis pasos. Explicadme por qué –la fría voz de Vayne tenía un
deje de ira que ni siquiera la entrenada Campeona podía ocultar del todo. Fate
enarcó una ceja, mientras que Malcolm simplemente exhaló el humo una vez más.
- Según Fate, hay un grupo de
Invocadores que en lugar de utilizarnos como armas en la Liga se han dedicado a
usarnos de juguetes. Alguien te habrá echado una correa aquí entonces –bufó
Graves. Como toda respuesta, un virote plateado partió en dos su puro, casi
arrancándole los labios de paso. Malcolm escupió el resto del cigarro, mirando
hacia la pared contraria.
- ¡Maldita sea, Vayne! ¡Esta casa
es nueva! –ladró el Forajido. La Campeona, por su parte, centró su atención en
Fate, quien la miraba fijamente.
- Lo habrá dicho sin pensar...
Pero es lo que está pasando con nosotros...
Instituto de la
Guerra
La
Justiciera se encontraba furiosa por varios motivos. Uno de ellos, posiblemente
el más importante, era que había perdido su casco, totalmente irremplazable.
Otro, que la hubieran invocado de forma tan brusca sin una necesidad acuciante
más que la seguridad de que anduviera cerca. Y por último, que la tarea que se
le había encomendado ahora consistía en dar vueltas por el Instituto, en busca
de problemas. Para empeorar las cosas, no iba sola. La sombra de Kassadin la
perseguía, y ni siquiera podía aliviarla el silencio. El Caminante del Vacío no
dejaba de utilizar sus Esferas para comunicarse con el resto de los
Preservadores.
- Seguid buscándolos. No pueden
haberse desvanecido sin ninguna prueba... Salvo que los haya tomado el Vacío.
Dadles una noche más –murmuró, cortando finalmente la conexión. Kayle gruñó,
girándose y encarando al otro Campeón.
- ¿Cómo
demonios puedes estar tan tranquilo ante todo esto? –le espetó la Campeona.
- No hay solución alguna. Irritarse
no lleva a nada. Además, podría ser peor. Lucian se encuentra camino de las
Islas de la Sombra solo una vez más. Así que al menos en vuestra parte os observan
ojos que no buscan una abertura... A pesar de que las ofrecéis continuamente
–la voz de Kassadin, aun consumida por el Vacío, no pudo ocultar el deje
sarcástico que provocó aún más a Kayle, cuyos ojos parecían a punto de lanzar
fuego.
- ¿Qué? –gruñó, llevando una mano a su
filo. Kassadin negó con un dedo mientras su larga cuchilla comenzó a formarse
en la mano izquierda.
- Dejad la furia y la cólera en
otro momento. Sabéis bien las consecuencias. O deberíais, al menos...
Kayle
volvió a gruñir, pero esta vez furiosa consigo misma. ¿Qué estaba pasando?
Gradualmente, ahora no podía negar que parecía haber perdido facultades. Su
temple, antaño tan estoico que podía soportar a cualquiera de los inferiores
humanos durante días sin perder la paciencia de ninguna forma, ahora era tan
voluble como el del más débil de los guerreros. Las emociones nublaban su
juicio y su habilidad de una forma completamente alienígena a su costumbre y a
lo que debería sentir, como alguien entrenado y versado en el arte de la guerra
y en encerrar sus miedos. ¿Qué la estaba consumiendo por dentro?
Batiendo
sus alas, la Justiciera avanzó por el largo pasillo, acabando así la
conversación. Kassadin se limitó a deslizarse a través del aire, siguiendo su
estela, atento a las Esferas que pendían de sus manos, así como a percibir la
magia de su alrededor. Se encontraban en el Ala Norte, rodeando las Salas de
Exposición de Doran, que habían sido cerradas por completo, con todos los
artefactos transportados de urgencia al Arcanum Majoris. Si el Maestro Artesano
no hubiera estado allí... Por lo que había sido expuesto, se había enfrentado y
había superado a numerosos Invocadores poseídos, utilizando para ello las
versiones originales de los artefactos que los Invocadores utilizaban en los
Campos. Lo cual no dejaba de ser sorprendente, se dijo para si Kassadin. La
magia y el poder que emanaban aquellos artefactos eran tan inmensos que aún
podía sentir sus ecos en las salas selladas. El concepto y entendimiento de la magia
de Doran resultaban fascinantes, cuanto menos. Y muy peligroso... Por un
momento, el movimiento del Caminante se detuvo, y ladeó la vista a un punto en
particular del Instituto de la Guerra, el Arcanum. Olvidándose momentáneamente
de la furiosa Kayle, Kassadin empleó su concentración para sentir la potente
barrera mística que aislaba a todos de las obras legendarias de Doran.
Bien
mirado, ¿qué quedaba de interés en el Instituto una vez se había obtenido un
ejército de magos...? Su armería. Y para asegurarse, liberar a todos los
demonios y monstruosidades del Vacío.
Inspirado
por el nuevo pensamiento, el Caminante del Vacío se desplazó velozmente por los
largos pasillos del Instituto, en busca del único miembro del Concilio que
permanecía en la Liga. Therion había tomado la Sala del Cónclave como una base
de operaciones, con docenas de hechiceros entrando y saliendo diariamente del
lugar, cuando antes estaba reservada para actos particulares y reuniones del
más alto nivel.
Sin
embargo, cuando Kassadin vio al otro ser flotante que se hallaba en esos
momentos conversando con Therion, no pudo hacer más que alzar ambas cuchillas,
que bullían con la poderosa magia del Vacío. Todos los Invocadores de la sala
se pusieron en alerta, pero solamente un gesto de Therion logró que Kassadin no
hundiera sus filos en aquellas togas purpúreas y las destrozara hasta el
olvido.
- Detén tu furia, Kassadin. El
Profeta del Vacío se encuentra aquí en son de paz –ante su mención, Malzahar se
dio la vuelta lentamente, sus penetrantes ojos celestes chocaron con los
intensos dorados de Kassadin, y aunque su rostro estuviera oculto por aquella
capucha, el Caminante sabía que aquel maldito loco había sonreído. ¿Cómo podría
ser si no? Los lados opuestos de una misma moneda, tan oscura y vil que no
tenía forma ni origen...
- He venido a expresar que ni yo
ni aquellos que siguen mis palabras, tenemos nada que ver con lo que ha
sucedido entre estos muros. Aunque eso ya lo sabías, ¿no? –dijo Malzahar, con
una voz también distorsionada por el Vacío, pero en un grado mucho menor que el
de Kassadin. Este gruñó, para luego observar a Therion. – Si el Vacío hubiera
deseado acabar con este lugar, yo lo habría visto tiempo ha, y además... No
hubiera sido sutil en absoluto. El Vacío es mucho más que aquellos encerrados
bajo estos muros...
- Suficiente. Profeta, sabéis
perfectamente la opinión del Instituto de la Guerra para con la existencia del
Vacío y la veracidad de vuestras... Visiones.
- De cualquier manera, nada de lo
que habéis encontrado pertenece a mi obra. Por lo que agradecería que las
huestes del Preservador dejen de tratar de cazar a mis seguidores como si
fueran animales... Si no quieren exponerse a represalias –el filo de Kassadin
rasgó el aire mientras el Campeón acortaba la distancia entre uno y otro en un
instante, quedando el filo de Kassadin muy cerca del rostro de Malzahar, de tal
forma que el brillo púrpura que este emanaba permitió al Preservador ver mejor
la piel oscura del rostro de Malzahar, quien claramente mostraba una sonrisa
bajo su capucha. Por su parte Therion se alzó de su asiento rápidamente,
apuntando a ambos Campeones con sus manos, envueltas en magia.
- Kassadin, retrocede si no
quieres acabar encerrado como el resto de criaturas del Vacío... –murmuró con
voz queda. Los ojos del Preservador pasaron de Malzahar a Therion, y de vuelta
al Profeta, quien se movió de forma sorprendentemente rápida, agarrando a
Kassadin por el cuello. Los sistemas de respiración del Preservador se cortaron
de golpe con un feo chasquido. Los zafiros de Malzahar se acercaron
excesivamente a Kassadin, antes de que este pudiera procesar lo que sucedía.
- Estamos unidos por el Vacío,
Kassadin. Icathia nos espera... Y lo que he visto así será. Tu hija dio el
primer paso, te recuerdo...–la voz del Profeta golpeó a Kassadin como si fuera
un potente hechizo, justo antes de que Malzahar se retirara en el aire, con una
sonrisa.
Therion
observó a Kassadin, confuso, cuyos ojos habían permanecido durante varios
segundos en la más profunda oscuridad... Para luego entender, chasqueando la
lengua. Malzahar había vuelto a embrujarlo una vez más, ganando así la forma de
huir. No era posible alejarse del Preservador por pura distancia, y el Profeta
lo sabía. ¿Tal vez lo hubiera previsto así con sus dones...? El hilo de
pensamiento del poderoso Invocador se cortó cuando Kassadin despertó y rugió de
furia, alzando ambas hojas. Fue necesario que Therion hiciera aparecer una
potente luz justo enfrente del Campeón para que Kassadin recobrara
completamente su conocimiento.
- Kassadin. No hagas que
cuestione el permiso que ofrecí a tus Preservadores. ¿Qué haces aquí? Debías
estar con la Justiciera en el Ala Norte –el Campeón aún tardó unos segundos más
en contestar, tratando de serenarse. La ira que bullía por su cuerpo debía
apagarse, la calma debía estar presente en su voz. La furia personal no debía
afectar a sus asuntos. ¿Por qué estaba ahí? ¿Qué había guiado sus pasos?
- Nuestros enemigos no esperarán
para atacarnos una vez más. Y esta vez los objetivos serán el Arcanum y el Ala
de Contención. Ya tienen un ejército de hechiceros y han suprimido a Vessaria.
Necesitamos prepararnos a tiempo.
- No se me ha pasado por alto,
Kassadin. Y sin embargo, ¿qué podemos hacer? Los Invocadores ya están aquí, las
bestias están aisladas, y el Arcanum está siendo custodiado por suficientes
hechiceros como para bloquear cualquier amenaza.
- Dependemos demasiado de vuestro
poder, Invocador. Y son Invocadores los enemigos... –Therion frunció el ceño,
incorporándose.
- ¡Sé más claro, Caminante!
–Kassadin gruñó, volviendo a desenfundar sus dos filos, de forma que
inadvertidamente rajó parte de la mesa del Invocador.
- Tenéis traidores entre los
vuestros. ¡Quitadlos de los objetivos principales y poned a Campeones que
puedan defenderlos! O de lo contrario...
La
frase de Kassadin se vio súbitamente cortada por un sutil pulso mágico que
precedió a una poderosa explosión, que hizo que todas las Esferas que el
Caminante llevaba pitaran como locas, del mismo modo que hicieron las que
Therion empleaba. El Invocador llevó rápidamente una a su oído, y escuchó.
- ... Caminante del Vacío,
prepárate. El Ala de Contención está vacía... ¡Los han liberado a todos!
–Kassadin gruñó, apretando sus puños y solidificando sus cuchillas. Un instante
después, un rugido antinatural los alcanzó, tan poderoso y temible que incluso
Therion tembló de arriba abajo... Para que poco después comenzaran los
chillidos.
- He escuchado eso antes... En
mis pesadillas.
Instituto de la
Guerra – Ala de Contención
Recurriendo
a sus piernas en lugar de a sus alas, la Justiciera avanzó por el largo y
amplio pasillo del Ala de Contención, aún furiosa con el Caminante... Pero más
consigo misma. Era cierto, ¿por qué reaccionaba de esa forma? ¿Qué había cambiado?
Ella tenía unas metas, unos objetivos. Conseguir la paz para su pueblo,
evitando que su maldita hermana utilizara a los Invocadores para que su facción
de renegados destruyera lo que con tanto esfuerzo había protegido...
Su
pueblo, su casa. Hacía bastante tiempo que no pensaba en ellos, y a pesar de su
inmortalidad, o precisamente por ella, la soledad era uno de los mayores
dolores que la Justiciera podía sufrir. Agitando su cabeza, Kayle continuó
avanzando. Ya había superado las Cámaras de Cho’gath y Kog’Maw... Aún faltaban
varios monstruos del Vacío antes de llegar hasta Brand, Nocturne, y finalmente
la Cámara rota, la Cámara de Fiddlesticks. Había sido un milagro que no
hubieran salido todos los monstruos con aquella explosión, a pesar de lo
poderosa que había sido...
- ¿Cómo
sé yo lo poderosa que fue esa explosión? –se preguntó Kayle en voz alta, deteniendo sus
pasos. Entonces, solo entonces, percibió la presencia enfrente suya. Alguien
que no debería estar ahí, pero ya era tarde, y la oscuridad la ataba al suelo.
- ¿Dando
un paseo por la colección de monstruos? –dijo una voz que la Justiciera conocía demasiado
bien. Sin poder siquiera levantar el cuello para ver a su maldita hermana,
Kayle si pudo escuchar cómo Morgana se acercaba hacia ella.
- Si
te conocieran tan bien como yo lo hago, tú estarías entre ellos... ¿O ya no te
acuerdas de lo que has hecho? Es posible, dado que ahora eres poco menos que
una sombra de lo que fuiste, Tirana... Y aunque realmente mi plan original
consistía en superarte... Hacerte caer es otra forma de verlo. ¡¿No estás de
acuerdo?!
–gritó Morgana, agarrando la capucha de Kayle y tirando de ella, forzando a la
guerrera a estirarse cuanto su cuerpo le permitía para no partirse en dos.
Morgana podría parecer frágil, pero no dejaba de provenir de una raza de seres
poderosos, y sus garras eran tan terribles como si de las de un gigante se
tratara.
- Creo
que voy a tener que refrescarte la memoria, hermana... No estás respondiendo
como la imbécil que eres...
–murmuró la Caída, antes de incorporarse y arrastrar a Kayle, aún atada con las
tenazas de oscuridad, tratando de alcanzar su filo en vano. Cuando llegaron a
la cámara derruida, Morgana cogió a su hermana y la lanzó a pulso a su
interior.
- ¿Qué,
no recuerdas esto? ¡Fuiste tú la que destruyó todo con un solo golpe de espada!
¿O es que ya no lo recuerdas? ¡Lo terrible de tu espada encantada, forjada por
aquellos legendarios herreros extintos de nuestro mundo! –las voces de Morgana iban en
aumento, pero o bien se había ocupado de todos los Invocadores de la zona, o
bien había más enemigos ocultos que permitían a la Caída tomarse su tiempo de
venganza. Un nuevo hechizo, nuevas ataduras que sustituían a las viejas.
- Ahora
vas a empezar a abrir los ojos, Kayle... Primero, soltaremos la basura, para
que de ese modo los enemigos del Maestro estén ocupados, y después... Serás
toda mía. Nos lo pasaremos muuuuuuy bien... ¡No sabes los años que llevo
esperando para esto!
Era
irónico. En esa situación de completa indefensión, escuchando los gritos y
amenazas de su hermana, atada y hechizada... La Justiciera encontró cómo sus
cavilaciones se reconducían, cómo la paz volvía a su mente. Sí, los humanos le
habían sentado mal, pero nada como recordar a la fuente de sus grandes males...
Quien, como siempre, abría la boca más de lo acostumbrado. Había sido Morgana
la primera que le había revelado a Kayle la existencia de Runaterra y sus
Invocadores. De no haber sido así... Los rebeldes hubieran vencido hace tiempo.
Si
sobrevivía a su hermana, tenía todas las soluciones que necesitaba. Morgana
jamás se pondría un collar ni llamaría a otro Maestro salvo ella misma. Alguien
la dominaba, como a todos los demás. Alguien que incluso la había usado a ella
para acusar al Xeniam, y posiblemente a muchas más cosas... Hasta un instante
antes del chillido, Kayle se permitió incluso una sonrisa desafiante.
Después...
Vino la oscuridad.
Ala de Contención
– Cámara de Xerath
Ataduras.
Hilos. Xerath conocía y odiaba esas palabras, escritas de muchas formas a lo
largo de su inmortalidad. Pero aún sentía como el primer día aquellas cadenas
que lo asfixiaban, le privaban del infinito poder que merecía y debía tomar. Y
sin embargo... Unas nuevas cadenas que había tomado a propósito se habían roto.
Y sabía quién era el causante, de hecho se encontraba justo enfrente suya,
rodeado por una hueste de lo que eran claramente pocos Invocadores para
detenerle.
El
Arcano observó al líder con la paciencia que los milenios de cautiverio
otorgaban, antes de hablar. Al hacerlo, docenas de rayos de pura magia
impactaron contra las paredes de la cámara, impactando contra dos de los
Invocadores, que cayeron al suelo. No volvieron a levantarse.
- ¿Por qué motivo se me libera?
No es hora de combates ni espectáculos. No subestiméis mi paciencia, Invocador
–la voz de Xerath estaba tan distorsionada como su propio ser, pero su voluntad
y poder eran incuestionables.
- ¿Así tratas a tu salvador,
Xerath de Shurima? ¿Matando a los míos? He venido a darte la libertad que
mereces. El Instituto de la Guerra me pertenece a mí, y no deseo cárceles que
alberguen peligros... Runaterra tiene muchos lugares donde podrás encontrarte
mejor que aquí... –la sonrisa del encapuchado murió en el instante en que
Xerath comenzó a reír lentamente. Nuevas andanadas arcanas chocaron contra las
defensas del Maestro, quien reconoció el increíble poder del enloquecido
hechicero milenario.
- Sé quién eres. Sé lo que vas a
hacer. Yo soy la magia, yo soy el poder. ¿Piensas que no te he sentido?
Reconozco tu habilidad de ocultación... Pero no tu posición. Si lo deseara,
destruiría esta fortaleza hasta la última de las piedras... Me insultas si
crees que necesito ser liberado –dijo el Arcano, alzando una mano y apuntando
con ella al Maestro. Al instante, todos sus seguidores se interpusieron,
alzando una docena de escudos antimagia alrededor de Xerath, quien simplemente
hizo un potente gesto con el brazo levantado, partiendo todos los conjuros sin
más. El Maestro frunció el ceño, y alzó la voz.
- ¡No me subestimes, herramienta!
¡Todos los Campeones de la Liga de Leyendas son de mi propiedad por derecho de
poder! –rugió, elevando ambas manos desnudas, un instante antes de que la
oscuridad se adueñara de la sala.
- ¡Maestro, esp...! –intentó
decir uno de sus seguidores antes de que se viera completamente rodeado por la
negrura. Solamente Xerath se mantuvo en pie, mientras los demás morían sin
remedio, devorados por la oscuridad. Tras unos minutos, Xerath bufó,
descendiendo su brazo de pura energía.
- Vete de aquí. No saldré de
estos muros hasta que yo lo decida... Pero tampoco me interpondré en tus pasos.
Sé bien qué hace esta oscuridad.
D: crei que ya no continuarias con el fanfic, despues de tanto tiempo, me habai quedado con las ganas de leerlo, me dejaste con un snetimiento de suspenso interminable, ereste es el mejor fanfic que he encontrado en la web y realmente creeme que es un trabajo estupendo, sigue asi, pq tendras a una lectora fiel quye desea saber lo que compartes :3
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