Instituto de la Guerra – Ala Sur
― Eh,
¡espera de una vez! –la ronca voz de Malcolm Graves no conseguía detener el
paso del Maestro de las Cartas. Tras varias visitas de algunos compañeros
Campeones especializados en la curación, y algo de ayuda de Zilean, Fate
parecía haber recuperado su aspecto habitual, aunque sus ojos carecían de su
habitual brillo, de la confianza en sí mismo, y eso el Forajido lo podía
distinguir claramente. Si alguien con el poder de teletransportarse y de
presentir a todo el que se encontraba a su alrededor estaba inquieto... ¿Quién
era capaz de alcanzarle a pesar de todo aquello?
― No
hay tiempo, y este vale más que el oro ahora mismo –repuso el apresurado
Campeón, doblando una nueva esquina y llegando a una de las bibliotecas del Instituto.
Graves bufó, mirando el lugar. No había hecho demasiado por ver los recovecos
del Instituto, salvo cuando buscaba a Twisted Fate, pero aún en aquellos
tiempos, la biblioteca no era un sitio que le interesara.
― Acabas
de estar con Zilean, pedazo de...
Antes de que pudiera seguir
quejándose, Fate avanzó entre los pasillos, forzando al Forajido a apretar el
paso. A Graves le incomodaba carecer de Destino entre sus manos, pero aquello
era una de tantas leyes del Instituto de la Guerra que se cumplían de forma...
Parcial. Kayle, la Justiciera, podía llevar su arma, Lucian, el Purificador,
jamás se separaba de ellas. Y todo el mundo sabía que esos dos amargados
estaban a varios días de provocar una masacre sin motivo alguno. Pero a alguien
como Miss Fortune, Gangplank, el propio Graves... No, la justicia era bien
distinta, sólo porque al salir de la cárcel había partido en dos a su captor de
un tiro. Cuando pensaba en aquellas estupideces, aquella hipocresía, algo le
reconcomía por dentro, pero al menos él no había sido obligado a pelear con un
farol por ser tan bueno... Aunque en parte eso no decía mucho por el resto de
Campeones.
― A
ver... ¿Qué demonios ves interesante en estas mesas? No son las de tu tipo. Hay
gente lista y no hay oro –murmuró Graves, mirando a su alrededor. Algunos pocos
Invocadores aparecían aquí y allá, formándose entre montañas de libros, o
simplemente pasando el rato, ojeando alguna lectura interesante. Pero tras
tanto ataque y tanto misterio molesto, comenzaba a no fiarse de nada ni nadie.
― Estoy
buscando algo que lleva rondándome la cabeza desde hace tiempo. Tú lo has
dicho, estas no son las mesas a las que estamos acostumbrados. Pero tampoco
estoy acostumbrado a estancias de más de una noche en Noxus. Tsk... –Fate
pasaba rápidamente las hojas de lo que parecía una especie de prensa antigua.
Graves enarcó una ceja, finalmente fijándose en lo que el jugador de cartas
estaba leyendo.
― Eh,
eso me suena. ¿El Jornal de la Justicia? ¿No dejaron de publicarlo hace algún
tiempo? –un movimiento a su derecha, dos a su izquierda. El Forajido amagó un
gruñido y se sentó a la mesa, cogiendo otro de los diarios.
― Se
descubrió una trama corrupta en la dirección y terminaron por cerrarlo. Pero
fue muy popular hace unos años, diarios completos con información de cualquier
cosa insólita. Por eso estoy leyéndolos, estoy buscando el paradero de un
hombre –mientras hablaba, de forma distraída, Fate se llevó una mano al
sombrero y lo ladeó por la derecha. Graves frunció el ceño, comprendiendo.
Sabía que los estaban vigilando.
― ¿Eso
no te resulta fácil con esa magia tuya?
― Se
supone. Pero no está en ninguna parte. Por eso busco de otra forma.
Durante algunos largos minutos,
Fate pasó de diario en diario, cada vez yendo más y más atrás, mientras Graves
revisaba los últimos, llenos de información referente a Kalamanda y el
conflicto bélico que había sucedido ahí entre Noxus y Demacia. Lo recordaba
vagamente, pero no había sido algo de su interés así que él había pasado todo
aquel tiempo en Aguas Estancadas, en busca de algo de oro e información sobre
el gitano. Malcolm gruñó, llevándose una mano al interior de su chaqueta y
extrayendo un puro que encendió sin mucha parsimonia. Aspiró el potente humo y
lo sintió en su interior, arañándolo por dentro, hasta que lo dejó escapar.
Entre bocanada y bocanada, dejó que su mente se dispersara en el aire. Era una
buena forma de pensar y reflexionar sobre el siguiente paso.
― No
nos siguen noxianos –dijo, más que preguntó. Fate no ladeó la vista pero dejó
entrever una débil sonrisa, leyendo las últimas páginas del décimo tomo del
diario.
― No.
Es algo mucho más grande.
― Y
magos. Odio a los magos. Casi más que a ti.
― Muchos
magos. ¿En el lugar de siempre?
― Cómo
no –como si lo hubieran practicado mil veces, a pesar de que hacía años que no
habían hecho algo similar, Graves extrajo de su chaleco una baraja de cartas
que le pasó a Fate, mientras este hizo aparecer a Destino de la nada, que cayó
sobre las manos del Forajido. Un brutal disparo después y una certera carta
arrojada, los tres asesinos que tenían a sus lados cayeron, un instante antes
de que ambos Campeones salieran corriendo, apoyándose en la mesa y saltando
sobre la estantería que tenían enfrente. Comenzaron a saltar estantería tras
estantería, provocando un verdadero pandemónium en la sala. Twisted Fate
arrojaba cartas que chocaban contra personas que no debían estar ahí, y Graves
había recurrido a su colección de bombas de humo caseras. En apenas unos
segundos, salían raudos de la biblioteca, dejando centenares de valiosos tomos
esparcidos por el suelo junto a media docena de inconscientes o muertos.
En la mesa donde habían estado
investigando, sentada al otro extremo, apareció de pronto la inconfundible
Evelynn, quien tomó con sus afiladas garras el diario que Fate había estado
leyendo, y frunció el ceño, mientras lo rasgaba. Era aquel donde se hablaba de
la relación entre ella y el Maestro de Cartas. Esparciendo los restos al suelo,
se incorporó, volviendo a desaparecer en las sombras y tomando entre sus dedos
una brillante esfera.
― Hijo de puta. Sabías que estaba aquí...
A varias salas de distancia lejos
de todo aquello, en uno de los amplios Comedores del Instituto, la colosal
forma de Gragas destacaba entre la mayoría de Invocadores, así como sus malas
maneras al devorar la comida que había recogido, suficiente para alimentar a
una decena de hombres fornidos. Jax se encontraba frente a él, sujetando su
eterno farol junto a lo que parecía poco más que una jarra de zumo.
― ¡Te
lo repito, máscaras! Yo no me caigo por flechitas de nada. Ahí había algo.
― Te
pueden los años, gordo. Quizá con suerte hasta acabes emborrachándote. Y ten
más cuidado, ¡a este paso hasta yo voy a comer como sigas engullendo así! –el
Camorrista comenzó a reír de forma casi exagerada, sacudiendo la mesa de tal
forma que incluso la sólida construcción de piedra tembló por el golpe.
Arrancando un enorme trozo de cerdo de una pata entera, el gigante masticó,
para luego ponerse serio, incluso bajando la voz. Jax había olvidado que Gragas
sabía hacer eso.
― Nah,
pero aquí hay algo raro. Esa jerga de los jefazos, las caras que ponen
algunos... Yo no sé mucho de todo esto pero no me recuerda a como era antes.
― No,
no lo es. Por eso quiero largarme pronto. Hay demasiada tensión en el aire, es
como si algo fuera a reven –con un pesado golpe, las puertas dobles del comedor
se abrieron, dejando ver a una decena de Invocadores guardianes.
― ¡Atención
a los Invocadores en servicio! ¡Problemas en el Ala Sur! ¡Tenemos a dos
Campeones descontrolados! –al momento, casi todos los Invocadores se
incorporaron, corriendo en estampida hacia fuera. Jax meneó la cabeza, negando
para sí.
― Qué,
¿sabes quiénes son? –preguntó Gragas, levantándose mientras se llevaba la
última pata de jamón que quedaba entera. Jax no contestó, simplemente terminó
el zumo antes de dirigirse afuera, pero en lugar del sur, se orientó hacia el
Ala Norte.
― Tú
calla y sígueme, que se va a armar una buena... –Gragas se rascó la cabeza,
siguiendo al Maestro de Armas.
― Mientras
vayamos luego a por mis barriles...
La
oscuridad lo atenazaba como si fuera un garfio que lo hundía una y otra vez en
la pesadilla de la que no podía despertar por mucho que lo intentase. El joven
niño temblaba, gruñía entre palabras ininteligibles, incluso para su peludo
amigo, que tantas veces lo había escuchado. Willump observaba al pequeño
humano, triste, sin saber cómo ayudarlo. Sentía que aquella daga oscura le
había hecho algo, pero había gritado y golpeado el suelo sin conseguir nada.
También había intentado darle su fuerza a Nunu, pero con esto el joven solo
parecía mantenerse, no mejorar de ninguna forma. De pronto, un aroma distinto
en el aire provocó que el Yeti girara la vista hacia las puertas dobles, que
abiertas, dejaron ver tres siluetas muy distintas entre sí.
Soraka, la Hija de las Estrellas,
avanzaba con paso delicado, a pesar de lo audibles que resultaban las coces en
el suelo de sus patas. La que antaño fuera una criatura divina, había perdido
parte del don que la hacía única, pero no por ello había permitido que sus
dones restantes se perdieran en el olvido. Al revés, su cetro lunar estaba
firmemente sujeto en su mano derecha, mientras conversaba con el hombre a su
siniestra.
Taric, el Caballero Gema, siempre
envuelto en su enorme y pesada armadura, hablaba con un tono bajo y consecuente
con el lugar en el que se encontraba. Si bien se había desprendido de su gran
escudo, llevaba la maza atada a la espalda, que destellaba un leve fulgor
azulado. Los penetrantes ojos del sanador observaban ya tanto al Yeti como al
pequeño joven que se encontraba perdido.
― ...Posiblemente
tengas razón, no había pensado en esa posibilidad –dijo, asintiendo a Soraka,
esbozando una leve sonrisa. La sabiduría de esta había permitido que Taric, aún
viniendo de un mundo distinto y poseedor de una magia radicalmente distinta,
pudiera mejorar sus dones de formas que no hubiera podido esperar. Ahora que se
había abierto la luz en su mente, empezaba a sentir cómo el rompecabezas se iba
solucionando solo...
― ¡Pero creo que mi aportación también puede
ayudar! –repuso una quizá demasiado entusiasta Sona, deleitándose ella
misma con el sonido de su voz. Ello, y
el tono oscuro de su instrumento, eran lo único que denotaba el intenso cambio
en la Campeona, ante la cual Soraka asintió.
― No sabemos todas las respuestas, y en
ocasiones lo desconocido puede ser la solución a lo que se desconoce, en
efecto... Pero querría verificar... Oh, criatura... –su voz desapareció
cuando prestó toda su atención al niño. Soraka se detuvo abruptamente, mirando
a Willump, para luego alzar lentamente una mano. El Yeti tardó unos segundos en
responder, pero cuando lo hizo, gruñó, levantándose del hueco junto a Nunu y
alejándose lo suficiente como para que los tres Campeones pudieran rodear al
chaval.
― Ojalá hubiera podido estar aquí antes, pero
me resulta complicado dejar Jonia. Hay tanto mal que tratar ahí todavía...
–murmuró, dejando que sus largos cabellos plateados cubrieran parte de su
rostro, aunque el cuerno que manaba de su frente impedía que llegaran a tapar
sus ojos. Lentamente, apoyó sus manos sobre el torso de Nunu, y comenzó a
concentrarse. Sona apoyó una de sus delicadas manos sobre Soraka, y finalmente Taric
hizo lo mismo. Durante unos segundos, se quedaron quietos, concentrándose en
sus fuerzas individuales.
― Siento que esto sigue siendo más útil que
haberle hecho crecer a Fate el pelo, ¿por qué tuvimos que...? –comenzó
Sona, con los ojos cerrados, pero Taric apretó levemente su mano, instándola a
centrarse.
Los minutos pasaron, y las
fuerzas de cada uno de los tres sanadores comenzaron a manar de sus cuerpos,
dirigiéndose contra Nunu como si fueran un viento invernal, cargado de niebla.
El joven se tensó y comenzó a moverse, mientras la energía circulaba por su
cuerpo, rodeando la zona a tratar, dando vueltas, asegurándose que el resto de
su cuerpo se encontraba bien... Y finalmente, a la vez, las tres fuerzas
confluyeron en el centro, donde la cicatriz de la daga permanecía
espantosamente clara.
Por unos instantes, la
concentración de los tres cayó. Aquello no había sido solo un golpe poderoso,
ni siquiera un veneno. Había verdadera magia terrible en aquel corte... Que
tenía un rastro espantosamente familiar para los tres.
― ¿Por qué...? ¿Por qué esa daga estaba
vinculada a Nocturne...? –murmuró Soraka, abriendo los ojos y ladeando la
vista hacia una puerta cerrada, al fondo de la sala. Aquella era una de tantas
salas donde los afectados por la Pesadilla de aquel ser de terror y espanto
permanecían. Sacar a alguien del embrujo de Nocturne había sido tarea imposible
siempre. Tan poderoso, tan terrible, tan... Efectivo, en sintonía con los
Invocadores.
― No es lo mismo. Quiero decir, Nunu no está
perdido. Aún está aquí, ¿lo sentís? –dijo Sona, aún con los ojos cerrados.
Taric gruñó, asintiendo.
― Willump
lo mantiene aquí. Lo está agarrando en el abismo... Pero incluso algo como el
Yeti se queda sin fuerzas eventualmente. Necesitamos sacarlo de ahí.
― Sona, dijiste que... –comenzó Soraka,
pero la Virtuosa ya había introducido una de sus manos en su vestido,
extrayendo un pequeño anillo de oro que colocó en su dedo índice.
― Pensé en mi caso. Y recordé que el nuevo
Campeón, el Xeniam, manejaba un fuego que quemaba poderes como este. No está,
pero hablé con Doran. Y... Si no me explicó mal... –como si fuera lo más
natural, Sona encajó un puñetazo en el pecho de Nunu, provocando que este
comenzara a aullar de dolor, mientras Sona mantenía el puño firmemente contra
la cicatriz. Willump rugió, incorporándose, pero Taric se lanzó hacia delante,
deteniéndolo antes de que llegara a cargar.
― ¡Espera!
¡Mira lo que pasa! –le gritó. El Yeti gruñó, parándose lo suficiente para oler.
Y se detuvo del todo.
El olor había cambiado. Ahora,
sentía algo podrido quemarse. Cuanto más respiraba, más hediondo resultaba,
pero también moría. Una llama blanca que había surgido del anillo, ahora
desprovisto de todo lustre, parecía atravesar el pecho de Nunu, quien rugía de
dolor. Sona hacía lo posible por mantenerlo quieto pero no tenía forma de
resistir tantos estertores.
― ¡Willump! –dijo de pronto Soraka. -¡Dale tu fuerza a Nunu! ¡Dale la fuerza
para despertar! –como si llevara esperándolo una eternidad, el Yeti se
incorporó cuan largo era, y comenzó a gruñir en un tono bajo, alzando una
peluda mano hacia Nunu, pero tomándolo del brazo con sorprendente delicadeza.
La energía rojiza característica, la furia del Yeti, migró desde el colosal ser
hasta el joven, quien poco a poco dejó de temblar, mientras el fuego consumía
su carne. Destellos oscuros surgían entre las llamas antes de ser destruidos,
los ecos de la daga que no habían podido ser eliminados de otra forma.
Tras lo que pareció una
eternidad, Nunu se quedó quieto, y comenzó a respirar de forma normal. Parecía
en paz, aunque en parte, incluso parecía mayor, como si tanto esfuerzos y
energías lo hubieran forzado a crecer para asimilarlo.
Antes de que Soraka pudiera
volver a sonreír, satisfecha, las puertas dobles de la Sala se cerraron
bruscamente, y se cubrieron con pura magia, bloqueándolos.
― Eso es... ¿Lo que creo que es? –preguntó
Sona, observando las puertas y enarcando una ceja. Taric se lanzó hacia
delante, maza en mano, y lanzó un potente golpe que simplemente rebotó, como si
aquella arma mística no fuera más que una pelota.
― Sí.
Estamos cerrados. Todas las Salas están selladas. ¿Qué ha pasado ahí fuera?
Isla de Jonia – Monasterio Shojin
Irelia estaba impaciente. El
Manto del Decorum se le hacía cada vez más pesado conforme avanzaba por el
largo pasillo, mientras su arma esperaba cerca de ella, flotando de tal manera
que las mortales cuchillas aparentaban ser gráciles e inermes. Pero ni siquiera
la seguridad de su arma la hacía sentirse menos inquieta. Llegaban tarde. Y los
monjes de Hirana jamás llegaban tarde. La estoica guerrera volvió a acercarse a
la puerta principal, pero el guarda negó antes de que llegara a hacer gesto
alguno.
― En
el instante en que estén aquí avisaremos, Capitana. Os ruego no os presionéis
más.
Con un bufido, Irelia volvió
sobre sus pasos y se internó en la sala mayor del Monasterio. O al menos, la
que la guerrera conocía, ya que había lugares ocultos destinados a los monjes
que solo estos podían acceder. En ocasiones ese misticismo se le antojaba fascinante,
pero con el tiempo en su contra, ahora todo aquello resultaba banal e
impráctico. Internamente... Muchas de las costumbres de Jonia ahora se le
antojaban así. Todas aquellas que no tuvieran una clara utilidad, como los
rituales de armas, o los entrenamientos... Los debilitaba contra los demás.
Pero no era algo que pudiera modificar a placer.
Tardó unos segundos en darse
cuenta de que alguien estaba observándola. Con un gesto sutil, pero evidente,
Karma, la Iluminada, la llamaba a su lado. La Duquesa jonia finalmente había
terminado de reunirse con los Ancianos que se habían desplazado a Shojin. Sin embargo, el gesto contrariado en Karma,
habitualmente en paz, alteró aún más a Irelia.
― Tenemos problemas... Muchos más de los que
esperábamos. Más allá de los que esperan al otro lado del mar.
― ¿A qué os referís, Karma? ¿Los demonios
ocultos en la isla? –preguntó la guerrera, agudizando la mirada.
― La Orden de la Sombra de Zed ha crecido sin
que lo supiéramos. Y alguien les provee de recursos que esta isla no posee. Además...
Las fuerzas de Syndra crecen más rápido que nunca.
― Poderes
del otro lado del mar provocan nuestra perdición. Y el motivo, no es otro que
forzarnos a un aislamiento que debilite a nuestros aliados –la voz segura y
serena del Monje Ciego surgió detrás de Irelia, aunque esta vez lo había podido
presentir a tiempo. Sin embargo, sus palabras seguían siendo graves.
― Jonia tiene pocos Invocadores, carecemos de
los medios de otras Ciudades-Estado. Nuestro equilibrio de fuerzas puede
romperse fácilmente si aquellos imbuidos por la oscuridad reciben ayuda. Mi
intención es reunir a los Ancianos, y llevarlos al continente –las palabras
de Karma hicieron que la estoica Capitana se sorprendiera genuinamente.
― ¿Dejar a Jonia sin sus líderes? ¿Es eso
seguro?
― La
Duquesa propone forzar a nuestros enemigos a perseguirnos donde nuestros
aliados se encuentran. Syndra solo desea la destrucción de los Ancianos, no de
toda Jonia. Y Zed persigue a los remanentes miembros de los Kinkou... Que se
encuentran aquí presentes –en el instante en que Lee Sin terminó de hablar,
Irelia se observó contemplando a los tres renombrados miembros de Kinkou que
también formaban parte de la Liga de Leyendas.
Shen, el Ojo del Crepúsculo,
siempre oculto con aquella máscara que nadie había llegado a tocar siquiera,
observaba atentamente, a la derecha de Karma. Alto y robusto, parecía increíble
que alguien con su tamaño no solamente fuera tan rápido, sino además tan
silencioso a la par de resistente. En alguna ocasión Kinkou había aceptado la
petición de Irelia de probarse a sí misma contra ellos, y Shen carecía de
piedad alguna. Puede que sus armas carecieran de filo, pero en sus manos tenían
una eficacia letal.
Por su parte, Akali, el Puño de
la Sombra, revisaba sus Kamas una nueva vez. Si bien era de los 3 la persona
más jovial, no por ello dejaba de ser tan efectiva y precisa. Darle la espalda
podía suponer la propia muerte, y sus habilidades provocaban que darle la
espalda fuera imposible de evitar...
Finalmente, la pequeña figura de
Kennen se las había arreglado para estar justamente entre Karma e Irelia.
Mirándola también fijamente, el Corazón de la Tempestad no se había parado a
contemplar si era acertado o seguro desplazarse de tal forma ante una guerrera
veterana. Por la sencilla razón de que aunque el arma encantada sí había
reaccionado a tiempo, los sentidos de Irelia no eran capaces de actuar ante el
movimiento de Kennen.
― Los
Ancianos no deberían abandonar su tierra –dijo Shen, impasible.
― Pero
Jonia tampoco puede morir. Nuestros enemigos se acercan más y más –repuso
Kennen.
― Viajaremos a donde los Ancianos sean
desplazados para enfrentarnos a quienes los persigan. Zed y Syndra no pueden
ser ignorados más tiempo –había un leve, muy leve, tono de emoción en las
palabras de Akali. No todos los percibieron, pero la asesina no perdería la
ocasión de cumplir su juramento como Puño contra aquellas dos abominaciones.
― ¡Pero todo esto no evita que los de Hirana
lleguen tarde! –exclamó Irelia en voz alta, dándose la vuelta. En ese
instante, la puerta del pasillo se abría, pero quién surgió de ella no formaba
parte del comité de monjes.
― ...Sí
que lo hace –dijo una voz profunda y rota. Avanzando con pasos lentos y
estudiados, la forma alterada de Varus quedó frente al grupo de Campeones.
Extendió su brazo corrupto, lo dobló, e hizo una leve reverencia, mirándolos
fijamente. Akali mantenía sus cuchillas preparadas, y el shuriken de Kennen ya
estaba envuelto en electricidad. Pero Lee Sin extendió una mano, adelantándose.
Ya lo había sentido antes de tiempo.
― Explícate,
Varus –tras incorporarse, la Flecha de Castigo extendió su mano izquierda,
donde el resto ajado de una toga quedaba colgando en varias de las oscuras
extensiones puntiagudas que debían ser la tersa piel del antaño Guardián.
― Vuestros
asuntos no me importan en lo más mínimo. Pero encontré los restos mutilados de
una comitiva de Monjes del Monasterio Hirana. Siete, aparentemente... Anciano
incluido, por supuesto –las palabras de Varus sentaron como una losa a la
Capitana de la Guardia, quien gruñó. ¿Por qué demonios estaba pasando todo tan
rápido, y sin que pudiera hacer nada por evitarlo? ¿Qué nublaba su juicio y le
impedía actuar?
― ¿Qué nos dice que no has sido tú, corrupto?
–pronunció Karma con una voz gélida, asimilando la noticia. Sin embargo, ella
ya sabía la respuesta. Varus simplemente entornó lo que en otrora hubiera sido
una sonrisa, alzando la mano derecha. De la sustancia negra que ahora dominaba
aquella extremidad, surgió lo que parecía parte de la piel del pecho de...
Irelia bufó, y todas sus espadas rasgaron el aire, girando sobre su cabeza.
― ¿Has desollado a un Anciano de Jonia,
maldito...? –comenzó, adelantándose, antes de que el brazo de Shen la
detuviera completamente.
― Observad
la marca –dijo, simplemente. La piel tenía dos marcas profundas en el centro, y
otras cuatro a ambos lados de las dos iniciales. El origen no podía ser más
evidente para ellos...
― Zed –murmuró Akali. – ¿Pretenderán atacar a los otros cinco aquí
reunidos ahora? ¿Han arrasado todo Hirana? Demasiadas cuestiones.
― Debemos
apresurarnos –dijo de pronto Lee, alejándose del grupo de Campeones y
dirigiéndose hacia otra de las salas del Monasterio. Irelia siempre se había
preguntado cómo alguien sin vista era capaz de moverse con esa seguridad y
velocidad, evitando a otros monjes con la fluidez del agua.
― Sep.
Syndra está moviendo su fortaleza aquí –comentó Varus, justo antes de invocar
su temible arco. Karma no pudo evitar una maldición en su ancestral lengua.
― ¡¿Por qué demonios no has dicho eso antes?!
–exclamó, avanzando hacia el pasillo a toda prisa y abriendo las puertas. Fiel
a las palabras del antiguo Guardián, Karma podía ver claramente el inmenso
pilar de roca que constituía la parte inferior de la fortaleza de Syndra en el
aire, muy lejos de sus lugares habituales.
― Capitana –dijo un momento, e Irelia
entendió. Corrió hacia el interior, dictando las órdenes pertinentes. No era la
primera vez que Syndra trataba de interceptar a los Ancianos cuando estos se
encontraban reunidos... Pero esta vez había algo ominoso que rodeaba sus
dominios. Como si en esta ocasión tuviera el poder para arrasarlos a todos...
Ciudad de Noxus – Dominio de Swain
Los antiguos aposentos del
anterior Alto General Noxiano habían sido prácticamente arrasados por completo,
dejando paso a algo que a juicio del Maestro Táctico, resultaba mucho más
propicio para sus planes. Un fastuoso salón que precedía a una ostentosa
habitación segura había pasado a ser numerosas salas con Orbes, mapas, y mil y
un artefactos que resultaban útiles de alguna manera para Swain. Además, el
complejo contaba con numerosos pasadizos y entradas que solamente él conocía.
De ahí que con el paso del tiempo, aquellos que entraban bajo el ojo del Alto
General y seguían enteros para contarlo, terminaran por encontrar el apelativo
perfecto a aquel espantoso lugar.
En esta ocasión era LeBlanc quien
se encontraba en el Dominio de Swain, con unos poderosos grilletes antimagia
que la impedían siquiera flexionar los codos, así como otro par en los
tobillos. Por si fuera poco, estaba flanqueada por los Hermanos. Darius, el
primero, serio y atento a los movimientos de su señor. El segundo, Draven,
tirando su hacha una y otra vez al aire, dando una patada justo por donde el
filo podría mutilarlo un instante antes de agarrar su arma de forma casi
milagrosa. Más allá, en las sombras, la familia Du Couteau al completo.
Katarina, Cassiopeia y Talon, arrodillados ante el alto sitial.
Jericho Swain se encontraba
sentado en el trono que ocupaba el lugar central de la sala, con Beatrice
apoyada en su hombro, en el lugar de costumbre. Su eterno bastón esperaba
apoyado, mientras el Alto General Noxiano terminaba lo que parecía un almuerzo
ligero, si bien el contenido de los platos era algo que solamente los recios
estómagos de todos los presentes podían soportar sin hacer gesto alguno.
Limpiando la sangre fresca de sus
labios con un paño, hizo un gesto imperceptible que solamente su cuervo
entendió, lanzando un seco graznido. Un segundo después un siervo recogía todos
los enseres y se marchaba, cerrando una puerta oculta entre las sombras del
lugar. El Dominio de Swain apena tenía luz suficiente como para ver con
claridad, lo que provocaba que todas y cada una de las figuras proyectaran
sombras espeluznantes.
― Una
misión simple. Un cometido fácil. Un regalo... Y recibo a cambio un disparo en
el estómago. Tu error se vuelve mi error, Rosa Negra. Y no tolero los
errores... –dijo finalmente, observándola atentamente. La mirada fría de Jericho
era una de las cosas que LeBlanc, artista de la ilusión, había aceptado como
única. El poder que emanaban aquellos ojos era uno que no podía imitarse.
― El gitano guardaba un abalorio en su maldito
sombrero. Y el condenado fugado se dejó embaucar de nuevo. No pensé que fuera
tan idiota como para... –la explicación de LeBlanc se vio cortada con un
golpe directo de Darius a su débil costado, provocando una andanada de tos y
sangre que manó de la boca de la ilusionista.
― Tu
posición es... Delicada. Hasta hoy te he concedido una cierta libertad con
respecto a tus enlaces. Ya no más, Rosa Negra. Tus libertades quedan
consumidas. Y ahora, hablarás. Draven... –el tono con el que Swain se dirigió
al Ejecutor Glorioso fue bastante claro para el extravagante hombre, quien se
inclinó y agarró los brazales de LeBlanc... Un instante antes de retorcer ambas
muñecas, forzando un quejido de dolor de la noxiana, para luego alzarla con una
sola mano.
― ¡Esta
zorrita sabe jugar sucio! Estos brazales no están activados. Draven sabe
perfectamente que un brazal antimagia quema, pero estos están fríos como el
hielo –los ojos de LeBlanc parecieron hacerse más grandes, y su rostro pareció
crisparse un instante, pero sin lograrlo. La máscara de LeBlanc seguía siendo
demasiado perfecta como para revelar la verdad.
― Jericho... –su voz sonó extraña. Talon
alzó una ceja, dándose cuenta de qué era lo novedoso. Había un tono genuino de
súplica en aquella voz perfecta, que se tornó en un grito cuando Draven anuló
el bloqueo que LeBlanc había conseguido insertar a los grilletes cuando se los
habían puesto.
― Aaaaaagh! –gritó la Embaucadora,
mientras su magia la abandonaba. A ojos vista, el aspecto de LeBlanc cambió. Su
piel perdió aquel brillo y tersura perfectas, sus ojos perdieron el color, numerosos
cabellos cayeron al suelo... Cuando la magia fue completamente absorbida por
completo, LeBlanc no era diferente de cualquier otra mujer noxiana, aunque
particularmente anémica y débil.
― Ahora,
no eres la Rosa Negra. Comienza a hablar, LeBlanc... Háblame del Culto del
Invocador, y de quien la gobierna –la voz de Swain rompió de nuevo el aire en
tensión. El resto de Campeones alzaron los rostros, contemplando a LeBlanc,
quien tragó aire, reponiéndose del intenso dolor. Sin embargo, sabía el error
que había cometido, y el precio a pagar...
― Lleva existiendo hace unos años, como bien sabéis.
Antes de vuestro ascenso, varios Invocadores se reunieron entre sí, opinando
que la nueva visión del Concilio era... Demasiado abierta. Que daba demasiado control
a los Campeones –Swain hizo un gesto, y Draven tiró de los grilletes,
forzando a LeBlanc a estirarse para no perder ambas manos.
― Sé
precisa, Embaucadora. Mi tiempo es escaso.
― ... Dominar a los Campeones. Anular su
voluntad, usarlos como armas. Como en las Guerras Rúnicas se usaba la magia,
utilizar a los Campeones, ya que estos no afectan tanto a Valoran. Y ese Culto
ha ganado muchos miembros –Talon parpadeó, observando a las hermanas Du
Couteau un momento, que parecían tan sorprendidas como él.
― ¿Una
panda de estúpidos Invocadores que pretende esclavizar a quienes son más
poderosos que ellos? –atajó Darius directamente, gruñendo.
― Y
aproximadamente un cuarto de ellos pertenecen a Noxus... Cálmate, Darius. No
has contado nada que desconozca todavía, LeBlanc. Prosigue –la voz tranquila de
Swain provocaba de todo menos paz. La noxiana logró alzar el rostro, mirándolo
fijamente a los ojos.
― Me hicisteis formar parte activa, una de sus
muchas manos. No como arma... Sino como colaboradora. Su identidad, y su poder,
siguen siendo un misterio. No le hacen falta para dominar a todos sus
seguidores. Le tienen demasiado miedo como para hacer algo en su contra. Y su
voz es tan venenosa como la mejor de mis ilusiones. Solo se hace llamar
Maestro. Por el momento, no es amenaza para Noxus. Pero sí para otras
Ciudades-Estado.
― Especifica.
¿Alguna de nuestro interés?
― El intento de asesinato de la monarca de
Freljord, y el caos en Jonia son obra de sus seguidores. Pero su mayor objetivo
es el Instituto de la Guerra, su premio dorado.
― ¿Destruirlo?
― Dominarlo. Dirigirlo. Y controlar a todos
los Campeones... Nosotros incluidos, e incluso al Alto General. El Maestro nos
detesta... Y del mismo modo nos desea –Darius agarró su hacha con furia
ante la impasividad de Swain.
― Mi
señor. Esto es un ultraje. Ese perro no merece tener la cabeza aún pegada al
cuello si cree que...
― Silencio,
Darius. Estoy pensando –el General se calló al instante, manteniendo la cabeza
bien alta. El silencio solo era roto por los ocasionales jadeos de dolor de LeBlanc,
aún en alto a causa de Draven. Más atrás, Katarina no pudo evitar un leve
bufido de molestia. Había algo en todo lo que LeBlanc estaba diciendo que no le
gustaba. Esa forma, esa cadencia... Ella servía como arma a Noxus. Servía, no
era un objeto de usar y tirar. Y aunque ahora rindiera pleitesía a un ser que
detestaba, su objetivo seguía siendo claro. Perdida en sus pensamientos,
Cassiopeia tuvo que chasquear levemente sus dedos para que la Cuchilla
Siniestra volviera en sí. LeBlanc había vuelto a hablar, esta vez sorprendiendo
incluso a Draven.
― ...¿Qué
hace QUÉ? Draven piensa que ese Invocador ha invocado demasiadas cosas fuera de
su cabeza.
― Repugnante...
–gruñó Darius, agarrando su hacha con más fuerza y mirando a LeBlanc de tal
forma que esta se estremeció.
― General, solamente informo. No soy yo
quien...
― Suficiente.
Darius, Draven, llevaos a LeBlanc a una sala donde pueda adecentarse. Ha
cumplido su castigo. Cassiopeia, Katarina, Talon. Partid al Instituto y
aseguraos de verificar lo que LeBlanc ha expresado. Buscad a los eslabones más
débiles y aprended sus señales. Si ese Invocador pretende apoderarse del
Instituto antes que Noxus... Perderá su cabeza –con un gesto condescendiente,
Swain hizo un gesto hacia Darius, que inclinó su cabeza en una clara
reverencia.
― ¡Gloria
a Noxus! –dijo, antes de agarrar a LeBlanc como si fuera una hoja y la llevara
fuera de la visión del Alto General, con Draven siguiéndolo, manteniendo una
sonrisa burlona
― Vaya.
Quería saber cómo de rápido podía correr sin su magia... Pero no quedará
suficiente como para intentarlo.
Una vez todos ellos se retiraron,
Beatrice graznó una vez más, y Swain asintió levemente.
― Un
espectáculo convincente, Embaucadora. Veo que las fieles a la Rosa Negra siguen
aceptando sacrificarse por ti... –con una sonrisa, LeBlanc dio un sorbo a la
copa de vino tinto con la que había seguido el espectáculo, justo al lado de
Swain.
En algún lugar sobre los tejados del Instituto de la Guerra...
― Repíteme
otra vez por qué no debo acribillarte a tiros ahora mismo –la voz grave de
Malcolm Graves solo podía ser más peligrosa por el hecho de que empuñaba a
Destino mientras encendía un largo puro. Le iba a hacer falta para no
descerrajarle la cabeza al gitano ahora mismo. Y claro, si hacía eso, a ver
quién lo bajaba de ahí...
Tras ver claro ambos Campeones que
no podrían salir por los Orbes del Ala Norte sin abrirse paso a sangre y fuego,
Twisted Fate optó por perderse en las zonas en construcción del Ala Oeste,
esperando a la señal. En el instante en que el Concilio fuera alertado, iban a
bloquear todo el Instituto con una potente magia. Sin embargo, el Maestro de
las Cartas conocía una falla en aquel hechizo que le permitiría salir. Una
especie de orificio en el mismo centro del hechizo. Por ello, en cuanto todo el
Instituto vibró con la magnitud del sortilegio, Fate agarró a Graves y segundos
después, estaban en la parte exterior del Instituto, que convenientemente era
tan grande que los Invocadores no los encontrarían, y eso en el caso en el que
se dieran cuenta.
Fate comenzó a barajar sus
cartas, prediciendo todas y cada una de ellas antes de empezar a hablar. Si era
un gesto de arrogancia o de nerviosismo, era algo difícil de decir incluso para
Graves.
― ¿Recuerdas
el aviso de los miembros del Concilio? Hasta ahora, si no había dicho nada es porque
pensaba que ellos seguían manteniendo el control. Pero ahora la suerte ya no
les sonríe.
― Aclárame
las cosas. ¿Quiénes demonios son esos que nos estaban siguiendo? Porque no eran
demasiado buenos, pero tampoco Invocadores normales.
― Hay
una especie de... Culto, o de orden extraña de Invocadores locos que piensan en
controlar a los Campeones como títeres sin voluntad, dominar el mundo con ellos
y todas esas promesas locas de poder. El problema es que esta vez... Son
capaces de hacerlo –Graves bufó, dando una larga calada al puro –De hecho,
contigo ya lo han hecho.
― ¿QUÉ?
–ladró Graves, cayéndosele el puro de la boca y provocándole tos al quedar el
humo encerrado entre sus maltrechos pulmones. – ¿Cuándo...? Cof, cof.
― Cuando
combatimos en los Campos de la Justicia. No sé cómo exactamente, pero es en
esos momentos donde tu ser pasa de estar peleando, a... Lo que sea que hagan
contigo en salas que no logro encontrar –Malcolm estaba cabreado, mucho. Y por
una vez, no era contra el Maestro de las Cartas.
― Escúchame
bien, Fate. Me importa una mierda lo que te cueste o cómo lo hagas. Pero le
quiero pegar un maldito tiro a bocajarro al hijo de puta que esté jugando con
mi cabeza. ¿Entendido? Ahora, vámonos de este maldito sitio. Me está dando
jaqueca. Enséñame lo que merezco –Fate sonrió, recogiendo las cartas, para
luego arrojar una al aire, en dirección a una de las puertas.
― Esto
nos dará tiempo. ¡Prepárate! –con un chasquido, ambos Campeones desaparecieron
de nuevo.
En algún lugar en las profundidades del Instituto...
El
Invocador suspiró levemente, mientras sentía como su edad se volvía más pesada
de lo que realmente era. Ansirem, el Árbitro, se encontraba en uno de los
lugares más vigilados y seguros de todo el Instituto, la Sala de Orbes. Tantos
Orbes como Campos de la Justicia, y varios más en construcción, almacenaban
toda la información relativa a cada Campo. El Orbe de Kalamanda, el Orbe de
Freljord... Y el Orbe de la Grieta. El último, el mayor, era el que atraía su
interés. Ansirem tenía en sus manos el sello que Therion le había entregado,
por lo que tenía acceso a observar todos los datos que considerara conveniente.
Pero viendo el tamaño de aquel Orbe, se preguntó si no sería como tratar de
vaciar un lago con un mero cuenco.
― Piensa,
Ansirem. No eres un Árbitro por nada, sino por tus habilidades. Medita... Si
realmente hay algo, una facción oculta dentro del Instituto, habrá pruebas...
Observa el pasado y el presente para entender el futuro –recitó de memoria,
antes de caer en el significado de la frase. Sí, eso podría servir...
Accediendo a la pantalla del Orbe, comenzó a leer poco a poco los registros de
las batallas hace 10 años, tomando notas y apuntando aquello que se le
pareciera más común, para luego trasladarse a los últimos registros.
Evidentemente, había cambios como la aparición de nuevos Campeones... Pero no
eran las únicas cuestiones. Un zumbido le distrajo el tiempo suficiente como
para entender que la Esfera de Comunicación en su toga vibraba con un suave
fulgor azulado. Tomándola, la dejó rodar hasta el centro de su palma, antes de
darle tres suaves toques con el índice.
― Ansirem
–pronunció, aún revisando datos.
― Saludos,
Árbitro. ¿Debo suponer que ya os encontráis trabajando...? –una voz con una
tonalidad muy particular no dejó de sorprender al maduro Invocador.
― Miembro
del Concilio Ashram... No esperaba más comunicación por parte de vosotros.
― Y
no deberías. Pero debo avisarte, hemos sellado el Instituto de la Guerra.
Precisamos que encuentres información cuanto antes –antes de que Ansirem
pudiera siquiera preguntar, la esfera se apagó. Interiormente, imaginaba que el
maldito Ashram se estaría riendo ahora, dondequiera que estuviera. Siendo la
Mente del Concilio, había tenido que partir para resolver unos problemas entre
Zaun y Piltover, dejando a la Voz y al Ojo solos para gestionar la Liga...
El Árbitro gruñó, molesto. Ashram
era demasiado misterioso, demasiado molesto, como para poder confiar en él. Y
debería hacerlo, pero había muchas cosas que no le gustaban. El Concilio se
regía internamente por tres Asientos. El Ojo, quien vigilaba. La Voz, el rostro
conocido. Y la Mente, quien movía los hilos. Era de todos sabido que el más
agotador de los puestos era el Ojo, pero era también el más importante. Sin su
información, no se podía hablar ni pensar. Antaño, Ashram era el Ojo, pero
aludiendo a su avanzada vejez, se había retirado, obligando a Therion a
intercambiar su puesto. Y si bien Therion era un gran Invocador con numerosas
aptitudes, no estaba hecho para soportar ese puesto, y el mal humor que
arrastraba siempre era una prueba clara de ello. Solo era cuestión de tiempo
que terminara por...
Ansirem agitó la cabeza. ¿Tiempo?
Volvió a leer los datos que el Orbe le ofrecía. Si... Era extraño. Pero el
tiempo medio entre los combates había aumentado sustancialmente. Además, con
respecto a los participantes... Frunció el ceño. ¿Qué demonios estaban
queriendo decir estos datos?
El Orbe volvió a zumbar, pero
Ansirem no se molestó en contestar de nuevo. Estaba demasiado ocupado para
atender al maldito Ashram. Alzando ambas manos, volvió a retroceder varios
años... Descendiéndolas, retornó a la fecha actual. ¿Podía ser algo tan simple?
Comenzó a retroceder mes a mes... Y una cierta progresión empezó a hacerse
clara en su mente. Los nombres comenzaban a fluir a su mente, y con ello, la
rabia.
Ocupado, de espaldas al pasillo
central que lo había guiado al Orbe, Ansirem no había visto la sombra que se
aproximaba a su espalda...
Desierto de Shurima
La noche había dado paso al día,
y los cuatro Campeones habían vuelto a sumergirse bajo la arena, esperando a
que el agobiante calor fuera más llevadero. La Justiciera había permanecido sin
dormir toda la noche, meditando. Ciertamente, había cosas extrañas en todo lo
que estaba sucediendo. Los conflictos solo escalaban a peor, los movimientos
del Instituto se habían vuelto torpes y predecibles... Y sin embargo ella había
permanecido igual, impertérrita. Servidora de la Liga en tanto esta no
alcanzara su pueblo. Pero... ¿Realmente la habían sugestionado para que no
cambiara su forma de actuar? Bufando, se quitó el casco, liberando con ello la
larga cabellera rubia que refulgió a la luz de las antorchas, mientras daba un
leve suspiro al notar más frescor. Un chasquido a su derecha hizo que abriera
los ojos, observando a Lucian quien se encontraba sentado contra la fría roca.
― Tardas
demasiado. No eres práctica, Justiciera. Te necesitamos todo lo restablecida
que puedas estar –ante sus palabras, Kayle bufó, mirando fijamente al
Purificador.
― ¿Y quién eres tú para juzgarme, tirador?
― Basta.
No dejéis que el calor nuble vuestros sentidos... –la voz distorsionada de
Kassadin impactó contra ambos, mientras la oscura figura se aproximaba a los
dos. –Calmaos y dejad que vuestro cuerpo se enfríe. Hay una tormenta de arena
encima de nosotros y no conseguiremos aire fresco en horas.
― ¿Y
cómo sabes tú eso? –inquirió Lucian. Kassadin simplemente se sentó, cerrando
los ojos.
― Cuando
era humano, Shurima era lo más parecido a mi hogar.
Lucian asintió, pasando la vista
hacia el Xeniam, quien se dedicaba a revisar el filo de su arma una vez más,
como si ya no fuera suficientemente mortal. Bufó, pensando en todo el tiempo
que había perdido ya, y el que perdería en el futuro... Demasiado. Las Islas de
la Sombra se reirían en su cara de verle en dicha situación, y últimamente las
criaturas oscuras solo parecían surgir y surgir por doquier... En esos
pensamientos estaba cuando algo cayó por la grieta que Akran había abierto,
posiblemente arrastrado por la tormenta de arena que devastaba la superficie de
Shurima. No le hubiera dado más importancia de no ser por el intenso zumbido
que emitió antes de estallar.
La explosión sacudió toda la
zona, mientras cuatro figuras eran propulsadas directamente contra la tormenta.
El Xeniam estaba envuelto en llamas, pero gran parte de su cuerpo estaba
surcado de impactos severos y cortes, ya que había sido el que había recibido
la mayor parte del impacto. Lucian era llevado por un casi ileso Kassadin,
aunque ambos estaban totalmente sordos. Kayle... Había sido forzada a dejar su
casco atrás por la terrible explosión, también estaba sorda y le costaba mucho
recuperar sus sentidos, aunque por instinto se mantenía volando.
Los cuatro Campeones, perdidos en
el interior de la tormenta, trataron de ascender fuera de esta, pero las rachas
eran simplemente demasiado fuertes. Kayle recurrió a sus energías protectoras,
como Akran, mientras Kassadin se dejaba guiar por Lucian, quien tenía los
reflejos que el Caminante no poseía. En un momento dado, Akran logró acercarse
a los otros dos Campeones y sujetarlos con una mano envuelta en sangre y fuego.
Miró fijamente a Kassadin a los ojos, y este llegó a comprender, justo antes de
soltarse y volverse a perder en la tormenta.
Por su parte, Kayle deseaba
volver. ¡Había perdido su maldito casco ahí abajo! Su armadura no era nada que
Runaterra pudiera duplicar de cualquier forma. Pero sabía que ya habían perdido
el rastro. La tormenta de Shurima los golpeaba y los alejaba a toda velocidad,
y solamente esperaba que no los estuviera dirigiendo al corazón del desierto.
Por instinto, volvió a reforzar su hechizo protector cuando sintió un nuevo
cambio en el aire, pero esta vez, no había sido la tormenta.
Con un golpe seco, el Xeniam
había vuelto a conjurar su viento destructor, dirigiéndolo en dirección
contraria a la tormenta de arena. Y en el mismo instante, Kassadin acumulaba
una enorme cantidad de energía en uno de sus filos, producto de la propia
naturaleza mágica de la tormenta. Cuanta más energía acumulaba, más poderosa se
hacía la magia residual que funcionaba como escudo, de tal forma que incluso
Lucian podía tenerse en pie sobre él.
Poco a poco la virulencia de la
tormenta comenzó a morir, hasta que simplemente se detuvo. Una enorme cantidad
de arena cayó de golpe, y luego los cuatro Campeones. Con esfuerzo, los
sentidos naturales volvían a ellos, y pudieron ver dónde se encontraban. La
arena comenzaba a morir, y los yermos de las Tierras del Vudú se mostraban
claramente.
― Estamos suficientemente lejos. Kassadin,
¿puedes sacarnos de aquí? –preguntó un cansado Akran, sangrando por las
numerosas heridas que la explosión y la tormenta le habían causado.
― Será
doloroso para ti en este estado, Segador. El Vacío inflige dolor al cruzarlo
–dijo, pero seguidamente, alzó ambas manos, señalando a Kayle y Lucian. El
Purificador, bufando, lo agarró. Kayle fue más reticente, pero hizo lo mismo. Akran
completó el círculo. En ese momento, las fuerzas de Kassadin comenzaron a
canalizarse, y los cuatro Campeones desaparecieron con un chasquido.
A varios centenares de kilómetros
de allí, al amparo de una jungla extremadamente tupida, cuatro seres se materializaron
en el aire, aunque una cayó inmediatamente al suelo, retorciéndose mientras su
sangre pasaba a ser negra como la obsidiana, justo antes de quedar sin
consciencia.
― Kumungu...
–murmuró Lucian, mirando a su alrededor mientras Kassadin observaba el estado
en el que había quedado el Xeniam. Se encontraban en la intersección entre
Kumungu y el paso entre las montañas que llevaban a Ciudad Bandle. Intersección
donde un pequeño par de ojos apenas se abrieron, tras días de espera...
Hola, mucho gusto, no se si vas a continuar la historia, cosa q me agradaria mucho, esto para mi es una gota de agua del desierto, pues es el unico fanfic en español q he encontrado, todos los demas estan en ingles, asi q me gustari felicitarte por el trabajo, el toque de msiterio y violencia es tan genial!!!! Ajajajaj espero q no te desanimes con tu trabajo, pues es muy bueno amigo :v solo eso, te queria felicitar y ver si continuabas pq me quede con ganas de saber q pasooooooo xD
ResponderEliminarMás que desánimo han sido asuntos de exámenes y falta de inspiración, la ausencia de feedback ha fastidiado mucho el ritmo de la historia. Pero continuarlo si, planeo hacerlo. El Capítulo 14 lleva ya un tiempo por aquí, y actualmente estoy escribiendo el 15, que espero acabar para finales de la siguiente semana.
EliminarMuchas gracias por el comentario, ayuda mucho!