NOTA DEL AUTOR:
A partir de aquí, deberé ocuparme de la edición a la vez de la escritura de esta historia, dado que el compañero Amatoxina ya tiene que dedicarse a tareas bastante más provechosas que ayudar a alguien que le gusta escribir. Le agradezco profundamente la ayuda prestada, y espero que no haya dejado yo demasiados fallos en lo que vais a leer! Mañana el siguiente capítulo.
Instituto de la Guerra
A partir de aquí, deberé ocuparme de la edición a la vez de la escritura de esta historia, dado que el compañero Amatoxina ya tiene que dedicarse a tareas bastante más provechosas que ayudar a alguien que le gusta escribir. Le agradezco profundamente la ayuda prestada, y espero que no haya dejado yo demasiados fallos en lo que vais a leer! Mañana el siguiente capítulo.
Instituto de la Guerra
El
caos y la oscuridad supuraban a partes iguales en los pasillos del Ala Este del
Instituto de la Guerra. Las cuchillas de Nocturne estaban completamente bañadas
en la sangre de todos aquellos que no habían podido huir a tiempo. La espantosa
criatura espectral no había dejado de atacar a todos los vivos, indistintamente
de la raza o sexo, solamente se detenía lo suficiente para rematar
completamente los cadáveres... Pero había algo extraño en los ecos que
provenían de su boca, los gritos... Había más que sed de sangre, había
confusión.
- ¿Dónde están...? ¡¿DÓNDE
ESTÁN?! –rugió, antes de lanzarse contra un nuevo grupo de Invocadores, estos
ya más preparados, que habían permanecido conjurando un poderoso escudo ante el
cual la criatura sombría se chocó de bruces contra él. La Pesadilla Eterna trató
de acuchillar al aire con sus hojas y sus alaridos, que provocaron que los
Invocadores perdieran la concentración el instante suficiente como para que
Nocturne empalara a todos ellos, solo para seguir gritando. – ¡¿DÓNDE ESTÁN?!
Husmeando,
o más bien percibiendo a través del aire, finalmente se decantó por una
dirección, a su diestra. Nocturne cargó de frente contra una pared,
destrozándola, solo para proseguir con las dos siguientes, golpe a golpe, hasta
llegar frente a una de las Salas de Curación. Cuando vio la puerta sellada,
volvió a lanzar un chillido desgarrador que hizo retroceder a todos los
hechiceros que se habían reunido frente a la Sala con el fin de protegerla,
pegándose estos contra la pared.
- ¡Llamad a los refuerzos!
¡Debemos parar a este monstruo! –gritó uno de los Invocadores, antes de dirigir
a sus aliados a formar un escudo conjunto contra la Pesadilla Eterna, que simplemente comenzó a
destrozarlo mediante pura violencia, rompiendo las barreras mágicas con sus
filos oscuros, hasta que escuchó el primer chasquido a sus espaldas. Un escudo
de pura oscuridad lo rodeó un instante, suficiente como para rechazar los primeros
proyectiles que los Invocadores de refuerzo le habían arrojado, pero no los
últimos, que lo proyectaron contra la barrera, la cual aún era suficientemente
poderosa como para provocarle un intenso dolor al espectro. Un nuevo alarido
brotó de lo que debería ser su boca, y los Invocadores dieron un paso atrás.
¿Qué demonios le estaba atrayendo dentro de una sala de enfermos? Sus víctimas
ya no estaban ahí...
En
el interior de la Sala podían escucharse leves ecos del combate. Sin embargo, la
mayoría de los que se encontraban allí estaban demasiado aturdidos o
directamente inconscientes para reaccionar ante el asedio del Espectro. No
obstante, uno de los Invocadores tumbados se incorporó en total silencio, aún
cubierto con los vendajes y una destrozada toga, ignorando la sucesiva racha de
golpes de Nocturne. Era el único en pie en un mar de heridos y devastados por
un ataque que a él no le había tocado en absoluto... Más bien le había venido
como anillo al dedo, de otra forma no hubiera podido infiltrarse en el
Instituto.
- No es el mejor momento, pero
hace demasiado tiempo que tengo una conversación pendiente contigo, y ya no
tengo mucho más que perder... –murmuró Yasuo, avanzando hacia una de las
camillas más alejadas, donde se encontraba Riven, cuyo cuerpo estaba también cubierto
de vendas de arriba abajo, con su espada rota descansando sobre una mesa. La
colosal arma noxiana, imponente aun estando fragmentada, resultaba repulsiva
para el jonio, que continuó acercándose hasta quedar frente a la Exiliada.
Alzando una daga, Yasuo simplemente esperó unos segundos. Sabía lo suficiente
de su enemigo como para saber que, en efecto, instantes después los reflejos de
Riven la levantarían de su letargo, pero no esperaba esa calma en sus ojos. La
noxiana simplemente lo miró, sin cambiar apenas la velocidad de su respiración,
hasta que un chasquido especialmente potente la hizo girar su mirada un
instante a la puerta. Incluso podían escucharse los gritos de los Invocadores,
pero no se podía entender qué sucedía...
- La Guerra en Jonia –murmuró
Yasuo, un instante antes de que la daga volara de sus manos, impulsada por una
corriente de viento que la llevó hasta que el frío metal tocó la frente de
Riven, con la punta apoyada en la morena piel de la guerrera pero sin rasgarla.
–Un Anciano. Una técnica de viento. Un asesinato. ¿Te suena de algo?
- No –dijo Riven secamente. Sabía
que no podía llevar su mano a la espada rota sin que Yasuo terminara lo que los
monstruos de las Sombras habían empezado, y de hecho no tenía ni siquiera
fuerzas para hablar... Mucho menos, paciencia. –Ninguno relevante ahora.
- He sido expulsado de mi pueblo
y se me ha cazado como un animal debido a tu habilidad con la espada, noxiana.
Puedes intentar mentir, pero te he visto demasiadas veces en los Campos... ¿Así
que por qué sigues int-...? –Riven cerró los ojos un instante, cuando volvió a
abrirlos, Yasuo ya no estaba ahí, y la daga cayó sobre su pecho. Extrañada,
Riven parpadeó, solo para ver a Yasuo tirado en el suelo con la cara empapada,
y a Jax con el mismo atuendo de vendas que la Exiliada y una fregona sobre su
espalda, sujetándola como si de su farol se tratara. Naturalmente la máscara
del Maestro de Armas se encontraba en perfecto estado.
- Intentan matarnos de todas las formas
posibles, y tenéis que empezar a haceros arrumacos ahora. Tsk... Os dan una
espada y os creéis el centro del universo, ¿eh? –dijo Jax, quien evidentemente
no había perdido su tono, a pesar de haber sufrido más daños que Riven.
Prácticamente uno de sus brazos había perdido su funcionalidad hasta que los
Invocadores le habían tratado, aunque Riven se había dado cuenta que era el
mismo con el que acababa de derribar al jonio. Para rematar, y antes de que
Yasuo pudiera abrir la boca, un vozarrón enorme acalló cualquier cosa que
pudiera decir ninguno de ellos.
- ¡PERO VAMOS A VER! ¡¿QUIÉN SE
HA LLEVADO MI CERVEZA?! –rugió el enorme Gragas, que aún tumbado en tres de las
camillas a la vez, crujían cada vez que el gigantón se movía, amenazando con
hacerlas polvo. – ¿Y QUIÉN HACE TANTO RUIDO?
- Maldita sea, gordo, el que hace
ruido eres... Ah no, que no eras tú –dijo el enmascarado, mirando hacia la
puerta. Con el griterío, varios Invocadores ya estaban despiertos, observando
cómo las puertas selladas cada vez perdían más luz... Cuando, con un chasquido,
un fragmento de cuchilla embadurnada en sangre atravesó la puerta, manchando a
los primeros humanos con el caliente carmesí, ello, sumado a los golpes y
chillidos antinaturales del exterior, provocó un estallido de pánico. Aturdidos
y heridos, los Invocadores se replegaron hasta las salas internas, que ahora
estaban vacías tras el secuestro de los enfermos. Solo los Campeones quedaron
en su sitio, mientras que los Invocadores que mejor se encontraban se parapetaban
en la puerta interior. No era necesario ser un vidente para ver que aunque los
Invocadores sabían perfectamente contra quién se enfrentaban, estos no se
encontraban en situación alguna de combatir. Debilitados físicamente, la magia
Invocadora se volvía terriblemente peligrosa e inestable...
- Eh, eh, vosotros, rápido.
Hacedme un favor y a lo mejor salimos todos vivos de aquí –dijo Jax, poniendo
una mano sobre uno de los nerviosos hechiceros. A sus espaldas, las puertas
comenzaban a crujir, conforme más agujeros provocaban las cuchillas de Nocturne...
Gragas intentó levantarse, solo para terminar destrozando la camilla central,
provocando que el gigantón lanzara un alarido de dolor y furia, antes de
incorporarse cuan largo era, la cantidad de vendas que llevaba daba para cinco
o seis hombres adultos. Por su parte, Riven seguía siendo incapaz de
levantarse. Era en esos momentos cuando lamentaba haberse despojado de su
armadura completa... Y Yasuo trataba de volver a incorporarse en silencio,
mientras la Exiliada no miraba, daga en mano.
No
demasiado lejos de allí, Therion avanzaba a paso vivo por el Ala Este,
empuñando el Báculo del Huracán, que no
había devuelto al Arcanum tras haber comprobado lo bien que se manejaba con él.
Las Esferas no mentían; habían vuelto a ser atacados antes de poder siquiera recuperarse
de la primera ofensiva. Más de la mitad de sus fuerzas estaban lejos de su
alcance, como los Arquitectos que seguían trabajando en el nuevo Campo en el
Paso de Mogron, aquellos que habían ido a investigar aquellas misteriosas
fallas en la Grieta del Invocador... La mayoría de Invocadores de élite estaban
inoperativos. El resto estaban siendo atacados por numerosos grupos repartidos
en todo el Instituto. Lo único que calmaba al miembro del Concilio era que no tenía
que soportar el maldito hechizo de los Ojos Rojos, puesto que ya no hacía falta
ese poder para saber el caos a su alrededor... Bastaba con escuchar los gritos.
- Sabían perfectamente lo que
íbamos a hacer y en qué momento... No estoy seguro de cómo responderemos a
esto, mi señor... Nocturne ha descuartizado a medio centenar de Invocadores ya,
y trata de infiltrarse en una de las Salas de Curación selladas. Si la abre,
están muertos –dijo Ansirem, que apenas había tenido tiempo para recuperarse.
El único ojo que le quedaba brillaba con el fulgor carmesí, mientras observaba
cada esquina del Instituto.
- Pero imagino que hay demasiados
grupos de enemigos entre ellos y nosotros, ¿cierto? –dijo Therion, prestando
atención a la vez a múltiples esferas que flotaban a su alrededor con informes
de estado.
- En efecto. Estamos al otro
extremo; la mayoría de objetivos están en el Arcanum, atacando a la mayoría de
los nuestros, como había previsto el Caminante... ¿Dónde está, por cierto? De
hecho, ¿dónde habéis enviado a los Campeones? –dijo el Árbitro, mirando a su
alrededor. Therion maldijo en voz alta.
- Puedes anular tu hechizo,
Ansirem... Kassadin está liderando la defensa del Arcanum, y Kayle debería
estar con él. Si no los ves... Es que nuestro enemigo puede cerrar nuestros
ojos.
- Pero eso no puede ser. ¿Este no
es uno de los más complejos y antiguos hechizos de...? –empezó el Árbitro,
llevando una mano a su ojo.
- Olvídate de lo que es posible y
lo que no. ¿Estáis preparados? –gritó Therion, mirando a los suyos un instante
antes de señalar a las puertas selladas que daban acceso a la plaza del
Arcanum. El bastón comenzó a brillar, del mismo modo que lo hacían las manos
del Invocador mientras su vida le era arrebatada poco a poco por el artefacto.
– ¡No tengáis piedad! ¡Nos enfrentamos a traidores y asesinos! ¡Recordad a todos
los caídos, a Alistar, a Fiddlesticks! ¡Recordad por qué Vessaria está casi
muerta! ¡Por el Instituto de la Guerra, enviad a nuestros enemigos al infierno!
En algún lugar
bajo el Instituto...
La
Justiciera se encontró encadenada de pies, manos y alas, quedando en el aire en
una sala oscura y lúgubre solo iluminada por unas tenues velas. Parecía una
mazmorra, pero no había mazmorras así en el Instituto. Ante ella estaba la
figura aparentemente durmiente de su hermana, que despedía una pura oscuridad,
y un odio casi palpable. Kayle ni siquiera intentó patalear, eso le restaría
tiempo, y esforzarse contra aquella clase de cadenas, las que usaban los
Invocadores, era inútil. Sentía cómo sus poderes estaban completamente
anulados, lo cual la dejaba en una situación contra la que poco podía hacer. La
revelación de que había alguien manejando los hilos aún mantenía la mente de la
Justiciera en movimiento, tratando de desvelar los enigmas. Alguien
suficientemente poderoso como para doblegar su voluntad y hacer que ella
atentara contra el Instituto... No había demasiados hechiceros con tal poder.
Su
corriente de pensamientos se cortó abruptamente cuando las velas se apagaron...
Y unos ojos violáceos se abrieron a su vez, junto a una sonrisa casi
imperceptible. Con un gesto inaudible, Morgana se incorporó y comenzó a
manipular elementos que quedaban a ambos lados de Kayle, quien no podía girar
el cuello para saber qué demonios hacía su hermana, que sorprendentemente
permanecía en silencio. Tras un largo rato, algo cambió en el ambiente. La
Justiciera comenzó a sentir una mezcla de olores y luces que se le antojaban
familiares, pero no recordaba dónde... Siguió en la duda hasta que escuchó el
primer golpe de martillo contra el metal, y con el chasquido, los recuerdos
agolparon su mente de forma que todas las cadenas tintinearon.
- Ah...
Parece que la Campeona recuerda su época de niñez... Te encantaba la forja. El
ritmo de los martillos, el aroma del metal ardiente, las maravillas creadas de
acero y magia. Mientras que yo...
–con unos pasos, Morgana volvió a cruzar la estancia. Unos segundos después, un
olor todavía más característico invadió el rostro de Kayle, quien a pesar de su
recuperada resistencia y voluntad, no pudo evitar una leve lágrima al
recordar... Dado que eran recuerdos demasiado preciosos y lejanos como para
conseguir apartarlos a tiempo. De pronto, las luces volvieron a inflamarse con
un poderoso chasquido, y el rostro de Morgana, enloquecido, se pegó al de su
hermana.
- ¡¿Te
acuerdas, maldita tirana?! ¡Metal y galletas! ¡¿Recuerdas lo que era nuestra
vida antes de que decidieras que yo no podía pensar por mí misma?! ¡Recuerda,
maldita seas!
–gritó Morgana, justo antes de agarrar una de las galletas y forzar a Kayle a tragársela,
casi ahogándola en el proceso. Estaba ardiendo, pero el único efecto real que
provocó fue que la voluntad de Kayle volvió a chocar con recuerdos anteriores a
la guerra... ¿Cómo recordaba su maldita hermana todo aquello?
Con
un chillido de rabia al ver el rostro de Kayle, Morgana volvió a levantarse,
pero esta vez agarró las cadenas y forzó la posición de Kayle, girándola para
ver la forja que la Caída había dispuesto, prácticamente igual que las de su
pueblo. Sin ceremonia alguna, Morgana extrajo una espada candente, para después
hundirla en el agua, provocando una nube de humo que cubrió la sala. Con sus
pulmones y ojos llenándose del humo, la Justiciera fue incapaz de ver cómo su
hermana levantaba el filo por encima de su cabeza.
- ¡Ahora,
Kayle! ¡Por la libertad de mi pueblo! ¡Tú no puedes volver a levantarte! –rugió, antes de que el filo
cayera una vez... Seccionando el ala izquierda de Kayle, quien lanzó un
terrible aullido de dolor. Con la hoja manchada, Morgana volvió a levantar su
espada.
- No...
¡No! –dijo la
Justiciera entre gritos de dolor, hablando por primera vez, y soltando
pedacitos de galleta por todas partes... Pero Morgana ya había escogido su
objetivo una vez más.
- ¡Por
abandonarme, por no rendirme ante tu tiranía! ¡No mereces el cielo! –otro grito, la otra ala cayó
al suelo. La sangre empapaba el suelo bajo Kayle, quien no podía temblaba
continuamente por los espasmos de dolor, haciendo cantar a las cadenas. Una
sensación de indefensión tan grande, unida al dolor, la estaban volviendo loca,
pero por algún motivo no podía caer inconsciente, ni siquiera con la pérdida de
sangre... Entonces, antes de que su hermana levantara los brazos una tercera
vez, Kayle pudo ver claramente a través de la oscuridad aquellos dos ojos
esmeraldas, un destello de plata, y una mueca cruel, antes de que la cuchilla
cortara su brazo derecho, y todo su cuerpo se retorciera de puro dolor mientras
las cadenas tiraban cruelmente de ella, a punto de partirla en dos...
- Por
el Maestro... ¡Por interferir contra él!
En
el momento en que cayó, el Maestro avanzó en la sala, perdiendo interés por el
fardo mutilado que era ahora Kayle en tanto Morgana se giraba, tomando con un
dedo parte de la sangre caliente que goteaba y la probaba. El Maestro inclinó
la cabeza en un gesto de satisfacción, en tanto la Caída sonreía, con una
expresión confusa en su rostro.
Todo
marchaba según lo planeado. Solo restaba tomar el Arcanum y lustros de
planificación darían sus frutos... Aunque su estrategia perfecta estaba
teniendo algunas fallas. Doran nunca debía haber vuelto, por lo que debería
enviarlo de vuelta al olvido para que todo fuera perfecto. Los demás peones
debían ser ordenados para que su efectividad fuera máxima... Y sus otras piezas,
la caballería de monstruos... Ni siquiera tenía por qué intentar controlarlos
un ápice, salvo a Nocturne, aunque estaba resultando más complejo de lo que
suponía en un primer instante. Peligrosos a medio y largo plazo, pero que
devastaran Valoran era un pequeño precio a pagar por tomar el lugar que le
correspondía como soberano.
- Maestro... ¿Puedo rematarla
ahora? ¿O puedo tomarme mi tiempo? –preguntó Morgana. El Maestro notó que, a
pesar de haber estado bajo su control mucho más tiempo que los demás, había algo
que provocaba que Morgana temblara completamente, de forma inconsciente. ¿Se
rebelaba ante él por el sentimiento de venganza tan intenso que la consumía?
Fascinante...
- Tómate tu tiempo, lo estás
deseando. Avísame cuando esté muerta –dijo, antes de girarse y salir de la
celda. Si la hubiera mirado un poco más, el Maestro podría haber jurado que
Morgaba parecía estar extasiada con las posibilidades...
Arcanum Majoris
El
combate mágico que se sucedía entre las paredes del Instituto no era nada que hubiera
podido ver ningún ciudadano libre de Valoran en los Campos de la Justicia. La
cantidad de hechizos y de magia en el ambiente era sencillamente demoledora,
más propia de una de las tan terribles Guerras Rúnicas que de un combate civilizado.
Cada hechizo hacía supurar más y más la herida que Runaterra sufría por culpa
de la magia. Pero no había forma de detener aquello, no cuando se enfrentaban aquellos
que portaban el emblema de la Liga contra los Invocadores de togas negras y
ojos de obsidiana, junto a otros traidores que parecían perfectamente
conscientes de lo que hacían.
Therion
rugía mientras empleaba el poderoso Báculo, rompiendo las defensas de los
enemigos y lanzándolos por los aires, momento en el que numerosos hechizos los
ataban, los hacían arder o los desvanecían, en función de cada Invocador. Cada
vez que el líder del Instituto abría un hueco en las defensas enemigas, estos
reafirmaban su línea, y la vida se perdía entre las manos del Invocador,
consumida por el terrible artefacto. El Instituto era poderoso, pero precisaba
un mínimo tiempo de preparación que sus enemigos habían usado en su contra. Y
con Doran sellado en el Arcanum, no podían recurrir a los artefactos para
acabar directamente con sus enemigos... Y hacer caso a las peticiones de
Kassadin era algo peligroso. ¿Y si otros Campeones también habían sido
influidos por Nocturne?
- ¡Therion! ¡Los refuerzos de las
Esferas están preparados, pero no dejan de encontrar enemigos interrumpiendo
las invocaciones! ¡No hay forma de mantener estables las Esferas de Transito
con su magia disruptora! –rugió Ansirem, manipulando sus artefactos de
comunicación a la vez que evitaba las salvas de hechizos de los enemigos. El
poderoso Invocador asintió, volviendo a recurrir a su fuerza vital para empujar
una vez más la marea negra.
- Somos más que ellos... Pero
estamos separados y mal coordinados. Ansirem, ¿podrías usar... la Voz?
–inquirió el cada vez más agotado líder.
- ¡Cuidado! –avisó un Invocador,
antes de que el brillo llenase toda la sala, pero ya era tarde.
Una
docena de Invocadores enemigos se había quedado atrás, protegidos por los
demás, y habían completado su hechizo. Una marca en el suelo frente a los
Invocadores renegados devoró la pulcritud del lugar... Para luego levantarse,
formando un enorme pilar de pura negrura. Después, surgió la primera garra,
después la otra, y finalmente antes del horrible rostro, surgió el rugido. No
hizo falta decir su nombre, la enormidad del monstruo lo hacía completamente
distinguible... Aunque era bien distinto en todo su esplendor, fuera de la
forma debilitada en la que se le conocía en la Liga. Cuando la bestia terminó
de surgir del Portal, el brutal rugido que emanó acalló todo el combate,
apagando las voces y hechizos de todos los Invocadores.
Libre
de sus ataduras, Cho’gath era enorme. Era tan alto como la sala a pesar de que
se encontraba encorvado. De incorporarse, posiblemente derrumbaría el techo
sobre todos ellos sin dificultad. Era, además, tan ancho que ocultaba a la
mayor parte de los enemigos, y los pinchos que cubrían su cuerpo eran tan
grandes como un Invocador. Aquellas garras podrían tumbar las puertas del
Arcanum de un solo golpe. Y aquellos ojos... Tan extraños, tan alienígenas. El Terror
del Vacío había llegado.
Sin
embargo, la bestia no parecía complacida de verse encerrada. Como si
reconociera claramente a sus captores, Cho’gath volvió a rugir, y de un brutal
coletazo, aplastó contra el suelo a una decena de sus propios aliados,
esparciendo sus restos por todas partes, antes de lanzar el primer garrazo,
salpicando a la lluvia delantera de Invocadores con docenas de pinchos que
brotaban de su cuerpo, empalando a los hombres y mujeres como si no fueran más
que hojas. El propio Therion notó un par de estacas atravesar sin dificultad su
brazo, justo antes de que el Báculo cayera de sus manos y el Invocador gritase
de dolor...
Pero
entonces, un chasquido oscuro se interpuso entre el demonio y los Invocadores.
El Caminante del Vacío desapareció tan pronto fue material, para mostrarse de
nuevo acuchillando al Terror en una pierna, y volver a desaparecer. Cho’gath
rugió, dispuesto a destrozarlo, pero Kassadin ya no estaba ahí. Estaba en su
otra pierna, cercenando la carne. Las teletransportaciones eran demasiadas como
para seguirle continuamente, por lo que Cho’gath simplemente alzó ambas garras
y golpeó el suelo, provocando que un sinnúmero de pinchos brotara por todas
partes de su enorme cuerpo, acuchillando vilmente toda la sala. Kassadin volvió
a aparecer, respirando con dificultad, atravesado como el resto.
- ¡No pasarás, bestia! –Kassadin
gritó una orden en el dialecto de Shurima, ante la cual cinco de sus
Preservadores alzaron sus brazos, tomándose mano a mano, mientras otros cuatro
se interponían con hechizos escudo que pronto se vieron golpeados por los
renegados, pero no superados. El caos que generaba el demonio era demasiado
como para que cualquier Invocador conjurase contra los Preservadores, que sí
habían sido capaces de contener el temple contra el demonio, como se habían
preparado desde la fundación de la Orden. La tierra comenzó a temblar mientras
un nuevo Portal volvía a materializarse, obligando a los Invocadores de la Liga
a retroceder más contra las paredes del Arcanum.
- ¡¿Qué hacéis?! ¡No invoquéis a
más Campeones! –rugió Therion, tratando infructuosamente de levantar una vez
más el artefacto arcano, pero ya era tarde. Del Portal surgió un colosal brazo,
más grande incluso que Cho’gath. Después otro. Y después... La inmensa piedra
viva conocida como Malphite se arrojó instintivamente contra Cho’gath, lanzándole
un puñetazo pétreo que derribó a la bestia, aplastando a numerosos renegados en
el proceso.
- ¡Malphite, haz honor a tu
palabra! ¡Ayúdanos! –gritó Kassadin, que se había apoyado en los hombros del
titán, quien asintió un instante antes de que Cho’gath lanzara un golpe,
provocando que un alud de piedras cayera del Fragmento del Monolito, quien
simplemente endureció su piedra antes de lanzar un cabezazo que logró hacer
chillar de dolor al Terror.
Mientras
los dos gigantes golpeaban y destrozaban todo a su paso, los Invocadores
trataban de apoyar a su Campeón con hechizos y salvaguardas, a pesar de que
Cho’gath masacraba a los renegados por igual. De estos, los Invocadores
traidores habían tomado posiciones defensivas, en tanto que los de ojos de
obsidiana no se habían movido un instante, sufriendo por ello numerosas
pérdidas. Pero hacían su trabajo adecuadamente, y pronto, la mayoría de
Invocadores de la Liga olvidaba que estaban defendiendo algo.
En
tanto la guerra procedía, nadie había visto la oscuridad que había circulado
por el suelo, y que en aquel momento se volvía densa enfrente de la puerta del
Arcanum... Una oscuridad de ojos esmeralda.
Ciudad Bandle
Los
miembros de los Exploradores de Mothership se miraban preocupados los unos a
los otros. Su líder los había convocado a todos, sin excepción, a una reunión
de urgencia. Y eso no sucedía a menudo. En medio de murmullos, los pequeños
seres discutían lo que había trascendido.
- Imposible... ¿Quién sabría nuestro
código?
- Alguien con poder... Un hechicero.
- Manipular a Teemo de esa
forma... ¿Cómo no ha matado a alguien aún?
- El Anciano lo ha logrado
calmar... Por ahora. Vamos a tener que enviarle bastante lejos esta vez.
- Pero... ¿Y vamos a quedarnos sin
actuar?
- No, claro que no. Nadie nos
manipula sin pagar el precio. Pero será difícil rastrearlo.
- ¿Tenemos algún punto de inicio?
- Bueno... Aparentemente el
Instituto de la Guerra está siendo atacado ahora mismo. Posiblemente tenga que
ver, porque la última nota que recibió Teemo lo encomendaba a dirigirse allí.
No
muy lejos de allí, el Xeniam estaba sentado, aun ardiendo, observando el arma
que le apuntaba. Ante él se encontraba Tristana, la Artillera Megling, junto a
un devastado Teemo, que mantenía su rostro continuamente entre una sonrisa
inquietante y unos ojos entrecerrados, a la vez que repetía incesantemente
palabras inconexas.
- ¡Tú!
¡Desde que has llegado, él está así! ¿Qué has hecho, engendro? –dijo la pequeña Yordle, con
una mirada gélida, que se cortó el instante en que miró a su compañero Campeón.
El asesino no contestó, lo que provocó que Tristana se enfadara aún más, y
cargara su cañón.
- ¿Piensas
que no voy a hacerlo solo porque hayas acabado las pruebas? ¡Han sido demasiado
suaves contigo!
–gruñó la Artillera mientras la desproporcionada arma en sus manos parecía
estar a punto de reventar.
Incorporándose,
el Xeniam llevó ambas manos a su capucha, volviendo a cubrirse su rostro con
ella, y en el gesto, las llamas se apagaron, provocando una pequeña humareda
que envolvió al alto ser del todo. Tristana creyó ver una sonrisa... Y disparó.
¡Nadie le hacía eso a su amigo! Sin embargo, pudo ver cómo el disparo se perdía
en la tela rasgada de la tienda, pero el Xeniam estaba igual, frente a ella,
solo que con un aspecto bien distinto. Sus alas brillaban como el más puro
nácar, el filo entre sus manos estaba completo y destellante, la negra piel
brillaba como la obsidiana, y los largos cabellos plateados estaban limpios de
sangre y polvo.
- No
torturo sin motivo. No he tocado a tu amigo, por lo que deberías preguntar a
otro...
–murmuró Akran, antes de volver a sentarse. Notaba, ahora sí, el poder de
Valoran corriendo por su cuerpo, alimentándolo, manteniéndolo sano... Y a la
vez, marcándolo, atándolo sin remisión al poder de Runaterra. Tristana hizo
ademán de volver a cargar el cañón, pero un par de Exploradores habían llegado
al lugar, atraídos por la explosión.
- ¡Tristana! ¡¿Por qué te has
llevado a Teemo?! Rápido, ven con nosotros. ¡El Anciano tiene algo que decir! Y
es serio, porque lo hace delante de la Mothership –dijo uno de ellos, mientras
el otro tomaba a Teemo lentamente y lo hacía caminar fuera de la tienda. El
perturbado Campeón miró un instante al Xeniam, antes de dejarse conducir, mientras
su furibunda amiga lo destrozaba con la mirada conforme se iba retirando.
Cuando todos se fueron, dejando caer la tela de la tienda, algo inútil dado el
boquete que Tristana había producido, Akran se incorporó, espada en mano, y la
clavó enfrente de él. Contemplando el reflejo de sí mismo en el arma, apoyó
ambas manos sobre la base del filo sin guarda, y comenzó a concentrarse. Las
llamas empezaron a arder a su alrededor, pero antes de que los guardas giraran
sobre sus pasos, Akran ya no se encontraba ahí.
En algún lugar de
Shurima...
Malzahar
se vio proyectado con violencia contra una de las columnas milenarias, mientras
el Engendro del Vacío cargaba contra el Profeta solo para embestirlo una vez
más, provocando que un chorro de sangre negra manara del cuerpo del hombre de
Shurima.
- Compren... ¡Comprended! ¡Solo
se puede esperar! –gritó el Profeta, aparentemente al aire. Sin embargo, el
Engendro se removió, y su cuerpo sin rostro empezó a deformarse, hasta que algo
que podría definirse como tal surgió, tan espantoso como cualquier otra
aberración del Vacío.
- Hemos dado mucho tiempo... Te
dimos las palabras. ¡Y las perdiste! –la garra del Engendro agarró el cuello de
Malzahar, levantándolo en el aire, ahogándolo. Este trató de volver a hablar,
pero su garganta estaba completamente obstruida... Por lo que tomó el otro
camino. Cerrando sus ojos, Malzahar se concentró en sus dones, que a pesar de
estar corruptos por el Vacío, eran capaces de revelar formas y figuras.
- Lo vemos... No deberíamos. ¿Qué
lo ata? –murmuró el rostro, genuinamente sorprendido, dejando caer al Profeta
al suelo, quien comenzó a respirar aceleradamente.
- Runaterra... Lo mismo que... Os
mantiene lejos, lo ata a él. No puede irse, es cuestión de tiempo. Vuestros
hijos ya son libres, como acordamos... –Malzahar miró fijamente al rostro del
Vacío, quien poco a poco desapareció, hasta que el Engendro cayó en la nada,
disolviéndose. Suspirando de alivio, el Profeta trató de recomponerse,
ordenando sus pensamientos.
Fuera
de su habitación personal le esperaban todos sus fieles, que habían huido de la
devastación... Como Malzahar había predicho.
Como
Malzahar había acordado con el Maestro, más bien... Se avecinaban tiempos
oscuros para Runaterra, pero ese Maestro solo sería un escollo más para los
suyos. La Obra del Vacío daría un ejemplo a Valoran de lo que estaba por
llegar.
Instituto de la
Guerra
Ashram
no podía evitar su acostumbrada sonrisa en tanto navegaba por la Sala de Orbes.
Incluso allí, en una de las raíces más ancestrales del Instituto, podía sentir
los ecos del combate mágico que se producía a cientos de cabezas de donde se
encontraba. Pero eso no era de su interés. No buscaba eso.
Lo
que él quería era la vida, no la muerte. Demasiados años burlando a la Parca,
demasiado tiempo y corrupción sobre su frágil cuerpo. Reginald Ashram quería
vivir, completar su obra. Y para ello necesitaba encontrar nuevos métodos. ¿Qué
por qué los monstruos de la Isla de las Sombras y sus perturbados Invocadores
seguían estando libres? El veneno de Vilemaw. ¿Zed, Varus y Syndra, libres en
Jonia? Técnicas ocultas, corrupción regenerativa, y puro poder. Cualquiera que
poseyera un secreto que Ashram quisiera, tendría el camino libre. Al fin y al
cabo, él era la Mente del Instituto, quien tejía los hilos. Y sin embargo...
No
tenía ni idea de lo que había descubierto Ansirem. Lo que había provocado que
Shaco, que debería haber estado asesinando en aquel momento a un par de
contrabandistas zaunitas, estuviera esperándole allí. Ashram no aceptaba esa
clase de errores en sus planes... Por lo que caminando a su ritmo, ignorando
toda la muerte que lo rodeaba, llegó al Orbe de la Grieta. A diferencia del
Árbitro, Ashram disponía de decenas y decenas de recuerdos de la Liga y sus
primeros combates, por lo que los números se abrieron en su mente al instante.
Comprendió,
entendió, y dejó de sonreír... Solo para dejar una clara mueca de desagrado en
su viejo rostro. Aquellas formas, aquellas maneras de actuar... No eran
Malzahar y su grupo, tampoco Kassadin. No eran tretas noxianas, mucho menos
demacianas. Se había ocupado de Zaun y Piltover, por lo que tampoco era eso.
¿Freljord? ¿Jonia? Los estúpidos e infantiles Yordles tampoco serían capaces...
Y mucho menos Aguas Estancadas.
Antes
de que fuera detectado, Ashram comenzó a conjurar a su alrededor, reforzando
las defensas de la Sala. No pretendía que lo encontraran allí, la gran parte de
su poder se dedicaba a mantenerle con vida. Y no iba a gastar su conocimiento
en necios como los que poblaban el Instituto. Al fin y al cabo, él no solo es
que fuera un superviviente de las Guerras Rúnicas...
Había
instigado algunas de ellas. Y bien podía agilizar la que se estaba provocando
ahora. Al fin y al cabo, el tiempo valía más que todo. Había puertas que abrir.
Nocturne
estaba obcecado en destruir aquella puerta, tanto, que ya había comenzado a
sufrir daños serios por los Invocadores. Su escudo tenía un límite, y una
decena de hechiceros lo ponían a prueba. Sin embargo, no podían detenerlo, solo
ralentizarlo. Ya era capaz de atravesar toda su hoja en el hueco que había
realizado en la puerta hechizada, atravesando todos los cadáveres de los
primeros defensores, cuando de pronto, las dos puertas se abrieron de par en
par, atascando a la Pesadilla Eterna contra la pared al hundirse su arma en
esta. Los Invocadores gritaron, alarmados, pero en el segundo que Nocturne
tardó en desencajar su cuchilla, un brutal golpetazo mandó volando al espectro
hasta que chocó contra la pared opuesta, a numerosos metros de distancia.
Los
Invocadores que habían tratado de combatir a Nocturne observaron, incrédulos, a
la bestia de oscuridad que trataba de incorporarse y recuperar su forma física,
antes de ver a quien salía de la Sala de Curación y comprender.
La
larga toga púrpura que siempre ocultaba sus formas danzaba a su alrededor,
mientras la máscara destellaba con los seis puntos brillantes que realzaban y
otorgaban un toque único al aspecto del Maestro de Armas. Quien, sin embargo,
llevaba entre sus manos algo totalmente distinto al acostumbrado farol que todos
conocían. Jax portaba lo que parecía un martillo de guerra en sus manos, solo
que la cabeza del martillo tenía los mismos seis focos de luz que su máscara.
Con un sencillo gesto de muñeca, el martillo empezó a brillar.
- Es la maza de Jax... –murmuró
el mayor de los Invocadores, asombrado. El más joven del grupo, que solo había
escuchado las historias, asintió, entendiendo. Las había visto cuando se habían
abierto obligatoriamente todas las habitaciones de los Campeones. Puede que Jax
no utilizara armas en la Liga de Leyendas... Pero eso no hacía que tuviera que
deshacerse de sus viejas amigas.
- Vamos, Nocturne. Dicen que eres
mejor que yo... ¿Lo ponemos a prueba, libres de ataduras? –dijo Jax, haciendo
bailar el martillo entre sus manos mientras avanzaba, quedando siempre en una
posición defensiva. Nocturne chilló, expandiendo sus filos, y se lanzó hacia
delante a una velocidad demencial... Solo para que Jax desviara ambas cuchillas
con el mango del martillo, para luego embestir a la Pesadilla Eterna. Y,
alzando el martillo, Jax asestó un golpe tal que Nocturne se deshizo en su
forma primaria de oscuridad entre alaridos de dolor, para luego recomponerse,
unos metros atrás. Tres golpes, fiel a su estilo.
- ¡Dónde están! –volvió a aullar
Nocturne, desconcertando a los Invocadores. ¿A qué se refería aquella criatura?
Sin embargo, antes de poder saber más, se escuchó un grito de jolgorio, a lo
que siguió una maldición de Jax mientras un enorme barril volaba por los aires
e impactaba directamente a Nocturne, para luego reventar con la potente mezcla
de Gragas y hacer arder al espectro.
- ¡ESO TE PASA POR DESPERTARME,
CABRÓN! –gruñó el gigantón, aún dentro de la Sala de Curación. Los Invocadores
que habían cumplido paso por paso las instrucciones de Jax observaban
asombrados el efecto que había tenido invocar un par de barriles, algo de ropa
y un martillo, mientras uno de ellos seguía siendo asediado tanto por Yasuo
como por Riven. El primero, porque al ver lo que hacían, dejó caer la daga
cuando ya estaba a punto de acuchillar a la Exiliada y exigió a los Invocadores
que trajeran de vuelta su espada. Y la segunda, pedía su armadura noxiana.
- Ya os lo he dicho... ¡No puedo
hacer aparecer cosas de la nada! Si no sabéis dónde están, o están bloqueadas
por otra magia, ¡no puedo dároslas! –repuso el Invocador, alzando ambas manos
en gesto conciliador, mientras ambos espadachines fruncían el ceño, furiosos.
Uno con unas ajadas ropas de Invocador, la otra cubierta de vendas de arriba
abajo, ya en pie pero debilitada.
- ¿Cómo demonios lo hace? No
parece humano... –rezongó Riven, mirando a Jax que había vuelto a golpear a
Nocturne.
- ¿Humano, Jax...? –empezó uno de
los Invocadores antes de que los demás, alertados, se tiraran sobre él,
callándoles. Sin embargo, ninguno de los otros Campeones se dio cuenta del
desliz, aparentemente, mientras observaban una de las Esferas que se había
activado por sí sola.
Arcanum Majoris
Dentro
del santuario de Doran, la oscuridad invadía la sala, incluso a pesar de las
grandes forjas, que estaban encendidas y funcionando. Numerosos artefactos
reposaban desperdigados sobre las mesas, objetos a los que les faltaban
numerosos detalles o revisiones. Cuanto más se veía la mesa, más claro quedaba
que el artesano se había ido quedando sin tiempo, para que finalmente el último
artículo aún ardiera en las llamas.
- Doran, Doran... Supuestamente
no ibas a ser tan problemático... –dijo la voz en un tono suave, con una
sonrisa vil, mientras el Maestro Artesano trataba de soportar la oscuridad que
lo rodeaba. Los ojos esmeraldas lo miraban fijamente, a él y al Velo del Hada
de la Muerte, que iba poco a poco consumiendo la energía vital del hombre. –
¿Por qué no me das lo que quiero? Sé que lo escondiste hace tiempo... Un
artefacto así, ni tu cabeza rota pudo evitar ver lo que era... Intentaste
destruirlo pero no pudiste. Claro que no... No podías permitírtelo...
- No sabes... Lo que... –logró
decir el Maestro Artesano entre jadeos. Llevaba puesta la Fuerza de la
Naturaleza, pero carecía de la Armadura de Warmog, por lo que solamente su
energía se enfrentaba al ansia insaciable del Velo. Portando sus viejas e
inútiles armas, Doran solo podía seguir ganando tiempo. No podía tomarlo, no él...
Entonces, la oscuridad se redobló.
- ¡Silencio! Solo yo soy el
adecuado para portarlo. El Anillo de Zhonya. Donde ocultaste el verdadero y
único Ángel de la Guarda... ¿Crees que no lo sé? Robado, dijeron... ¡Ilusos!
–Doran era incapaz de ver y sentir más allá de la oscuridad en la que estaba
rodeado. Su vida se desvanecía ante sus ojos, y el trabajo de su vida yacía
tirado en el suelo, incompleto. Tantas ideas, tantos artefactos por hacer...
Todo
sucedió muy rápido. En cuanto el Velo consumió las últimas fuerzas de Doran, la
oscuridad lo engulló completamente, y le arrancó la poca esencia vital que el
Maestro Artesano disponía. Ya estaba muerto antes de caer al suelo.
El
Maestro sonrió. Alzando una mano, apartó la forja central que aún estaba ardiendo,
revelando el agujero en el suelo. La pequeña cajita era indetectable con una
forja mágica encima de ella, pero para el Maestro no había enigmas que no
pudiera resolver. Con un gesto, la oscuridad destrozó la caja, liberando aquel
ansiado artefacto... El oro puro, mezclado con los dos zafiros que decoraban la
calavera, el emblema de Zhonya, quedaban perfectamente en su mano, remarcó.
Zhonya... Otro de los grandes.
Fuera,
la batalla continuaba, pero todos los Invocadores renegados, controlados o no,
se habían detenido en sus acciones. Sintiendo la solemnidad, debían estar
quietos. Daba igual los proyectiles de los enemigos, o que Cho’gath y Malphite
aplastaban a alguien de tanto en tanto. Era el momento de gloria que su Maestro
les había prometido, y todos los disfrutaban en conjunto.
Therion,
herido y agotado, no era capaz de verlos. Centrado en esquivar a los colosos y
en eliminar a sus enemigos, en ningún momento les dio la espalda, hasta que el
grito de alerta de Ansirem le hizo volverse ante la oscuridad. Ante todos los
Invocadores de la Liga presentes en la sala, solo en las puertas abiertas del
Arcanum, había un único Invocador encapuchado. En su mano derecha portaba el
legendario Anillo de Zhonya. En su mano izquierda... Una larga guadaña. Con
ella dio un golpe en el suelo, y la oscuridad invadió la sala por completo,
atrapando a todos los presentes de tal forma que ni siquiera Cho’gath o
Kassadin escaparon a él. Todos sintieron como aquella fuerza oscura les
obligaba poco a poco a inclinarse... Hasta que todos quedaron arrodillados ante
aquel Invocador, que sonreía abiertamente. Con un gesto de su mano derecha,
hizo acercarse al debilitado Therion, que se había quedado sin palabras.
- Saludos, miembro del
Concilio... He venido a ofrecer un cambio de rumbo para el Instituto de la
Guerra... –comenzó, antes de que el otro Invocador le escupiera a la cara. Se
escuchó un murmullo de asombro entre los renegados, para luego formarse una
clara indignación. El Maestro no cambió su tono, simplemente apartando la
saliva con un toque de magia.
- No es una forma adecuada de
tratar a un superior frente a todo el Instituto... Miembro del Concilio Therion
–dijo, señalando con la guadaña a las múltiples Esferas que el Maestro había conjurado,
cuyas gemelas se repartían por todo el Instituto. Therion ni siquiera las miró,
la indignación y el odio recorrían cada fibra de su ser.
- ¡Tú estás muerto! ¡Istvaan de
Zaun! –gritó el Invocador, casi enloquecido. El Maestro, por su parte, volvió a
sonreír, antes de acercar bruscamente al miembro del Concilio para sí con su
mano derecha, alzándolo en el aire como si de una mota de polvo se tratase.
- ¡Nunca hicisteis el más mínimo
esfuerzo para entender realmente mi potencial, imbécil! ¡Y tú, Ashram! ¡Sé que
estás aquí, escuchando! ¡Esto es lo que espera a quienes desafían a Istvaan!
–rugió el interpelado, antes de hacer silbar su guadaña.
Ansirem
comprendía, anonadado, conforme la mitad del cuerpo de Therion caía pesadamente
al suelo, y la sangre manaba sin control. En un instante, con una frase, las
dudas se habían disuelto. La identidad del enemigo, su poder. El control de
otros hechiceros mediante el miedo. En la supuesta muerte de Fiddlesticks.
Istvaan
jamás había invocado a un Campeón aquel día, hacía más de treinta años. Él se
había vuelto un Campeón. Había sido utilizado por la Liga, y les había odiado
por ello. Él, quien consideraba a los Campeones poco menos que objetos. Había
acumulado poder durante todo aquel tiempo... Y ahora, se levantaba. Ahora,
serían ellos los que serían utilizados.
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