Desierto de Shurima
Cuando la posición del sol marcó
el mediodía, en el mismo momento en que el que varios guerreros Rakkor
asaltaban el desfiladero en busca de los Campeones, estos ya se habían
adentrado en las dunas del desierto. El calor era abrasador, especialmente para
Kayle y Kassadin. La primera se había negado a despojarse de su armadura, que
calentaba su piel como si de un horno se tratase. Y el segundo poseía un cuerpo
débil, no apto para tales aumentos de temperatura. A pesar de que en su vida anterior
había vagado por el desierto mucho tiempo, su estado actual, descompuesto por
el poder oscuro de Icathia, muerto en vida...
El Caminante del Vacío agitó la
cabeza, cortando aquella línea de pensamiento. No estaba en momento de caer en
la autocompasión. El calor era intenso, y el frío del Vacío que corría en su
cuerpo destrozado no debía ser alterado si quería permanecer con vida. En su
lugar se centró en sentir los secretos que los rodeaban, en el poder de la
magia. Shurima había albergado alguna vez importantes y poderosas órdenes de
magos, como la historia que se contaba sobre Xerath. Pero más ciudades
existieron tras la destrucción de aquella que había visto el nacer del
Ascendente. Algo parecía atraer a las almas tocadas por la magia a aquel intenso
calor y al hielo de la noche, a la arena y al viento.
De pronto, mientras llegaban al
punto más bajo de una de aquellas agobiantes acumulaciones de arena, Kassadin
sintió un súbito aumento en la magia del Xeniam, quien había permanecido
bastante callado hasta entonces.
– La primera vez no pensaba atravesar todo el
desierto y me encontraba relativamente cerca, en ruinas ya destruidas... Esta
vez, no permitiré que mi cuerpo arda y se debilite –musitó, antes de dejar
caer su filo a la arena, cubierto en lo que parecía una especie de viento. En
el instante en el que el metal tocó la arena, esta comenzó a separarse
violentamente. Antes de que pudieran darse cuenta, el Xeniam estaba provocando
un profundo agujero en aquella duna, lanzando más y más arena por los aires.
– ¿Qué
es esta magia, Segador? No siento la pureza de tu Fuego en ella –dijo un
curioso, más que preocupado, Kassadin. Lucian se negó a volver a amenazar al
Xeniam otra vez con sus armas levantadas, simplemente quitó el seguro a ambas,
mientras Kayle suspiró inaudiblemente al pensar en poder escapar del calor. Se
estaba imaginando la línea de pensamiento del Xeniam, a su vez que recordaba
algo acerca de Skarner, el brackern, al que había escuchado una vez hablar de
la forma que tenía su raza de protegerse de las inclemencias del clima, aunque
en aquel caso se debía a una magia descontrolada...
– El Fuego Astral otorga la voluntad de
vivir. Pero es el Viento Primigenio el que arranca todo aquello que sobra, el
que se lleva lo vivo y lo muerto, sin que nada quede a su paso.
– ¿Y
por qué no has usado esto antes? –inquirió Lucian, observando con atención cómo
la arena dejaba paso a la tierra, y esta, a la roca desnuda que comenzó a ser
perforada también, en un ángulo diagonal. –Bastante interesante, sin duda...
– No te permite pelear, ¿me equivoco? O más
bien, es un poder terriblemente agotador. Siento tu energía, Xeniam, y veo cómo
desciende abruptamente. Ese Viento que dices no te acepta como el Fuego, parece
ser... –dijo Kayle, dando círculos alrededor del Xeniam quien permanecía frente
a la grieta con los ojos cerrados, centrado totalmente en su hechizo mientras
su filo seguía devorando y apartando materia. –Ni siquiera puedes escucharnos ya, imagino.
– Aparta
esos pensamientos de tu mente, Justiciera. Débete a tu apodo y a lo que siempre
has expresado. No atormentes a quien te ayuda... Ni subestimes ese poder. Lo
que hace al mundo es... Terrible –expresó Kassadin, contemplando fijamente al
Segador, hasta que este abrió los ojos, y simplemente se dejó caer hacia delante,
arrastrando una leve lluvia de arena consigo. Unos instantes después, el
Purificador hizo lo propio, con ambas pistolas alzadas y dispuestas.
Kayle fue la última en descender
por la sima, revelando que el Xeniam había destrozado la roca desnuda sobre la
que se erigían las imponentes dunas, dejando un pequeño espacio a la sombra en
el que poder estar. La pequeña cueva artificial solo estaba iluminada por el
rayo de sol que caía desde el hueco en el que habían entrado, hasta que con un
chasquido, el Purificador encendió dos antorchas que situó en dos extremos de
la roca, donde el Xeniam había dejado algunas grietas.
– ¿Vamos a esperar aquí hasta la noche?
–inquirió la Justiciera, aún renuente a despojarse siquiera de su casco a pesar
de sentir claramente menos calor que antes.
– Encuentra algo que hacer. Yo no saldré de
aquí hasta que el sol comience a morir y pueda volar sin impedimento. Podemos
turnarnos para llevar a Lucian –ante la mención, el Purificador chasqueó la
lengua, sentándose en un borde de la cueva y tocando la roca con la mano
desnuda, aún caliente por el potente hechizo, pero enfriándose rápidamente.
– No
soy un fardo.
– No
era su intención expresar eso –indicó Kassadin, sentándose en el centro de la
estancia y cruzando los brazos, expandiendo su concentración. –Este tiempo me
vendrá bien. Shurima guarda muchos secretos, y no queremos vernos envueltos en
ninguno de ellos. Pero tampoco en su calor.
La Justiciera bufó, quitándose el
casco finalmente y dejándolo a su lado, mientras se sentaba, molesta. Los
sitios estrechos y cerrados no eran del gusto de seres del aire como ella...
Pero efectivamente, a los pocos minutos sintió como sus fuerzas, mermadas por
el sol, volvían. Se dedicó a revisar su filo, como el Xeniam hacía, y Lucian con
sus armas. Poco a poco, el silencio solo se vio interrumpido por el crepitar de
las antorchas y los ocasionales riachuelos de arena que fluían al interior de
la cueva...
– ¿A alguien se le ocurrió traer un poco de la
carne que cazamos anoche?
Instituto de la Guerra – Sala de Curación
– ¿¡Cómo
que no habéis cogido ni uno de mis barriles!? –gruñó el colosal gigante,
envuelto en vendas y bien sujeto por Jax, quien simplemente mantenía apoyado su
farol sobre el pecho de Gragas.
– Están
bien guardados, pero no pudimos traer ninguno. Joder, te estabas desangrando
cual puerco. ¡Han tenido que hacer varias transfusiones de Invocadores de medio
Valoran para salvarte! –dijo el Maestro de Armas, atento a todos los que se
encontraban en la sala. Así como algunos heridos menores, se encontraba Nunu,
pegado al enorme Yeti que en ese momento gruñía hacia los recién llegados.
Twisted Fate estaba también en una camilla, respirando pausadamente. Tenía
mejor color y los Invocadores habían restañado parte de sus heridas, aunque su
cabeza seguía sin poseer su lustrosa melena de antaño. Cerca suya, y aludiendo
tanto que no había sido el causante como que estaba asegurando una apuesta, se
encontraba Graves, quien en ese momento hablaba en voz baja con la Reina Ashe.
– ¿Noxus os intentó matar? ¿Fate torturado
como a un perro? ¿Qué demonios está pasando en Runaterra y qué están haciendo
los que dirigen este lugar? –murmuró la mujer de Freljord, frunciendo el
ceño. Graves simplemente se encogió de hombros. Muchas veces se habían
enfrentado en la Grieta del Invocador, pero realmente no conocía del todo a la
“Reina” de la calle inferior. Dada su propia historia, Graves carecía de muchos
modales y era más bien directo, cosa que le convenía al tratar con los rudos
hombres y mujeres de Freljord. Volvió a abrir la boca, pero en ese momento un
Invocador entró en la sala, un hombre poderoso de ojos rojos. Al momento de
entrar, los sanadores que quedaban se alejaron a paso raudo, y la puerta se
bloqueó con magia, impidiendo que Campeones o visitantes pudieran entrar o
salir de la sala. En el momento en que la puerta se bloqueó, una Invocadora
surgió de la nada, a cara descubierta. Vessaria contempló a Therion en silencio
mientras se acercaba a las camillas de Fate y Nunu.
– Es
hora de hablar –dijo sin más el impetuoso miembro del Concilio, mientras su compañera contemplaba el estado de los dos
Campeones caídos. Gragas se rascó la cabeza, mirando a los hechiceros sin
entender, mientras Jax permanecía en total silencio.
– Os
habéis visto envueltos en una serie de sucesos que no han podido preverse,
gracias a lo que parece ser una escisión de Invocadores. Quienes atacaron a
Nunu y torturaron a Fate parecen seguir la misma bandera –Graves bufó, ladeando
la vista y volviendo a sentarse. Mientras tanto, Therion avanzaba de uno en
uno, mirándolos a los ojos durante unos segundos.
– Noxus
se dedicó a jugar con este maldito gitano hasta casi matarlo. ¿Dices que los
noxianos han vuelto a jugar sucio?
– Pero ellos no tuvieron nada que ver con lo
sucedido a Nunu.... –comenzó Ashe. –No
había ninguno de sus miembros allí, solo éramos los representantes de Freljord...
¡Y eso no explica la ineficiencia de vuestro Concilio! –Vessaria instó al
silencio a la Arquera de Hielo con una mirada tan glacial como el mismo Norte.
– Tenemos nuestros motivos. Una purga solo es
eficiente si aplastas todo su mal. ¿Therion? –preguntó, observando al alto
Invocador, quien asintió levemente.
– Están
libres de control alguno, pero no he podido verificar al niño –Gragas gruñó,
llevándose una mano a la cabeza, sin haber entendido nada.
– ¿De
qué demonios estáis hablando? ¿Control? –empezó a preguntar, pero en ese
instante los Invocadores ya no estaban ahí, y las puertas de la Sala estaban completamente
abiertas, como si nunca se hubieran cerrado. El gigantón ladeó la cabeza,
confundido.
– ¿Eso
a qué ha venido? –preguntó Graves al aire, comprobando por enésima vez el buen
estado de Destino tras el chapuzón.
– Creo
que han querido decir que nosotros somos de fiar. Aparentemente –dijo Jax,
volviéndose a apoyar en la silla mientras apartaba el farol del pecho de
Gragas.
Las horas pasaron, y los
Campeones más heridos comenzaron a recuperar su fortaleza. Yasuo se incorporó y
se marchó en el instante en el que sus piernas fueron capaces de mantener su
peso, sin responder a una sola de las preguntas, pero al menos parecía haberse
recuperado de aquel intento de suicidio a base de alcohol. Cuando Fate abrió
los ojos y se llevó las manos a la cabeza, suspiró levemente antes de pedir que
alguno de los Invocadores o Campeones hicieran algo con todo su rostro y
cabellera, mientras Graves no dejaba de perderle un ojo de encima. Más le valía
al gitano esta vez cumplir su palabra... Por su parte, Ashe finalmente accedió
al consejo del Rey Bárbaro y del Corazón de Freljord de volver a donde hacían
falta, y por una vez, optaron por emplear aquellos Portales. Habían perdido
demasiado tiempo y el clima sería realmente espantoso... Por no hablar de que
el Pantano de los Aullidos no les traía ni buenos recuerdos, ni los informes de
los Invocadores auguraban nada bueno de cruzarlo una vez más. Al parecer, los
no-muertos continuaban infestando la parte baja del río y la zona más cercana
al Instituto. Pero... ¿Por qué?
Instituto de la Guerra – Ala Oeste
La Sala de los Preservadores no
había permanecido tan inusualmente tranquila prácticamente desde su formación.
Con su Maestro fuera, asistiendo al Segador, y con los líderes de los distintos
grupos actuando junto con sus acólitos, quedaban aquellos que hacían más bien
permaneciendo dentro del Instituto con orejas y ojos abiertos. El Preservador
Malek, el único de los cinco que guardaba la sala, escuchaba los informes que
el resto de grupos iba emitiendo, negando para sí con cada uno.
El grupo de Khone, dirigido a
Shurima en busca de pistas sobre quiénes habían invocado al Segador,
prácticamente había desaparecido a las pocas horas sin dar rastro alguno; todas
las Esferas de Visión o los Anillos comunicadores habían dejado de funcionar
con ellos. Pero no era algo sorprendente; en ocasiones en Shurima podías entrar
en regiones donde la magia había sido tan sometida que simplemente, inhibía
todo poder que proviniera fuera de este. No, el grupo de Khone no daba
preocupaciones.
Que Tulan y los suyos hubieran
encontrado ciertas socavaciones en el escudo protector de la Grieta sí era algo
mucho, mucho más preocupante. Aparentemente, había ciertos puntos, justo sobre
las Salas de Invocación, que habían sido debilitados a conciencia, y con una
sutileza tal que les había resultado extremadamente difícil encontrarlos. Lo
peor no era que existieran, sino que carecían del poder y las habilidades para
reparar el escudo, por no decir que sería muy evidente; magia de ese calibre
podía percibirse en ocasiones hasta a kilómetros de distancia. Viéndose
incapaces de hacer más, Tulan había optado por permanecer ocultos y atentos, en
busca de encontrar a quien o quienes hicieran uso de aquellos puntos
debilitados.
Anna y sus otros siete miembros
no habían tenido tanta suerte. Buscando las pistas del Culto de Malzahar, se
habían visto envueltos en una pelea mágica en la que uno de los suyos había
sido destrozado sin piedad alguna. Una pérdida siempre era irreparable,
especialmente irritante cuando se producía por los miembros del Culto, cuyo
poder solo era peligroso a causa de los Demonios que veneraban. En aquellos
momentos, Anna había informado a Malek que habían terminado de honrar al
miembro fallecido y que proseguirían la cacería. El Culto había dejado de ser
tan poco sutil y comenzaban a ser realmente difíciles de perseguir.
Abeforth se había visto en
problemas nada más comenzar. Sus pesquisas para encontrar a qué límites había
llegado el Culto de Malzahar chocaron con que en la tercera aldea demaciana en
la que el grupo había entrado, con la habitual excusa de mercaderes
provenientes de Piltover, había sido una encerrona; toda la aldea estaba
formada por Cultistas o partidarios de estos, y fueron forzados a combatir con
todo lo que disponían para sobrevivir. De los ocho, quedaban Abeforth y dos
más. Aquello había sido una verdadera masacre, y lo único que habían obtenido a
cambio era capturar a tres sectarios, los cuales estaban siendo interrogados de
todas las formas en las que Kassadin les había instruido, pero aparentemente
sin éxito.
En el propio Instituto las cosas
tampoco pintaban especialmente bien. Los miembros del Concilio, los Altos
Invocadores, todos aquellos con un rango alto o que gozaban de un mayor poder
se encontraban sospechosamente silenciosos, dejando a la mayor parte del
Instituto de la Guerra confuso por lo que sucedía. Naturalmente eso era un
caldo de cultivo ideal para que proliferaran las habladurías, los cuentos, y
los reclutamientos en grupos privados. Lo que Malek comenzaba a ver, y había
sido claro a la hora de discutirlo con sus aliados, es que no se enfrentaban
solamente al Culto de Malzahar. Este no hubiera sido capaz de infiltrarse en la
Grieta como había sucedido, por lo que según su juicio, habían más piezas
ocultas en todo aquello. Sin embargo, eran demasiado cuidadosos...
– Malek, creo que debería ver esto –dijo
una de los acólitos, sacando al Preservador de su ensimismamiento. Este se
acercó a la Esfera que señalaba la Invocadora, que estaba conectada al grupo de
Khone, y ahora sí recibía señal de su gemela.
– Parece
que han salido fuera de las disrupciones... ¿Qué es esa zona? Kassadin nunca
nos habló de plataformas así en Icathia –con un chasquido, una voz ronca surgió
de la Esfera, que se giró para mostrar a un Preservador de tez oscura y gran
sonrisa que sujetaba un Anillo.
– No
parece que esto sea Icathia. Parece que encontraron los restos de otra ciudad
abandonada de Shurima, alguna otra civilización. Los pictogramas que
encontramos solo muestran Invocadores y monstruosidades de más allá de las
estrellas –el Preservador del Instituto gruñó levemente, observando con
atención.
– Una
maldita ciudad dedicada a lo que hace Malzahar ahora...
– Sí.
Y al parecer, Malzahar puede que sea descendiente de los que alguna vez
vivieron aquí porque también se revelan como Videntes. Y antes de que lo preguntes, mira –Malek
sonrió; Khone le había leído la mente. ¿Por qué se había hundido una ciudad de
Invocadores y Videntes? La enorme garra que partía en dos una columna, casi tan
ancha como el tronco de un humano, era una evidencia de que en esas
invocaciones, algo había ido tremendamente mal...
– Tal
vez estos Invocadores fueran el origen de las criaturas legendarias que habitan
el Desierto y otros lugares.
– Recoged
aquello que veáis importante y que no vaya a mataros y volved, Khone. Nos hacen
falta manos aquí y el Maestro cruzará Shurima. No dejéis rastro alguno de
vuestra presencia –la Invocadora observó al Preservador, ladeando la cabeza.
– ¿Señor? El Maestro nos había indicado que no
dejásemos rastro de nuestra presencia. Creo que sería seguro también no dejar
rastro de una ciudad en honor a la locura de Malzahar –Malek enarcó una
ceja, y luego trasladó su atención hacia la Esfera, donde Khone miraba
fijamente.
– Dudo
mucho que esa ciudad contenga secretos que deban sernos revelados. Khone,
entrega a Shurima lo que es de Shurima.
– Con
gusto. ¡Gloria a los Preservadores! –con una inclinación, la Esfera se apagó,
quedando solo el fulgor remanente que indicaba que su hermana se encontraba en
buen estado. Malek ladeó la vista, contemplando el resto de Esferas. Todas
brillaban, lo cual era positivo. Excepto la primera de toda la mesa, aquella
que jamás volvería a iluminarse... El Preservador negó levemente para sí, lo
que captó la atención de la Invocadora.
– ¿Es...?
– Sí.
Su hija.
En ocasiones, pensó Malek, era
difícil saber si su Maestro había sido humano alguna vez. Su conocimiento, su
poder, la forma de ver el mundo, completamente imposibles de entender del todo.
Había verdad y buen juicio en sus acciones, pero en ocasiones, como cuando
debían purgar una aldea o atacar a matar, Malek se preguntaba si no estaría
incitándole la parte del Vacío que conformaba su ser. Entonces, recordaba
aquella esfera, el engaño de Malzahar y el sacrificio de la única familia de
Kassadin al Vacío. Y entonces, como padre que él también era, entendía por qué
el Caminante del Vacío jamás se detendría en aplicar cualquier acción contra
Malzahar. El amor roto de un padre cuya familia ha muerto, el odio que podía
generar... Llevándose una mano al pecho, el Preservador se llegó a preguntar si
realmente aquello habría hecho más daño que el Vacío en el corazón de aquel
antiguo hombre. Sí, era la respuesta más sincera que era capaz de pensar por su
parte.
Ninguno de los acólitos vio como
la primera de las Esferas se iluminó levemente una vez, antes de apagarse de
nuevo...
Desierto de Shurima
En el momento en el que el último
rayo de sol desapareció, hundiéndose en el mar de arena, el Xeniam surgió de la
grieta, batiendo sus veloces alas, y se aseguró de que no había nada fuera
esperándoles. Haciendo un leve gesto con la mano que no empuñaba el arma, Akran
esperó, contemplando los últimos ecos de la luz, que arañaban las cimas de las
numerosas e imponentes dunas del Desierto. Aún con la noche, la arena permanecía
tibia, agradable. De pronto, Kassadin apareció sobre la arena, junto a un
levemente aturdido Lucian. Kayle cerró la marcha, estirando sus alas por unos
momentos antes de surgir de la grieta y expandir sus bellos apéndices, para
luego descender suavemente al suelo. Los cuatro contemplaron por unos instantes
la peculiar belleza del desierto y el manto de estrellas, libres de cualquier
clase de nube que pudiera ocultar la iluminación natural. Finalmente, la
Justiciera habló, rompiendo el momento de silencio.
– Tenemos que atravesar la parte más corta de
Shurima, llegar a las Tierras del Vudú, rodearlas o cruzarlas, volver a subir
montañas... En ese momento, estaríamos en Ciudad Bandle –murmuró Kayle
observando hacia el cielo en busca de referencias.
– Ese es el camino que esperarían que
tomáramos. No lo haremos así –dijo el Xeniam, comenzando a andar. Kayle
frunció el ceño, adelantándose hacia el asesino y encarándolo.
– ¿De qué demonios hablas ahora? No nos sobra
el tiempo para ser tus niñeras. No vamos a dar más rodeos.
– Nos
están siguiendo, Segador. ¿No es así? –murmuró de pronto Kassadin, observando
hacia la grieta donde se habían guarecido, que ya comenzaba a llenarse por la
arena de Shurima, obra del constante viento que moldeaba el lugar. Lucian permanecía
en silencio, observando su alrededor, pero también cauto. Ambas armas reposaban
no en su cinto sino en sus expertas manos. Akran simplemente asintió.
– Avanzar en Shurima, hacerles perder el
rastro, matarlos, y entonces viajar a Ciudad Bandle. No tengo intención de
salir del Desierto a pie, sino mediante la magia –dijo el Xeniam,
terminando de ascender una duna particularmente alta, para poder observar un
trecho mayor del desierto. –Según
vuestra historia, durante miles de años Shurima fue un lugar donde grandes
civilizaciones surgieron y cayeron. La magia llama a la magia, y los misterios
a los eruditos. Debemos encontrar algunas ruinas donde plantear la emboscada.
– Dicen
de Shurima que no revela sus secretos libremente... Sino a quienes deben
verlos. Que la arena ha recibido demasiada magia, y esta tierra es ahora una
entidad. Claro que no me fiaría de cuentos vacíos contados en estado de
embriaguez... Pero hay demasiados horrores que solo se recuerdan cuando la
mente no puede seguir encerrándolos –murmuró Lucian, contemplando la luna. – He
visto y comprobado que esa clase de leyendas, en esta tierra, pueden ser
ciertas.
El siguiente paso del Xeniam,
duna abajo, provocó una leve avalancha de arena. La sucesión de pasos provocó
que buena parte de la punta de la duna se deslizara junto a ellos, que
aprovechaban el breve descanso que resultaba el descenso antes de enfrentarse a
una nueva subida. Volar era una forma, pero también resultaba agotador en el
desierto, y alguien debía cargar a Lucian. Tras varios ascensos, había resultado
ser bastante más agotador que subir a pie, y la forma física de Kassadin no le
permitía transportarlo libremente, abochornado por el intenso calor del
desierto aún presente en su maltrecho cuerpo. La noche avanzaba lentamente,
solo fatigándolos más y más, aunque su frescor aliviaba lo que hubiera sido un
infierno en otras condiciones.
Al cabo de varias horas, que se
habían hecho muchas más para los Campeones, mientras descendía una nueva duna,
el Xeniam pisó algo bajo la arena. Deteniéndose súbitamente, desenvainó su arma
y apuntó al lugar, musitando aquello que fuera que estuviera convocando. Al
momento, el viento destructor manó de la punta del filo y comenzó a devorar la
arena, dejando intacto aquello que fuera que estuviera escondido. Rocas,
signos, mampostería ancestral... Lo que parecía la parte superior de una
construcción que llevaba hundida milenios en el desierto.
– Ahí
está... –murmuró Lucian. Observó a su alrededor; se encontraban en lo más
profundo de una sucesión de dunas, un lugar perfecto desde el que ser atacados,
por lo que no dejaba de contemplar los picos de las distintas montañas de arena
con atención. A su juicio, llevaba demasiado tiempo escuchando pasos como para
que todos ellos fueran meras ilusiones de Shurima.
– ¿Qué
piensas hacer, Segador? ¿Descubrir lo que el Desierto tiene para ofrecerte?
–pronunció Kassadin, lentamente. El Caminante del Vacío sentía el poder oculto
que aquellas piedras emanaban... Había algo aún bajo el desierto, algo muy
poderoso. Sin embargo, para su sorpresa, Akran simplemente dio un leve tajo a
la piedra antes de empezar a ascender la duna.
– No. Shurima puede ofrecer... Pero no tengo
por qué embarcarme en una caza del tesoro en un templo muerto. Sin embargo,
quienes nos siguen posiblemente lo hagan... Y no vuelvan –el Xeniam quería
alejarse de aquel templo. Donde los demás habían visto signos y habían sentido
los ecos de una magia mucho tiempo olvidada, él sentía un poder demasiado familiar.
El poder de sus enemigos mortales, magia que él sí conocía. Lo que fuera que
hubieran invocado los magos de Shurima tiempo atrás seguramente los había
destrozado. Y no se encontraba en momento de enfrentarse a los horrores del
Vacío. Seguía furioso por ignorar cómo podían seguirle tan certeramente...
En sus pensamientos, Akran no vio
el virote que se dirigía contra su cuello. Pero el Purificador sí. Con un preciso
disparo, el proyectil fue hecho añicos, mientras la Justiciera se envolvía en
llamas sacras, iluminando completamente el lugar, y desenvainaba su arma. Aparentemente,
el hechizo del Xeniam parecía haber acercado a sus perseguidores mucho más
rápido de lo que este esperaba... Y no eran pocos. Al menos una docena de
Invocadores comenzaron a llenar el cielo con rayos de energía, que impactaban
de forma aleatoria por la arena, provocando que esta formase una pequeña
tormenta de arena sobre los cuatro Campeones de forma que perdían aún más
visión, a pesar de las llamas de Kayle, quien había comenzado a lanzar
espadazos al aire, proyectando su poder contra los Invocadores. Kassadin, ajeno
a todo aquello, observó hacia el cielo nocturno un instante justo antes de
transportarse por encima de las cabezas de los hechiceros y acuchillar a los
dos que se encontraban más cerca con sus filos, para acto seguido volver a la
tormenta de arena que ahora le servía para ocultarse junto a los agonizantes
humanos. Por un instante, la andanada de energía del resto de Invocadores
vaciló, pero estos recuperaron la compostura y reanudaron el ataque, mientres
tres hechiceros dejaban de canalizar para preparar sus propios hechizos
individuales.
Con un gruñido, el Purificador
comenzó a disparar una andanada de proyectiles contra aquella densa nube de
energía, buscando desestabilizarla, para luego comprender que aquellos no eran
unos simples aprendices; por un instante sonrió, al ver cómo no subestimaban su
potencial, hasta ver cómo apenas podía moverse, ya que la arena le llegaba por
las rodillas. Si no salían de aquella trampa, los iban a ahogar en arena, o
bien freír con aquella energía... Kayle había abierto sus alas, manteniéndose
libre pero exponiéndose mucho más; con un nuevo espadazo otro Invocador cayó
atrás, con un brutal tajo en el pecho, pero la arena ascendía y ascendía...
Cuando llegó a la cintura del Xeniam, quien había estado con los ojos cerrados
todo el combate murmurando algo, finalmente decidió tomar cartas en el asunto.
Se hundió en la arena bruscamente
justo bajo Kayle, quien giró sobre sí misma para atacar a los Invocadores que
se encontraban en el lado contrario, inadvertidamente funcionando como
distracción. En el momento en que una nueva avalancha de arena parecía
ahogarles, un disparo de Lucian dispersó la arena, pero en su lugar cayó una
tromba de fuego ardiente sobre la Justiciera, quien apenas tuvo tiempo de
clamar a su poder divino y repeler el brutal impacto, que la envió contra el
Purificador, enviando a ambos al suelo. Sin que los Campeones pudieran
reponerse a tiempo, el Xeniam surgió de la arena con una explosión, atrapando
al Invocador que había arrojado el fuego, y lo trituró con una sucesión de
cuchilladas. La muerte fue tan brutal y rápida que una lluvia de sangre salpicó
la arena mientras las hojas buscaban su siguiente víctima. Esta vez la
distracción de los Invocadores se pagó cara, pues fue el tiempo necesario para
que Kayle y Lucian salieran del centro del hechizo de energía y comenzaran a
exterminar a todos los hechiceros, envueltos en la tormenta de arena que habían
creado. Los otros dos hechiceros que habían preparado sus salmodias habían sido
convenientemente silenciados por Kassadin, quien en ese momento se encontraba
ocupado consumiendo aquel necesario maná, reponiendo sus fuerzas.
Cuando los Campeones terminaron
su danza, solo quedaba un Invocador vivo, sujeto por el cuello por la férrea
mano de una furiosa Kayle. La sangre corría por su casco y su espada, pero nada
era tan terrorífico como la furia de sus ojos. El Invocador trató de morderse
la lengua, pero antes de poder lograrlo la mano enguantada de Kayle se lanzó
hacia delante, provocando que el hombre mordiera el férreo metal. Entre
gruñidos de dolor, el Purificador optó por alejarse. No era su estilo, y
prefería recabar pruebas. Él no dejaba vivir a sus presas.
– Vamos a tener una pequeña charla contigo
antes de decidir qué hacemos. En el mejor de los casos, mueres en unos minutos.
En el peor, te dejamos a su cuidado –dijo Kayle, señalando al Xeniam con la
cabeza, quien estaba aun completamente empapado en sangre y arena, mirando
hacia el ahora cubierto hueco entre dunas, donde estaba la entrada, un momento
antes de ladear la vista y mirar fijamente al hombre a los ojos. El Invocador
tragó audiblemente, sintiendo su propia sangre manar de sus dientes rotos y sus
encías, cayendo sobre la fría arena del desierto.
– No
sabéis... Nada –logró balbucear el hombre, aun sintiendo la sorprendente
frialdad de la espada de Kayle. Si tan solo pudiera convocar una chispa de
magia para huir de ellos...
– Pensabais
que estaríamos descendiendo por las ruinas. Que tal vez lograseis acabar con
alguno de nosotros por descuido. Y casi lo conseguís... –murmuró Lucian,
observando el cadáver que aun sostenía la ballesta. Kayle gruñó.
– Sabéis donde estamos, incluso entrando al
desierto. Y no parece que hayáis estado caminando por él. Los Invocadores no
asesinan Campeones. Los Invocadores no atentan contra las órdenes del Concilio.
¿Qué está pasando? –inquirió la alta mujer. El hombre se permitió sonreír
con una boca mellada antes de hablar.
– Estúpidos.
No sois más que armas a nuestro servicio. Estáis marcados desde siempre, y
vendrán más. Podéis mat–con un violento golpe, Kassadin atravesó el cuello del
Invocador con sus cuchillas de forma tan rápido que este aún pudo balbucear
algo ininteligible antes de desangrarse encima de Kayle, quien lo apartó con un
gesto de asco.
– Parece
que Malzahar no es el único quien ha reunido a seguidores... –dijo el Caminante,
con su voz distorsionada, mirando al resto de muertos.
– ¿A qué te refieres? –preguntó el
Xeniam, mientras limpiaba su filo con una mano envuelta en llamas blancas, de
forma metódica.
– El
Instituto no asesina Campeones. Ese celo, esa lealtad proviene de algo más
interno, más privado. Lo he visto en los seguidores de Malzahar. Pero no
provienen de él. Sus seguidores no son poderosos, no siguen más que la voluntad
de un necio. Estos... Hechiceros, parecen algo distinto. Campeones vistos como
armas... No es la primera vez que lo escucho.
– ¿Traidores? ¿Asesinos? Kassadin, ¿dices que
hay hechiceros que nos consideran... Cosas? –dijo Kayle, con un claro tono
de enojo. –Eso sería... Excesivamente
ofensivo incluso para los humanos.
– Abre
los ojos, mujer. Nos han intentado matar en Shurima, donde solo los locos o
Ezreal consiguen encontrar algo de antemano. Un golpe fácil, una gran
pérdida... Y en dos semanas Noxus y Demacia vuelven a captar su atención. Me
preocupa más eso de estar marcados –la voz de Lucian, cargada de resentimiento,
impactó en la Justiciera con más fuerza que los hechizos de los Invocadores,
provocando que quedara en silencio unos instantes, para luego mirar su filo
impregnado en sangre. Enfrentarse a aquellos con los que había compartido
cuerpo y mente... Matarlos. El pensamiento le resultaba sorprendentemente
repugnante, casi sintiendo arcadas. Tuvo que arrodillarse, respirando
lentamente, tratando de serenarse.
– Kayle,
líder de un mundo en guerra eterna. Aún inmortal, mil años son excesivos...
¿Nunca te pareció extraño que hayas servido a los Invocadores sin una sola
falta, sin un solo recuerdo de tu gente? Tal vez hayan jugado con nuestras
mentes más de lo que nos han dicho... –las palabras de Kassadin fueron las
últimas que se pronunciaron, antes de que todos quedaran en silencio durante
largos minutos, reflexionando. Había mucho en lo que pensar.
En algún otro lugar...
El viejo Invocador avanzó
renqueante hasta la gran sala, llena como siempre con rica seda, fastuosos
ropajes, caros vinos y diez bellos especímenes al servicio de todos aquellos
que lo desearan. Pero la presencia de aquel viejo Invocador tornó las caras de
felicidad de todos aquellos que gozaban en preocupación, mientras el hombre se
inclinaba ante el Maestro y murmuraba con voz queda. Este gruñó, apartando de sí
a las dos féminas que lo complacían, y alzó una mano. Todos los Invocadores
cayeron al suelo con un grito y comenzaron a retorcerse entre espasmos de
dolor, agarrándose el cuello. Solo el Maestro y los diez Campeones permanecieron
indenmes, aunque solo uno de ellos era consciente.
Jolie era uno de tantos, pero
estaba convencida de su error. El error de sus compañeros era su error, era un
insulto al Maestro. No merecía los placeres que este le brindaba, no merecía ni
siquiera el aire que respiraba. El Maestro se lo hacía recordar. La siguiente
vez, ella se prestaría voluntaria al dictado del Maestro. No debía dejar que se
importunara. No había nada más importante para ella, al fin y al cabo...
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