Instituto de la
Guerra
El
silencio había inundado toda la fortaleza, y las batallas se habían detenido. Todos
miraban las Esferas. Todos contemplaban al Invocador que acababa de partir en
dos a Therion como si fuera poco más que una marioneta, cuya sangre aún
empapaba la guadaña plateada de Istvaan. Istvaan... Para tener casi un centenar
de años parecía no haber llegado siquiera a superar la treintena. Ojos de una
tonalidad esmeralda, que recordaban a los de Fiddlesticks, resaltaban sobre
unas facciones cuidadas y esbeltas, impolutas y limpias de toda cicatriz o
marca en la piel, algo completamente alejado de lo que podría esperarse de un
Invocador que había participado en las Guerras Rúnicas siendo ya más que adulto.
Mostrando una leve sonrisa, hizo descender la mortal arma, y encaró al resto de
Invocadores, despreciando los restos del miembro del Concilio asesinado.
- ¿Alguno más desea poner en tela
de juicio mi liderazgo...? –preguntó el Maestro, mirando a los Invocadores de
la Liga. La furia y la ira brillaban en muchos ojos, pero en otros tantos lo
hacía el miedo. Eran libros abiertos para Istvaan, el cual vio, complacido,
como nadie hizo gesto alguno o levantó la voz. Tardaron varios segundos, de
hecho, en darse cuenta de que podían volver a moverse por su libre voluntad... Excepto
todos los Campeones en el Instituto. Sin excepción, todos habían adquirido una
mirada vacía, incluso Cho’gath. Nocturne y Jax estaban envueltos en un combate
congelado, como también ocurría con Riven y Yasuo. Incluso el Caminante del
Vacío había quedado paralizado, aunque sus ojos brillaban conscientemente, como
lo hacían los del Fragmento del Monolito. Istvaan les concedió el logro, pero
no por eso su magia les afectaba con menos dureza.
- Podéis retiraros a vuestros
aposentos para prepararos. En una hora, dirigíos al Ala Central. ¡Grandes
cambios se avecinan para la Liga! –dijo, con un tono que a juicio de sus
seguidores era gozoso y auguraba buen fortunio. Para Ansirem, no eran más que
los exabruptos de un loco. Un loco con un poder increíble.
Poco
a poco, los Invocadores fueron retirándose, teniendo que dejar a sus hermanos
caídos en el mismo suelo... Aunque no duraron demasiado tiempo. La oscuridad se
había vuelto una marea de cuervos que esperaban en lo alto del techo; cuando
Istvaan dio la orden, volviendo a alzar la guadaña, la nube de cuervos se
cernió sobre los cadáveres, devorándolos de una forma especialmente espantosa.
La vil sonrisa del Maestro no cambió un ápice, en tanto sus seguidores jaleaban
de victoria a su alrededor y los derrotados volvían sobre sus pasos.
Todo
marchaba según el plan... Solo quedaba asegurar su dominio. Pronto, muy pronto,
acudirían las Ciudades-Estado a enfrentarse a él. Primero atacarían Noxus o
Demacia, nunca unidas. Entonces, acabaría con sus enemigos de la forma en la
que las guerras se solucionarían bajo su mandato. Un hechizo, y una ciudad
entera sería destruida. Un precio muy bajo a pagar por asegurar la paz en
Runaterra. Todas las demás se arrodillarían ante su poder, o sufrirían el mismo
destino. La cuestión era... ¿Quién vendría primero?
A
las afueras del Instituto de la Guerra una alta figura contemplaba con los
brazos cruzados cómo las grandes barreras del Instituto volvían a cubrir la
enorme fortaleza, aislándola completamente del mundo. La oscuridad que rodeaba
a la figura del Darkin solo hacía que la figura de Aatrox resultara incluso más
destacable en la alta colina. Y sin embargo, su mirada no estaba interesada. A
lo largo de la historia, los Darkin habían cambiado el curso del mundo
introduciéndose en las guerras. Sin embargo, en este caso... Aatrox negó
levemente, antes de girarse y desaparecer con su oscuridad. Esta vez el
resultado ya estaba escrito, pero no serían los Darkin quienes lo guiasen.
Ruinas de Urtistan
- La Torre del Reloj ha estado
aquí mucho, mucho tiempo. Más del periodo en el que fue construida... Como yo.
Llamar tiempo al tiempo se hace tan singular, tan confuso... Al fin y al cabo,
¿cuánto tiempo ha pasado? Tantos saltos, tantas visiones, tantos hilos que se
unen y se enredan... Todavía contemplo las aguas cristalinas del lago que rodea
mi ciudad. Y después solo veo la destrucción dejada como ofrenda a mis ojos.
Todos mis compatriotas, asesinados... Solo mi memoria los mantiene, siempre vivos
ante mí. Es un dolor y un tormento que nadie en su sano juicio resistiría. Por
eso... A veces me pregunto si no habré soñado todo. Si no será, simplemente, la
mayor pesadilla que jamás haya tenido, y despertaré, en mi querida Urtistan...
Sin el terror de la guerra.
- Pero no, sé que no será así.
Soy Zilean, el Viajero del Tiempo. Intenté salvar a mi gente, y me condené con
la inmortalidad y la cronodisplasia. No puedo morir, pero todo lo que surge
ante mis ojos habrá de ser y será, sin que yo pueda hacer nada por evitarlo.
Había visto lo que sucedería con Istvaan tiempo ha. Pero, ¿acaso podría haberlo
cambiado? Sabía que liberaría a los monstruos... Sabía que enviaría a Vel’koz
directamente ante mis puertas. Y también sé que hay un límite en el que mi magia
temporal dejará de funcionar. Desde aquí puedo ver la monstruosa figura
tentacular, cuyo ojo no me ha destruido solo por mi poder. Cada vez, cuesta más
mantenerlo fijado en el tiempo, su ansia de conocimiento es imparable. No hay
más futuro tras mi destrucción, pero no descansaré. Mis restos permanecerán
perdidos en el torbellino del tiempo, por siempre. Aunque...
- Hay algo que no termino de
comprender. Las singularidades. Yo soy una singularidad, puesto que en todos
mis saltos en el tiempo nunca me he visto a mí mismo. Otros seres de gran poder
responden a ese principio, pero otros no. Sosteniendo ello en mano... Nunca vi
la aparición del Xeniam, y todas sus acciones han sido sorpresas para mí.
Incluso, y esto es lo que más temo... Ha creado disparidades. La Virtuosa de
las Cuerdas no hablaba en mis visiones, Doran el Artesano no era capaz de
pensar. Por ello sigo esperando, por esto sigo manteniendo a mi fin bloqueado
en el tiempo. Porque si mi teoría es correcta... Ese Xeniam podría ser una
disparidad completa. Y en el caos, mi visión de mi muerte, y el caos de
Runaterra, son una posibilidad... Que no certeza.
El
Mago del Tiempo observó por última vez aquel pergamino, antes de enrollarlo y
marcarlo con un sello místico que solamente su buen amigo Ryze podría romper. A
pesar de que en sus visiones, el pergamino era destruido y asimilado por
Vel’Koz, y Zilean no era alguien dado a las sorpresas... Nunca era tarde para
comenzar a creer. En tanto se sentaba frente al Ojo del Vacío para sostener su
hechizo, Zilean comenzó a tararear una vieja canción de su pueblo. De no haber
sido por las incontables lágrimas que ya había derramado, el hechicero de
Urtistan hubiera vuelto a hacerlo, al recordar a su pobre gente...
Cámaras del Culto
de Istvaan
Vítores
y cánticos al honor del Maestro resonaban en la gran sala, en tanto buena parte
de los Invocadores fieles a Istvaan festejaban la victoria suprema y absoluta
que habían logrado. A un lado de la sala, Jax se encontraba con ambas manos
sujetando su Maza, que servía como lámpara, en tanto múltiples guirnaldas lo
unían a Yasuo y a Riven, que habían sido colocados el uno frente al otro como
una pareja de bailarines. Por su parte, el colosal Gragas se encontraba
aparentemente sirviendo de lo que parecía un barril infinito de cerveza a todo
aquel que deseara tomar algún potente brebaje. Nocturne, Kassadin, Malphite y
Cho’gath estaban expuestos arriba, en el Instituto, como recordatorio a los
Invocadores fieles al devastado Concilio.
Istvaan
estaba sentado en lo que parecía un alto sitial del Concilio, aunque este
estaba mucho más trabajado y finamente ornamentado. Una hechizada Nidalee se
encontraba a su lado, sirviéndole en lo que deseara, en tanto el Maestro
contemplaba su éxito y se regocijaba, ya contando los segundos para salir de
aquel maldito agujero. Su trono debía de encontrarse solo bajo las nubes, no
hundido en la tierra.
- ¡Mi señor! –dijo uno de los
Invocadores, que acababa de venir del acceso a la superficie del Instituto.
–Como ordenó, hemos activado las defensas. El Instituto está completamente
sellado.
- Perfecto... Entiendo que
además, habréis reparado la entrada que utilizábamos, ¿cierto? –dijo el
poderoso Invocador, contemplando con sus ojos esmeralda al recién llegado,
quien asintió vehementemente. –Y... ¿Ha vuelto quien yo esperaba?
- Sí, señor. Logró entrar justo
antes de que la muralla se materializara. ¿Queréis que nos ocupemos de él?
–Istvaan hizo un gesto con la mano, restándole importancia.
- Vendrá aquí por su propia mano.
Simplemente, mantened la guardia y estad atentos... No quiero sorpresas. Solo
aquellas que haya preparado yo...
Numerosos
metros por encima del Maestro, las puertas del Ala Sur se abrían sutilmente,
para dejar paso a un Xeniam envuelto en fuego blanco y mirada airada. Cerró la
puerta antes de que la sangre de los guardas asesinados llegara siquiera a
tocar la entrada, y desapareció de la vista. El asesino no podía volverse
invisible, pero era muy, muy rápido, y andar por el techo era algo de lo más
común para alguien con la facultad de alzar el vuelo, pero ello no le hacía ser
completamente indetectable. Los primeros dos Invocadores que se le
interpusieron terminaron hechos cenizas antes de que fueran siquiera capaces de
completar su entonación, y aún ardían cuando Akran finalmente tomó rumbo hacia
las salas comunes del Instituto, donde los Invocadores retenidos se
encontraban. La decena de sectarios que custodiaban al grupo de hechiceros no
pudo siquiera moverse antes de que una estela de fuego blanco ardiera donde
estaban sus cuerpos, y la alta figura del Xeniam quedara frente al grupo de
Invocadores, con Ansirem frente a todos ellos.
- Solo
sé que habéis sido atacados, y que han intentado sellar la fortaleza –dijo Akran, mirando al grupo
de Invocadores con la cabeza inclinada hacia un lado, antes de centrar su
atención en el Árbitro del Ojo Rojo. – ¿Dónde
están vuestros líderes?
- Vessaria, en estado crítico en
Freljord. Ashram, desaparecido. Therion... Muerto. Nuestro enemigo os domina a
todos y es superior a cualquier hechicero. No hay contraataque posible...
–comenzó Ansirem, antes de parpadear y mirar fijamente al Xeniam – ¿Por qué tú
no estás congelado? Tú no has sido afectado...
- La
magia de Invocador no funciona correctamente conmigo. ¿Son Invocadores los
enemigos?
–preguntó, mirando a su alrededor. Sus sentidos le indicaban que pronto aquella
zona estaría inundada de enemigos si permanecía quieto más tiempo. Ansirem
asintió.
- Prefieres que nos quedemos al
margen, ¿no es así? Tu estilo era... La destrucción a larga escala, al fin y al
cabo –dijo el Árbitro, ante lo que el Xeniam hizo un leve gesto con la cabeza,
justo antes de que un proyectil mágico impactara por encima de la cabeza del
asesino, quien saltó en la dirección del hechizo con dos filos en las manos.
Unos instantes después se escuchó un grito apagado y un golpe sordo contra el
suelo.
- ¿Realmente nos vamos a quedar
de brazos cruzados, Ansirem? ¡El Instituto ha caído! Y ese loco va a matarnos a
todos si no... –empezó uno de los Invocadores, antes de que el Árbitro alzara
una mano, callándolo.
- Con el Instituto sellado, y la
sala de Esferas tomada, no tenemos más refuerzos, y aunque somos el doble que
ellos, nosotros estamos agotados y sin motivación. Y no intentes alzar la voz
de nuevo, Athem. Tras ver a Istvaan, ¿realmente tú crees que tenemos opciones
contra él? –el mencionado agachó la mirada, aun sintiendo el estómago revuelto.
- Está el Arcanum...
- Si el Arcanum Majoris sigue en
pie será un milagro, y en cualquier caso será el segundo lugar más defendido.
Además, os recuerdo que las Esferas de Visión están por todas partes. Así
que... Guardad vuestras fuerzas. Nos hará falta, sea lo que sea que ocurra a
continuación... Ya hemos consumido media hora.
Antigua Cámara de
Fiddlesticks (30 minutos para la hora)
Los
gritos de dolor evidenciaban una cosa; Morgana no había sido capaz de
contenerse más tiempo sin continuar haciéndoselo pagar a su hermana, quien
yacía en el suelo de la cámara, con su propia espada apuñalando cruelmente su
pierna derecha.
- ¡Vamos,
hermanita! ¡Has perdido tus alas y un brazo, no te quejes por una pierna!
¡¿Sabes cuántos muertos se acumulan bajo tu conciencia, Tirana?! Y no solo
eso... Incluso te atreves a ponerle la mano encima a los siervos del Maes... –la voz de Morgana se cortó
por unos momentos, mientras sus ojos violáceos parpadeaban, en la confusión,
antes de tomar la espada de Kayle y hundirla aún más en el suelo, atravesando
más carne de la Justiciera y haciéndola volver a gritar, mientras su sangre
regaba el suelo. No había muerto solamente porque la espada ardiente había
cauterizado sus heridas, pero había perdido ya demasiadas fuerzas como para
soportar tanto dolor. Intentó avanzar por el suelo, pero estaba empalada contra
el frío como si de un insecto se tratara. Por instinto, movió la pierna, y esta
le envió mil cuchilladas de dolor directamente al cerebro, lo que provocó un
nuevo aullido de agonía... Y otro relampagueo en los ojos de Morgana. Esta se
acercó a su presa, y extrajo la espada con un tirón brusco que provocó que la
sangre que impregnaba el filo manchara el rostro de la Caída, quien se relamió.
- No
sé bien qué estás haciendo con mi cabeza... O si
simplemente es más bonito que en mis sueños, Kayle. ¡Pero quiero mucho más que
esto! –rugió Morgana, un instante antes de que la espada se incendiara en
llamas blancas. La Caída miró con curiosidad el arma, un instante antes de que
por instinto, envolviera su cuerpo en un escudo de pura oscuridad que recibió
el impacto directo del espadón roto de Akran, quien había aparecido de repente.
El golpe fue tan colosal que Morgana salió despedida, hasta chocar contra una
pared que se deshizo parcialmente por el escudo negro.
- ¿Pero
qué...? –dijo
Morgana, antes de ver al Segador frente suya. Su rostro, oculto por la capucha,
eran solamente dos llamas blancas que destacaban con mucho contra el destrozado
cabello de Akran, lánguidos mechones grisáceos y oscuros. Su armadura, hecha
jirones y del mismo tono que de su piel, no podía evitar ocultar todas las
cicatrices, casi tantas como la enorme espada, que se encontraba tan
fragmentada que parecía un milagro que siguiera entera. – ¿Qué eres tú?
- Ahora
ves a alguien libre del efecto de este mundo... –susurró el Xeniam, antes de
que se lanzara hacia delante, forzando con su espada el escudo mágico de
Morgana, quien sintió cómo la punta de la brutal arma comenzaba a atravesar la
magia hasta llegar a su piel y comenzar a atravesarla. Sin embargo, la Caída
lanzó un rugido y proyectó su magia hacia delante, deteniendo a Akran, pero
incapaz de quitarse la espada de encima.
- ¡Eres
débil! Pero... ¿Por qué no te puedo detener? –rugió Morgana, aplicando más y más de su poder,
hasta que logró hacerle retroceder un paso. En un instante, la sonrisa de
suficiencia de Morgana pasó a un alarido de dolor, cuando Akran se incendió en
llamas blancas que penetraron completamente el escudo de la hechicera y
comenzaron a lamer la herida abierta en el estómago, comenzando después a
expandirse por su piel. Por instinto, Morgana proyectó su magia de forma brutal
por todas partes, obligando al Xeniam a dejar de acuchillarla para alejar a la
destrozada Kayle del área de efecto, agarrándola con un brazo mientras
utilizaba su espadón como escudo. Cuando el miasma negro desapareció, Morgana
ya no se encontraba ahí. Tampoco la espada de Kayle.
Akran
pensó por un instante en seguirla, pero el intenso olor de sangre que no era
suya captó su atención, momento donde vio realmente el estado en el que se
encontraba Kayle. Frunciendo el ceño, cargó con esfuerzo a la mutilada guerrera
en un hombro mientras comenzaba a arder, centrando sus llamas blancas en la
Justiciera, que había quedado ya inconsciente. Miró por un instante el agujero
del que habían salido ambas hermanas, para después darse la vuelta y echar a
andar fuera de allí, alejándose del peligro.
- Cambio
de planes...
Arcanum Majoris (20
minutos para la hora)
Buena
parte de los Invocadores atados por Nocturne y Fiddlesticks se encontraban
vigilando los restos de la gran batalla y las puertas reventadas del Arcanum.
Tantos tesoros valiosos, y tan poco tiempo para utilizarlos... Jolie y los
suyos vigilaban a los poseídos, mientras a su vez se preparaban para cualquier
loco intento de sus ex-compañeros de recuperar algún artefacto que pudiera
cambiar las tornas del conflicto... Si bien era cierto que el Maestro había
tomado el más poderoso de todos ellos, no era adecuado desdeñar los demás.
De
pronto, Jolie vio algo extraño frente a ella. Un par de ojos la miraban
fijamente. Después, una sonrisa. Unos instantes más tarde una figura etérea
completamente formada flotaba a un metro de la Invocadora, quien alzó ambas
manos en posición defensiva, aunque había algo en aquel rostro que le sonaba
familiar. El espectro, al verla, se asustó.
- ¡Jolie! ¿No me recuerdas? No ha
pasado... Tanto tiempo... ¡Soy Mal! Nos vimos por última vez en el Paso de Mogron...
Antes de que muriera... –Jolie comenzó a conjurar dos esferas de pura
electricidad que comenzaron a formarse en sus manos, antes de empezar a
caminar.
- No sé quién eres... Pero solo
el Maestro puede caminar por su Arcanum... ¡Desaparece, espectro! –dijo la
Invocadora, arrojando el hechizo. Mal simplemente lo esquivó, con un gesto
excesivamente rápido para que el ojo de la humana lo advirtiera.
- Tú... ¡Querías vengarme! Siento
que hayas llegado a esto –dijo el ente, mientras su antigua amiga conjuraba un
escudo a su alrededor y daba la alerta a los suyos. Para cuando los demás
Invocadores se giraron, Jolie ya caía al suelo, con la mirada vidriosa y un
reguero de sangre manando del pecho.
El
espectro suspiró levemente, mirando la larga daga en la que se había convertido
su mano izquierda, mientras el resto de Invocadores trataban de entender qué
era aquel fantasma, antes de arrojarle una andanada de descargas arcanas. Mal
simplemente saltó al techo, evitando los impactos y provocando que los
Invocadores no se percataran de que a sus espaldas también se estaban
conjurando otros espectros, algunos provenientes de Rakkor, y antiguos
Invocadores... Los cuales acabaron con los vivos antes de que tuvieran
oportunidad de arrojar una segunda salva de hechizos. Cuando hubieron acabado,
los espectros comenzaron a andar hacia los Invocadores poseídos, indefensos sin
órdenes, y los aniquilaron. Cuando el último cuerpo cayó con un sonido sordo, el
Xeniam entró a la sala cargando con Kayle y las figuras fantasmales se
dispusieron en fila, guiando sus caminos hacia las puertas del Arcanum.
- Veo
que no hubo oportunidad de redención –dijo
Akran, mirando fijamente al espectro más joven del grupo, quien negó.
- El miedo es demasiado efectivo,
y sabe cómo dominar a los Invocadores... Los cuales son sorprendentemente
fáciles de matar.
- Precisamente.
Volved a la Bruma, os lo habéis ganado –dijo Akran, mirándolos a todos, antes de
continuar avanzando, entrando en el devastado Arcanum Majoris.
Instituto de la Guerra (10 minutos para la hora)
En
la Sala de los Orbes, Ashram había quedado por un momento sin habla. Lo cual
era ya prodigioso de por sí, aunque no menos que lo que se acontecía sobre sus
ojos. Tal vez Istvaan dispusiera de gran parte del Instituto, pero el control
maestro de las Esferas de Visión seguía estando bajo poder del miembro del
Concilio... Lo cual no evitaba que las hubiera utilizado, claro...
Furioso,
se dejó caer sobre el asiento principal, intentando organizar sus pensamientos.
Istvaan sabía que se encontraba allí, era absurdo negarlo. Y si no había
lanzado a sus huestes contra él era por puro divertimento. Lo cual le daba a
Ashram un claro alcance de hasta dónde llegaban las redes del maldito Invocador
corrupto. Sin embargo... El anciano hechicero se permitió esbozar una leve
sonrisa, mirando a su frente. Istvaan podía saber el alcance de su poder, y
sabía que Reginald jamás se enfrentaría en un combate directo, pero él no
poseía todas las cartas desveladas. Y conforme Ashram analizaba las imágenes
que recibía de las Esferas que aún funcionaban, un plan comenzó a esbozarse en
su mente. Lo único que debía asegurarse era mantener el engaño hasta el
final... Ante lo cual, ya había trabajo pendiente.
- Istvaan... Tú eres el miedo.
Veamos qué sucede si te oculto mi mejor carta y solo la revelo cuando seas tú
el aterrado, maldito engendro... –murmuró Ashram, centrándose en las Esferas
del Arcanum. Bastaron unos leves gestos para que la estela de cadáveres que
habían caído de golpe desapareciera, y se tornara en su lugar por la estampa
que mostraban unos minutos antes, de Invocadores fieles a su Maestro cuidando
sus tesoros. Aquella carta estaba asegurada. En cuanto a las otras... Era absurdo
tratar de modificar las esferas que vigilaban a los Invocadores de la Liga,
eran demasiadas y estarían continuamente revisadas, y sobre todo, ellos no
valían para nada. También las que seguían al Xeniam, el cual ya estaba andando
hacia el Ala Central, donde el propio Istvaan lo esperaba. Y en cuanto a las
esferas externas... Demacia finalmente había sido la primera en moverse. Noxus
había enviado espías por los alrededores, pero Jarvan IV en persona lideraba
una comitiva de Invocadores y Campeones directos al Instituto de la Guerra.
Ashram frunció el ceño al ver lo que les esperaba.
- Así que ha dejado escondidos a
los Campeones de las Islas de la Sombra en la marabunta de muertos vivientes...
Mordekaiser tiene una legión de espectros de Rakkor listos, Hecarim está
recuperado del combate y Yorick comanda una verdadera marea de no-muertos... No
son suficientes para detenerlos, pero sí para debilitarlos lo justo para que...
–las cavilaciones de Ashram terminaron al contemplar el aparato que los
cultistas estaban conjurando en el Ala Central, ya antes de tiempo.
- Istvaan, ¡estás loco! ¡Las
Guerras Rúnicas ya no se hacen por un motivo, imbécil!
Ala Central (0
minutos para la hora)
Cuando
Ansirem y los suyos llegaron al Ala Central, se sorprendieron al ver cómo la
plaza central del Instituto de la Guerra había sido prácticamente arrasada. En
su lugar, casi una treintena de hechiceros conjuraban sobre una enorme cantidad
de piezas de metal y magia. Una construcción termatúrgica, cuyo aspecto no se
parecía a nada que hubieran visto antes. Frente a la construcción, Istvaan se
encontraba en lo alto de lo que a todas vistas era su trono, con las manos en
alto, como si se complaciera en verlos presentes. El resto de Invocadores
fieles a él ya se encontraban allí, observando a su líder con un rostro en el
que la felicidad se mezclaba con una mirada bobalicona.
- ¡Mis estimados Invocadores!
Celebro que os hayáis preparado para este momento. Hoy, haremos historia en
Runaterra. Una historia que no estará salpicada por individuales de gran
poder... Sino por un colectivo que reclama su posición como verdaderos líderes
de esta tierra. ¿Queréis saber qué es esta construcción...? –preguntó al aire,
girando su rostro para contemplar la máquina que poco a poco, iba tomando
forma. Los cultistas jalearon gritos de ánimo, contestando a la pregunta,
mientras los otros Invocadores permanecían en completo silencio.
- No es nada que no hayamos
utilizado todos alguna vez, aunque admito que tiene mi diseño personal,
mejorado... Es una Batería Arcana. Como las que sustentan el Instituto donde
estamos ahora, como las que alimentan las Esferas de Visión por toda
Runaterra... Pero esta, en particular, tendrá otro uso. ¿Y sabéis por qué?
–Istvaan alzó una mano, señalando a una de las Esferas de la sala, que mostraba
en aquel mismo momento la comitiva demaciana. Aquella bandera y la armadura
dorada eran inconfundibles. –Porque nos atacan, hermanos. Con el fin de
postergar su dominación. Así que...
Uno
de los Invocadores, incapaz de soportarlo más tiempo, alzó ambas manos,
apuntando a Istvaan, y arrojó una potente descarga de energía mística. Sin
embargo, antes de que el hechizo impactara, media docena de escudos antimagia provenientes
de sus seguidores redujeron la descarga letal a poco más que un hálito de luz. Ante
lo cual, Istvaan hizo un gesto con la mano y el Invocador rebelde se vio alzado
en el aire, antes de ser proyectado directamente contra el centro de la
construcción, que devoró su cuerpo tan rápido que el hechicero no pudo ni
siquiera gritar antes de ser consumido.
- Como decía, nos defenderemos.
Ya uno de nosotros ha decidido entregar toda su vida por la causa, alimentando
con su esencia nuestra arma. De vosotros espero una cooperación menos
fanática... Vuestro poder místico será suficiente. Claro que si alguno de
vosotros desea entregar toda su vida... –la sonrisa cruel de Istvaan terminó su
discurso, mientras los Invocadores se miraban entre sí, con un claro gesto de
temor junto a la absoluta indignación que les provocaba todo aquello. El único
motivo por el que seguían vivos era el de alimentar un arma con el que devastar
a todo un ejército... Algo que no era agradable en absoluto.
De
pronto, con un chasquido, una figura oscura sobrevoló la masa de Campeones e
impactó directamente contra Istvaan, quien había tenido que recurrir a su
guadaña. Las dos espadas del Xeniam golpeaban el filo, sin poder superarlo,
pero tampoco perdiendo un ápice de terreno. El Invocador de ojos esmeralda
sonrió, mirando a su rival.
- Vaya, vaya... Parece que
alguien ha querido ofrecerse voluntario... ¿Me equivoco? –Akran no dio
respuesta alguna, simplemente echándose hacia atrás, provocando que Istvaan se
inclinase, para luego desvanecerse y aparecer sobre uno de los cultistas
constructores, decapitándolo limpiamente, justo antes de saltar sobre otro y
repetir la jugada, forzando a Istvaan a lanzarse contra él, rechazando el
tercer salto y arrojándolo fuera del área de la Batería.
- ¡Deja a los míos en paz,
escoria! –dijo Istvaan con furia, alzando su guadaña una vez más, mientras un
par de sus seguidores ya corrían a reemplazar a los muertos. El Maestro se
interpuso entre los conjuradores y el asesino, que ya se había lanzado de
nuevo, forzando a Istvaan a detener primero un filo y luego otro.
- No eres de los que hablan demasiado,
¿no? –gruñó el Maestro, concentrándose un instante para levantar una ola de
oscuridad y cuervos que impactó contra el Xeniam, enviándolo contra la pared
del recinto y aplastándolo contra esta, inmovilizándolo. Sin embargo, antes de
que Istvaan pudiera permitirse una sonrisa, la mano de Akran se envolvió en el
fuego blanco que comenzó a consumir la oscuridad, liberándolo. El Xeniam cayó
al suelo, cubierto de llamas y oscuridad a partes iguales.
- ¿Nervioso,
Invocador? ¿Necesitas respuestas?
–dijo, justo antes de transportarse a otro extremo de la sala, detrás del grupo
de Ansirem y de los sectarios que los mantenían vigilados... Solo para volver a
saltar, acuchillando a todos los protectores en el proceso, liberando así a los
Invocadores que comenzaron a arrojar una miríada de hechizos sobre los
constructores de la Batería.
- ¡BASTA! –rugió Istvaan, quien
levantó su guadaña por los aires, haciéndola girar, para después golpear el
suelo con ella, generando un manto de oscuridad que invadió toda la sala,
bloqueando a todos los Invocadores, aliados y enemigos, en una espiral de miedo
paralizante. Akran permaneció de igual forma un instante, antes de que el fuego
rompiera el efecto, permitiéndole moverse de nuevo, lo cual utilizó para
arrojar una serie de proyectiles de fuego a los sectarios, volviendo a forzar a
Istvaan a elevar el muro de oscuridad. Poco a poco, el Maestro estaba perdiendo
su calma y su suficiencia, esperaba dar una lección letal a aquella criatura,
no tener que esforzarse realmente. Eso no entraba en sus planes.
Istvaan
alzó la mano derecha, y el Anillo comenzó a brillar en tanto el taumaturgo se
concentraba. El grito de ánimo de sus seguidores se opacó cuando el estruendo
provocado por la energía concentrada acalló todo lo que no fuera la masiva
concentración de energía, un puro poder arcano extraído de la misma Runaterra
dirigido por el Maestro, quien se permitió una sonrisa cruel antes de
fragmentar la masiva esfera en una marea de energía que arrojó contra el
Xeniam. Un millar de pulsos mágicos devastaron toda la pared, y buena parte de
las salas contiguas, provocando un aluvión de escombros del techo del
Instituto. La luz de la tarde evidenció el paso de un tiempo que se había hecho
eterno. Los rayos del sol, con una tonalidad verdosa a causa del escudo que
envolvía todo el Instituto, golpearon contra las ruinas que había provocado
Istvaan, quien con su guadaña seguía manteniendo la inmovilización a todos los
Invocadores, menos a los constructores, hasta que de pronto estos comenzaron a
caer uno a uno.
- No puede ser... –dijo Istvaan,
genuinamente sorprendido, al ver al Xeniam destrozando a sus lacayos. Apretando
su mano derecha, el Anillo volvió a brillar, pero el conjuro fue mucho más
sutil. Con un parpadeo, Istvaan apareció justo tras Akran, guadaña alzada, y la
dejó caer con brutalidad, forzando al asesino a utilizar ambos filos para
intentar parar el arma, aunque el impacto fue tan intenso que le obligó a
arrodillarse ante el Invocador, quien estaba utilizando las virtudes del Anillo
para potenciar su propia fuerza. Para un Campeón supuestamente débil, estaba
resultando ser una alimaña más que molesta...
- Uno de tus clones de llamas,
entiendo. Como utilizaste en la Grieta. Inteligente, pero inútil. ¡Yo soy el
poder! –rugió el enfurecido Invocador, antes de que la oscuridad soltara a
todos los demás y solo envolviera al Xeniam y a él, cada vez cerrándose más y
más, hasta que una multitud de cuervos sujetó a Akran, tirando de sus extremidades,
casi arrancándolas de cuajo. Sonriendo, Istvaan se acercó, y tocó con un dedo
la frente del asesino, que seguía resistiéndose.
- No me comeré una mente tan
trastornada... Pero te ahorraré la molestia de continuar enfrentándote a mí.
Ahora, desaparece. No te quedan clones que utilizar... ¿Realmente vas a morir
con la boca cerrada? –dijo, mientras la sangre comenzaba a manar de brazos y
piernas. La oscuridad se retiró lo suficiente como para que todos pudieran ver
el salvaje desmembramiento, en tanto Akran miraba fijamente a Istvaan, antes de
abrir la boca, entre gruñidos de dolor... Y escupir a Istvaan directamente al
rostro, unos segundos antes de explotar en una lluvia de llamas y sangre, que
hubieran alcanzado al Invocador si este no hubiera erigido una barrera completa
a su alrededor. Sin embargo, sí que alcanzó a la Batería, que comenzó a fundirse
lentamente, provocando que el Maestro gruñera con molestia, mirando a los
suyos.
- ¿A qué esperáis? ¡Venid a
repararla! –les espetó, mientras estos se percataban que efectivamente podían
volver a moverse. Suspirando levemente, Istvaan se pasó una mano por sus
agitados cabellos, recolocándolos en su sitio, mientras de forma casi
inconsciente con la mano derecha comenzó a apilar a los Invocadores paralizados
a un lado de la sala. No le apetecía jugar a tratar de convencerlos ahora
mismo, no esperaba verse insultado de esa manera tan... Absurda.
- Muy bien, Ashram. Admito que me
ha sorprendido un poco. Y ahora... ¿Qué vas a lanzarme? –dijo al aire, mirando
a una de las Esferas de Visión que seguía activa, y dedicándole una sonrisa
irónica, antes de partirla en dos con su guadaña, generando la característica
energía que utilizaba como Fiddlesticks para golpear a distancia.
- Durante demasiado tiempo os he
permitido a vosotros, Invocadores, actuar de forma libre. Fui iluso, y pensé
que podríais madurar, podríais aprender. Sin embargo, permitís cosas como esa
–comentó Istvaan, señalando a los restos de Akran, mientras miraba fijamente al
grupo de apresados. –Y por eso mismo, os enseñaré qué está bien. Hacer caso a
vuestros líderes. Y como Ashram, la Mente, ha decidido olvidaros... Seré yo
quien os acoja. Preparad vuestras fuerzas... Mi intención no es atacar con esta
Batería a Jarvan IV y los suyos. Ellos aún pueden ser útiles... Por otro lado,
la capital de Demacia... Sobra.
Ansirem
podía entender la megalomanía, la estupidez, y las ansias de poder. Pero lo que
no aceptaba era lo que había escuchado. ¿Acaso la locura había sido selectiva
en su caso, o es que su conocimiento de Runaterra era demasiado sesgado? El
Instituto de la Guerra había nacido con un único propósito: salvaguardar la
integridad de toda Runaterra. No solamente en política... Runaterra como
organismo estaba severamente dañado por las Guerras Rúnicas pasadas, y una
detonación mágica del calibre que Istvaan planeaba realizar... No hacían falta
cálculos precisos. El Invocador del Ojo Rojo sabía perfectamente que el daño al
planeta sería irreversible. Si ya sufrían problemas con terremotos espontáneos,
tormentas mágicas depredadoras de humanos, y criaturas monstruosas que surgían
semanalmente... No, o la magia se volvía un caos incontrolable, o directamente
el planeta sufriría una extinción total. Pero moverse era una tarea imposible a
causa de la magia que... Ansirem parpadeó, al ver que estaba completamente
libre. Pero tampoco podía abrir la boca, o hablar, o gritar, o arrojar una
salva de hechizos contra el maldito Istvaan, que volvía a su trono entre jaleos
de ánimo.
Tardó
unos segundos en comprender que sufría un miedo tan atroz que estaba prisionero
en su propio ser. Como todos sus aliados.
Lejos
de allí, Ashram había observado todo el combate. También había escuchado las
palabras de Istvaan. Sin embargo, su sonrisa no había cesado en ningún
instante. Sí, claro que por unos momentos, el anciano Invocador había gritado
de indignación y rabia. Pero después, observando las demás Esferas, había
comprendido. Y su sonrisa había vuelto a su rostro. Istvaan era poderoso,
posiblemente uno de los seres más temibles de todo Runaterra en aquellos
momentos. Pero durante gran parte de su vida solo se había regido por la magia
invocadora. Y ello iba a aportar consecuencias... Pero necesitaba un poco más
de tiempo.
- Istvaan de Zaun. Como miembro
del Instituto de la Guerra, te acuso de Alta Traición, Asesinato, y Uso
Peligroso de la Magia. Tu condena es la muerte. Sin embargo, aún tienes una
oportunidad de enmendar tu error. Ríndete, entrega tus armas y el Anillo de
Zhonya, y libera a tus presos. Y tu muerte será rápida –la voz de Reginald
fluyó con potencia en la Sala Central a través de las pocas Esferas que seguían
activas. Istvaan alzó la cabeza con interés, para luego buscar la que estuviera
más cerca de su trono.
- Finalmente el legendario
Ashram, la Mente del Concilio, hace su aparición. ¿Te lamentas de la muerte de
tu herramienta? ¿Y me pides que me despoje de las mías...? Los Campeones de la
Liga de Leyendas son de mi propiedad ahora, Ashram. No rendiré mis herramientas
ante ti ni ante nadie. Les he tomado cariño.
- Sea esa tu elección, Istvaan. Quedan
como testigos las Ciudades-Estado de Runaterra. ¿He de recordarte que la magia
de las Esferas Centrales no conoce de barreras o defensas? –aquella voz
sarcástica era capaz de agriar el carácter de cualquiera, incluso de Istvaan,
quien frunció el ceño, antes de destruir el resto de Esferas de la sala.
- Me lo imaginaba... –murmuró
Ashram, antes de incorporarse de la silla central. Era la hora de desaparecer,
antes de que enviaran a alguien a por él, o trataran de apropiarse de la sala.
Los hechizos de protección estaban dispuestos... No por nada, Ashram había
formado parte de los Abjuradores que habían construido el Arcanum en un
principio. Istvaan debería destruir la sala si quería inutilizarla, y eso era
algo que aquel loco no haría. Perder la Sala de los Orbes supondría perder todo
lo que había sido el Instituto de la Guerra, e Istvaan era demasiado orgulloso
como para reinar un montón de ruinas...
Con
un chasquido, Ashram volvió a desaparecer del Instituto del mismo modo por el
que había entrado. Al fin y al cabo... Istvaan no era el único con trucos bajo
la manga.
Arcanum Majoris
(0 minutos para la hora)
Con
un soberano esfuerzo, Kayle abrió los ojos. Se sorprendió de no sentir dolor, e
inicialmente pensó que había muerto. Lo cual terminó de activar sus sentidos.
Una sensación espantosa en sus alas y brazo hizo que la Justiciera recordara
que lo que había vivido no había sido una espantosa pesadilla... Sino una
terrible realidad. Y aun así se sentía débil, pero no al borde de la muerte.
¿Qué había pasado?
Mirando
a su alrededor, la fémina reconoció el interior del Arcanum, aunque el aspecto
era espantoso. Las forjas habían sido sacudidas por algo tan intenso que las
había movido de sitio, numerosos artefactos estaban o bien rotos o bien
dispersos, viales y líquidos formaban charcos de dudosa naturaleza por el
suelo... Y no muy lejos de la mesa donde
Kayle había despertado, había un cadáver destrozado. Gruñendo, Kayle ahogó la
sensación de repulsa al ser incapaz de reconocer al muerto, aunque no
necesitaba su brazo para suponer que se trataba de Doran. El hecho de que el
cadáver aún empuñara sus armas características solo hizo que la Justiciera
suspirara levemente, antes de incorporarse.
Morgana.
La furia invadió su cuerpo, agotándola y forzándola a apoyarse en la mesa,
hecho que se le antojó confuso al no disponer de sus dos manos. Su maldita
hermana había aprovechado bien la ocasión... Bien podía agradecer que no le
hubiera arrancado los ojos con las manos. Y sin embargo... Sentía paz. La paz
de saberse ajena a todo lo que sucediera. Ya no era nadie. No era la
Justiciera, no era representante de los suyos. Mutilada, despojada de su
identidad de guerrera... No merecía ni su nombre. Morgana había ganado finalmente.
Intentó
salir, pero las puertas del Arcanum parecían bloqueadas completamente desde
fuera. Sin embargo, quien matara a Doran había tenido que utilizarlas para
salir... ¿Qué estaba pasando? La confusión y el cansancio comenzaron a
arremolinarse en torno a Kayle, quien optó por sentarse de nuevo, llevándose su
mano al rostro, ocultándolo.
Morgana
la había capturado, mutilado, torturado. La había empalado con su espada en una
pierna... No, podía moverla bien, se dijo, antes de mirar y observar, enarcando
una ceja, el profundo tajo en su armadura, algo que solo su espada podría haber
hecho. Sin embargo la piel estaba limpia, y el músculo funcional... Como si
hubiera sanado sola.
- ¿Fuego
Astral?
–preguntó en voz alta, y de pronto, un chasquido retumbó en el Arcanum.
Agitando la cabeza, Kayle miró hacia el cadáver de Doran, que de pronto había
comenzado a temblar. Buscando algún arma, la Justiciera trató de alejarse, pero
antes de que pudiera hacerlo, el cuerpo destrozado se incorporó en el aire, aun
agarrando la espada y el escudo, que parecían unidos entre sí por un débil rayo
de luz. Unos segundos más tarde, un potente fulgor obligó a Kayle a cerrar los
ojos, protegiéndose con su único brazo, para después escuchar un gruñido de
dolor, junto a una cacofonía de crujidos, chasquidos y gritos, hasta que
finalmente cesaron.
- Mal... Maldito seas, Akran. No
esperaba que... Fuera tan doloro –la voz de Doran se cortó al reconocer a
Kayle, y enarcó una ceja con esfuerzo mientras intentaba incorporarse del todo,
sintiendo como cada uno de sus huesos crujía al recolocarse adecuadamente. –E-espera.
¿Qué ha-haces tú aquí?
- ...
¿Maestro Artesano?
–logró decir Kayle, acercándose lentamente. Doran sonrió y se dejó hacer
mientras la mujer adelantaba un dedo y tocaba la frente del humano, cuya piel
parecía aún hervir, antes de retirarse. El artesano alzó de nuevo sus armas.
- He de agradecer a Akran que me
convenciera de ocultar el Ángel de la Guarda en este artefacto que todos
ignoráis por ser los resquicios de un loco. ¿No crees? –Doran sonrió ante el
rostro estupefacto de Kayle.
- No
puede ser... Ese artefacto era una mentira. Un hechizo de Invocación en los
Campos, pero no hay forma que...
- No negaré que es algo que no
quiero experimentar una vez más, Justiciera. Pero más importante que esto...
¿Dónde está el Xeniam? ¡Istvaan! ¡Hay que detenerlo antes de que utilice el
Anillo! –exclamó el Maestro Artesano, mirando el resto de la sala y llevándose
las manos a la cabeza.
- ¡El Arcanum! ¡Mis artefactos!
¡¿Dónde está el responsable de esto?! –gritó, justo en el momento en el que una
figura surgió de lo que parecía ser una pared sólida. Kayle contempló a lo que
parecía ser una versión destrozada y lamentable de Akran, desarmado y sin
capucha, sacudiéndose las manos y con el cuerpo envuelto en sudor... Junto a
una enorme cantidad de cicatrices que antes no estaban ahí. La Justiciera
contempló su rostro confusa, pero sin embargo la mirada del Xeniam parecía
estar completamente serena.
- Está
destruyendo vuestro mundo. Veo que tuve que haber pensado otra combinación de
palabras para activar tu artefacto
–dijo el Xeniam, mirando a Kayle un instante antes de observar al Maestro
Artesano.
- ¿Y a qué esperas? –repuso este,
mientras se dirigía a una de las mesas y comenzaba a ordenar los artefactos,
poniendo en su espalda la espada y el escudo. Todo su cuerpo temblaba y
chasqueaba, pero sin duda eso era mucho mejor a estar muerto.
- A
que se enfríen
–repuso sin más, señalando a la pared. Kayle miró a ambos, sin comprender nada
en absoluto. –La Justiciera las
necesitará.
- ¿Qué?
No sé tus intenciones, Xeniam, ¿pero no me ves? Mi hermana ha acabado conmigo –la voz de Kayle era clara
como el agua y cargada de sentimiento, pero aun así, el rostro de Akran no se
alteró un ápice, como si no la hubiera escuchado.
- Doran –dijo Akran, haciendo que el
Artesano se incorporase, y tras dejar los últimos artefactos en aquella mesa,
suspiró levemente al ver el desastre en el que se había convertido el Arcanum,
y desapareció a través de la pared falsa. Kayle apenas tuvo tiempo de seguirlo con
la mirada antes de sentir las dos manos del Xeniam agarrándola de los hombros,
forzándola a mirarlo fijamente.
- Eres
la Justiciera, no vas a descansar más tiempo. ¿Me has entendido? –la fémina agitó levemente la
cabeza, sin comprender. Trató de desembarazarse de Akran, pero no tenía tanta
fuerza con una sola mano.
- No
lo entiendes. Nadie en Runaterra puede. Sin surcar el cielo y sin empuñar mi
arma, no soy nada. He caído más bajo que mi hermana.
- La
última vez que hablamos tan cerca, me levantaste del suelo con una mano. Ahora,
¿no puedes ni moverme? –las
palabras del Segador impactaron contra Kayle, quien miró su mano. Eso era
cierto. ¿Había perdido fuerza? Parpadeó levemente, e inconscientemente, apartó
a Akran unos centímetros, antes de que este aplicara mucha más fuerza.
- No
va a ser suave. No va a ser delicado. Pero no hay tiempo. No voy a irme de este
mundo sin saber cómo he sido invocado, y para eso necesito que Istvaan no lo destruya.
¿Comprendido?
–dijo, mirándola fijamente, antes de alzarla del suelo y llevar a la Justiciera
contra la pared. Cuando atravesaron el hechizo ilusorio, Kayle sintió un calor
colosal golpear su piel aún debilitada, al ver otra forja en perfecto estado, y
una forma metálica enfriándose en las aguas mágicas. Abrió profundamente los
ojos al reconocer el modelo.
- No
puede ser... No, no servirá. No soy perfecta. Soy... Tirana –murmuró justo antes de que
Akran alzara el brazo y golpeara su lado derecho, el cual no podía defenderse. El
impacto fue tremendo, y Kayle gimió de dolor, chocándose contra una pared de la
pequeña sala, que estaba demasiado caliente. Por impulso, se apartó de ella,
pero ahí estaba el Segador.
- Akran, ¿cómo demonios has hecho
esto? –preguntó Doran, contemplando los artefactos hundidos. –Parecen
completamente funcionales...
- Runaterra
es demasiado pequeño comparado con todo lo que existe ahí fuera, Doran –dijo Akran, antes de girarse
hacia Kayle, quien lo observaba con pura confusión en su bello rostro.
- ¿Y por qué Kayle? –volvió a
preguntar el humano. –Sin ánimo de ofenderos, Campeona.
- El
Fuego Astral
–repuso el Xeniam, alzando un brazo y señalando la otra pared de la forja,
donde descansaba lo que parecía una armadura completa. –Tal vez seas una tirana o no. Pero vas a colaborar para detener a
Istvaan, eres la única Campeona olvidada por él. Por
ahora.
El
Xeniam sintió su cuerpo temblar. El dolor y falta de fuerzas hacían mella en su
cuerpo destrozado. Haber manipulado a clones desde la distancia y de la forma
en la que lo había hecho había sido agotador, pero había aprendido algo muy
importante de Istvaan. No sabía cerrar la boca. Seguía necesitando a la
Justiciera... Y era la hora del contraataque.
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