Capítulo 16: Revelaciones, parte II

NOTA DEL AUTOR:
A partir de aquí, deberé ocuparme de la edición a la vez de la escritura de esta historia, dado que el compañero Amatoxina ya tiene que dedicarse a tareas bastante más provechosas que ayudar a alguien que le gusta escribir. Le agradezco profundamente la ayuda prestada, y espero que no haya dejado yo demasiados fallos en lo que vais a leer! Mañana el siguiente capítulo.


Instituto de la Guerra

El caos y la oscuridad supuraban a partes iguales en los pasillos del Ala Este del Instituto de la Guerra. Las cuchillas de Nocturne estaban completamente bañadas en la sangre de todos aquellos que no habían podido huir a tiempo. La espantosa criatura espectral no había dejado de atacar a todos los vivos, indistintamente de la raza o sexo, solamente se detenía lo suficiente para rematar completamente los cadáveres... Pero había algo extraño en los ecos que provenían de su boca, los gritos... Había más que sed de sangre, había confusión.
-       ¿Dónde están...? ¡¿DÓNDE ESTÁN?! –rugió, antes de lanzarse contra un nuevo grupo de Invocadores, estos ya más preparados, que habían permanecido conjurando un poderoso escudo ante el cual la criatura sombría se chocó de bruces contra él. La Pesadilla Eterna trató de acuchillar al aire con sus hojas y sus alaridos, que provocaron que los Invocadores perdieran la concentración el instante suficiente como para que Nocturne empalara a todos ellos, solo para seguir gritando. – ¡¿DÓNDE ESTÁN?!
Husmeando, o más bien percibiendo a través del aire, finalmente se decantó por una dirección, a su diestra. Nocturne cargó de frente contra una pared, destrozándola, solo para proseguir con las dos siguientes, golpe a golpe, hasta llegar frente a una de las Salas de Curación. Cuando vio la puerta sellada, volvió a lanzar un chillido desgarrador que hizo retroceder a todos los hechiceros que se habían reunido frente a la Sala con el fin de protegerla, pegándose estos contra la pared.
-       ¡Llamad a los refuerzos! ¡Debemos parar a este monstruo! –gritó uno de los Invocadores, antes de dirigir a sus aliados a formar un escudo conjunto contra la  Pesadilla Eterna, que simplemente comenzó a destrozarlo mediante pura violencia, rompiendo las barreras mágicas con sus filos oscuros, hasta que escuchó el primer chasquido a sus espaldas. Un escudo de pura oscuridad lo rodeó un instante, suficiente como para rechazar los primeros proyectiles que los Invocadores de refuerzo le habían arrojado, pero no los últimos, que lo proyectaron contra la barrera, la cual aún era suficientemente poderosa como para provocarle un intenso dolor al espectro. Un nuevo alarido brotó de lo que debería ser su boca, y los Invocadores dieron un paso atrás. ¿Qué demonios le estaba atrayendo dentro de una sala de enfermos? Sus víctimas ya no estaban ahí...




En el interior de la Sala podían escucharse leves ecos del combate. Sin embargo, la mayoría de los que se encontraban allí estaban demasiado aturdidos o directamente inconscientes para reaccionar ante el asedio del Espectro. No obstante, uno de los Invocadores tumbados se incorporó en total silencio, aún cubierto con los vendajes y una destrozada toga, ignorando la sucesiva racha de golpes de Nocturne. Era el único en pie en un mar de heridos y devastados por un ataque que a él no le había tocado en absoluto... Más bien le había venido como anillo al dedo, de otra forma no hubiera podido infiltrarse en el Instituto.
-       No es el mejor momento, pero hace demasiado tiempo que tengo una conversación pendiente contigo, y ya no tengo mucho más que perder... –murmuró Yasuo, avanzando hacia una de las camillas más alejadas, donde se encontraba Riven, cuyo cuerpo estaba también cubierto de vendas de arriba abajo, con su espada rota descansando sobre una mesa. La colosal arma noxiana, imponente aun estando fragmentada, resultaba repulsiva para el jonio, que continuó acercándose hasta quedar frente a la Exiliada. Alzando una daga, Yasuo simplemente esperó unos segundos. Sabía lo suficiente de su enemigo como para saber que, en efecto, instantes después los reflejos de Riven la levantarían de su letargo, pero no esperaba esa calma en sus ojos. La noxiana simplemente lo miró, sin cambiar apenas la velocidad de su respiración, hasta que un chasquido especialmente potente la hizo girar su mirada un instante a la puerta. Incluso podían escucharse los gritos de los Invocadores, pero no se podía entender qué sucedía...
-       La Guerra en Jonia –murmuró Yasuo, un instante antes de que la daga volara de sus manos, impulsada por una corriente de viento que la llevó hasta que el frío metal tocó la frente de Riven, con la punta apoyada en la morena piel de la guerrera pero sin rasgarla. –Un Anciano. Una técnica de viento. Un asesinato. ¿Te suena de algo?
-       No –dijo Riven secamente. Sabía que no podía llevar su mano a la espada rota sin que Yasuo terminara lo que los monstruos de las Sombras habían empezado, y de hecho no tenía ni siquiera fuerzas para hablar... Mucho menos, paciencia. –Ninguno relevante ahora.
-       He sido expulsado de mi pueblo y se me ha cazado como un animal debido a tu habilidad con la espada, noxiana. Puedes intentar mentir, pero te he visto demasiadas veces en los Campos... ¿Así que por qué sigues int-...? –Riven cerró los ojos un instante, cuando volvió a abrirlos, Yasuo ya no estaba ahí, y la daga cayó sobre su pecho. Extrañada, Riven parpadeó, solo para ver a Yasuo tirado en el suelo con la cara empapada, y a Jax con el mismo atuendo de vendas que la Exiliada y una fregona sobre su espalda, sujetándola como si de su farol se tratara. Naturalmente la máscara del Maestro de Armas se encontraba en perfecto estado.
-       Intentan matarnos de todas las formas posibles, y tenéis que empezar a haceros arrumacos ahora. Tsk... Os dan una espada y os creéis el centro del universo, ¿eh? –dijo Jax, quien evidentemente no había perdido su tono, a pesar de haber sufrido más daños que Riven. Prácticamente uno de sus brazos había perdido su funcionalidad hasta que los Invocadores le habían tratado, aunque Riven se había dado cuenta que era el mismo con el que acababa de derribar al jonio. Para rematar, y antes de que Yasuo pudiera abrir la boca, un vozarrón enorme acalló cualquier cosa que pudiera decir ninguno de ellos.
-       ¡PERO VAMOS A VER! ¡¿QUIÉN SE HA LLEVADO MI CERVEZA?! –rugió el enorme Gragas, que aún tumbado en tres de las camillas a la vez, crujían cada vez que el gigantón se movía, amenazando con hacerlas polvo. – ¿Y QUIÉN HACE TANTO RUIDO?
-       Maldita sea, gordo, el que hace ruido eres... Ah no, que no eras tú –dijo el enmascarado, mirando hacia la puerta. Con el griterío, varios Invocadores ya estaban despiertos, observando cómo las puertas selladas cada vez perdían más luz... Cuando, con un chasquido, un fragmento de cuchilla embadurnada en sangre atravesó la puerta, manchando a los primeros humanos con el caliente carmesí, ello, sumado a los golpes y chillidos antinaturales del exterior, provocó un estallido de pánico. Aturdidos y heridos, los Invocadores se replegaron hasta las salas internas, que ahora estaban vacías tras el secuestro de los enfermos. Solo los Campeones quedaron en su sitio, mientras que los Invocadores que mejor se encontraban se parapetaban en la puerta interior. No era necesario ser un vidente para ver que aunque los Invocadores sabían perfectamente contra quién se enfrentaban, estos no se encontraban en situación alguna de combatir. Debilitados físicamente, la magia Invocadora se volvía terriblemente peligrosa e inestable...
-       Eh, eh, vosotros, rápido. Hacedme un favor y a lo mejor salimos todos vivos de aquí –dijo Jax, poniendo una mano sobre uno de los nerviosos hechiceros. A sus espaldas, las puertas comenzaban a crujir, conforme más agujeros provocaban las cuchillas de Nocturne... Gragas intentó levantarse, solo para terminar destrozando la camilla central, provocando que el gigantón lanzara un alarido de dolor y furia, antes de incorporarse cuan largo era, la cantidad de vendas que llevaba daba para cinco o seis hombres adultos. Por su parte, Riven seguía siendo incapaz de levantarse. Era en esos momentos cuando lamentaba haberse despojado de su armadura completa... Y Yasuo trataba de volver a incorporarse en silencio, mientras la Exiliada no miraba, daga en mano.





No demasiado lejos de allí, Therion avanzaba a paso vivo por el Ala Este, empuñando el Báculo  del Huracán, que no había devuelto al Arcanum tras haber comprobado lo bien que se manejaba con él. Las Esferas no mentían; habían vuelto a ser atacados antes de poder siquiera recuperarse de la primera ofensiva. Más de la mitad de sus fuerzas estaban lejos de su alcance, como los Arquitectos que seguían trabajando en el nuevo Campo en el Paso de Mogron, aquellos que habían ido a investigar aquellas misteriosas fallas en la Grieta del Invocador... La mayoría de Invocadores de élite estaban inoperativos. El resto estaban siendo atacados por numerosos grupos repartidos en todo el Instituto. Lo único que calmaba al miembro del Concilio era que no tenía que soportar el maldito hechizo de los Ojos Rojos, puesto que ya no hacía falta ese poder para saber el caos a su alrededor... Bastaba con escuchar los gritos.
-       Sabían perfectamente lo que íbamos a hacer y en qué momento... No estoy seguro de cómo responderemos a esto, mi señor... Nocturne ha descuartizado a medio centenar de Invocadores ya, y trata de infiltrarse en una de las Salas de Curación selladas. Si la abre, están muertos –dijo Ansirem, que apenas había tenido tiempo para recuperarse. El único ojo que le quedaba brillaba con el fulgor carmesí, mientras observaba cada esquina del Instituto.
-       Pero imagino que hay demasiados grupos de enemigos entre ellos y nosotros, ¿cierto? –dijo Therion, prestando atención a la vez a múltiples esferas que flotaban a su alrededor con informes de estado.
-       En efecto. Estamos al otro extremo; la mayoría de objetivos están en el Arcanum, atacando a la mayoría de los nuestros, como había previsto el Caminante... ¿Dónde está, por cierto? De hecho, ¿dónde habéis enviado a los Campeones? –dijo el Árbitro, mirando a su alrededor. Therion maldijo en voz alta.
-       Puedes anular tu hechizo, Ansirem... Kassadin está liderando la defensa del Arcanum, y Kayle debería estar con él. Si no los ves... Es que nuestro enemigo puede cerrar nuestros ojos.
-       Pero eso no puede ser. ¿Este no es uno de los más complejos y antiguos hechizos de...? –empezó el Árbitro, llevando una mano a su ojo.
-       Olvídate de lo que es posible y lo que no. ¿Estáis preparados? –gritó Therion, mirando a los suyos un instante antes de señalar a las puertas selladas que daban acceso a la plaza del Arcanum. El bastón comenzó a brillar, del mismo modo que lo hacían las manos del Invocador mientras su vida le era arrebatada poco a poco por el artefacto. – ¡No tengáis piedad! ¡Nos enfrentamos a traidores y asesinos! ¡Recordad a todos los caídos, a Alistar, a Fiddlesticks! ¡Recordad por qué Vessaria está casi muerta! ¡Por el Instituto de la Guerra, enviad a nuestros enemigos al infierno!





En algún lugar bajo el Instituto...

La Justiciera se encontró encadenada de pies, manos y alas, quedando en el aire en una sala oscura y lúgubre solo iluminada por unas tenues velas. Parecía una mazmorra, pero no había mazmorras así en el Instituto. Ante ella estaba la figura aparentemente durmiente de su hermana, que despedía una pura oscuridad, y un odio casi palpable. Kayle ni siquiera intentó patalear, eso le restaría tiempo, y esforzarse contra aquella clase de cadenas, las que usaban los Invocadores, era inútil. Sentía cómo sus poderes estaban completamente anulados, lo cual la dejaba en una situación contra la que poco podía hacer. La revelación de que había alguien manejando los hilos aún mantenía la mente de la Justiciera en movimiento, tratando de desvelar los enigmas. Alguien suficientemente poderoso como para doblegar su voluntad y hacer que ella atentara contra el Instituto... No había demasiados hechiceros con tal poder.
Su corriente de pensamientos se cortó abruptamente cuando las velas se apagaron... Y unos ojos violáceos se abrieron a su vez, junto a una sonrisa casi imperceptible. Con un gesto inaudible, Morgana se incorporó y comenzó a manipular elementos que quedaban a ambos lados de Kayle, quien no podía girar el cuello para saber qué demonios hacía su hermana, que sorprendentemente permanecía en silencio. Tras un largo rato, algo cambió en el ambiente. La Justiciera comenzó a sentir una mezcla de olores y luces que se le antojaban familiares, pero no recordaba dónde... Siguió en la duda hasta que escuchó el primer golpe de martillo contra el metal, y con el chasquido, los recuerdos agolparon su mente de forma que todas las cadenas tintinearon.
-       Ah... Parece que la Campeona recuerda su época de niñez... Te encantaba la forja. El ritmo de los martillos, el aroma del metal ardiente, las maravillas creadas de acero y magia. Mientras que yo... –con unos pasos, Morgana volvió a cruzar la estancia. Unos segundos después, un olor todavía más característico invadió el rostro de Kayle, quien a pesar de su recuperada resistencia y voluntad, no pudo evitar una leve lágrima al recordar... Dado que eran recuerdos demasiado preciosos y lejanos como para conseguir apartarlos a tiempo. De pronto, las luces volvieron a inflamarse con un poderoso chasquido, y el rostro de Morgana, enloquecido, se pegó al de su hermana.
-       ¡¿Te acuerdas, maldita tirana?! ¡Metal y galletas! ¡¿Recuerdas lo que era nuestra vida antes de que decidieras que yo no podía pensar por mí misma?! ¡Recuerda, maldita seas! –gritó Morgana, justo antes de agarrar una de las galletas y forzar a Kayle a tragársela, casi ahogándola en el proceso. Estaba ardiendo, pero el único efecto real que provocó fue que la voluntad de Kayle volvió a chocar con recuerdos anteriores a la guerra... ¿Cómo recordaba su maldita hermana todo aquello?
Con un chillido de rabia al ver el rostro de Kayle, Morgana volvió a levantarse, pero esta vez agarró las cadenas y forzó la posición de Kayle, girándola para ver la forja que la Caída había dispuesto, prácticamente igual que las de su pueblo. Sin ceremonia alguna, Morgana extrajo una espada candente, para después hundirla en el agua, provocando una nube de humo que cubrió la sala. Con sus pulmones y ojos llenándose del humo, la Justiciera fue incapaz de ver cómo su hermana levantaba el filo por encima de su cabeza.
-       ¡Ahora, Kayle! ¡Por la libertad de mi pueblo! ¡Tú no puedes volver a levantarte! –rugió, antes de que el filo cayera una vez... Seccionando el ala izquierda de Kayle, quien lanzó un terrible aullido de dolor. Con la hoja manchada, Morgana volvió a levantar su espada.
-       No... ¡No! –dijo la Justiciera entre gritos de dolor, hablando por primera vez, y soltando pedacitos de galleta por todas partes... Pero Morgana ya había escogido su objetivo una vez más.
-       ¡Por abandonarme, por no rendirme ante tu tiranía! ¡No mereces el cielo! –otro grito, la otra ala cayó al suelo. La sangre empapaba el suelo bajo Kayle, quien no podía temblaba continuamente por los espasmos de dolor, haciendo cantar a las cadenas. Una sensación de indefensión tan grande, unida al dolor, la estaban volviendo loca, pero por algún motivo no podía caer inconsciente, ni siquiera con la pérdida de sangre... Entonces, antes de que su hermana levantara los brazos una tercera vez, Kayle pudo ver claramente a través de la oscuridad aquellos dos ojos esmeraldas, un destello de plata, y una mueca cruel, antes de que la cuchilla cortara su brazo derecho, y todo su cuerpo se retorciera de puro dolor mientras las cadenas tiraban cruelmente de ella, a punto de partirla en dos...
-       Por el Maestro... ¡Por interferir contra él!


En el momento en que cayó, el Maestro avanzó en la sala, perdiendo interés por el fardo mutilado que era ahora Kayle en tanto Morgana se giraba, tomando con un dedo parte de la sangre caliente que goteaba y la probaba. El Maestro inclinó la cabeza en un gesto de satisfacción, en tanto la Caída sonreía, con una expresión confusa en su rostro.
Todo marchaba según lo planeado. Solo restaba tomar el Arcanum y lustros de planificación darían sus frutos... Aunque su estrategia perfecta estaba teniendo algunas fallas. Doran nunca debía haber vuelto, por lo que debería enviarlo de vuelta al olvido para que todo fuera perfecto. Los demás peones debían ser ordenados para que su efectividad fuera máxima... Y sus otras piezas, la caballería de monstruos... Ni siquiera tenía por qué intentar controlarlos un ápice, salvo a Nocturne, aunque estaba resultando más complejo de lo que suponía en un primer instante. Peligrosos a medio y largo plazo, pero que devastaran Valoran era un pequeño precio a pagar por tomar el lugar que le correspondía como soberano.
-       Maestro... ¿Puedo rematarla ahora? ¿O puedo tomarme mi tiempo? –preguntó Morgana. El Maestro notó que, a pesar de haber estado bajo su control mucho más tiempo que los demás, había algo que provocaba que Morgana temblara completamente, de forma inconsciente. ¿Se rebelaba ante él por el sentimiento de venganza tan intenso que la consumía? Fascinante...
-       Tómate tu tiempo, lo estás deseando. Avísame cuando esté muerta –dijo, antes de girarse y salir de la celda. Si la hubiera mirado un poco más, el Maestro podría haber jurado que Morgaba parecía estar extasiada con las posibilidades...





Arcanum Majoris

El combate mágico que se sucedía entre las paredes del Instituto no era nada que hubiera podido ver ningún ciudadano libre de Valoran en los Campos de la Justicia. La cantidad de hechizos y de magia en el ambiente era sencillamente demoledora, más propia de una de las tan terribles Guerras Rúnicas que de un combate civilizado. Cada hechizo hacía supurar más y más la herida que Runaterra sufría por culpa de la magia. Pero no había forma de detener aquello, no cuando se enfrentaban aquellos que portaban el emblema de la Liga contra los Invocadores de togas negras y ojos de obsidiana, junto a otros traidores que parecían perfectamente conscientes de lo que hacían.
Therion rugía mientras empleaba el poderoso Báculo, rompiendo las defensas de los enemigos y lanzándolos por los aires, momento en el que numerosos hechizos los ataban, los hacían arder o los desvanecían, en función de cada Invocador. Cada vez que el líder del Instituto abría un hueco en las defensas enemigas, estos reafirmaban su línea, y la vida se perdía entre las manos del Invocador, consumida por el terrible artefacto. El Instituto era poderoso, pero precisaba un mínimo tiempo de preparación que sus enemigos habían usado en su contra. Y con Doran sellado en el Arcanum, no podían recurrir a los artefactos para acabar directamente con sus enemigos... Y hacer caso a las peticiones de Kassadin era algo peligroso. ¿Y si otros Campeones también habían sido influidos por Nocturne?
-       ¡Therion! ¡Los refuerzos de las Esferas están preparados, pero no dejan de encontrar enemigos interrumpiendo las invocaciones! ¡No hay forma de mantener estables las Esferas de Transito con su magia disruptora! –rugió Ansirem, manipulando sus artefactos de comunicación a la vez que evitaba las salvas de hechizos de los enemigos. El poderoso Invocador asintió, volviendo a recurrir a su fuerza vital para empujar una vez más la marea negra.
-       Somos más que ellos... Pero estamos separados y mal coordinados. Ansirem, ¿podrías usar... la Voz? –inquirió el cada vez más agotado líder.
-       ¡Cuidado! –avisó un Invocador, antes de que el brillo llenase toda la sala, pero ya era tarde.
Una docena de Invocadores enemigos se había quedado atrás, protegidos por los demás, y habían completado su hechizo. Una marca en el suelo frente a los Invocadores renegados devoró la pulcritud del lugar... Para luego levantarse, formando un enorme pilar de pura negrura. Después, surgió la primera garra, después la otra, y finalmente antes del horrible rostro, surgió el rugido. No hizo falta decir su nombre, la enormidad del monstruo lo hacía completamente distinguible... Aunque era bien distinto en todo su esplendor, fuera de la forma debilitada en la que se le conocía en la Liga. Cuando la bestia terminó de surgir del Portal, el brutal rugido que emanó acalló todo el combate, apagando las voces y hechizos de todos los Invocadores.
Libre de sus ataduras, Cho’gath era enorme. Era tan alto como la sala a pesar de que se encontraba encorvado. De incorporarse, posiblemente derrumbaría el techo sobre todos ellos sin dificultad. Era, además, tan ancho que ocultaba a la mayor parte de los enemigos, y los pinchos que cubrían su cuerpo eran tan grandes como un Invocador. Aquellas garras podrían tumbar las puertas del Arcanum de un solo golpe. Y aquellos ojos... Tan extraños, tan alienígenas. El Terror del Vacío había llegado.
Sin embargo, la bestia no parecía complacida de verse encerrada. Como si reconociera claramente a sus captores, Cho’gath volvió a rugir, y de un brutal coletazo, aplastó contra el suelo a una decena de sus propios aliados, esparciendo sus restos por todas partes, antes de lanzar el primer garrazo, salpicando a la lluvia delantera de Invocadores con docenas de pinchos que brotaban de su cuerpo, empalando a los hombres y mujeres como si no fueran más que hojas. El propio Therion notó un par de estacas atravesar sin dificultad su brazo, justo antes de que el Báculo cayera de sus manos y el Invocador gritase de dolor...
Pero entonces, un chasquido oscuro se interpuso entre el demonio y los Invocadores. El Caminante del Vacío desapareció tan pronto fue material, para mostrarse de nuevo acuchillando al Terror en una pierna, y volver a desaparecer. Cho’gath rugió, dispuesto a destrozarlo, pero Kassadin ya no estaba ahí. Estaba en su otra pierna, cercenando la carne. Las teletransportaciones eran demasiadas como para seguirle continuamente, por lo que Cho’gath simplemente alzó ambas garras y golpeó el suelo, provocando que un sinnúmero de pinchos brotara por todas partes de su enorme cuerpo, acuchillando vilmente toda la sala. Kassadin volvió a aparecer, respirando con dificultad, atravesado como el resto.
-       ¡No pasarás, bestia! –Kassadin gritó una orden en el dialecto de Shurima, ante la cual cinco de sus Preservadores alzaron sus brazos, tomándose mano a mano, mientras otros cuatro se interponían con hechizos escudo que pronto se vieron golpeados por los renegados, pero no superados. El caos que generaba el demonio era demasiado como para que cualquier Invocador conjurase contra los Preservadores, que sí habían sido capaces de contener el temple contra el demonio, como se habían preparado desde la fundación de la Orden. La tierra comenzó a temblar mientras un nuevo Portal volvía a materializarse, obligando a los Invocadores de la Liga a retroceder más contra las paredes del Arcanum.
-       ¡¿Qué hacéis?! ¡No invoquéis a más Campeones! –rugió Therion, tratando infructuosamente de levantar una vez más el artefacto arcano, pero ya era tarde. Del Portal surgió un colosal brazo, más grande incluso que Cho’gath. Después otro. Y después... La inmensa piedra viva conocida como Malphite se arrojó instintivamente contra Cho’gath, lanzándole un puñetazo pétreo que derribó a la bestia, aplastando a numerosos renegados en el proceso.
-       ¡Malphite, haz honor a tu palabra! ¡Ayúdanos! –gritó Kassadin, que se había apoyado en los hombros del titán, quien asintió un instante antes de que Cho’gath lanzara un golpe, provocando que un alud de piedras cayera del Fragmento del Monolito, quien simplemente endureció su piedra antes de lanzar un cabezazo que logró hacer chillar de dolor al Terror.
Mientras los dos gigantes golpeaban y destrozaban todo a su paso, los Invocadores trataban de apoyar a su Campeón con hechizos y salvaguardas, a pesar de que Cho’gath masacraba a los renegados por igual. De estos, los Invocadores traidores habían tomado posiciones defensivas, en tanto que los de ojos de obsidiana no se habían movido un instante, sufriendo por ello numerosas pérdidas. Pero hacían su trabajo adecuadamente, y pronto, la mayoría de Invocadores de la Liga olvidaba que estaban defendiendo algo.
En tanto la guerra procedía, nadie había visto la oscuridad que había circulado por el suelo, y que en aquel momento se volvía densa enfrente de la puerta del Arcanum... Una oscuridad de ojos esmeralda.




Ciudad Bandle

Los miembros de los Exploradores de Mothership se miraban preocupados los unos a los otros. Su líder los había convocado a todos, sin excepción, a una reunión de urgencia. Y eso no sucedía a menudo. En medio de murmullos, los pequeños seres discutían lo que había trascendido.
-       Imposible... ¿Quién sabría nuestro código?
-       Alguien con poder... Un hechicero.
-       Manipular a Teemo de esa forma... ¿Cómo no ha matado a alguien aún?
-       El Anciano lo ha logrado calmar... Por ahora. Vamos a tener que enviarle bastante lejos esta vez.
-       Pero... ¿Y vamos a quedarnos sin actuar?
-       No, claro que no. Nadie nos manipula sin pagar el precio. Pero será difícil rastrearlo.
-       ¿Tenemos algún punto de inicio?
-       Bueno... Aparentemente el Instituto de la Guerra está siendo atacado ahora mismo. Posiblemente tenga que ver, porque la última nota que recibió Teemo lo encomendaba a dirigirse allí.

No muy lejos de allí, el Xeniam estaba sentado, aun ardiendo, observando el arma que le apuntaba. Ante él se encontraba Tristana, la Artillera Megling, junto a un devastado Teemo, que mantenía su rostro continuamente entre una sonrisa inquietante y unos ojos entrecerrados, a la vez que repetía incesantemente palabras inconexas.
-       ¡Tú! ¡Desde que has llegado, él está así! ¿Qué has hecho, engendro? –dijo la pequeña Yordle, con una mirada gélida, que se cortó el instante en que miró a su compañero Campeón. El asesino no contestó, lo que provocó que Tristana se enfadara aún más, y cargara su cañón.
-       ¿Piensas que no voy a hacerlo solo porque hayas acabado las pruebas? ¡Han sido demasiado suaves contigo! –gruñó la Artillera mientras la desproporcionada arma en sus manos parecía estar a punto de reventar.
Incorporándose, el Xeniam llevó ambas manos a su capucha, volviendo a cubrirse su rostro con ella, y en el gesto, las llamas se apagaron, provocando una pequeña humareda que envolvió al alto ser del todo. Tristana creyó ver una sonrisa... Y disparó. ¡Nadie le hacía eso a su amigo! Sin embargo, pudo ver cómo el disparo se perdía en la tela rasgada de la tienda, pero el Xeniam estaba igual, frente a ella, solo que con un aspecto bien distinto. Sus alas brillaban como el más puro nácar, el filo entre sus manos estaba completo y destellante, la negra piel brillaba como la obsidiana, y los largos cabellos plateados estaban limpios de sangre y polvo.
-       No torturo sin motivo. No he tocado a tu amigo, por lo que deberías preguntar a otro... –murmuró Akran, antes de volver a sentarse. Notaba, ahora sí, el poder de Valoran corriendo por su cuerpo, alimentándolo, manteniéndolo sano... Y a la vez, marcándolo, atándolo sin remisión al poder de Runaterra. Tristana hizo ademán de volver a cargar el cañón, pero un par de Exploradores habían llegado al lugar, atraídos por la explosión.
-       ¡Tristana! ¡¿Por qué te has llevado a Teemo?! Rápido, ven con nosotros. ¡El Anciano tiene algo que decir! Y es serio, porque lo hace delante de la Mothership –dijo uno de ellos, mientras el otro tomaba a Teemo lentamente y lo hacía caminar fuera de la tienda. El perturbado Campeón miró un instante al Xeniam, antes de dejarse conducir, mientras su furibunda amiga lo destrozaba con la mirada conforme se iba retirando. Cuando todos se fueron, dejando caer la tela de la tienda, algo inútil dado el boquete que Tristana había producido, Akran se incorporó, espada en mano, y la clavó enfrente de él. Contemplando el reflejo de sí mismo en el arma, apoyó ambas manos sobre la base del filo sin guarda, y comenzó a concentrarse. Las llamas empezaron a arder a su alrededor, pero antes de que los guardas giraran sobre sus pasos, Akran ya no se encontraba ahí.




En algún lugar de Shurima...

Malzahar se vio proyectado con violencia contra una de las columnas milenarias, mientras el Engendro del Vacío cargaba contra el Profeta solo para embestirlo una vez más, provocando que un chorro de sangre negra manara del cuerpo del hombre de Shurima.
-       Compren... ¡Comprended! ¡Solo se puede esperar! –gritó el Profeta, aparentemente al aire. Sin embargo, el Engendro se removió, y su cuerpo sin rostro empezó a deformarse, hasta que algo que podría definirse como tal surgió, tan espantoso como cualquier otra aberración del Vacío.
-       Hemos dado mucho tiempo... Te dimos las palabras. ¡Y las perdiste! –la garra del Engendro agarró el cuello de Malzahar, levantándolo en el aire, ahogándolo. Este trató de volver a hablar, pero su garganta estaba completamente obstruida... Por lo que tomó el otro camino. Cerrando sus ojos, Malzahar se concentró en sus dones, que a pesar de estar corruptos por el Vacío, eran capaces de revelar formas y figuras.
-       Lo vemos... No deberíamos. ¿Qué lo ata? –murmuró el rostro, genuinamente sorprendido, dejando caer al Profeta al suelo, quien comenzó a respirar aceleradamente.
-       Runaterra... Lo mismo que... Os mantiene lejos, lo ata a él. No puede irse, es cuestión de tiempo. Vuestros hijos ya son libres, como acordamos... –Malzahar miró fijamente al rostro del Vacío, quien poco a poco desapareció, hasta que el Engendro cayó en la nada, disolviéndose. Suspirando de alivio, el Profeta trató de recomponerse, ordenando sus pensamientos.
Fuera de su habitación personal le esperaban todos sus fieles, que habían huido de la devastación... Como Malzahar había predicho.
Como Malzahar había acordado con el Maestro, más bien... Se avecinaban tiempos oscuros para Runaterra, pero ese Maestro solo sería un escollo más para los suyos. La Obra del Vacío daría un ejemplo a Valoran de lo que estaba por llegar.




Instituto de la Guerra

Ashram no podía evitar su acostumbrada sonrisa en tanto navegaba por la Sala de Orbes. Incluso allí, en una de las raíces más ancestrales del Instituto, podía sentir los ecos del combate mágico que se producía a cientos de cabezas de donde se encontraba. Pero eso no era de su interés. No buscaba eso.
Lo que él quería era la vida, no la muerte. Demasiados años burlando a la Parca, demasiado tiempo y corrupción sobre su frágil cuerpo. Reginald Ashram quería vivir, completar su obra. Y para ello necesitaba encontrar nuevos métodos. ¿Qué por qué los monstruos de la Isla de las Sombras y sus perturbados Invocadores seguían estando libres? El veneno de Vilemaw. ¿Zed, Varus y Syndra, libres en Jonia? Técnicas ocultas, corrupción regenerativa, y puro poder. Cualquiera que poseyera un secreto que Ashram quisiera, tendría el camino libre. Al fin y al cabo, él era la Mente del Instituto, quien tejía los hilos. Y sin embargo...
No tenía ni idea de lo que había descubierto Ansirem. Lo que había provocado que Shaco, que debería haber estado asesinando en aquel momento a un par de contrabandistas zaunitas, estuviera esperándole allí. Ashram no aceptaba esa clase de errores en sus planes... Por lo que caminando a su ritmo, ignorando toda la muerte que lo rodeaba, llegó al Orbe de la Grieta. A diferencia del Árbitro, Ashram disponía de decenas y decenas de recuerdos de la Liga y sus primeros combates, por lo que los números se abrieron en su mente al instante.
Comprendió, entendió, y dejó de sonreír... Solo para dejar una clara mueca de desagrado en su viejo rostro. Aquellas formas, aquellas maneras de actuar... No eran Malzahar y su grupo, tampoco Kassadin. No eran tretas noxianas, mucho menos demacianas. Se había ocupado de Zaun y Piltover, por lo que tampoco era eso. ¿Freljord? ¿Jonia? Los estúpidos e infantiles Yordles tampoco serían capaces... Y mucho menos Aguas Estancadas.
Antes de que fuera detectado, Ashram comenzó a conjurar a su alrededor, reforzando las defensas de la Sala. No pretendía que lo encontraran allí, la gran parte de su poder se dedicaba a mantenerle con vida. Y no iba a gastar su conocimiento en necios como los que poblaban el Instituto. Al fin y al cabo, él no solo es que fuera un superviviente de las Guerras Rúnicas...
Había instigado algunas de ellas. Y bien podía agilizar la que se estaba provocando ahora. Al fin y al cabo, el tiempo valía más que todo. Había puertas que abrir.




Nocturne estaba obcecado en destruir aquella puerta, tanto, que ya había comenzado a sufrir daños serios por los Invocadores. Su escudo tenía un límite, y una decena de hechiceros lo ponían a prueba. Sin embargo, no podían detenerlo, solo ralentizarlo. Ya era capaz de atravesar toda su hoja en el hueco que había realizado en la puerta hechizada, atravesando todos los cadáveres de los primeros defensores, cuando de pronto, las dos puertas se abrieron de par en par, atascando a la Pesadilla Eterna contra la pared al hundirse su arma en esta. Los Invocadores gritaron, alarmados, pero en el segundo que Nocturne tardó en desencajar su cuchilla, un brutal golpetazo mandó volando al espectro hasta que chocó contra la pared opuesta, a numerosos metros de distancia.
Los Invocadores que habían tratado de combatir a Nocturne observaron, incrédulos, a la bestia de oscuridad que trataba de incorporarse y recuperar su forma física, antes de ver a quien salía de la Sala de Curación y comprender.
La larga toga púrpura que siempre ocultaba sus formas danzaba a su alrededor, mientras la máscara destellaba con los seis puntos brillantes que realzaban y otorgaban un toque único al aspecto del Maestro de Armas. Quien, sin embargo, llevaba entre sus manos algo totalmente distinto al acostumbrado farol que todos conocían. Jax portaba lo que parecía un martillo de guerra en sus manos, solo que la cabeza del martillo tenía los mismos seis focos de luz que su máscara. Con un sencillo gesto de muñeca, el martillo empezó a brillar.
-       Es la maza de Jax... –murmuró el mayor de los Invocadores, asombrado. El más joven del grupo, que solo había escuchado las historias, asintió, entendiendo. Las había visto cuando se habían abierto obligatoriamente todas las habitaciones de los Campeones. Puede que Jax no utilizara armas en la Liga de Leyendas... Pero eso no hacía que tuviera que deshacerse de sus viejas amigas.
-       Vamos, Nocturne. Dicen que eres mejor que yo... ¿Lo ponemos a prueba, libres de ataduras? –dijo Jax, haciendo bailar el martillo entre sus manos mientras avanzaba, quedando siempre en una posición defensiva. Nocturne chilló, expandiendo sus filos, y se lanzó hacia delante a una velocidad demencial... Solo para que Jax desviara ambas cuchillas con el mango del martillo, para luego embestir a la Pesadilla Eterna. Y, alzando el martillo, Jax asestó un golpe tal que Nocturne se deshizo en su forma primaria de oscuridad entre alaridos de dolor, para luego recomponerse, unos metros atrás. Tres golpes, fiel a su estilo.
-       ¡Dónde están! –volvió a aullar Nocturne, desconcertando a los Invocadores. ¿A qué se refería aquella criatura? Sin embargo, antes de poder saber más, se escuchó un grito de jolgorio, a lo que siguió una maldición de Jax mientras un enorme barril volaba por los aires e impactaba directamente a Nocturne, para luego reventar con la potente mezcla de Gragas y hacer arder al espectro.
-       ¡ESO TE PASA POR DESPERTARME, CABRÓN! –gruñó el gigantón, aún dentro de la Sala de Curación. Los Invocadores que habían cumplido paso por paso las instrucciones de Jax observaban asombrados el efecto que había tenido invocar un par de barriles, algo de ropa y un martillo, mientras uno de ellos seguía siendo asediado tanto por Yasuo como por Riven. El primero, porque al ver lo que hacían, dejó caer la daga cuando ya estaba a punto de acuchillar a la Exiliada y exigió a los Invocadores que trajeran de vuelta su espada. Y la segunda, pedía su armadura noxiana.
-       Ya os lo he dicho... ¡No puedo hacer aparecer cosas de la nada! Si no sabéis dónde están, o están bloqueadas por otra magia, ¡no puedo dároslas! –repuso el Invocador, alzando ambas manos en gesto conciliador, mientras ambos espadachines fruncían el ceño, furiosos. Uno con unas ajadas ropas de Invocador, la otra cubierta de vendas de arriba abajo, ya en pie pero debilitada.
-       ¿Cómo demonios lo hace? No parece humano... –rezongó Riven, mirando a Jax que había vuelto a golpear a Nocturne.
-       ¿Humano, Jax...? –empezó uno de los Invocadores antes de que los demás, alertados, se tiraran sobre él, callándoles. Sin embargo, ninguno de los otros Campeones se dio cuenta del desliz, aparentemente, mientras observaban una de las Esferas que se había activado por sí sola.




Arcanum Majoris

Dentro del santuario de Doran, la oscuridad invadía la sala, incluso a pesar de las grandes forjas, que estaban encendidas y funcionando. Numerosos artefactos reposaban desperdigados sobre las mesas, objetos a los que les faltaban numerosos detalles o revisiones. Cuanto más se veía la mesa, más claro quedaba que el artesano se había ido quedando sin tiempo, para que finalmente el último artículo aún ardiera en las llamas.
-       Doran, Doran... Supuestamente no ibas a ser tan problemático... –dijo la voz en un tono suave, con una sonrisa vil, mientras el Maestro Artesano trataba de soportar la oscuridad que lo rodeaba. Los ojos esmeraldas lo miraban fijamente, a él y al Velo del Hada de la Muerte, que iba poco a poco consumiendo la energía vital del hombre. – ¿Por qué no me das lo que quiero? Sé que lo escondiste hace tiempo... Un artefacto así, ni tu cabeza rota pudo evitar ver lo que era... Intentaste destruirlo pero no pudiste. Claro que no... No podías permitírtelo...
-       No sabes... Lo que... –logró decir el Maestro Artesano entre jadeos. Llevaba puesta la Fuerza de la Naturaleza, pero carecía de la Armadura de Warmog, por lo que solamente su energía se enfrentaba al ansia insaciable del Velo. Portando sus viejas e inútiles armas, Doran solo podía seguir ganando tiempo. No podía tomarlo, no él... Entonces, la oscuridad se redobló.
-       ¡Silencio! Solo yo soy el adecuado para portarlo. El Anillo de Zhonya. Donde ocultaste el verdadero y único Ángel de la Guarda... ¿Crees que no lo sé? Robado, dijeron... ¡Ilusos! –Doran era incapaz de ver y sentir más allá de la oscuridad en la que estaba rodeado. Su vida se desvanecía ante sus ojos, y el trabajo de su vida yacía tirado en el suelo, incompleto. Tantas ideas, tantos artefactos por hacer...
Todo sucedió muy rápido. En cuanto el Velo consumió las últimas fuerzas de Doran, la oscuridad lo engulló completamente, y le arrancó la poca esencia vital que el Maestro Artesano disponía. Ya estaba muerto antes de caer al suelo.
El Maestro sonrió. Alzando una mano, apartó la forja central que aún estaba ardiendo, revelando el agujero en el suelo. La pequeña cajita era indetectable con una forja mágica encima de ella, pero para el Maestro no había enigmas que no pudiera resolver. Con un gesto, la oscuridad destrozó la caja, liberando aquel ansiado artefacto... El oro puro, mezclado con los dos zafiros que decoraban la calavera, el emblema de Zhonya, quedaban perfectamente en su mano, remarcó. Zhonya... Otro de los grandes.




Fuera, la batalla continuaba, pero todos los Invocadores renegados, controlados o no, se habían detenido en sus acciones. Sintiendo la solemnidad, debían estar quietos. Daba igual los proyectiles de los enemigos, o que Cho’gath y Malphite aplastaban a alguien de tanto en tanto. Era el momento de gloria que su Maestro les había prometido, y todos los disfrutaban en conjunto.

Therion, herido y agotado, no era capaz de verlos. Centrado en esquivar a los colosos y en eliminar a sus enemigos, en ningún momento les dio la espalda, hasta que el grito de alerta de Ansirem le hizo volverse ante la oscuridad. Ante todos los Invocadores de la Liga presentes en la sala, solo en las puertas abiertas del Arcanum, había un único Invocador encapuchado. En su mano derecha portaba el legendario Anillo de Zhonya. En su mano izquierda... Una larga guadaña. Con ella dio un golpe en el suelo, y la oscuridad invadió la sala por completo, atrapando a todos los presentes de tal forma que ni siquiera Cho’gath o Kassadin escaparon a él. Todos sintieron como aquella fuerza oscura les obligaba poco a poco a inclinarse... Hasta que todos quedaron arrodillados ante aquel Invocador, que sonreía abiertamente. Con un gesto de su mano derecha, hizo acercarse al debilitado Therion, que se había quedado sin palabras.
-       Saludos, miembro del Concilio... He venido a ofrecer un cambio de rumbo para el Instituto de la Guerra... –comenzó, antes de que el otro Invocador le escupiera a la cara. Se escuchó un murmullo de asombro entre los renegados, para luego formarse una clara indignación. El Maestro no cambió su tono, simplemente apartando la saliva con un toque de magia.
-       No es una forma adecuada de tratar a un superior frente a todo el Instituto... Miembro del Concilio Therion –dijo, señalando con la guadaña a las múltiples Esferas que el Maestro había conjurado, cuyas gemelas se repartían por todo el Instituto. Therion ni siquiera las miró, la indignación y el odio recorrían cada fibra de su ser.
-       ¡Tú estás muerto! ¡Istvaan de Zaun! –gritó el Invocador, casi enloquecido. El Maestro, por su parte, volvió a sonreír, antes de acercar bruscamente al miembro del Concilio para sí con su mano derecha, alzándolo en el aire como si de una mota de polvo se tratase.
-       ¡Nunca hicisteis el más mínimo esfuerzo para entender realmente mi potencial, imbécil! ¡Y tú, Ashram! ¡Sé que estás aquí, escuchando! ¡Esto es lo que espera a quienes desafían a Istvaan! –rugió el interpelado, antes de hacer silbar su guadaña.
Ansirem comprendía, anonadado, conforme la mitad del cuerpo de Therion caía pesadamente al suelo, y la sangre manaba sin control. En un instante, con una frase, las dudas se habían disuelto. La identidad del enemigo, su poder. El control de otros hechiceros mediante el miedo. En la supuesta muerte de Fiddlesticks.

Istvaan jamás había invocado a un Campeón aquel día, hacía más de treinta años. Él se había vuelto un Campeón. Había sido utilizado por la Liga, y les había odiado por ello. Él, quien consideraba a los Campeones poco menos que objetos. Había acumulado poder durante todo aquel tiempo... Y ahora, se levantaba. Ahora, serían ellos los que serían utilizados.

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