Para algunos, la desaparición de
aquella criatura era un verdadero alivio. A otros, por el contrario, les
perturbaba el no saber qué podría estar haciendo en aquellos momentos. Y a los
guardas del Arcanum les preocupaba que el único que había sido capaz de
detectar a sus enemigos mucho antes que ellos mismos ya no se encontrara cerca.
Redoblaron sus turnos y pidieron prestado al Artesano algunos de sus recientes
inventos. El resultado fue que de las dos decenas iniciales solo quedaron 5,
puesto que los otros se encontraban en las Salas de Curación, reponiéndose del
extremo desgaste que el mal uso de dichos artefactos había supuesto a sus
cuerpos. Por mucho que la magia de los Invocadores se basara en alterar y
modificar aquello de su entorno, seguía requiriendo concentración y energía
interna, que se agotaba muy rápidamente. En los combates de la Liga, se
limitaban a unos meros hechizos y con un largo tiempo de recuperación por cada
uno; en la vida real esta magia era tan destructiva como agotadora. Poder
mantener un Ojo Rojo, por ejemplo, agotaba todas las fuerzas de uno de ellos,
que debía permanecer inmóvil la mayor parte del tiempo. Aquel que lo usaba no
dejaba de sorprenderse de que uno de los miembros del Concilio no solo llevara
dos constantemente, sino que no pareciera agotado por ello. Claro que él era un
miembro del Concilio, al fin y al cabo…
–
Vuelve a explicarme por qué no se ha escuchado una
palabra de un Campeón extremadamente peligroso extraviado en medio de Noxus,
Embajador Jaun –la voz de
Vessaria, carente de la solemnidad habitual, parecía más bien poseída por un
rictus de cólera. El gesto del otro miembro del Concilio presente, Therion, ya
de natural era airado. Esta vez, era suficiente como para que el Embajador
noxiano no se mantuviera en su altiva postura habitual.
– Como ya he explicado, ignoramos en qué estaba pensando Urgot, o cómo planeó ese fallo. Como bien sabéis, no podemos pretender saber qué hacen todos y cada uno de los Campeones en nuestra ciudad. El dónde estuviera cuando fijó la posición en su Inversor no está en nuestro conocimiento. Y me temo que si ya no sabemos nada de él, es que en donde se encuentre son capaces de retenerlo –conforme hablaba, Jaun sentía los penetrantes y mágicos ojos rojos de Therion a su espalda, provocando que su nerviosismo aumentara. Aun así, él no dejaba de ser un emisario noxiano, y su capacidad no quedaría en entredicho. No, considerando lo que sucedería llegado el caso… El pensamiento de plumas negras fue suficiente como para disipar sus dudas.
– Sentiste lo que te hizo. Una capacidad muy interesante para cualquier diplomático, imagino. ¿Pensáis hacernos creer que Urgot había diseñado una segunda funcionalidad a su equipamiento y haber escogido Noxus sin que vuestro Alto Mando lo supiera? Retiraos, Jaun. Habéis informado ya con lo que nos es útil, repetir las palabras de Swain no nos ayudará –dijo Vessaria, con un aspaviento. El Embajador se retiró, agradecido de alejarse de aquellos dos Invocadores.
– Parece que desde el punto de la legalidad, no podemos obligar a Noxus a permitir a un escuadrón de Invocadores peinar la zona. Doran ha diseñado un abalorio que te permite observar a la lejanía aquello que desees. Pero lamentablemente, buscamos al único Campeón con el que estos sistemas no funcionarán… –la voz de Ashram no sorprendió a los otros dos miembros del Concilio, apareciendo sentado a un lado de la sala. El anciano Invocador era un especialista en la ocultación y el sigilo, a pesar de no aparentarlo, o más bien, precisamente por ello.
– ¿Por qué no, Reginald? –inquirió Therion, observándolo con los brazos cruzados. El más veterano se llevó un dedo a la sien.
– Una mente rota, dijo que poseía. Sea cierto o no, una buena parte de los hechizos de Invocador no funcionan con él. Ya sabéis, del mismo modo que Nocturne debió ser fijado a un plano físico para ser controlado, o la resistencia natural de algunos Campeones para comulgar con nuestros Invocadores, como Syndra, Xerath o los monstruos del Vacío. En su caso particular, toda esa resistencia está enfocada a ser irrastreable, y que resulte imposible comulgar con él. Podríamos llamar a clarividentes, profetas y a cualquier taumaturgo, no funcionará. O eso es lo que cuentan las historias sobre él… –dijo, sonriendo a sus compañeros. Ambos sintieron el mismo atisbo de recelo, y se miraron entre sí.
– A veces tus pesquisas resultan perturbadoramente certeras, Reginald… –dijo Vessaria. –Pero asumiré su certeza. No lo podemos buscar por ningún medio, entonces. Podríamos dictar su búsqueda en todas las Ciudades-Estado… Al fin y al cabo, el Instituto es responsable de defender a Runaterra de las amenazas exteriores, y él lo es, claramente.
– No podemos dedicar mucho más tiempo a todo esto, Vessaria. El Paso de Mogron se encontrará plenamente operativo en menos de dos semanas. Y debemos atender a la inauguración mientras intentamos evitar la guerra en Freljord, Noxus y Demacia. Por no contar el mantener la paz en las otras Ciudades-Estado, lo que se está volviendo imposible a causa de Campeones imposibles de tratar…
– Lo sé, lo sé.
– Y no olvidéis ese otro problema que detectamos no hace mucho… –empezó Ashram, su sonrisa desapareció, transformándose en un rictus serio. –El asunto de ese… Culto. No deberíamos ignorarlo sin más.
– Ni siquiera sabemos si es real.
– Sabes que sí lo es, Therion. Ignorarlo no es la solución, tampoco desconocer qué pretende. Y si escapa tu vigilancia, es un problema –Therion gruñó, atravesando al anciano Invocador con la mirada.
– Sabes perfectamente la dificultad que entraña el mantener permanentemente este hechizo, Reginald, y la tara que supone. Contemplar todos los rincones del Instituto no es tarea sencilla.
– Lo sé. Yo los llevé en mi época, recuérdalo…
– Como ya he explicado, ignoramos en qué estaba pensando Urgot, o cómo planeó ese fallo. Como bien sabéis, no podemos pretender saber qué hacen todos y cada uno de los Campeones en nuestra ciudad. El dónde estuviera cuando fijó la posición en su Inversor no está en nuestro conocimiento. Y me temo que si ya no sabemos nada de él, es que en donde se encuentre son capaces de retenerlo –conforme hablaba, Jaun sentía los penetrantes y mágicos ojos rojos de Therion a su espalda, provocando que su nerviosismo aumentara. Aun así, él no dejaba de ser un emisario noxiano, y su capacidad no quedaría en entredicho. No, considerando lo que sucedería llegado el caso… El pensamiento de plumas negras fue suficiente como para disipar sus dudas.
– Sentiste lo que te hizo. Una capacidad muy interesante para cualquier diplomático, imagino. ¿Pensáis hacernos creer que Urgot había diseñado una segunda funcionalidad a su equipamiento y haber escogido Noxus sin que vuestro Alto Mando lo supiera? Retiraos, Jaun. Habéis informado ya con lo que nos es útil, repetir las palabras de Swain no nos ayudará –dijo Vessaria, con un aspaviento. El Embajador se retiró, agradecido de alejarse de aquellos dos Invocadores.
– Parece que desde el punto de la legalidad, no podemos obligar a Noxus a permitir a un escuadrón de Invocadores peinar la zona. Doran ha diseñado un abalorio que te permite observar a la lejanía aquello que desees. Pero lamentablemente, buscamos al único Campeón con el que estos sistemas no funcionarán… –la voz de Ashram no sorprendió a los otros dos miembros del Concilio, apareciendo sentado a un lado de la sala. El anciano Invocador era un especialista en la ocultación y el sigilo, a pesar de no aparentarlo, o más bien, precisamente por ello.
– ¿Por qué no, Reginald? –inquirió Therion, observándolo con los brazos cruzados. El más veterano se llevó un dedo a la sien.
– Una mente rota, dijo que poseía. Sea cierto o no, una buena parte de los hechizos de Invocador no funcionan con él. Ya sabéis, del mismo modo que Nocturne debió ser fijado a un plano físico para ser controlado, o la resistencia natural de algunos Campeones para comulgar con nuestros Invocadores, como Syndra, Xerath o los monstruos del Vacío. En su caso particular, toda esa resistencia está enfocada a ser irrastreable, y que resulte imposible comulgar con él. Podríamos llamar a clarividentes, profetas y a cualquier taumaturgo, no funcionará. O eso es lo que cuentan las historias sobre él… –dijo, sonriendo a sus compañeros. Ambos sintieron el mismo atisbo de recelo, y se miraron entre sí.
– A veces tus pesquisas resultan perturbadoramente certeras, Reginald… –dijo Vessaria. –Pero asumiré su certeza. No lo podemos buscar por ningún medio, entonces. Podríamos dictar su búsqueda en todas las Ciudades-Estado… Al fin y al cabo, el Instituto es responsable de defender a Runaterra de las amenazas exteriores, y él lo es, claramente.
– No podemos dedicar mucho más tiempo a todo esto, Vessaria. El Paso de Mogron se encontrará plenamente operativo en menos de dos semanas. Y debemos atender a la inauguración mientras intentamos evitar la guerra en Freljord, Noxus y Demacia. Por no contar el mantener la paz en las otras Ciudades-Estado, lo que se está volviendo imposible a causa de Campeones imposibles de tratar…
– Lo sé, lo sé.
– Y no olvidéis ese otro problema que detectamos no hace mucho… –empezó Ashram, su sonrisa desapareció, transformándose en un rictus serio. –El asunto de ese… Culto. No deberíamos ignorarlo sin más.
– Ni siquiera sabemos si es real.
– Sabes que sí lo es, Therion. Ignorarlo no es la solución, tampoco desconocer qué pretende. Y si escapa tu vigilancia, es un problema –Therion gruñó, atravesando al anciano Invocador con la mirada.
– Sabes perfectamente la dificultad que entraña el mantener permanentemente este hechizo, Reginald, y la tara que supone. Contemplar todos los rincones del Instituto no es tarea sencilla.
– Lo sé. Yo los llevé en mi época, recuérdalo…
En algún lugar…
Las pesadas cadenas tiraban de
sus brazos, amenazando con arrancarlos si no mantenía una tensión constante. La
venda en los ojos le impedía ver, y la continua salmodia le impedía escuchar.
Pero aquella humedad se colaba en sus fosas nasales claramente, junto a
aquellos inciensos de orígenes indescifrables. La comitiva prosiguió así unos
minutos, mientras el cántico se escuchaba más y más claramente, hasta que al
final su rugido invadió todos sus sentidos.
Con un rasguido, la daga arrancó
la venda de los ojos de la joven Invocadora, que apenas pudo ver nada por la
oscuridad que reinaba en aquella sala. Al menos una treintena de Invocadores,
alineados perfectamente, la observaban, todos con la misma expresión en sus
ojos. Pero ellos no eran importantes. El importante era él. Sus palabras. Sus
promesas. Desde que había escuchado hablar de él en el Instituto, lo que
ofrecía, y la realidad de que así era posible, había dejado todo lo demás, y
había llegado a avanzar lo suficiente como para que la llevaran ante él. Aunque
el modo no había sido el que ella esperaba en absoluto… Pero nada importaba
ahora, cuando él hablaba.
– El Instituto no
trae más que debilidad. Su poder es vacío. Poseen armas que no usan,
conocimiento que prohíben… Y felicidad que niegan. Mas es nuestro derecho, como
Invocadores, tomar aquello que deseemos. No existen afiliaciones entre nosotros
más que la unión entre todos. Tú tienes un deseo, y quieres satisfacerlo. Para
ello, deberás superar nuestro juicio, para que te consideremos una de nosotros.
¿Es eso lo que quieres, Jolie?
– Si
–dijo sin siquiera vacilar. El odio que brillaba en sus ojos resultaba
especialmente atrayente y sincero. Renegaría de todo aquello que había conocido
por la oportunidad de cumplir su deseo… Y acabar con aquel maldito asesino,
donde quiera que se encontrase. Sería cuestión de tiempo.
Noxus – Prisiones Subterráneas
En el instante en que apareció
sobre el frío y sucio suelo, decenas de cadenas místicas asaltaron su cuerpo
cual serpientes, atándolo e inmovilizándolo de forma que apenas era capaz de
respirar. Llegó al suelo ya estando completamente envuelto en aquellos artefactos.
Agotado, y aun ardiendo por su propia magia, el Xeniam se permitió un segundo
entero para analizar su situación, antes de que el fuego se extinguiera y Akran
dejara de resistirse, aguzando el oído. Hasta que no escuchó la primera rata,
pensó sobre celdas aisladas mágicamente. Finalmente, tras unos minutos, unos
pasos se dirigieron hacia su celda. Una figura encapuchada lo contempló por
unos segundos, antes de arrojarle con demasiada velocidad una cuchilla que se
hundió en su hombro hasta la empuñadura, provocando en el Xeniam un gruñido
sordo de dolor. El encapuchado retrocedió unos pasos, dando paso al hombre de
la muleta. El graznido del cuervo había anticipado su llegada apenas unos
segundos antes.
–
Sin duda, esto no es
lo que todas las partes en este asunto habían considerado –comenzó,
con una voz profunda y directa, un tono en parte comprensivo, en parte
inflexible– Dado que al parecer no sois un idiota
como la gran mayoría, os daré una oportunidad. De acertar, no os hablaré como
si lo hiciera a un demaciano… Sino como a alguien con la capacidad de pensar
adecuadamente –Akran permaneció callado unos segundos, antes de alzar
la voz, agotada y dolorida por la cuchilla que seguía lacerando su débil
cuerpo.
–
Urgot… Su
aparato defectuoso era para Jarvan IV. Estas cadenas… Son de su tamaño, y el
Instituto… No tiene permiso para investigar –Swain contempló fijamente
al asesino herido, y luego ladeó la cabeza, mirando a Talon. Este arrojó otra
daga, esta vez cortando una de las cadenas. No lo liberó, pero la posición
resultaba un poco más cómoda sin que el cuello y los tobillos estuvieran unidos,
como evidenciaba el crujido de todo el cuerpo de Akran al ser liberado.
– Gracias a cierto
Artesano que ha retornado, en efecto, y otros sucesos que no merecen ser
contados. Aun así, la situación te puede resultar ventajosa. Noxus te ofreció
una vez una oportunidad, Segador. ¿Volverás a rechazarla por última vez? –las
palabras de Swain resonaron en la celda por unos momentos, mientras el Xeniam
alzaba el rostro lo suficiente como para ver a aquel hechicero cojo y el cuervo
que lo acompañaba a todo lugar. Para ser el Alto General Noxiano, no vestía más
que las ropas que siempre había utilizado en la Liga.
– Ambición desmedida… Una falsa sensación de seguridad que condenará este mundo. Sabes más de lo que debes –por toda respuesta, una cuchilla emponzoñada se hundió en la espalda de Akran, arrancándole un grito de dolor, un momento antes de comenzar a retorcerse entre espasmos.
– La sabiduría noxiana acerca de la tortura te resultará fascinante. Dicen que nadie sabe más de torturas que tú: comprobaremos si eso es cierto… En tanto no encontremos un uso más apropiado para ti. No podemos devolverte sin más, pero el Instituto no ofrecerá nada a Noxus por ti. Luego lo más aconsejable será no permitirte volver a ver la luz del día –Swain alzó una mano, en cuyos dedos se formó una esfera verde antes de arrojarla con violencia contra el Xeniam, provocando que este lanzara un verdadero alarido de dolor.
– Ambición desmedida… Una falsa sensación de seguridad que condenará este mundo. Sabes más de lo que debes –por toda respuesta, una cuchilla emponzoñada se hundió en la espalda de Akran, arrancándole un grito de dolor, un momento antes de comenzar a retorcerse entre espasmos.
– La sabiduría noxiana acerca de la tortura te resultará fascinante. Dicen que nadie sabe más de torturas que tú: comprobaremos si eso es cierto… En tanto no encontremos un uso más apropiado para ti. No podemos devolverte sin más, pero el Instituto no ofrecerá nada a Noxus por ti. Luego lo más aconsejable será no permitirte volver a ver la luz del día –Swain alzó una mano, en cuyos dedos se formó una esfera verde antes de arrojarla con violencia contra el Xeniam, provocando que este lanzara un verdadero alarido de dolor.
–
No debíais…
Saber nada –logró decir entre espasmos, habiéndose girado y
quedando boca arriba, hundiéndose aún más las dagas, y contemplando al Maestro
Táctico al revés, cuyo gesto no se había alterado en lo más mínimo.
– Noxus avanza cinco pasos por delante. Deberías saber eso –en el instante en que terminó de hablar, Swain alzó una ceja, al ver cómo la figura del Xeniam se envolvía en llamas blancas que consumieron al instante la piedra, provocando que el cuerpo cayera como si hubiera surgido un pozo bajo él. Talon se lanzó hacia delante, pero el Alto General Noxiano alzó un brazo, deteniéndolo.
– Se suponía que Zaun lo había agotado antes de dejarse ganar, y que esas cadenas le impedirían utilizar su magia. Un nuevo secreto desvelado. Pero insatisfactorio –dijo, mirando al asesino, que contempló el agujero en el suelo antes de volverse a su absoluto superior, encogiéndose de hombros. –Avisa a los guardias. Quiero su cabeza en menos de una hora. De igual manera, que alguien informe a nuestros espías del Instituto: Si vuelven a verlo allá, quiero saber hasta el último ápice de sus habilidades. No tenemos suficiente. Y… Avisa a Cassiopeia. Tengo un trabajo para ella.
Beatrice graznó, contemplando al noxiano con sus ojos, más oscuros que cualquier pozo, antes de lanzarse contra una rata que intentaba atravesar el pasillo, aplastándola con sus poderosas patas antes de arrancarle la cabeza de un feroz picotazo. Cuando terminó con el animalillo, Swain ya se había incorporado, por lo que volvió a su lugar de costumbre. Cuando el Maestro Táctico comenzaba a moverse, no había vuelta atrás: por muchas cartas ocultas que pudieran jugarle, siempre obtendría la mano ganadora. Pero pobre el guerrero noxiano que sobreviviera a aquella criatura y volviera con las manos vacías. Pagaría su error con mucho más que su débil vida…
– Noxus avanza cinco pasos por delante. Deberías saber eso –en el instante en que terminó de hablar, Swain alzó una ceja, al ver cómo la figura del Xeniam se envolvía en llamas blancas que consumieron al instante la piedra, provocando que el cuerpo cayera como si hubiera surgido un pozo bajo él. Talon se lanzó hacia delante, pero el Alto General Noxiano alzó un brazo, deteniéndolo.
– Se suponía que Zaun lo había agotado antes de dejarse ganar, y que esas cadenas le impedirían utilizar su magia. Un nuevo secreto desvelado. Pero insatisfactorio –dijo, mirando al asesino, que contempló el agujero en el suelo antes de volverse a su absoluto superior, encogiéndose de hombros. –Avisa a los guardias. Quiero su cabeza en menos de una hora. De igual manera, que alguien informe a nuestros espías del Instituto: Si vuelven a verlo allá, quiero saber hasta el último ápice de sus habilidades. No tenemos suficiente. Y… Avisa a Cassiopeia. Tengo un trabajo para ella.
Beatrice graznó, contemplando al noxiano con sus ojos, más oscuros que cualquier pozo, antes de lanzarse contra una rata que intentaba atravesar el pasillo, aplastándola con sus poderosas patas antes de arrancarle la cabeza de un feroz picotazo. Cuando terminó con el animalillo, Swain ya se había incorporado, por lo que volvió a su lugar de costumbre. Cuando el Maestro Táctico comenzaba a moverse, no había vuelta atrás: por muchas cartas ocultas que pudieran jugarle, siempre obtendría la mano ganadora. Pero pobre el guerrero noxiano que sobreviviera a aquella criatura y volviera con las manos vacías. Pagaría su error con mucho más que su débil vida…
Gruñó de dolor, mientras las
dagas incrustadas en su cuerpo se disolvían junto a la piedra que la llama
blanca atravesaba, desapareciendo de su cuerpo maltrecho. El veneno no había
podido actuar más tiempo gracias a su fuego, pero había sido suficiente como
para dar a Akran un leve esbozo de lo agradable que supondría permanecer como
invitado en Noxus una temporada. Su cuerpo estaba entumecido, y no podía
siquiera invocar su arma. Cayó cual fardo en algún pasillo, probablemente anexo
a alguna otra sala mayor, a juzgar por el ruido. Las cadenas místicas se
disolvieron de igual forma, dejándolo libre. Había visto aquella clase de
cadenas en el Arcanum, luego no había tardado mucho tiempo en encontrar la
forma de librarse de ellas, gracias a un comentario de Doran y su propio
conocimiento. Se estiró, sintiendo cómo sus huesos crujían y chillaban de
dolor, y tuvo que detenerse, aún tirado en el suelo, tratando de recuperarse. Pronto,
escuchó los primeros pasos que llegaban a aquel pasillo, y se echó a correr,
ignorando el dolor que surcaba por su interior. No conocía en absoluto el
lugar, pero mientras se movía, corriendo por el suelo y los pasillos, se
percató de la disposición de las antorchas, boca arriba y boca debajo de forma
alternativa, y reconoció el gesto. Fuera a donde se dirigiera, habría muerte y
vida. Y dado cómo era este lugar… Frunció el ceño, sintiendo sus heridas cauterizadas.
No estaba de humor.
Noxus – La Carnaza
Con un rugido atroz, el inmenso
coloso partió en dos a su contrincante, cubriendo de sangre y órganos aquella
extensión de la arena. Con un chillido de terror y placer por igual, la
multitud alababa a su campeón. Sion simplemente golpeó el suelo con su hacha,
librándose de los restos. Troceadora funcionaba mejor limpia, se dijo,
acariciando el filo con su pulgar, sin darse cuenta del enemigo que se le
acercaba por la espalda. El prisionero hundió su espada en el costado del
colosal no-muerto, que ni siquiera lo sintió. Pero cuando el prisionero,
gritando de frustración, le golpeó, se percató de su presencia. Golpeó al
hombre en el rostro con el mango del hacha, lanzándolo al suelo, y lo partió en
dos sin que siquiera llegara a caer del todo. El público volvió a jalear,
animando al no-muerto.
–
¡Increíble como siempre! ¡Sion avanza a la siguiente ronda
de la Carnaza, 50 contra 1! ¡¿Podrá el Campeón de la Liga arrasar a los pobres
diablos que buscan su libertad!? –rugió el presentador (y dueño) del
acto, contemplando al público jaleante. Sin duda, los Campeones del Instituto
eran los que mejor servían el propósito de la Carnaza, Hayvan lo había
aprendido bien con experiencias pasadas. Y contra uno que no solía sentir el
dolor, tenía tanto espectáculo como ocasiones donde aquellos inútiles que
trataban de ganar su libertad parecía que tenían opción. Observó al coloso
verde retirarse por el agujero de la Arena, y él comenzó a hacer lo mismo. Como
de costumbre, algún imbécil trataba de acercarse a suplicar por el dinero que
había perdido apostando por los perdedores, pero sus guardas se ocuparían de
ellos. Ya alguna vez algún apostador había terminado entrando a la propia
Arena, lo cual seguía resultando lucrativo…
– ¡Señor! ¡Tenemos un problema! –uno de los guardas abrió de golpe la puerta. Se veía visiblemente preocupado, pero eso no era importante, se les pagaba para proteger y pegar, no importaba que fueran incapaces de hilvanar frases coherentemente.
– ¿Y ahora qué sucede? ¿Ha venido algún cargo importante que no haya visto? –comentó Hayvan, contando el dinero tranquilamente. Entonces, fue cuando escuchó los gritos.
– ¡Algo se ha metido en el pasillo de los prisioneros y los está matando a todos! ¿Qué hacemos? –exclamó el guarda, visiblemente asustado. El hombre se incorporó, olvidando el dinero, y salió corriendo fuera, en dirección a la Arena. Abrió profundamente los ojos, al ver que de la puerta donde debían salir prisioneros solo salía sangre en gran abundancia, junto a una masiva cantidad de gritos de dolor y agonía, cada vez más cerca. Los pocos guardas que se habían atrevido a entrar aún no habían vuelto. El público de la Carnaza ya se había ido, pero los pocos que habían quedado por la zona estaban espantados, mirando desde los accesos a la zona.
– ¡Llamad a la guardia de Noxus! ¡Llamad a quien esté aquí cerca! ¡A Sion, a Draven si no está matando a alguien, a quien sea! –rugió el dueño de la Carnaza a sus guardas, que salieron corriendo a trompicones. El hombre gruñó para sí, contemplando aquel pequeño agujero. Este era el problema de actuar supuestamente bajo ninguna ley. Cuando hacía falta ayuda, estaban prácticamente solos.
– Parece que hay algún problema, Hayvan. Debíais cumplir vuestra promesa: solo habría sangre vertida en la Arena –dijo una voz, profunda y carente de toda simpatía, que hizo helar al veterano noxiano, que se giró de inmediato, inclinando la cabeza.
– Poderoso Darius, General… Esto no entra en ninguna de nuestras posibilidades. Nadie salvo mi gente debe tener acceso a esos pasillos internos, ¡no puedo entenderlo! –la voz ahora temblorosa del hombre denotaba claramente el sentimiento que el colosal guerrero noxiano desprendía, especialmente en su propia gente. Si ya de antes era bien conocida la predisposición de Darius de ejecutar a aquellos superiores que no actuaban según el ideal noxiano, su ascenso a mano derecha de Swain solo había hecho que su hacha probase una cantidad mayor de sangre. Hayvan contempló su reflejo en el filo, para luego ver el rostro de Darius. No sabía decir qué asustaba más. Con un gruñido, el inmenso hombre lo apartó, para luego dirigirse al acceso a las celdas dispuesto para los encargados de la Carnaza. No entraría de frente, eso sería estúpido. Eso era trabajo para los guardias.
– ¡Señor! ¡Tenemos un problema! –uno de los guardas abrió de golpe la puerta. Se veía visiblemente preocupado, pero eso no era importante, se les pagaba para proteger y pegar, no importaba que fueran incapaces de hilvanar frases coherentemente.
– ¿Y ahora qué sucede? ¿Ha venido algún cargo importante que no haya visto? –comentó Hayvan, contando el dinero tranquilamente. Entonces, fue cuando escuchó los gritos.
– ¡Algo se ha metido en el pasillo de los prisioneros y los está matando a todos! ¿Qué hacemos? –exclamó el guarda, visiblemente asustado. El hombre se incorporó, olvidando el dinero, y salió corriendo fuera, en dirección a la Arena. Abrió profundamente los ojos, al ver que de la puerta donde debían salir prisioneros solo salía sangre en gran abundancia, junto a una masiva cantidad de gritos de dolor y agonía, cada vez más cerca. Los pocos guardas que se habían atrevido a entrar aún no habían vuelto. El público de la Carnaza ya se había ido, pero los pocos que habían quedado por la zona estaban espantados, mirando desde los accesos a la zona.
– ¡Llamad a la guardia de Noxus! ¡Llamad a quien esté aquí cerca! ¡A Sion, a Draven si no está matando a alguien, a quien sea! –rugió el dueño de la Carnaza a sus guardas, que salieron corriendo a trompicones. El hombre gruñó para sí, contemplando aquel pequeño agujero. Este era el problema de actuar supuestamente bajo ninguna ley. Cuando hacía falta ayuda, estaban prácticamente solos.
– Parece que hay algún problema, Hayvan. Debíais cumplir vuestra promesa: solo habría sangre vertida en la Arena –dijo una voz, profunda y carente de toda simpatía, que hizo helar al veterano noxiano, que se giró de inmediato, inclinando la cabeza.
– Poderoso Darius, General… Esto no entra en ninguna de nuestras posibilidades. Nadie salvo mi gente debe tener acceso a esos pasillos internos, ¡no puedo entenderlo! –la voz ahora temblorosa del hombre denotaba claramente el sentimiento que el colosal guerrero noxiano desprendía, especialmente en su propia gente. Si ya de antes era bien conocida la predisposición de Darius de ejecutar a aquellos superiores que no actuaban según el ideal noxiano, su ascenso a mano derecha de Swain solo había hecho que su hacha probase una cantidad mayor de sangre. Hayvan contempló su reflejo en el filo, para luego ver el rostro de Darius. No sabía decir qué asustaba más. Con un gruñido, el inmenso hombre lo apartó, para luego dirigirse al acceso a las celdas dispuesto para los encargados de la Carnaza. No entraría de frente, eso sería estúpido. Eso era trabajo para los guardias.
El General noxiano contempló las primeras
celdas, chorreantes de sangre. Los cadáveres tenían impactos de toda clase; a
algunos les faltaba la cabeza, otros tenían unas pocas armas atravesándolos,
pero la mayoría parecía haber muerto por magia, o algo similar. Aquello no
dejaba de ser pura escoria débil, pero escoria que tenía una utilidad, aunque
fuera la de morir contra mejores guerreros. Avanzó, continuando el largo
pasillo central. Las celdas tenían cabida para unas dos decenas de prisioneros,
y ya había atravesado ocho puertas. ¿Dónde demonios estaba el causante? Las
muertes ahora eran más profesionales, con espadas o hachas, y procurando
resultar lo más brutal posible, aunque unos pocos habían recibido simplemente
una estocada en el pecho. Un gemido captó su atención. En una de las celdas
reventadas, bajo un montón de cadáveres, había algo vivo. Darius entró,
rompiendo la puerta. En ese momento se dio cuenta, mirando hacia atrás, que las
puertas estaban cerradas. Gruñó, sea lo que fuera, no era algo normal. Centró
su atención en el superviviente, alzando la vista al ver que llevaba los
ropajes de los guardas de la Carnaza. Uno de los guardas que habían entrado.
–
Dime qué ha
hecho esto –preguntó el General, agarrando el cuello de aquel
patético hombre que no merecía llamarse noxiano. El guarda negó levemente,
balbuceando palabras incoherentes. Darius simplemente le partió el cuello y
continuó, saliendo de la celda. Algo en esos cadáveres no le gustaba en
absoluto… Los ojos, eso era. Algunos parecían mostrar alegría, y otros el
terror más absoluto. ¿Qué demonios era?
Avanzó otras ocho salas, hasta que finalmente comenzó a escuchar los gritos de dolor frente a él. Lanzando un grito de guerra, Darius cargó hacia delante, finalmente distinguiendo una figura en el pasillo. Ignorando a los guardas moribundos que suplicaban ayuda, el General se lanzó hacia delante, obviando la escena: La criatura entraba en las celdas y salía en un instante, y cada vez que se transportaba, un nuevo muerto. La sangre chorreaba por el suelo, de una forma que a Darius se le antojó demasiado extraña, pero su ira había suprimido sus dotes deductivas. Atacó hacia delante, esgrimiendo un colosal arco con su hacha, ignorando la altura del techo; el hacha simplemente atravesó la piedra y golpeó el suelo con tanta fuerza que este se partió, lanzando fragmentos por todos lados. Pero aquella criatura lo había evitado con facilidad: ahora estaba dentro de una de las celdas, destrozando a aquellos aterrorizados hombres uno tras otro.
– ¡Ven aquí, maldita criatura! –rugió Darius, golpeando la puerta para destrozarlo. Pero este era demasiado rápido, y saltó a la celda contigua. Solo quedaban tres. El Xeniam continuaba su mortal danza, decepcionado. Para todos los que había matado, había demasiadas pocas almas buenas… Pero esto había sido suficiente como para alimentar sus fuerzas. Cuando entró en la tercera celda, las llamas blancas ya comenzaron a surgir de su cuerpo, devorando a aquellos hombres sin piedad. El colosal hombre armado no era tan rápido, pero un golpe bastaría para destrozarlo, por lo que simplemente siguió alejándose de él, evitando su colosal hacha. En un momento dado, Darius simplemente agarró su hacha por la base del mango y la lanzó en un arco lateral, dispuesto a agarrar o mutilar al escurridizo asesino. Ese movimiento, que ignoró cualquier barra de hierro, prisionero o incluso piedra, sorprendió al Xeniam, que tuvo que invocar su propia arma para bloquear el filo, aunque el golpe fue suficientemente fuerte como para casi lanzar volando a Akran, quien tomó como apoyo a tres prisioneros, empalándolos con su brazo derecho y su arma cambiante. Gruñendo de molestia, se transportó hacia las siguientes celdas, acabando con ambas con su fuego blanco, antes de lanzarse hacia la salida de la Arena. Darius simplemente decidió acabar de una vez con ello, y saliendo de la celda donde se había metido, corrió hacia delante, dispuesto a detenerlo cuando saliera. Si tan solo aquel pasillo fuera más alto, podría decapitarlo como siempre había hecho con sus enemigos…
Avanzó otras ocho salas, hasta que finalmente comenzó a escuchar los gritos de dolor frente a él. Lanzando un grito de guerra, Darius cargó hacia delante, finalmente distinguiendo una figura en el pasillo. Ignorando a los guardas moribundos que suplicaban ayuda, el General se lanzó hacia delante, obviando la escena: La criatura entraba en las celdas y salía en un instante, y cada vez que se transportaba, un nuevo muerto. La sangre chorreaba por el suelo, de una forma que a Darius se le antojó demasiado extraña, pero su ira había suprimido sus dotes deductivas. Atacó hacia delante, esgrimiendo un colosal arco con su hacha, ignorando la altura del techo; el hacha simplemente atravesó la piedra y golpeó el suelo con tanta fuerza que este se partió, lanzando fragmentos por todos lados. Pero aquella criatura lo había evitado con facilidad: ahora estaba dentro de una de las celdas, destrozando a aquellos aterrorizados hombres uno tras otro.
– ¡Ven aquí, maldita criatura! –rugió Darius, golpeando la puerta para destrozarlo. Pero este era demasiado rápido, y saltó a la celda contigua. Solo quedaban tres. El Xeniam continuaba su mortal danza, decepcionado. Para todos los que había matado, había demasiadas pocas almas buenas… Pero esto había sido suficiente como para alimentar sus fuerzas. Cuando entró en la tercera celda, las llamas blancas ya comenzaron a surgir de su cuerpo, devorando a aquellos hombres sin piedad. El colosal hombre armado no era tan rápido, pero un golpe bastaría para destrozarlo, por lo que simplemente siguió alejándose de él, evitando su colosal hacha. En un momento dado, Darius simplemente agarró su hacha por la base del mango y la lanzó en un arco lateral, dispuesto a agarrar o mutilar al escurridizo asesino. Ese movimiento, que ignoró cualquier barra de hierro, prisionero o incluso piedra, sorprendió al Xeniam, que tuvo que invocar su propia arma para bloquear el filo, aunque el golpe fue suficientemente fuerte como para casi lanzar volando a Akran, quien tomó como apoyo a tres prisioneros, empalándolos con su brazo derecho y su arma cambiante. Gruñendo de molestia, se transportó hacia las siguientes celdas, acabando con ambas con su fuego blanco, antes de lanzarse hacia la salida de la Arena. Darius simplemente decidió acabar de una vez con ello, y saliendo de la celda donde se había metido, corrió hacia delante, dispuesto a detenerlo cuando saliera. Si tan solo aquel pasillo fuera más alto, podría decapitarlo como siempre había hecho con sus enemigos…
–
¿Así que Draven solo tiene que cargarse al asesino que va a
salir por esa puerta? Un golpe limpio, certero… ¿O quieres que sobreviva un
rato? –Hayvan resopló, mirando a su interlocutor. Aquellas ropas
estrafalarias, su actitud… Si tan solamente Draven no fuera tan hábil con sus
hachas…
– Solo quiero que lo mates. Tu hermano pasó por aquí y tomó la ruta larga, no creo que llegue a tiempo.
– Pero aún no has hablado de la parte interesante. Aquí no hay público, no están mis fans. ¿Cómo va a trabajar Draven así? –dijo el verdugo mientras sus hachas giraban a toda velocidad en sus manos. Aquel juego tan peligroso solo podía llevarlo a cabo él, pero era un desperdicio que no lo contemplara nadie.
– ¡Ya sabes cuánto voy a pagarte! ¡La “Tarifa Favor de Draven”! ¡Por favor, ponte en posición! ¡Debe de estar a punto de salir! –apremió el hombre, apurado. Si aquella cosa salía, no quería que viviera un segundo de más. No solo por el golpe fatal que le había dado a su negocio, sino que realmente estaba asustado. Pero cuando vio que Draven se ponía en serio y avanzaba hacia la Arena, hachas en mano, intentó tranquilizarse, llevándose una mano a su pobre y débil cabellera. El rugido de Darius hizo que la mitad de esta se quedara en la mano de Hayvan al sobresaltarse, que gritó de dolor. Los continuos chillidos solo hicieron más evidente que se acercaba, hasta que al final, una sombra oscura y envuelta en sangre apareció en la Arena, perseguido por el furioso y terrible General noxiano. En el momento en que el Xeniam pisó por tercera vez la Arena, sucedieron varias cosas. Draven arrojó dos de sus hachas, al tiempo que la arena del recinto salía disparada hacia arriba por efecto de Akran, y Darius se arrojaba hacia delante, dispuesto a partir en dos al asesino como si de un leño se tratara. Gritos de dolor y de combate resonaron en aquella pequeña tormenta de arena que se había formado, hasta que finalmente todo el material cayó al suelo de nuevo, dejando ver que de alguna forma, las hachas de Draven habían golpeado a su hermano en un costado, y este estaba cercano a aplastar al Xeniam contra el suelo, aplicando toda su fuerza. Ignorando su sangre y su dolor, la Mano de Noxus se dispuso a acabar con su enemigo, y usó toda su fuerza: en contrapartida la resistencia de Akran desapareció junto con él mismo, volviéndose a transportar, esta vez encima del propio Darius, quien sintió como el Xeniam tomaba impulso en su cuerpo antes de saltar hacia el techo, donde un conducto dejaba paso al aire viciado de la zona. Destrozando la valla que impedía el paso con sus llamas, el asesino comenzó a ascender.
– ¡No! ¡Draven nunca pierde! –exclamó el ejecutor, quien se lanzó hacia delante. Agarrando una de las hachas hundidas en Darius, la extrajo del cuerpo del General, dispuesto a acertar a su presa hasta que vio toda la sangre que perdía su hermano. Dudó durante cinco vueltas de hacha, pero finalmente dejó caer el arma con un rugido de frustración y se arrancó parte de la tela de su camiseta para bloquear la hemorragia de sangre.
– ¡Llamad a algún maldito sanador! ¡El hermano de Draven necesita ayuda! –Hayvan, tras unos segundos, gritó desesperado: lo último que necesitaba era verse en problemas con la Mano de Noxus. Arrojó a los guardias que le quedaban a todas las salidas, mientras este caía de rodillas al suelo, observando la Arena destrozada. Ya no quedaba Carnaza… ¿Qué demonios iba a hacer?
– Patético. Sencillamente patético –dijo aquella voz, habiendo observado la situación desde una de las entradas. La mujer de pelo violeta asintió levemente, contemplando su reflejo en el cristal de su báculo.
– Podríamos intentar capturarlo arriba –sugirió ella, mientras veía como algunos guardas se llevaban a Darius, sin duda a alguna Sala de Curación.
– No llegará a la superficie. No es tonto, tiene suficientes fuerzas como para desaparecer sin más –la mujer sonrió, mirándole de forma curiosa.
– Parece que sabes mucho de él… ¿Cuándo me lo contarás? –dijo, agarrándolo de un brazo. El hombre sonrió, negando levemente.
– Tiempo al tiempo, Rosa Negra…
– Solo quiero que lo mates. Tu hermano pasó por aquí y tomó la ruta larga, no creo que llegue a tiempo.
– Pero aún no has hablado de la parte interesante. Aquí no hay público, no están mis fans. ¿Cómo va a trabajar Draven así? –dijo el verdugo mientras sus hachas giraban a toda velocidad en sus manos. Aquel juego tan peligroso solo podía llevarlo a cabo él, pero era un desperdicio que no lo contemplara nadie.
– ¡Ya sabes cuánto voy a pagarte! ¡La “Tarifa Favor de Draven”! ¡Por favor, ponte en posición! ¡Debe de estar a punto de salir! –apremió el hombre, apurado. Si aquella cosa salía, no quería que viviera un segundo de más. No solo por el golpe fatal que le había dado a su negocio, sino que realmente estaba asustado. Pero cuando vio que Draven se ponía en serio y avanzaba hacia la Arena, hachas en mano, intentó tranquilizarse, llevándose una mano a su pobre y débil cabellera. El rugido de Darius hizo que la mitad de esta se quedara en la mano de Hayvan al sobresaltarse, que gritó de dolor. Los continuos chillidos solo hicieron más evidente que se acercaba, hasta que al final, una sombra oscura y envuelta en sangre apareció en la Arena, perseguido por el furioso y terrible General noxiano. En el momento en que el Xeniam pisó por tercera vez la Arena, sucedieron varias cosas. Draven arrojó dos de sus hachas, al tiempo que la arena del recinto salía disparada hacia arriba por efecto de Akran, y Darius se arrojaba hacia delante, dispuesto a partir en dos al asesino como si de un leño se tratara. Gritos de dolor y de combate resonaron en aquella pequeña tormenta de arena que se había formado, hasta que finalmente todo el material cayó al suelo de nuevo, dejando ver que de alguna forma, las hachas de Draven habían golpeado a su hermano en un costado, y este estaba cercano a aplastar al Xeniam contra el suelo, aplicando toda su fuerza. Ignorando su sangre y su dolor, la Mano de Noxus se dispuso a acabar con su enemigo, y usó toda su fuerza: en contrapartida la resistencia de Akran desapareció junto con él mismo, volviéndose a transportar, esta vez encima del propio Darius, quien sintió como el Xeniam tomaba impulso en su cuerpo antes de saltar hacia el techo, donde un conducto dejaba paso al aire viciado de la zona. Destrozando la valla que impedía el paso con sus llamas, el asesino comenzó a ascender.
– ¡No! ¡Draven nunca pierde! –exclamó el ejecutor, quien se lanzó hacia delante. Agarrando una de las hachas hundidas en Darius, la extrajo del cuerpo del General, dispuesto a acertar a su presa hasta que vio toda la sangre que perdía su hermano. Dudó durante cinco vueltas de hacha, pero finalmente dejó caer el arma con un rugido de frustración y se arrancó parte de la tela de su camiseta para bloquear la hemorragia de sangre.
– ¡Llamad a algún maldito sanador! ¡El hermano de Draven necesita ayuda! –Hayvan, tras unos segundos, gritó desesperado: lo último que necesitaba era verse en problemas con la Mano de Noxus. Arrojó a los guardias que le quedaban a todas las salidas, mientras este caía de rodillas al suelo, observando la Arena destrozada. Ya no quedaba Carnaza… ¿Qué demonios iba a hacer?
– Patético. Sencillamente patético –dijo aquella voz, habiendo observado la situación desde una de las entradas. La mujer de pelo violeta asintió levemente, contemplando su reflejo en el cristal de su báculo.
– Podríamos intentar capturarlo arriba –sugirió ella, mientras veía como algunos guardas se llevaban a Darius, sin duda a alguna Sala de Curación.
– No llegará a la superficie. No es tonto, tiene suficientes fuerzas como para desaparecer sin más –la mujer sonrió, mirándole de forma curiosa.
– Parece que sabes mucho de él… ¿Cuándo me lo contarás? –dijo, agarrándolo de un brazo. El hombre sonrió, negando levemente.
– Tiempo al tiempo, Rosa Negra…
Instituto de la Guerra – Ala Oeste
Con un chasquido, las llamas
blancas atravesaron el aire, como si una cuchilla estuviera cortando la
realidad en algún otro sitio. La grieta permaneció apenas un instante, hasta
que el Xeniam la atravesó, cayendo al solitario pasillo del ala de habitaciones
en construcción, donde él se encontraba. Como era habitual cada vez que
empleaba uno de esos portales, toda su ropa había desaparecido, quedando
simplemente con su filo.
–
Sabía que terminarías por aparecer, maldito trai –la
voz seca y cortante de Kayle, quien se hallaba de espaldas, se cortó en cuanto
ésta se giró, contemplando el lamentable y desnudo estado del Xeniam. Plegó sus
alas y se cruzó de brazos, contemplándolo a través de su casco. –¿Qué significa
esto?
– …Solo déjame pasar –gruñó el Xeniam, llevándose una mano a la cabeza e incorporándose del todo, obviando su evidente desnudez. El hecho de que incluso pudieran distinguirse los moratones y las magulladuras en una piel del color de la obsidiana denotaban cuán potentes habían sido los impactos. Akran avanzó unos pasos, hasta llegar a menos de un metro de Kayle, que se había apartado a un lado en silencio.
– Puedo sentir dónde miras, Justiciera. No te conviene –dijo un momento antes de abrir la puerta y desaparecer en el interior de su estancia, dejando a una azorada Kayle que rugió y pateó la puerta, antes de girarse y salir del pasillo volando rápidamente, maldiciendo para sí. Informaría al Concilio, sin duda, ese maldito estaba cubierto de arriba debajo de sangre, algo había debido hacer donde quiera que estuviera, solo hacía falta verlo para saber lo que podía hacer… Kayle agitó la cabeza, gruñendo para sí. ¿En qué demonios andaba pensando ahora? No era propio de ella.
– …Solo déjame pasar –gruñó el Xeniam, llevándose una mano a la cabeza e incorporándose del todo, obviando su evidente desnudez. El hecho de que incluso pudieran distinguirse los moratones y las magulladuras en una piel del color de la obsidiana denotaban cuán potentes habían sido los impactos. Akran avanzó unos pasos, hasta llegar a menos de un metro de Kayle, que se había apartado a un lado en silencio.
– Puedo sentir dónde miras, Justiciera. No te conviene –dijo un momento antes de abrir la puerta y desaparecer en el interior de su estancia, dejando a una azorada Kayle que rugió y pateó la puerta, antes de girarse y salir del pasillo volando rápidamente, maldiciendo para sí. Informaría al Concilio, sin duda, ese maldito estaba cubierto de arriba debajo de sangre, algo había debido hacer donde quiera que estuviera, solo hacía falta verlo para saber lo que podía hacer… Kayle agitó la cabeza, gruñendo para sí. ¿En qué demonios andaba pensando ahora? No era propio de ella.
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