Instituto de la
Guerra – Ala Norte
La
marea de Invocadores que evitaba a Jax y Gragas parecía aumentar por momentos
mientras más y más hechiceros se desplazaban en todas direcciones. Pronto,
incluso el gigantón pudo deducir que no estaban yendo solamente “a por unos
pocos Campeones”. Intentó decir algo a Jax, pero el Maestro de Armas había
apretado el paso y Gragas gruñó, apurándose él también.
Más
allá, las poderosas Esferas de Tránsito estaban rodeadas por un muro de
Invocadores Guardianes, encapuchados y portando lo que parecían unas alabardas
mágicas. Algo en su movimiento y su seguridad le daban a entender a Gragas que
no saldrían volando como los noxianos contra los que solía enfrentarse. Tardó por ello unos segundos en ver que Jax
se había detenido, y observaba a quienes se encontraba enfrente.
Liderando
a los Invocadores se encontraba Vessaria. Frente a ella se encontraban,
esperando, lo que parecía ser todos los Campeones que se encontraban en el
Instituto. Desde la inquietante Orianna a la loca Lulu, pasando por Jax y
Gragas, la exiliada Riven, a la tranquila Nami... Incluso el colosal Maokai.
Sin embargo, había algunas faltas evidentes.
― ¿No te parece que hay algo muy
extraño aquí? –preguntó uno de los guardianes de las Esferas al compañero que tenía
al lado.
― Sí –su amigo se sorprendió de
ver que por una vez, no lo habían tomado como un loco.
― ¿En serio?
― Sí. Hay una mala sensación en
el aire. Como si algo terrible estuviera sucediendo o pasara... Que se haya
sellado el Instituto no es buen augurio, y que estén aquí casi todos los
Campeones, tampoco. ¿Qué puede estar pasando para que incluso ellos no estén a
salvo? –las palabras de su amigo hicieron que el otro guardián asintiera,
pensativo. Más allá, varios Campeones tenían problemas intentando apaciguar al
furibundo Maokai, mientras Jax estaba envuelto en una acalorada discusión con
Vessaria con respecto a la seguridad del sitio. Como primer Campeón de la Liga,
estaba claro que Jax sabía muchas cosas del Instituto. Y seguro que no le iba a
gustar el hecho de que probablemente tendrían que abrir su habitación por
motivos de seguridad...
― Oh oh. Prepárate. Están
empezando a enfadarse. Y he visto lo que pasa cuando metes en un mismo lugar a
Nami, Orianna y Riven... Cómo agradezco haber aprendido los hechizos
defensivos.
Más
allá, en el centro de la sala, los Campeones aumentaban cada vez más sus tonos
de voz. La Exiliada exigía que se le permitiera salir del Instituto, en tanto
Orianna quería saber qué enemigo tenía que matar. Lulu estaba peligrosamente cerca
de empezar a jugar al escondite, mientras Rammus... Permanecía ahí, quieto.
Pero si lo que contaban de él era cierto, la integridad estructural del
Instituto podría venirse abajo muy-
― ¡BASTA! –rugió una voz desde la
entrada de la sala, acompañada por un bramido brutal, captando la atención de
todos los presentes. Nunu, llevado por Willump, lideraba la marcha, seguidos
por Taric, Sona, y Soraka. Sorprendentemente, Evelynn también los acompañaba,
quedando completamente fuera de lugar en aquel grupo de Campeones, sanadores y
defensores. La asesina de piel púrpura dio un rápido vistazo a todos los
Campeones presentes, sonriendo al reconocer a la mayoría, antes de quedarse en
segundo plano.
― Quisiera preguntar al miembro
del Concilio por qué era necesario sellar todas las Salas de Curación, con sus
afectados dentro –comenzó Taric, adelantándose con la maza sobre uno de sus
hombros. –Si la Hacedora de Viudas no nos hubiera ayudado desde fuera, no
podríamos estar aquí antes de...
Lo
que estuviera diciendo el Caballero Gema murió cuando una explosión mística
brutal se sucedió en alguna parte del Instituto, con la suficiente fuerza como
para que en todo el colosal edificio se escuchara claramente. Vessaria rugió,
lanzando instrucciones, a la vez que alzó ambas manos, convocando lo que
parecía una esfera semicircular sobre toda la Sala. Evelynn enarcó una ceja,
acercándose a la barrera y tocándola con una de sus largas uñas... Para ser
proyectada hacia atrás varios metros.
― ¡Auch!
Creo que me he roto esa uña...
–murmuró. Los Invocadores que protegían las Esferas se giraron casi a la vez,
comenzando a conjurar sobre estas rápidamente. Muy pronto, los colores de
varias Ciudades-Estado comenzaron a sucederse una tras otra en tanto cada
Esfera se activaba del todo con su gemela, dispuesta en cualquier otra parte de
Valoran, pero unidas por la misma magia.
― La
Liga de Leyendas queda detenida por un tiempo sin identificar. Todos aquellos
Campeones que permanezcan bajo las paredes del Instituto tienen el derecho a
irse donde plazcan, o colaborar con el Concilio –dijo Vessaria a la vez que
mantenía el potente hechizo. Varios Campeones se adelantaron para preguntar a
qué se refería, pero de pronto, una docena de impactos provocaron que la
barrera temblara unos instantes mientras redirigía el grueso de su magia a todo
aquel área en particular. Soraka logró observar qué pasaba al otro lado, y lo
que vio la horrorizó.
Reconocía
aquellos rostros. Reconocía los gestos. Los había visto muchas veces, pero en
situaciones completamente distintas. Aproximadamente medio centenar de
Invocadores preparaban hechizos contra la barrera. Ninguno de ellos llevaba las
togas habituales, o incluso ropajes de mago. Todos presentaban el mismo
color... Las ropas de la Sala de Curación. El hecho de que todos sus ojos
brillaran con una tonalidad oscura solo marcaba lo evidente. Quien fuera que
estuviera utilizando la magia de Nocturne, se dijo Soraka, había decidido pasar
al siguiente nivel. Y por muy poderosa que fuera la Voz del Concilio... Cinco
decenas de impactos directos eran demasiados como para resistirlos mucho más
tiempo.
Entonces,
se empezaron a escuchar los cascos. En apenas unos instantes, buena parte de
los Invocadores fueron arrollados por la colosal figura que resultaba ser
Hecarim, empuñando su inmensa lanza, partiendo humanos como si estos no fueran
más que trigo en un campo listo para la cosecha. La oscuridad se prendió en la
sala, y los Campeones se miraron entre sí, confusos. Gragas cayó en la cuenta
de que si Hecarim había hecho eso, entonces...
El
gigantón se giró para ver perfectamente a Evelynn apuñalando a Vessaria con sus
espinas tres veces antes de que la mujer cayera al suelo, al igual que su
barrera. Incluso pudo verla sonreír antes de desaparecer en la oscuridad que
cayó sobre todos cuando la magia se disipó en el aire. Solamente las Esferas
quedaban como faro en la luz, pero entonces la Sombra de la Guerra volvió a
rugir y a cargar contra ellas. Los Invocadores lanzaron sendos gritos de
indignación, empuñando sus alabardas y arrojando hechizos de protección y de
ataque contra el enemigo...
Sin
embargo, el furioso Treant se había interpuesto a todos ellos. Lanzando un
rugido espectral, Maokai golpeó el suelo con tanta fuerza que detuvo la carrera
de Hecarim, antes de alzar sus brazos y atrapar a la criatura sombría con una
maraña de raíces que lo selló al suelo. Numerosos pimpollos surgieron de
Maokai, corriendo hacia Hecarim, agarrándolo y explotando, haciendo que las
raíces se partieran, pero también buena parte de la armadura del monstruo.
Momento
que aprovechó Riven para saltar por encima del Treant, empuñando su arma. Aún
rota, el tajo que propinó a la Sombra de la Guerra fue suficiente como para
hacerle retroceder unos pasos, lo justo para que Gragas se lanzara hacia
delante, tumbándolo definitivamente contra el suelo. Por su parte, Jax había
encendido su farol y estaba ordenando a varios Campeones a retirarse por las
Esferas, simplemente porque había demasiados de ellos, y aunque poderosos, no
sabían combatir en equipo de esa forma. Jax gruñó, molesto. ¿Dónde demonios se
habían metido Graves y Fate? ¿Y Lucian? ¡El maldito Purificador hacía falta en
este momento!
Los
Sanadores se habían reunido en torno a Vessaria, intentando hacer algo por
ella. Sangraba demasiado, sus pulmones habían sido perforados, junto a varios
órganos críticos, pero estaba rodeada por criaturas capaces de obrar milagros
más grandes en medio de un campo de batalla... Pero extremadamente confusas
ahora mismo. Soraka fue la primera en apoyar sus manos sobre la Invocadora,
transmitiéndole toda la fuerza que podía reunir, rogando a las Estrellas que
olvidaran su condena lo suficiente como para restablecer la vida que se estaba
perdiendo ante sus ojos... Pero algo parecía ir mal. Sus fuerzas no respondían.
Taric intentó lo mismo, sin resultado. Fue Sona quien expresó lo que todos
sentían.
― ¿Miedo? –dijo en un susurro. Sentía
sus manos frías, su etwahl no podía sonar. Observó a Soraka, quien clamaba por
las Estrellas, pero no obtenía respuesta. Sona advirtió que la voz no salía de
la garganta de la Hija de las Estrellas.
― Miedo...
¿A qué? –dijo
Nami, quien también sentía todo su cuerpo gritar de pavor. Hasta la última de
sus escamas temblaba, a pesar de que había demostrado su valentía en numerosas
ocasiones, y se había enfrentado a los horrores de los Campos en busca de...
Por un momento pensó qué hacía realmente ahí, antes de que un nuevo golpe
resonara en toda la sala.
El
martillo impactó contra el suelo, y una decena de cuchillas y filos surgieron
del suelo, empalando a Riven y a Maokai, provocando un grito de la primera y un
largo rugido del segundo. Jax gruñó, y se
lanzó hacia delante, farol en mano, contra la inconfundible sombra de
Mordekaiser.
― ¡Gragas! ¡Mándalos a todos
fuera de aquí! ¡Si las Islas de la Sombra están atacando justo ahora, no
podemos hacer mucho más! –al escuchar a su amigo, Gragas se giró, observando.
Quedaban los sanadores, que se dedicaban a mirar como Vessaria se moría,
quedaban Riven y Maokai empalados en diversas armas, y en su olfato olía
claramente la peste de la magia por todas partes. ¡Y lo peor de todo es que
estaba completamente sobrio!
El
Camorrista corrió hacia los Sanadores, agarrándolos a todos con un poderoso
abrazo, levantando a Vessaria en el proceso. Antes de que estos pudieran decir
nada, Gragas corrió hacia la Esfera de Freljord... Hasta que sintió la puñalada
en la corva, lo cual hizo que se cayera, tirando a todos los demás Campeones en
el proceso. Rugiendo de ira, logró levantarse con una sola pierna, y tirar a
los cinco contra la Esfera, pasándolos a todos a la vez, pero volvió a sentir
cómo su otra pierna era atravesada.
― ¡Qué manía con golpear por la
espalda! –ladró el Camorrista, girándose y viendo a la Hacedora de Viudas
relamer sus mortales garras, cubiertas de la sangre fresca de Gragas, para
luego escupir.
― He
probado alcoholes mucho más suaves que esto... Asqueroso.
― ¡Te voy a hacer puré, niña!
–gritó Gragas, tratando infructuosamente de ponerse de pie. Evelynn sonrió,
acercándose con las garras en alto. Su sonrisa se vio cortada abruptamente
cuando el filo de Riven la atravesó en un costado, para luego gritar de dolor
cuando la Exiliada la alzó en vilo y la reventó contra el suelo, obligando a la
criatura de la Isla de las Sombras a huir en la oscuridad. Riven gruñó de
dolor, cayendo al suelo. Las heridas manaban por todas partes, pero sus ojos
brillaban con la furia.
Jax
golpeaba y rechazaba, esquivaba y lanzaba otro golpe... Pero si bien estaba
completamente ileso, no podía dañar seriamente a Mordekaiser así. A este paso,
iba a tener que... Sus pensamientos se vieron cortados de pronto cuando la
oscuridad que los rodeaba a todos comenzó a moverse sola, engulléndolos en una
marea oscura. Antes de perder la consciencia, el Maestro de Armas le pareció
ver algo, pero su mente lo desechó de inmediato por imposible.
Le
había parecido ver un cuervo mirándole fijamente.
Instituto de la
Guerra – Ala Oeste
― ¡Señor!
No encontramos nada aquí tampoco
–Therion maldijo, llevándose una mano al rostro. La cabeza iba a estallarle en
cualquier momento, y eso no podía permitírselo. A este paso, no iba a poder
sostener los Ojos Rojos por mucho más tiempo.
― No es posible. Sabemos
perfectamente que se reunían en el Instituto... ¿Dónde demonios se han metido? ¡No pueden
haber volatilizado sin más su lugar de reuniones!–exclamó el miembro del
Concilio.
― Si nos permitís intervenir...
Tenemos una sugerencia –dijo una voz vagamente familiar para Therion. Ladeando
la vista, reconoció el símbolo en aquellos Invocadores, y frunció el ceño. Los
Preservadores de Kassadin.
― Habla.
― Están bajo las prisiones de los
monstruos que el Instituto mantiene –dijo Malek sin más. No tenía necesidad de
ser misterioso ni de perder más tiempo. Las vidas de los suyos estaban en
peligro, junto a todo el trabajo de su maestro.
― Imposible.
― También es imposible que
alguien hiciera una grieta en el escudo del Instituto, pero está. Buscad en el
centro mismo, en el pináculo del poder. Mirad con atención –instruyó Malek.
Therion al principio enarcó una ceja, mirándolo. Después, dirigió su mirada
hacia la cima del Instituto... Y tras unos segundos, sus labios se torcieron,
volviéndose después una mueca de pura furia.
― ¡¿QUÉ ES ESTO?! –inquirió,
avanzando de pronto y agarrando a Malek del cuello, levantándolo del aire con
facilidad. -¡¿LO SABÍAIS Y NO DIJÍSTEIS NADA?!
― Acabamos... De verlo... Cuando
la alzasteis... –dijo como pudo el Preservador. Therion rugió, tirándolo al
suelo, para luego hacer aparecer un bastón en sus manos. Uno de los Invocadores
lo reconoció como una de las nuevas armas de Doran. Aquella que podía convertir
la energía vital del usuario en fuerza destructiva.
― ¡Invocadores, a mí! La mitad de
vosotros, conmigo, la otra, se dirige al Ala Sur para investigar la explosión
de antes. ¡Tenéis cinco minutos! –los que estaban más cerca del miembro del
Concilio vieron claramente cómo los ojos de su líder habían perdido el halo
rojizo, quedando solamente los marrones irises del hombre.
― Espero que vuestra teoría sea
cierta, Malek. Os venís conmigo. Vamos a hacer esto... A la antigua usanza. Yo
los sujeto, vosotros miráis –los Preservadores asintieron, cada uno empuñando
las cuchillas dobles que resultaban ser el arma por excelencia de los
seguidores de Kassadin.
Therion
solo dejó a cuatro Invocadores a cargo de restablecer los sellos mágicos y las
puertas que había destrozado de todas y cada una de las habitaciones reservadas
a Campeones, para dirigirse al Ala de Contención. Su mente bullía, ahora más
libre al estar desconectado de sus Ojos. Cómo los odiaba. Él era otra clase de
Invocador, sus habilidades eran más directas y menos sutiles. Solamente el
hecho de que disponía de mayor capacidad que Vessaria lo habían forzado a él a
cumplir su juramento para con el Instituto, volviéndose el Ojo. Su corriente de
pensamiento se cortó al ver a las dos docenas de Invocadores que se interponían
ante él, ocupando todo el pasillo, todos vestidos con la misma ropa de cama...
Instituto de la
Guerra – Ala Sur
Alistar
había sido uno de los pocos Campeones que había sido informado convenientemente
de lo que iba a suceder. De que había una facción de traidores en el Instituto
que iba a ser purgada. De cómo mantendrían a los Campeones al margen, mientras
los Invocadores trataban con todo de una forma neutral. Valoran ni siquiera
sabría lo que iba a suceder antes de que todo estuviera arreglado. Que habría
que romper varios sellos e invadir habitaciones, pero que no había otra
solución. Y que él podía seguir a los demás Campeones, que no tenía que cumplir
sus turnos.
Mientras
el enésimo torso de muerto viviente y recibía otra cuchillada, sabía que su
decisión era la correcta. Rugió, y golpeó el suelo, arrojando una veintena de
cadáveres por todas partes, para luego cargar contra quien los dirigía. Pero
Yorick simplemente movió una ola más de muertos vivientes que hicieron que el
Minotauro no pudiera alcanzarlo. Alistar volvió a rugir, golpeando sin
descanso.
El
resto de guardas estaban ya muertos, incluso le había parecido haber ya
machacado a alguno. No tenía tiempo, no tenía ocasión de lamentarlo. Si todo
ese enjambre de muertos caía sobre el Instituto que se estaba ocupando de la
revisión en el Ala Oeste... Podría suceder cualquier cosa.
Un
puñetazo, una coz, un cabezazo. Un martillo golpeó contra su antebrazo,
dejándolo algo insensible, pero al embestir al que se encontraba a su
izquierda, su sangre fue bombeada lo suficiente como para recuperar las fuerzas
a tiempo, agarrando al siguiente y tirándolo contra la masa que se le venía encima.
Enemigos
que no gritaban, enemigos que no hacían más ruido que al caer o al ser
destrozados. No era un combate honorable, no había sido justa desde el inicio.
Los atacaron por la espalda, usando la oscuridad antinatural que graznaba, la
oscuridad que se adentró en el Instituto sin que Alistar pudiera detenerla. El
siguiente espadazo contra su cuerpo golpeó demasiado profundo, y por un momento
la bestia tuvo que detenerse.
Era
el momento que los muertos estaban esperando. Se abalanzaron sobre él, tantos que
cubrieron del todo al enorme Minotauro, tirándolo contra el suelo y
acuchillándolo por todas partes. Los grilletes que Alistar siempre había
mantenido, desde que se había escapado de Noxus, se cubrieron de su sangre. Su
mirada se volvió vidriosa, mientras los muertos arrancaban su vida.
¿Es
así como acabaría todo? ¿Asesinado por enemigos que no eran más que títeres?
¿Solo, en la oscuridad? Comenzó a llover con fuerza. El olor de la lluvia le
llegó hasta la mente... Olía a su hogar. Como en las veces que...
Bastó
ese pensamiento para que la fuerza del Minotauro volviera a sus extremidades
empaladas. Un inmenso rugido, a pesar de los pulmones acuchillados, resonó de
entre la montaña de muertos, sorprendiendo incluso a Yorick Mori. Los cadáveres
andantes saltaron por los aires, mientras la figura del gran Minotauro,
destrozada por las armas de los muertos, o sus garras, se empapaba con la
fuerte lluvia. Se escuchó el primer relámpago, y después... Un trueno, casi
encima de ellos.
Alistar
corrió hacia las puertas abiertas, y gruñendo de dolor, soportando
increíblemente todas las heridas recibidas, tomó una de las inmensas hojas y la
movió, forzando los goznes con la brutalidad del impacto pero fijándola en su
sitio. Cuando tomó la segunda, el Enterrador supo lo que iba a hacer, pero los
Ghouls que envió contra el Minotauro fueron barridos por la media docena de
rayos púrpura que cayeron al suelo, peligrosamente cerca de él.
Un
largo bramido marcó la victoria personal de Alistar. En cuanto la segunda
puerta se cerró, estas se iluminaron, imbuidas en el hechizo de protección. Ya
no entrarían más monstruos. Los Invocadores se ocuparían de las abominaciones
que habían entrado mientras él se ocupaba de los no-muertos. Lamentaba no haber
podido detener a Hecarim, o a Mordekaiser, pero aquella nube oscura...
― Yorick Mori reconoce tu coraje
y tu dedicación, Minotauro. También tu decisión –la voz de la criatura sonaba
extraña, borrosa. Sus oídos latían con fuerza, la adrenalina corría por todas
partes tan rápido como se desangraba el guerrero.
― No entrarás, ni tú ni nadie más
–logró decir entre gruñidos. El ojo derecho se cubrió de sangre, obligándole a
mantenerlo completamente cerrado.
― Nadie lo sabrá. Este lugar
caerá, ese es el dictado de... –Yorick parpadeó, llevándose la mano que no
sujetaba su pala a la cabeza. Un nuevo rayo púrpura impactó muy cerca,
denotando que la tormenta mágica comenzaba a ganar la capacidad de percibir a
los seres mágicos. El Enterrador volvió a parpadear, mirando a la legión de
no-muertos que aún no habían sido destrozados por el Minotauro o por los rayos.
― No deben estar aquí. Nuestro
destino son las Islas de la Sombra –murmuró Yorick, alzando la pala. Los
cadáveres se giraron, y empezaron a andar lentamente. Alistar trató de volver a
respirar, pero cada vez costaba más. Su oído volvió a funcionar, dejándole
escuchar los pasos. Su ojo logró ver la forma difusa del Enterrador.
― No era tu momento. Pero ahora
lo es. Nos veremos al otro lado, Alistar el Minotauro. Yo te guiaré.
Yorick
alzó la pala, que se imbuyó en un aura azulada... Y de pronto, una docena de
rayos cayeron sobre el Enterrador, uno tras otro. Yorick intentó dar un paso,
pero no fue capaz más que de caer pesadamente al suelo. Alistar intentó volver
a respirar, pero sus pulmones estaban demasiado destrozados. Sabía que el
Enterrador no estaba muerto, estaba condenado a no morir, pero aún así, morir
por los rayos o por la pala de Yorick no eran en absoluto sus mejores
expectativas.
El
olfato había caído con el fétido olor de los cadáveres. Los ojos, cubiertos de
sangre y agua. El tacto, chillando de dolor continuamente. El oído comenzaba a
apagarse... Y notaba claramente el sabor de la sangre en su boca. No había
caído de otra forma salvo luchando, defendiendo aquello que le había protegido
a él. Un favor por un favor.
Las
puertas se abrieron a su espalda. Eso pudo escucharlo. Pero Alistar no podía
girarse. No podía avisarles de la tormenta, que debían mantenerse dentro aún.
Ni pedir perdón por no poder haber protegido a los demás. No pudo ver a los
Invocadores de ojos negros, ni escuchar lo que decían. Ni siquiera llegó a
sentir la andanada de hechizos, destrozando su cuerpo...
Instituto de la
Guerra – Ala Norte
Ajeno
a la batalla que se producía en las Esferas de Tránsito, había alguien más
interesado en otra sala en aquella zona del Instituto, con un valor mucho más
personal para él. Especialmente por ser el padre de todos aquellos objetos.
Doran permanecía en pie, frente a las puertas cerradas de la Sala de
Exposiciones. Docenas de sus nuevas obras yacían ahí, artefactos que de caer en
malas manos podrían provocar un verdadero caos allá donde fuesen. No obstante
el Maestro Forjador no había llegado ahí con las manos vacías... Sabía muy bien
sus limitaciones, y cómo sus artefactos lo destruirían si los usaba, pero no
todos. Por no hablar de las lecciones que había aprendido del Xeniam con
respecto a la defensa personal. Un solo golpe le había arrancado decenas de años
de vida, no permitiría volver a quedar en la misma situación.
El
primer golpe no le sorprendió; mucho estaban tardando. Primero fue un golpe
sordo contra la robusta y sellada puerta, lo siguiente fue un potente hechizo,
que tampoco fue capaz de atravesar el pórtico. Pero Doran sabía que era
cuestión de tiempo. Nunca había visto un ataque a tal escala en el Instituto de
la Guerra, pero estaba seguro de una cosa. Por su vida, no debía dejar que uno
solo de sus artefactos cayera en malas manos.
El
humano permaneció en pie, empuñando la espada y el escudo. Muchos reconocían
aquellas armas... Eran las obras menores que Doran había estado forjando sin
descanso en todos sus años con la mente dormida. Extrañamente, eran el par de
armas con las que más cómodo se sentía, pero no dependía solo de algo así. No,
no buscaba cortar y despedazar a su enemigo, sino permanecer a salvo. De ahí
que portase la Armadura de Warmog. Ventajas de trabajar en el Arcanum Majoris,
sin duda. Ya podía sentir claramente los beneficios de la armadura, muchísimo
más ligera de lo que uno esperaría, pero mantenía su vitalidad en todo momento.
Lo cual le permitiría soportar el uso combinado del Velo del Hada de la Muerte
que portaba en el cuello. La versión que se cedía a los Invocadores permitía
ser inmune al primer hechizo nocivo... El Velo real tenía ese nombre porque
arrancaba fuerza vital para hacerte inmune a cualquier magia. De ahí la
necesidad de poseer a Warmog. Y bajo esta, el Rostro Espiritual que lo protegía
aún más de hechizos mágicos adversos. Finalmente llevaba las Botas de Mercurio,
uno de los objetos más utilizados y famosos en la Liga por su potencial.
Doran
suspiró levemente. Él no era un guerrero, solo era un mero orfebre. Cuando un
nuevo estallido hizo temblar, esta vez sí, la puerta, Doran observó el anillo
que llevaba en su mano izquierda, y dejó escapar el aire de sus pulmones,
tranquilizándose. El Xeniam no solo le había explicado técnicas de combate,
sino que le había cedido una pequeña parte de su don del Fuego. Lo cual incluía
algunos efectos curiosos, unidos con sus armas...
En
cuanto el portón cayó, destrozado por la andanada de hechizos, Doran se puso en
marcha, cargando hacia delante. Entrando a la sala, lo que parecía una docena
de Invocadores con ojos negros que emanaban una sensación más que
desagradable... Y que ya le atacaban. Doran rodó por el suelo a un lado,
esquivando la primera andanada, sin utilizar el escudo. Los dos hechizos que le
alcanzaron solo se rompieron en el aire, pero el Velo comenzó a reclamar su
pago. Doran quedó medio instante quieto, mientras Warmog le proveía de nuevo de
la vida perdida, permitiéndole continuar. Si llegaba a los Invocadores...
Minutos después, el Artesano jadeaba, apoyado
en uno de los estantes, tratando infructuosamente de recuperar el aliento. Su
espada estaba embadurnada en la sangre derramada, pero no paraban de venir más
y más Invocadores corruptos. Ya había sido obligado a quitarse el Velo, puesto
que no había forma de soportar la brutal andanada de hechizos con él y moverse
al mismo tiempo. Comenzaba a plantearse el apostar sus fuerzas y tomar uno de
sus artefactos, cuando escuchó un brutal chasquido, seguido de una docena de
cuerpos cayendo al suelo. Doran ladeó la cabeza, observando, y lo que vio lo
dejó boquiabierto.
Un
alto Invocador renqueaba, entrando a la sala. Su toga estaba rajada y
destrozada por todas partes, apenas manteniéndose completa por unas pocas tiras
de seda. No había rastro alguno de guantes o de botas, caminaba descalzo entre
los cuerpos. La magia aún ardía de sus manos, mientras observaba los cadáveres
de quienes había tenido que matar, para luego verificar que los artefactos
habían quedado ilesos. Pero más inquietante que eso era ver cómo la sangre
corría con fuerza por el rostro del Invocador.
Tal
vez Ansirem estuviera vivo, pero había perdido prácticamente todo el lado
izquierdo de la cara. Un vacío donde debía haber un ojo, una oreja rebanada,
piel quemada... Sin embargo, el otro ojo del Árbitro brillaba con un destello
rojo que igualaba al más potente de los rubíes. El Ojo Rojo del Concilio, uno
de los hechizos más complejos del Instituto de la Guerra. Con él observaba a
Doran, este podía sentirlo por todas partes.
― Rogaría me permitierais portar
vuestra armadura, Doran. Me temo que la necesito mucho más... –logró decir con
la voz ronca y pastosa, intentando infructuosamente sonreír. Matar a sangre
fría a compañeros no era algo común en absoluto, pero esa noche... La sangre no
sería algo que olvidase fácilmente.
― Cla-claro. Pero... ¿Qué os ha
pasado? –preguntó el Artesano, desatando la armadura mágica de encima, pero
mirando a la entrada a cada poco. Le tendió el artefacto al Árbitro que se
apresuró en colocarse, sintiendo cómo sus casi vacías fuerzas comenzaban a
volver lentamente.
― Traición. Como a todos los
demás. Todos los muertos de hoy son por culpa de Traición... Y por mi orgullo y
mi obligación, juro que van a pagar por lo que han hecho. Decidme, Doran. El
artefacto legendario, el Ángel de la Guarda. ¿Podría...? –Doran negó levemente.
― Tiempo ha que el original
desapareció. Lo que quedan son las réplicas adaptadas para Invocadores. Junto a
otros objetos peligrosos. Por eso quise estar aquí. El Arcanum está
completamente sellado –la salud volvía al Árbitro a ojos vista, que sentía la
vibración de la magia actuar sobre él, salvándole de estar en estado crítico,
pero Warmog no podía devolverle las extremidades perdidas.
― ¿Estáis seguro de ello? Hemos
sido atacados, tal vez... –no era la situación pero Doran se permitió sonreír
brevemente.
― Llevo un tiempo preparando mis
propias defensas con el apoyo del Xeniam y sus consejos. Creedme, solo
encontraremos un montón de polvo delante de la puerta –ante la mención, el
rostro de Ansirem se ensombreció levemente, y miró hacia el suelo un instante.
― Alistar, el Minotauro, ha
sufrido ese mismo destino. Apenas quedan restos de él en el Ala Sur. Te pido
que prepares algo a tal fin, Doran.
Instituto de la
Guerra – Sala del Concilio
La
Tormenta Mágica aún azotaba los exteriores del Instituto de la Guerra, pero
dentro la situación había llegado por fin a una cierta paz. Al augurio de la
oscuridad y el peligro de la magia desatada, los invasores habían huido,
llevándose consigo a casi dos centenares de Invocadores con ellos. Las bajas
físicas habían sido cuantiosas, mucho más que las materiales, y con un peso
emocional mucho mayor. Y sin embargo, Therion no podía permitirse el lujo de
sentir pena por la caída de Alistar junto a tantos otros Invocadores. La furia
y el cansancio dominaban su cuerpo a partes iguales, junto al dolor que había
supuesto usar el artefacto de Doran.
No
habrían encontrado nada de no ser porque una Invocadora entró a los restos de
la Cámara de Fiddlesticks, y cuando Therion se hallaba ocupado sometiendo a
Cho’gath el tiempo suficiente como para que el resto de Invocadores analizara
su celda, había provocado suficientes daños estructurales como para que el
suelo se rompiera bajo los pies de la Invocadora, revelando finalmente la sala
secreta... Pero evidentemente vacía. Había que estar loco, o ser un genio, para
construir un refugio secreto justo debajo de los seres más terribles de toda
Runaterra... Pero de cualquier manera, no habían encontrado nada interesante
dentro, solo unas grandes salas con múltiples habitaciones, todas convenientemente
vaciadas de cualquier elemento que contuvieran.
Para
colmo de males, estaba el asunto con Ansirem. Therion lo había enviado a
analizar datos de las Esferas Principales, y volvía tuerto y desfigurado. Lo
veía claramente, portando la Armadura de Warmog y teniendo a Doran de apoyo. En
la sala también se encontraba Malek, y algunos de los Altos Invocadores que
habían sobrevivido al ataque.
― Informadme de todo... Sed
claros, pero no escatiméis detalles importantes –dijo finalmente el miembro del
Concilio, llevándose una mano a la sien. Notaba claramente como la piel de su
mano estaba rajada y destrozada bajo su guante, pero no le dio importancia. Eso
vendría después. Ansirem se adelantó, hablando con pesadez, mirando fijamente a
su superior con su único ojo, ahora de un color grisáceo.
― Ala Sur. Twisted Fate y Malcolm
Graves en paradero desconocido tras provocar un altercado en una biblioteca. No
hemos encontrado cadáveres a pesar de tener testigos presenciales. Tras desaparecer,
comenzó todo el caos que hemos vivido en las últimas horas, ignoramos si a
consecuencia. Alistar, junto a toda la guardia de la Puerta Sur, cayeron en
combate defendiéndonos de lo que parecía ser una marea de no-muertos, dirigidos
por Yorick Mori, desde el Pantano –Therion gruñó, masajeándose la sien. Aquello
no era nada, nada bueno... Uno de los Invocadores se adelantó, pidiendo permiso
a Ansirem para hablar.
― En el Ala Oeste no ha pasado
nada más que no sepáis. Se abrieron todas y cada una de las habitaciones de los
Campeones en busca del cuartel del enemigo, que se localizó finalmente bajo los
restos de la Cámara de Fiddlesticks, completamente vacía. No hemos encontrado
información alguna en ella.
― Proseguid –dijo el Invocador
sentado, aceptando que su cabeza solo le iba a doler más y más y abandonando la
idea de que podría hacer algo masajeándose la cabeza.
― En todas las Salas de Curación
del Instituto, todos aquellos afectados por Nocturne y Fiddlesticks se
incorporaron a la vez, aparentemente guiados. Asesinaron a docenas de los
nuestros y huyeron junto al enemigo. Con respecto a esto creo que Ansirem tiene
una información que concuerda, si no le entendí mal antes... –dijo el tal
Artamis, mirándolo. Ansirem simplemente extrajo una daga de su toga y la arrojó
encima de la mesa. Therion abrió los ojos ampliamente, reconociéndola al
instante.
― Es el mismo tipo de daga que la
que se usó para matar a Ashe.
― Shaco trató de usarla conmigo.
Luchando con él, recibí todas estas heridas. No tengo claro si escapó o lo
maté, se hizo invisible a mis ojos... –dijo Ansirem pesadamente. La cuchilla de
Shaco había hecho horrores en su piel, si bien el ojo lo había perdido al
tratar de huir, pasando cerca de una de las malditas cajas trampa del Bufón
Siniestro. Solo de milagro había sobrevivido a aquello, gracias a que al final,
había entendido que tenía que demostrar la carta que más celo guardaba el
Árbitro. Therion lo miraba profundamente, comprendiendo.
― En el Ala Norte hubo una gran
batalla entre seres de las Islas de la Sombra y varios Campeones aliados. Jax,
Gragas, Riven y Maokai se encuentran en estado crítico. No hemos podido
contactar con la Miembro del Concilio Vessaria personalmente, pero se encuentra
en Avarosa, en coma. Soraka nos asegura que sobrevivirá pero que necesita
tiempo. Una de las Esferas de Tránsito fue destruida cuando los invasores
huyeron por ella. Nuestros testigos cuentan como atacantes a Hecarim,
Mordekaiser, y Evelynn.
― Queda claro que las Islas de la
Sombra pasan a formar parte de los enemigos de la Liga de Leyendas... ¿Qué más?
¿Qué hay de la situación de Valoran?
― Una tormenta mágica mantiene
aisladas tanto Jonia como Aguas Estancadas, y el clima en Runaterra se va a
transformar en un crudo invierno en los próximos días. Esto provocará que una
nueva tempestad glacial aisle Freljord, por lo que asumimos que no podremos
traer a Vessaria hasta entonces. Demacia, Noxus, Piltover, Ciudad Bandle y Zaun
no han reportado novedades.
― Así sea... Llamad a todos los
Campeones e Invocadores fieles. Si han huído, los deberemos rastrear, pero de
cualquier manera, hay que purgarlos de este mundo –la voz de Therion sonaba
cada vez más agotada, pero su mirada era inflexible. Pocas normas sin
quebrantar habían quedado tras esa noche en el Código, y solo había una pena
posible para tanta destrucción y muerte.
― Con respecto a Ashram...
–empezó Ansirem, antes de que el miembro del Concilio lo cortara abruptamente.
― En otro momento. Que comiencen
las Invocaciones.
Unas
horas después, los primeros Invocadores volvían a su hogar, sorprendiéndose a
ver el desastre en el que se había convertido la Sala de las Esferas. Las
paredes estaban llenas de impactos de cuchillas, el suelo estaba completamente
destrozado por cascos, botas de acero y lo que parecían pisotones de Treant. Un
colosal tajo cortaba una sección de la Sala, mientras un aluvión de cientos de
armas había perforado otra pared, revelando lo que parecía la figura de Gragas
contra esta. El combate había sido brutal... Pero no era algo imposible de
reparar, y menos por la mano de los Arquitectos del Instituto. Cuando el
primero de estos observó el estado de la sala, gruñó, poniéndose manos a la
obra. Terminaría en horas con todo aquello. Tal vez fuera demasiado mayor para
pelear, pero no para hacer las reparaciones.
Tierras de los
Yordles – Camino Principal
Los
tres Campeones que permanecían en pie observaron por un momento la angosta
entrada entre las montañas que daba acceso a Ciudad Bandle, un acceso
ciertamente inquietante, a pesar de que el camino parecía cuidado y atendido,
con el tamaño suficiente como para que los pequeños carromatos de los Yordles
entraran con facilidad, aunque todos sabían que la principal ruta de transporte
para aquellas pequeñas criaturas era mediante el mar. Un gruñido de dolor sacó
de su ensoñación a los tres, viendo que a su lado quedaba el cuerpo del Xeniam
cubierto de lo que parecía un hielo negro en sus heridas. Kassadin se agachó,
preocupado, mientras extraía su filo mágico.
― Como temía, el Segador no debía
haber atravesado el Vacío en ese estado. Ayudadme, tenéis que arrancar todo eso
–dijo, señalando la costa negra que rodeaba prácticamente toda la piel del
Xeniam. Kassadin no dudó, cortando con su filo, provocando que la sangre
volviera a manar libremente al suelo, por lo que el potente olor de la sangre
derramada impactó al Purificador y a Kayle.
― ¿No lo vas a matar si haces
eso, Kassadin? –preguntó Lucian, aún confuso. Kayle por otro lado estaba
comenzando a desenvainar su arma en silencio.
― El Segador no ha despertado
porque estas partículas del Vacío están consumiéndolo, hay que arrancarlas para
que su magia lo cure. Podría drenarlas, a mí no me afectan, pero no está
suficientemente fuerte –explicó el Caminante, un instante antes de que Kayle
conjurara su fuerza sobre su espada, que comenzó a arder, y atravesara al
Xeniam con ella, provocando que este se retorciera de dolor mientras las llamas
blanquecinas comenzaban a devorar y consumir el cuerpo del asesino. Antes de
que Kassadin pudiera siquiera decir nada, vio como las partículas de vacío eran
consumidas sin que la carne y la sangre lo hicieran.
― Una vez me enseñó que su fuego
no puede matarme, y el mío tampoco a él. Aparentemente surgen de la misma
fuente... Así que pensé que también lo curaría. Pero parece que no de forma tan
efectiva... –murmuró la férrea mujer, convocando más y más llamas, pues el
cuerpo del Xeniam continuaba devorándolas sin cesar, utilizando su energía para
arrancar los pedazos de Vacío que seguían drenándole. Lucian frunció el ceño,
extrayendo un arma de su cinturón y observando su alrededor.
― Los Yordles tienen un alto
conocimiento de lo que suceden en sus fronteras. Esperaría una visita pronto...
Y no necesariamente amigable, dado lo imprevisto de... –la voz de Lucian murió
cuando observó un par de ojos mirándole enfrente suya dentro de la maleza, para
luego ver una sonrisita. Un Yordle surgió de ahí, llevando una larga cerbatana
en sus manos, un casco de explorador y una mochila bastante cargada. El
Purificador bajó el arma, al reconocer al Explorador Veloz. No es que le
hubiera servido de mucho, si estaba tan cerca, previsiblemente Teemo habría
llenado su alrededor con trampas o venenos.
― ¡Hola! Me han encargado
escoltar a quien tenemos que probar hasta Ciudad Bandle, y ver si sobrevive a
los juegos de los Yordles... ¿Quién es el afortunado? –comentó como si nada,
provocando que incluso Kayle enarcara una ceja. Abrió la boca para responder,
pero de pronto, sintió una potente energía que la rodeaba por todas partes. Una
energía más que conocida, pero no por ello apreciada.
― Espera... ¿Ahora? ¿Nos vamos
justo al...? –dijo la Justiciera, antes de percatarse de que solamente Lucian,
Kassadin y ella estaban envueltos en el aura. Teemo la observaba curioso,
mientras Akran aún estaba tirado en el suelo.
― Parece que hay otras
prioridades... Y la magia de Invocación no funciona con él. Saben lo que están
haciendo... –murmuró Kassadin, su tono aún más sombrío que de costumbre.
― ¡Pero ahora no! –instó Kayle,
justo antes de desaparecer en un haz de luz, junto a los otros tres Campeones.
El filo de la Justiciera desapareció, dejando una herida abierta al Xeniam, aún
notablemente herido, pero al menos consciente. Con esfuerzo, se incorporó y
comenzó a arder con sus propias llamas, hecho que aparentemente no sorprendió a
Teemo. Quien de hecho no se había sorprendido con nada de lo que había visto.
― ¿Entiendo que debo guiarte a
ti? –preguntó jovial, ignorando el hecho de que Akran, libre de su capucha,
tenía una expresión de verdadero mal humor en el rostro. Avanzando unos pasos
con dificultad, invocó su arma, que se transformó en un báculo para andar.
― Si... –logró decir con una voz
ronca y pastosa, volviendo a cubrirse la cabeza con pesadez y siguiendo al
Yordle, que al instante se había girado y comenzaba a correr a paso ligero,
forzando pronto al Xeniam a acelerar su paso.
Teemo
no entendía por qué le habían ordenado preparar el veneno más doloroso para
matar al Xeniam, para luego ordenarle custodiarle y llevarle sano y sano hasta
Bandle para que pasara las pruebas. Suponía que los Exploradores habían optado
por algo más impresionante o elaborado que un simple disparo en la maleza. Pero
de cualquier manera, Teemo no juzgaba las órdenes, solamente las acataba. Y si
debía dirigir a un enemigo de Ciudad Bandle a su corazón, así lo haría, puesto
que las órdenes se debían cumplir. Su sonrisita no moría, en tanto aceleraba
más el paso. ¡Tenía ganas de volver a casa tras estar cuatro días esperando sin
moverse!
No hay comentarios:
Publicar un comentario