Capítulo 12: El Desierto de Shurima

Desierto de Shurima
Cuando la posición del sol marcó el mediodía, en el mismo momento en que el que varios guerreros Rakkor asaltaban el desfiladero en busca de los Campeones, estos ya se habían adentrado en las dunas del desierto. El calor era abrasador, especialmente para Kayle y Kassadin. La primera se había negado a despojarse de su armadura, que calentaba su piel como si de un horno se tratase. Y el segundo poseía un cuerpo débil, no apto para tales aumentos de temperatura. A pesar de que en su vida anterior había vagado por el desierto mucho tiempo, su estado actual, descompuesto por el poder oscuro de Icathia, muerto en vida...
El Caminante del Vacío agitó la cabeza, cortando aquella línea de pensamiento. No estaba en momento de caer en la autocompasión. El calor era intenso, y el frío del Vacío que corría en su cuerpo destrozado no debía ser alterado si quería permanecer con vida. En su lugar se centró en sentir los secretos que los rodeaban, en el poder de la magia. Shurima había albergado alguna vez importantes y poderosas órdenes de magos, como la historia que se contaba sobre Xerath. Pero más ciudades existieron tras la destrucción de aquella que había visto el nacer del Ascendente. Algo parecía atraer a las almas tocadas por la magia a aquel intenso calor y al hielo de la noche, a la arena y al viento.
De pronto, mientras llegaban al punto más bajo de una de aquellas agobiantes acumulaciones de arena, Kassadin sintió un súbito aumento en la magia del Xeniam, quien había permanecido bastante callado hasta entonces.
       La primera vez no pensaba atravesar todo el desierto y me encontraba relativamente cerca, en ruinas ya destruidas... Esta vez, no permitiré que mi cuerpo arda y se debilite –musitó, antes de dejar caer su filo a la arena, cubierto en lo que parecía una especie de viento. En el instante en el que el metal tocó la arena, esta comenzó a separarse violentamente. Antes de que pudieran darse cuenta, el Xeniam estaba provocando un profundo agujero en aquella duna, lanzando más y más arena por los aires.
       ¿Qué es esta magia, Segador? No siento la pureza de tu Fuego en ella –dijo un curioso, más que preocupado, Kassadin. Lucian se negó a volver a amenazar al Xeniam otra vez con sus armas levantadas, simplemente quitó el seguro a ambas, mientras Kayle suspiró inaudiblemente al pensar en poder escapar del calor. Se estaba imaginando la línea de pensamiento del Xeniam, a su vez que recordaba algo acerca de Skarner, el brackern, al que había escuchado una vez hablar de la forma que tenía su raza de protegerse de las inclemencias del clima, aunque en aquel caso se debía a una magia descontrolada...
       El Fuego Astral otorga la voluntad de vivir. Pero es el Viento Primigenio el que arranca todo aquello que sobra, el que se lleva lo vivo y lo muerto, sin que nada quede a su paso.
       ¿Y por qué no has usado esto antes? –inquirió Lucian, observando con atención cómo la arena dejaba paso a la tierra, y esta, a la roca desnuda que comenzó a ser perforada también, en un ángulo diagonal. –Bastante interesante, sin duda...
       No te permite pelear, ¿me equivoco? O más bien, es un poder terriblemente agotador. Siento tu energía, Xeniam, y veo cómo desciende abruptamente. Ese Viento que dices no te acepta como el Fuego, parece ser... –dijo Kayle, dando círculos alrededor del Xeniam quien permanecía frente a la grieta con los ojos cerrados, centrado totalmente en su hechizo mientras su filo seguía devorando y apartando materia. –Ni siquiera puedes escucharnos ya, imagino.
       Aparta esos pensamientos de tu mente, Justiciera. Débete a tu apodo y a lo que siempre has expresado. No atormentes a quien te ayuda... Ni subestimes ese poder. Lo que hace al mundo es... Terrible –expresó Kassadin, contemplando fijamente al Segador, hasta que este abrió los ojos, y simplemente se dejó caer hacia delante, arrastrando una leve lluvia de arena consigo. Unos instantes después, el Purificador hizo lo propio, con ambas pistolas alzadas y dispuestas.
Kayle fue la última en descender por la sima, revelando que el Xeniam había destrozado la roca desnuda sobre la que se erigían las imponentes dunas, dejando un pequeño espacio a la sombra en el que poder estar. La pequeña cueva artificial solo estaba iluminada por el rayo de sol que caía desde el hueco en el que habían entrado, hasta que con un chasquido, el Purificador encendió dos antorchas que situó en dos extremos de la roca, donde el Xeniam había dejado algunas grietas.
       ¿Vamos a esperar aquí hasta la noche? –inquirió la Justiciera, aún renuente a despojarse siquiera de su casco a pesar de sentir claramente menos calor que antes.
       Encuentra algo que hacer. Yo no saldré de aquí hasta que el sol comience a morir y pueda volar sin impedimento. Podemos turnarnos para llevar a Lucian –ante la mención, el Purificador chasqueó la lengua, sentándose en un borde de la cueva y tocando la roca con la mano desnuda, aún caliente por el potente hechizo, pero enfriándose rápidamente.
       No soy un fardo.
       No era su intención expresar eso –indicó Kassadin, sentándose en el centro de la estancia y cruzando los brazos, expandiendo su concentración. –Este tiempo me vendrá bien. Shurima guarda muchos secretos, y no queremos vernos envueltos en ninguno de ellos. Pero tampoco en su calor.

La Justiciera bufó, quitándose el casco finalmente y dejándolo a su lado, mientras se sentaba, molesta. Los sitios estrechos y cerrados no eran del gusto de seres del aire como ella... Pero efectivamente, a los pocos minutos sintió como sus fuerzas, mermadas por el sol, volvían. Se dedicó a revisar su filo, como el Xeniam hacía, y Lucian con sus armas. Poco a poco, el silencio solo se vio interrumpido por el crepitar de las antorchas y los ocasionales riachuelos de arena que fluían al interior de la cueva...
       ¿A alguien se le ocurrió traer un poco de la carne que cazamos anoche?



Instituto de la Guerra – Sala de Curación
       ¿¡Cómo que no habéis cogido ni uno de mis barriles!? –gruñó el colosal gigante, envuelto en vendas y bien sujeto por Jax, quien simplemente mantenía apoyado su farol sobre el pecho de Gragas.
       Están bien guardados, pero no pudimos traer ninguno. Joder, te estabas desangrando cual puerco. ¡Han tenido que hacer varias transfusiones de Invocadores de medio Valoran para salvarte! –dijo el Maestro de Armas, atento a todos los que se encontraban en la sala. Así como algunos heridos menores, se encontraba Nunu, pegado al enorme Yeti que en ese momento gruñía hacia los recién llegados. Twisted Fate estaba también en una camilla, respirando pausadamente. Tenía mejor color y los Invocadores habían restañado parte de sus heridas, aunque su cabeza seguía sin poseer su lustrosa melena de antaño. Cerca suya, y aludiendo tanto que no había sido el causante como que estaba asegurando una apuesta, se encontraba Graves, quien en ese momento hablaba en voz baja con la Reina Ashe.
       ¿Noxus os intentó matar? ¿Fate torturado como a un perro? ¿Qué demonios está pasando en Runaterra y qué están haciendo los que dirigen este lugar? –murmuró la mujer de Freljord, frunciendo el ceño. Graves simplemente se encogió de hombros. Muchas veces se habían enfrentado en la Grieta del Invocador, pero realmente no conocía del todo a la “Reina” de la calle inferior. Dada su propia historia, Graves carecía de muchos modales y era más bien directo, cosa que le convenía al tratar con los rudos hombres y mujeres de Freljord. Volvió a abrir la boca, pero en ese momento un Invocador entró en la sala, un hombre poderoso de ojos rojos. Al momento de entrar, los sanadores que quedaban se alejaron a paso raudo, y la puerta se bloqueó con magia, impidiendo que Campeones o visitantes pudieran entrar o salir de la sala. En el momento en que la puerta se bloqueó, una Invocadora surgió de la nada, a cara descubierta. Vessaria contempló a Therion en silencio mientras se acercaba a las camillas de Fate y Nunu.
       Es hora de hablar –dijo sin más el impetuoso miembro del Concilio, mientras  su compañera contemplaba el estado de los dos Campeones caídos. Gragas se rascó la cabeza, mirando a los hechiceros sin entender, mientras Jax permanecía en total silencio.
       Os habéis visto envueltos en una serie de sucesos que no han podido preverse, gracias a lo que parece ser una escisión de Invocadores. Quienes atacaron a Nunu y torturaron a Fate parecen seguir la misma bandera –Graves bufó, ladeando la vista y volviendo a sentarse. Mientras tanto, Therion avanzaba de uno en uno, mirándolos a los ojos durante unos segundos.
       Noxus se dedicó a jugar con este maldito gitano hasta casi matarlo. ¿Dices que los noxianos han vuelto a jugar sucio?
       Pero ellos no tuvieron nada que ver con lo sucedido a Nunu.... –comenzó Ashe. –No había ninguno de sus miembros allí, solo éramos los representantes de Freljord... ¡Y eso no explica la ineficiencia de vuestro Concilio! –Vessaria instó al silencio a la Arquera de Hielo con una mirada tan glacial como el mismo Norte.
       Tenemos nuestros motivos. Una purga solo es eficiente si aplastas todo su mal. ¿Therion? –preguntó, observando al alto Invocador, quien asintió levemente.
       Están libres de control alguno, pero no he podido verificar al niño –Gragas gruñó, llevándose una mano a la cabeza, sin haber entendido nada.
       ¿De qué demonios estáis hablando? ¿Control? –empezó a preguntar, pero en ese instante los Invocadores ya no estaban ahí, y las puertas de la Sala estaban completamente abiertas, como si nunca se hubieran cerrado. El gigantón ladeó la cabeza, confundido.
       ¿Eso a qué ha venido? –preguntó Graves al aire, comprobando por enésima vez el buen estado de Destino tras el chapuzón.
       Creo que han querido decir que nosotros somos de fiar. Aparentemente –dijo Jax, volviéndose a apoyar en la silla mientras apartaba el farol del pecho de Gragas.

Las horas pasaron, y los Campeones más heridos comenzaron a recuperar su fortaleza. Yasuo se incorporó y se marchó en el instante en el que sus piernas fueron capaces de mantener su peso, sin responder a una sola de las preguntas, pero al menos parecía haberse recuperado de aquel intento de suicidio a base de alcohol. Cuando Fate abrió los ojos y se llevó las manos a la cabeza, suspiró levemente antes de pedir que alguno de los Invocadores o Campeones hicieran algo con todo su rostro y cabellera, mientras Graves no dejaba de perderle un ojo de encima. Más le valía al gitano esta vez cumplir su palabra... Por su parte, Ashe finalmente accedió al consejo del Rey Bárbaro y del Corazón de Freljord de volver a donde hacían falta, y por una vez, optaron por emplear aquellos Portales. Habían perdido demasiado tiempo y el clima sería realmente espantoso... Por no hablar de que el Pantano de los Aullidos no les traía ni buenos recuerdos, ni los informes de los Invocadores auguraban nada bueno de cruzarlo una vez más. Al parecer, los no-muertos continuaban infestando la parte baja del río y la zona más cercana al Instituto. Pero... ¿Por qué?


Instituto de la Guerra – Ala Oeste
La Sala de los Preservadores no había permanecido tan inusualmente tranquila prácticamente desde su formación. Con su Maestro fuera, asistiendo al Segador, y con los líderes de los distintos grupos actuando junto con sus acólitos, quedaban aquellos que hacían más bien permaneciendo dentro del Instituto con orejas y ojos abiertos. El Preservador Malek, el único de los cinco que guardaba la sala, escuchaba los informes que el resto de grupos iba emitiendo, negando para sí con cada uno.
El grupo de Khone, dirigido a Shurima en busca de pistas sobre quiénes habían invocado al Segador, prácticamente había desaparecido a las pocas horas sin dar rastro alguno; todas las Esferas de Visión o los Anillos comunicadores habían dejado de funcionar con ellos. Pero no era algo sorprendente; en ocasiones en Shurima podías entrar en regiones donde la magia había sido tan sometida que simplemente, inhibía todo poder que proviniera fuera de este. No, el grupo de Khone no daba preocupaciones.
Que Tulan y los suyos hubieran encontrado ciertas socavaciones en el escudo protector de la Grieta sí era algo mucho, mucho más preocupante. Aparentemente, había ciertos puntos, justo sobre las Salas de Invocación, que habían sido debilitados a conciencia, y con una sutileza tal que les había resultado extremadamente difícil encontrarlos. Lo peor no era que existieran, sino que carecían del poder y las habilidades para reparar el escudo, por no decir que sería muy evidente; magia de ese calibre podía percibirse en ocasiones hasta a kilómetros de distancia. Viéndose incapaces de hacer más, Tulan había optado por permanecer ocultos y atentos, en busca de encontrar a quien o quienes hicieran uso de aquellos puntos debilitados.
Anna y sus otros siete miembros no habían tenido tanta suerte. Buscando las pistas del Culto de Malzahar, se habían visto envueltos en una pelea mágica en la que uno de los suyos había sido destrozado sin piedad alguna. Una pérdida siempre era irreparable, especialmente irritante cuando se producía por los miembros del Culto, cuyo poder solo era peligroso a causa de los Demonios que veneraban. En aquellos momentos, Anna había informado a Malek que habían terminado de honrar al miembro fallecido y que proseguirían la cacería. El Culto había dejado de ser tan poco sutil y comenzaban a ser realmente difíciles de perseguir.

Abeforth se había visto en problemas nada más comenzar. Sus pesquisas para encontrar a qué límites había llegado el Culto de Malzahar chocaron con que en la tercera aldea demaciana en la que el grupo había entrado, con la habitual excusa de mercaderes provenientes de Piltover, había sido una encerrona; toda la aldea estaba formada por Cultistas o partidarios de estos, y fueron forzados a combatir con todo lo que disponían para sobrevivir. De los ocho, quedaban Abeforth y dos más. Aquello había sido una verdadera masacre, y lo único que habían obtenido a cambio era capturar a tres sectarios, los cuales estaban siendo interrogados de todas las formas en las que Kassadin les había instruido, pero aparentemente sin éxito.
En el propio Instituto las cosas tampoco pintaban especialmente bien. Los miembros del Concilio, los Altos Invocadores, todos aquellos con un rango alto o que gozaban de un mayor poder se encontraban sospechosamente silenciosos, dejando a la mayor parte del Instituto de la Guerra confuso por lo que sucedía. Naturalmente eso era un caldo de cultivo ideal para que proliferaran las habladurías, los cuentos, y los reclutamientos en grupos privados. Lo que Malek comenzaba a ver, y había sido claro a la hora de discutirlo con sus aliados, es que no se enfrentaban solamente al Culto de Malzahar. Este no hubiera sido capaz de infiltrarse en la Grieta como había sucedido, por lo que según su juicio, habían más piezas ocultas en todo aquello. Sin embargo, eran demasiado cuidadosos...
       Malek, creo que debería ver esto –dijo una de los acólitos, sacando al Preservador de su ensimismamiento. Este se acercó a la Esfera que señalaba la Invocadora, que estaba conectada al grupo de Khone, y ahora sí recibía señal de su gemela.
       Parece que han salido fuera de las disrupciones... ¿Qué es esa zona? Kassadin nunca nos habló de plataformas así en Icathia –con un chasquido, una voz ronca surgió de la Esfera, que se giró para mostrar a un Preservador de tez oscura y gran sonrisa que sujetaba un Anillo.
       No parece que esto sea Icathia. Parece que encontraron los restos de otra ciudad abandonada de Shurima, alguna otra civilización. Los pictogramas que encontramos solo muestran Invocadores y monstruosidades de más allá de las estrellas –el Preservador del Instituto gruñó levemente, observando con atención.
       Una maldita ciudad dedicada a lo que hace Malzahar ahora...
       Sí. Y al parecer, Malzahar puede que sea descendiente de los que alguna vez vivieron aquí porque también se revelan como Videntes.  Y antes de que lo preguntes, mira –Malek sonrió; Khone le había leído la mente. ¿Por qué se había hundido una ciudad de Invocadores y Videntes? La enorme garra que partía en dos una columna, casi tan ancha como el tronco de un humano, era una evidencia de que en esas invocaciones, algo había ido tremendamente mal...
       Tal vez estos Invocadores fueran el origen de las criaturas legendarias que habitan el Desierto y otros lugares.
       Recoged aquello que veáis importante y que no vaya a mataros y volved, Khone. Nos hacen falta manos aquí y el Maestro cruzará Shurima. No dejéis rastro alguno de vuestra presencia –la Invocadora observó al Preservador, ladeando la cabeza.
       ¿Señor? El Maestro nos había indicado que no dejásemos rastro de nuestra presencia. Creo que sería seguro también no dejar rastro de una ciudad en honor a la locura de Malzahar –Malek enarcó una ceja, y luego trasladó su atención hacia la Esfera, donde Khone miraba fijamente.
       Dudo mucho que esa ciudad contenga secretos que deban sernos revelados. Khone, entrega a Shurima lo que es de Shurima.
       Con gusto. ¡Gloria a los Preservadores! –con una inclinación, la Esfera se apagó, quedando solo el fulgor remanente que indicaba que su hermana se encontraba en buen estado. Malek ladeó la vista, contemplando el resto de Esferas. Todas brillaban, lo cual era positivo. Excepto la primera de toda la mesa, aquella que jamás volvería a iluminarse... El Preservador negó levemente para sí, lo que captó la atención de la Invocadora.
       ¿Es...?
       Sí. Su hija.
En ocasiones, pensó Malek, era difícil saber si su Maestro había sido humano alguna vez. Su conocimiento, su poder, la forma de ver el mundo, completamente imposibles de entender del todo. Había verdad y buen juicio en sus acciones, pero en ocasiones, como cuando debían purgar una aldea o atacar a matar, Malek se preguntaba si no estaría incitándole la parte del Vacío que conformaba su ser. Entonces, recordaba aquella esfera, el engaño de Malzahar y el sacrificio de la única familia de Kassadin al Vacío. Y entonces, como padre que él también era, entendía por qué el Caminante del Vacío jamás se detendría en aplicar cualquier acción contra Malzahar. El amor roto de un padre cuya familia ha muerto, el odio que podía generar... Llevándose una mano al pecho, el Preservador se llegó a preguntar si realmente aquello habría hecho más daño que el Vacío en el corazón de aquel antiguo hombre. Sí, era la respuesta más sincera que era capaz de pensar por su parte.
Ninguno de los acólitos vio como la primera de las Esferas se iluminó levemente una vez, antes de apagarse de nuevo...


Desierto de Shurima
En el momento en el que el último rayo de sol desapareció, hundiéndose en el mar de arena, el Xeniam surgió de la grieta, batiendo sus veloces alas, y se aseguró de que no había nada fuera esperándoles. Haciendo un leve gesto con la mano que no empuñaba el arma, Akran esperó, contemplando los últimos ecos de la luz, que arañaban las cimas de las numerosas e imponentes dunas del Desierto. Aún con la noche, la arena permanecía tibia, agradable. De pronto, Kassadin apareció sobre la arena, junto a un levemente aturdido Lucian. Kayle cerró la marcha, estirando sus alas por unos momentos antes de surgir de la grieta y expandir sus bellos apéndices, para luego descender suavemente al suelo. Los cuatro contemplaron por unos instantes la peculiar belleza del desierto y el manto de estrellas, libres de cualquier clase de nube que pudiera ocultar la iluminación natural. Finalmente, la Justiciera habló, rompiendo el momento de silencio.
       Tenemos que atravesar la parte más corta de Shurima, llegar a las Tierras del Vudú, rodearlas o cruzarlas, volver a subir montañas... En ese momento, estaríamos en Ciudad Bandle –murmuró Kayle observando hacia el cielo en busca de referencias.
       Ese es el camino que esperarían que tomáramos. No lo haremos así –dijo el Xeniam, comenzando a andar. Kayle frunció el ceño, adelantándose hacia el asesino y encarándolo.
       ¿De qué demonios hablas ahora? No nos sobra el tiempo para ser tus niñeras. No vamos a dar más rodeos.
       Nos están siguiendo, Segador. ¿No es así? –murmuró de pronto Kassadin, observando hacia la grieta donde se habían guarecido, que ya comenzaba a llenarse por la arena de Shurima, obra del constante viento que moldeaba el lugar. Lucian permanecía en silencio, observando su alrededor, pero también cauto. Ambas armas reposaban no en su cinto sino en sus expertas manos. Akran simplemente asintió.
       Avanzar en Shurima, hacerles perder el rastro, matarlos, y entonces viajar a Ciudad Bandle. No tengo intención de salir del Desierto a pie, sino mediante la magia –dijo el Xeniam, terminando de ascender una duna particularmente alta, para poder observar un trecho mayor del desierto. –Según vuestra historia, durante miles de años Shurima fue un lugar donde grandes civilizaciones surgieron y cayeron. La magia llama a la magia, y los misterios a los eruditos. Debemos encontrar algunas ruinas donde plantear la emboscada.
       Dicen de Shurima que no revela sus secretos libremente... Sino a quienes deben verlos. Que la arena ha recibido demasiada magia, y esta tierra es ahora una entidad. Claro que no me fiaría de cuentos vacíos contados en estado de embriaguez... Pero hay demasiados horrores que solo se recuerdan cuando la mente no puede seguir encerrándolos –murmuró Lucian, contemplando la luna. – He visto y comprobado que esa clase de leyendas, en esta tierra, pueden ser ciertas.
El siguiente paso del Xeniam, duna abajo, provocó una leve avalancha de arena. La sucesión de pasos provocó que buena parte de la punta de la duna se deslizara junto a ellos, que aprovechaban el breve descanso que resultaba el descenso antes de enfrentarse a una nueva subida. Volar era una forma, pero también resultaba agotador en el desierto, y alguien debía cargar a Lucian. Tras varios ascensos, había resultado ser bastante más agotador que subir a pie, y la forma física de Kassadin no le permitía transportarlo libremente, abochornado por el intenso calor del desierto aún presente en su maltrecho cuerpo. La noche avanzaba lentamente, solo fatigándolos más y más, aunque su frescor aliviaba lo que hubiera sido un infierno en otras condiciones.
Al cabo de varias horas, que se habían hecho muchas más para los Campeones, mientras descendía una nueva duna, el Xeniam pisó algo bajo la arena. Deteniéndose súbitamente, desenvainó su arma y apuntó al lugar, musitando aquello que fuera que estuviera convocando. Al momento, el viento destructor manó de la punta del filo y comenzó a devorar la arena, dejando intacto aquello que fuera que estuviera escondido. Rocas, signos, mampostería ancestral... Lo que parecía la parte superior de una construcción que llevaba hundida milenios en el desierto.
       Ahí está... –murmuró Lucian. Observó a su alrededor; se encontraban en lo más profundo de una sucesión de dunas, un lugar perfecto desde el que ser atacados, por lo que no dejaba de contemplar los picos de las distintas montañas de arena con atención. A su juicio, llevaba demasiado tiempo escuchando pasos como para que todos ellos fueran meras ilusiones de Shurima.
       ¿Qué piensas hacer, Segador? ¿Descubrir lo que el Desierto tiene para ofrecerte? –pronunció Kassadin, lentamente. El Caminante del Vacío sentía el poder oculto que aquellas piedras emanaban... Había algo aún bajo el desierto, algo muy poderoso. Sin embargo, para su sorpresa, Akran simplemente dio un leve tajo a la piedra antes de empezar a ascender la duna.
       No. Shurima puede ofrecer... Pero no tengo por qué embarcarme en una caza del tesoro en un templo muerto. Sin embargo, quienes nos siguen posiblemente lo hagan... Y no vuelvan –el Xeniam quería alejarse de aquel templo. Donde los demás habían visto signos y habían sentido los ecos de una magia mucho tiempo olvidada, él sentía un poder demasiado familiar. El poder de sus enemigos mortales, magia que él sí conocía. Lo que fuera que hubieran invocado los magos de Shurima tiempo atrás seguramente los había destrozado. Y no se encontraba en momento de enfrentarse a los horrores del Vacío. Seguía furioso por ignorar cómo podían seguirle tan certeramente...
En sus pensamientos, Akran no vio el virote que se dirigía contra su cuello. Pero el Purificador sí. Con un preciso disparo, el proyectil fue hecho añicos, mientras la Justiciera se envolvía en llamas sacras, iluminando completamente el lugar, y desenvainaba su arma. Aparentemente, el hechizo del Xeniam parecía haber acercado a sus perseguidores mucho más rápido de lo que este esperaba... Y no eran pocos. Al menos una docena de Invocadores comenzaron a llenar el cielo con rayos de energía, que impactaban de forma aleatoria por la arena, provocando que esta formase una pequeña tormenta de arena sobre los cuatro Campeones de forma que perdían aún más visión, a pesar de las llamas de Kayle, quien había comenzado a lanzar espadazos al aire, proyectando su poder contra los Invocadores. Kassadin, ajeno a todo aquello, observó hacia el cielo nocturno un instante justo antes de transportarse por encima de las cabezas de los hechiceros y acuchillar a los dos que se encontraban más cerca con sus filos, para acto seguido volver a la tormenta de arena que ahora le servía para ocultarse junto a los agonizantes humanos. Por un instante, la andanada de energía del resto de Invocadores vaciló, pero estos recuperaron la compostura y reanudaron el ataque, mientres tres hechiceros dejaban de canalizar para preparar sus propios hechizos individuales.
Con un gruñido, el Purificador comenzó a disparar una andanada de proyectiles contra aquella densa nube de energía, buscando desestabilizarla, para luego comprender que aquellos no eran unos simples aprendices; por un instante sonrió, al ver cómo no subestimaban su potencial, hasta ver cómo apenas podía moverse, ya que la arena le llegaba por las rodillas. Si no salían de aquella trampa, los iban a ahogar en arena, o bien freír con aquella energía... Kayle había abierto sus alas, manteniéndose libre pero exponiéndose mucho más; con un nuevo espadazo otro Invocador cayó atrás, con un brutal tajo en el pecho, pero la arena ascendía y ascendía... Cuando llegó a la cintura del Xeniam, quien había estado con los ojos cerrados todo el combate murmurando algo, finalmente decidió tomar cartas en el asunto.
Se hundió en la arena bruscamente justo bajo Kayle, quien giró sobre sí misma para atacar a los Invocadores que se encontraban en el lado contrario, inadvertidamente funcionando como distracción. En el momento en que una nueva avalancha de arena parecía ahogarles, un disparo de Lucian dispersó la arena, pero en su lugar cayó una tromba de fuego ardiente sobre la Justiciera, quien apenas tuvo tiempo de clamar a su poder divino y repeler el brutal impacto, que la envió contra el Purificador, enviando a ambos al suelo. Sin que los Campeones pudieran reponerse a tiempo, el Xeniam surgió de la arena con una explosión, atrapando al Invocador que había arrojado el fuego, y lo trituró con una sucesión de cuchilladas. La muerte fue tan brutal y rápida que una lluvia de sangre salpicó la arena mientras las hojas buscaban su siguiente víctima. Esta vez la distracción de los Invocadores se pagó cara, pues fue el tiempo necesario para que Kayle y Lucian salieran del centro del hechizo de energía y comenzaran a exterminar a todos los hechiceros, envueltos en la tormenta de arena que habían creado. Los otros dos hechiceros que habían preparado sus salmodias habían sido convenientemente silenciados por Kassadin, quien en ese momento se encontraba ocupado consumiendo aquel necesario maná, reponiendo sus fuerzas.
Cuando los Campeones terminaron su danza, solo quedaba un Invocador vivo, sujeto por el cuello por la férrea mano de una furiosa Kayle. La sangre corría por su casco y su espada, pero nada era tan terrorífico como la furia de sus ojos. El Invocador trató de morderse la lengua, pero antes de poder lograrlo la mano enguantada de Kayle se lanzó hacia delante, provocando que el hombre mordiera el férreo metal. Entre gruñidos de dolor, el Purificador optó por alejarse. No era su estilo, y prefería recabar pruebas. Él no dejaba vivir a sus presas.
       Vamos a tener una pequeña charla contigo antes de decidir qué hacemos. En el mejor de los casos, mueres en unos minutos. En el peor, te dejamos a su cuidado –dijo Kayle, señalando al Xeniam con la cabeza, quien estaba aun completamente empapado en sangre y arena, mirando hacia el ahora cubierto hueco entre dunas, donde estaba la entrada, un momento antes de ladear la vista y mirar fijamente al hombre a los ojos. El Invocador tragó audiblemente, sintiendo su propia sangre manar de sus dientes rotos y sus encías, cayendo sobre la fría arena del desierto. 
       No sabéis... Nada –logró balbucear el hombre, aun sintiendo la sorprendente frialdad de la espada de Kayle. Si tan solo pudiera convocar una chispa de magia para huir de ellos...
       Pensabais que estaríamos descendiendo por las ruinas. Que tal vez lograseis acabar con alguno de nosotros por descuido. Y casi lo conseguís... –murmuró Lucian, observando el cadáver que aun sostenía la ballesta.  Kayle gruñó.
       Sabéis donde estamos, incluso entrando al desierto. Y no parece que hayáis estado caminando por él. Los Invocadores no asesinan Campeones. Los Invocadores no atentan contra las órdenes del Concilio. ¿Qué está pasando? –inquirió la alta mujer. El hombre se permitió sonreír con una boca mellada antes de hablar.
       Estúpidos. No sois más que armas a nuestro servicio. Estáis marcados desde siempre, y vendrán más. Podéis mat–con un violento golpe, Kassadin atravesó el cuello del Invocador con sus cuchillas de forma tan rápido que este aún pudo balbucear algo ininteligible antes de desangrarse encima de Kayle, quien lo apartó con un gesto de asco.
       Parece que Malzahar no es el único quien ha reunido a seguidores... –dijo el Caminante, con su voz distorsionada, mirando al resto de muertos.
       ¿A qué te refieres? –preguntó el Xeniam, mientras limpiaba su filo con una mano envuelta en llamas blancas, de forma metódica.
       El Instituto no asesina Campeones. Ese celo, esa lealtad proviene de algo más interno, más privado. Lo he visto en los seguidores de Malzahar. Pero no provienen de él. Sus seguidores no son poderosos, no siguen más que la voluntad de un necio. Estos... Hechiceros, parecen algo distinto. Campeones vistos como armas... No es la primera vez que lo escucho.
       ¿Traidores? ¿Asesinos? Kassadin, ¿dices que hay hechiceros que nos consideran... Cosas? –dijo Kayle, con un claro tono de enojo. –Eso sería... Excesivamente ofensivo incluso para los humanos.
       Abre los ojos, mujer. Nos han intentado matar en Shurima, donde solo los locos o Ezreal consiguen encontrar algo de antemano. Un golpe fácil, una gran pérdida... Y en dos semanas Noxus y Demacia vuelven a captar su atención. Me preocupa más eso de estar marcados –la voz de Lucian, cargada de resentimiento, impactó en la Justiciera con más fuerza que los hechizos de los Invocadores, provocando que quedara en silencio unos instantes, para luego mirar su filo impregnado en sangre. Enfrentarse a aquellos con los que había compartido cuerpo y mente... Matarlos. El pensamiento le resultaba sorprendentemente repugnante, casi sintiendo arcadas. Tuvo que arrodillarse, respirando lentamente, tratando de serenarse.
       Kayle, líder de un mundo en guerra eterna. Aún inmortal, mil años son excesivos... ¿Nunca te pareció extraño que hayas servido a los Invocadores sin una sola falta, sin un solo recuerdo de tu gente? Tal vez hayan jugado con nuestras mentes más de lo que nos han dicho... –las palabras de Kassadin fueron las últimas que se pronunciaron, antes de que todos quedaran en silencio durante largos minutos, reflexionando. Había mucho en lo que pensar.


En algún otro lugar...
El viejo Invocador avanzó renqueante hasta la gran sala, llena como siempre con rica seda, fastuosos ropajes, caros vinos y diez bellos especímenes al servicio de todos aquellos que lo desearan. Pero la presencia de aquel viejo Invocador tornó las caras de felicidad de todos aquellos que gozaban en preocupación, mientras el hombre se inclinaba ante el Maestro y murmuraba con voz queda. Este gruñó, apartando de sí a las dos féminas que lo complacían, y alzó una mano. Todos los Invocadores cayeron al suelo con un grito y comenzaron a retorcerse entre espasmos de dolor, agarrándose el cuello. Solo el Maestro y los diez Campeones permanecieron indenmes, aunque solo uno de ellos era consciente.
Jolie era uno de tantos, pero estaba convencida de su error. El error de sus compañeros era su error, era un insulto al Maestro. No merecía los placeres que este le brindaba, no merecía ni siquiera el aire que respiraba. El Maestro se lo hacía recordar. La siguiente vez, ella se prestaría voluntaria al dictado del Maestro. No debía dejar que se importunara. No había nada más importante para ella, al fin y al cabo... 

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