Durante todo el siguiente día, no hubo acción alguna por
parte del Xeniam, quien permaneció dentro de su estancia. Dado que carecía de
ventanas y la puerta estaba mágicamente sellada desde dentro, era imposible
saber qué hacía, al menos por parte de los Invocadores; la privacidad de los
Campeones resultaba algo impuesto en el Instituto desde el establecimiento de
la Liga. Desde secretos como el rostro de Jax a los peligrosos compuestos
químicos de Singed, cualquier pista sobre quién era LeBlanc… Dentro de esos
muros, existían conocimientos que podían causar guerras, o solucionarlas con un
coste terrible… Pero la norma existía por un motivo claro, y se aplicaba
incluso a los que no eran realmente Campeones, de ahí que Akran contara con el necesario
aislamiento, como uno más.
De igual forma, los Invocadores no tenían demasiado tiempo
como para pensar en ello; la mayoría estaban demasiado ocupados trabajando para
Doran. Jamás el Arcanum Majoris había estado tan lleno… Ni tan protegido.
Decenas de Invocadores velaban por la seguridad del Maestro Artesano, quien
había activado todas las forjas a su disposición. Nunca habían visto tal
determinación en los ojos del hombre. En los breves momentos en los que se
concedía un descanso, contaba a sus compañeros Invocadores que su mente le
había enjaulado, pero ahora era libre, libre de hacer realidad todo aquello que
había soñado durante aquellos años. Lógicamente, aquellas armas menores por las
que era más conocido habían caído en el olvido, si bien había mantenido una de
cada expuesta en una de las paredes, como motivación. Al fin y al cabo, aunque
débiles, le habían forjado un nombre entre los Invocadores. Ahora, sería
cuestión de tiempo que verdaderas obras de arte fueran empuñadas por aquellos
que alguna vez lo habían tomado como a un pobre idiota.
Sin embargo, no a todos les había parecido positiva aquella
recuperación milagrosa. Las artes de Doran eran tan fantásticas como
peligrosas, siendo una de sus mejores obras capaz de provocar una guerra, y el
Maestro Artesano no tenía intención de detenerse bajo ningún concepto. No pasó
mucho tiempo antes de que el primer incidente sucediera: un Invocador demasiado
inexperto y ambicioso tomó como suyo un báculo que debía transportar a las
Cámaras de Seguridad. El báculo, un amplificador del poder interno con la
capacidad de canalizar dicho poder en forma de ondas de electricidad, le
permitió destrozar los muros en su escape como si estos fueran de mantequilla,
pero a un alto precio. Para cuando quiso darse cuenta, su cuerpo se había
consumido por el uso de tan formidable arma: solo huesos sujetaron el báculo un
instante antes de caer, convertidos en polvo.
A raíz de aquello, el Concilio tuvo que comenzar a aplicar
restricciones. La Cámara recibiría un artefacto semanal, y Doran debería
destruir todos aquellos artefactos que no fueran lo suficientemente dignos de
su arte. Al principio, esto molestó al artesano, mas luego lo tomó como un
reto. Muchos se preguntaban qué volvería a salir de sus manos si se le daba el
tiempo suficiente, si en los primeros días ya habían recibido todo aquello…
Pero al día siguiente del suceso, una figura alada con un
arma enorme reposaba frente a la puerta de acceso del Arcanum Majoris. Los ojos
del Xeniam, cuyo brillo traspasaba perfectamente su capucha, apartaban a todo
aquel que se acercase lo suficiente sin tener permiso para ello, e incluso
quienes lo tenían no avanzaban demasiado convencidos. A los Invocadores le
desagradaba su presencia allí, pero no dejaba de ser la decisión del Concilio…
Si bien, de tanto en tanto, desaparecía dentro del Arcanum. Solo Doran sabía
qué hacía aquella cosa dentro de una de las salas más misteriosas del
Instituto, y siempre evitaba el tema. El resto de guardas se mostraba ofendido
de su presencia, puesto que al fin y al cabo ellos llevaban velando por el
Instituto desde siempre.
El primer asesino que intentó silenciar para siempre la mente
del artesano encontró su final de forma tan brutal como inesperada. Se había
colado hasta la misma puerta del Arcanum, evitando a todos los Invocadores,
cuando una sombra alada apareció a su espalda. El filo del Xeniam lo atravesó
sin más, para luego alzarlo en el aire. Lo giró con su arma, de forma que el
aturdido asesino contemplara las llamas del rostro de Akran, un segundo antes
de que este lo reventase brutalmente contra el suelo, destrozando el cuerpo en
decenas de trozos sanguinolentos. Para cuando los otros guardas llegaron, las
llamas que provenían de Akran ya habían consumido la mayor parte del cadáver,
en silencio.
–
¡¿Qué ha pasado aquí?!
Agh… –dijo uno al
llegar. La sangre aún chorreaba del filo que estaba apoyado contra la pared,
mientras el Xeniam esperaba con los brazos cruzados.
–
Primer intruso interceptado –dijo
sin más, agachando la cabeza. Los otros guardas se miraron entre sí, mientras
intentaban encontrar algún rastro, antes de que el fuego lo consumiera todo.
–
¿Pero sabes de
dónde…? –comenzó uno,
antes de que uno de sus compañeros le pusiera una mano en el hombro y negara.
–
Por esto mismo le han
puesto aquí. Si no sabemos quién lo ha enviado, no hay guerra que declarar.
Aquella forma de deshacerse del intruso fue lo
suficientemente brutal como para que las cosas se calmasen en el Arcanum por
unos días, y los Invocadores curiosos se alejaran a sus quehaceres. Cuando
faltaban dos noches para el combate en la Grieta, algunos ánimos ya se habían
levantado al respecto.
–
¿Lo habéis escuchado?
Dicen que solo lucharán Campeones no afiliados a ninguna Ciudad-Estado.
– Entonces no será demasiado divertido… Es más interesante
cuando luchan en equipo.
– ¿Estás loco? Son cinco contra uno. Veremos a esa cosa
morder el polvo. Y sin resurrecciones… El primer equipo que mate al otro
ganará, o eso han dicho. No será un combate habitual, ni siquiera activarán las
Torres, aunque sí se lanzará a los súbditos.
– ¿Ya hay apuestas? –comentó uno de ellos, bastante
obeso, mientras devoraba su cena como si fuera la última en su vida, lo cual
llevaba repitiendo al menos diez años. Los otros de la mesa sonrieron.
– Treinta a uno en
contra del nuevo. Nadie apuesta porque pueda vencer a cinco Campeones junto a
sus Invocadores –al
otro lado de la mesa, otro Invocador, bastante más joven, resopló, airado.
– Apuestas… La
avaricia no conoce límites, ¿eh Jolie? … ¿Jolie? –preguntó de nuevo a su compañera, que parecía
bastante ausente. Desde que había salido de las Salas de Curación estaba rara,
o eso le parecía a su colega.
– No es nada… No tengo hambre. Eh, vosotros. Apuesto 35 piezas
de oro a que no sobrevive al combate –el joven Invocador alzó una ceja, brevemente confundido.
¿Apostando? Eso era nuevo… Todas sus cavilaciones desaparecieron cuando una
explosión resonó, lo suficientemente fuerte como para que temblasen todas las
paredes. Los Invocadores se miraron entre sí, aturdidos, antes de que uno de
ellos viniera corriendo a toda velocidad desde el Ala Oeste.
– ¡Rápido, necesitamos
toda la ayuda posible! ¡Brecha en el Ala de Contención! – la mayoría de Invocadores se
incorporaron, alarmados. Varios de ellos exigían más explicaciones a aquel
mensajero, que apenas había tenido tiempo de recuperar el aliento.
– ¡¿Pero
qué ha pasado?!
– Es… Fiddlesticks.
– ¿Se
ha escapado?
– No. Lo han asesinado. ¡Ese maldito Xeniam lo ha
volatilizado junto a la maldita cámara que lo llevaba guardando treinta años!
Rápidamente, una docena de Invocadores llegaron al Ala de
Contención, donde otros tantos ya se encontraban reforzando las barreras que
anclaban al resto de criaturas de la zona. La prisión de Cho’Gath estaba
cayéndose a golpes cuando la magia de los Invocadores lo forzó a quedarse en su
sitio. La gigantesca bestia rugió de frustración, el enorme par de ojos
contempló a los concentrados Invocadores como si no fueran más que insectos,
antes de que los muros lo aprisionasen de nuevo y el fulgor verde desapareciera.
Una comitiva de Altos Invocadores se encontraba en los restos de la Cámara de
Fiddlesticks, intentando encontrar algo que no fueran piedras quemadas.
– Solo quedan restos de
plumas por todas partes…
–comentó uno de ellos, recogiendo del suelo una larga pluma negra.
– El chillido era
inequívocamente de este engendro. Istvaan, maldito chalado… –suspiró el anciano Invocador,
negando para sí. Aún recordaba a aquel poderoso Invocador, veterano de las
Guerras Rúnicas, que se había negado a aceptar los métodos modernos de control
de la magia. ¿El resultado? Invocar a una criatura tan enigmática como mortal,
que lo había asesinado al instante: Fiddlesticks. Y ahora, la criatura había
muerto de la misma forma inesperada…
– ¿Tenemos claro que ha sido el culpable? No hay pocos
Invocadores que tengan familiares en las Salas por culpa de estas bestias… Y ya
antes alguno ha intentado “hacer justicia”.
– Ese fuego blanco es difícilmente
confundible, ¿no creéis? No podemos emular esa clase de energía por nuestra, es
casi única –dijo el
venerable hechicero, antes de girarse a los suyos. – Id a por él.
Mientras cuatro Invocadores salían raudos de la sala,
dirigiéndose al Ala deshabitada, el resto comprobaba una y otra vez que todas
las prisiones siguieran a buen recaudo. Kha’zix, Kog’maw, Nocturne, Brand… Por
suerte, parecía que la explosión había sido suficientemente concentrada como
para no provocar errores en el resto. De haber sido así… Hubiera sido el caos.
El Instituto de la Guerra debía de ser el órgano más poderoso de todo Valoran,
incluso de Runaterra. Pero si se liberasen de golpe todos los peligrosos
monstruos que contenían…
–
¿Por qué demonios
almacenamos a todos los campeones peligrosos en la misma zona? –se preguntó uno de los Invocadores,
antes de aislar los restos de la Cámara de Fiddlesticks, sellando el acceso.
Cuando los Invocadores llegaron hasta la puerta del Xeniam y
la abrieron de golpe, este se encontraba sentado, leyendo otro de los tomos de
la biblioteca. Docenas de libros formaban montículos por encima y a los lados
de la mesa, mientras que la estantería se encontraba semivacía. No obstante
ninguno de los humanos se sentía interesado por la capacidad de comprensión
lectora de Akran, sino más bien por capturarlo. Alzaron sus brazos, y lo
rodearon en una esfera de pura energía. La criatura alzó el rostro, siempre
oculto por la capucha, y los observó.
–
¡Se te acusa de haber
asesinado a un Campeón de la Liga sin motivo alguno, Xeniam! ¡Vas a venir con
nosotros ante el Concilio para que te juzguen como la bestia que eres! –rugió uno de ellos. Por toda
respuesta, Akran cerró el libro, y callado, avanzó, envuelto en la esfera.
–
… ¿En serio? ¿Sin
intentar escapar? –preguntó
uno de los Invocadores, más decepcionado que sorprendido, gruñendo para sí. El
Xeniam no dijo una sola palabra al respecto, mientras era llevado por los
Invocadores. De hecho, volvió a leer, provocando que los Invocadores se
enfadasen aún más mientras lo llevaban, pero no podían hacer nada sin
arriesgarse a que la esfera se liberase y se armara un pandemónium.
Instituto de la Guerra –
Sala de Juicios
– ¿Sabes el motivo por el que te hemos traído aquí, Akran? –la
potente voz de Therion, especialmente airada, resonó en toda la estancia. Como
único miembro del Concilio presente, el poderoso Invocador de ojos rojos
contempló toda la sala. El Xeniam estaba rodeado por los cuatro Invocadores,
envuelto en aquella esfera de pura energía. Otros cuatro, ya preparados, los
relevarían cuando se sintieran agotados. Dos decenas de Invocadores estaban
presentes, entre ellos los Altos Invocadores que habían determinado su
culpabilidad. Algunos Campeones observaban la escena, curiosos, al fondo de la
escena, si bien Kayle se encontraba al lado del miembro del Concilio, siempre
atenta.
– No sólo es que hayas asesinado a un Campeón de la Liga, y
puesto en peligro a todo Valoran al provocar que varias de las cámaras de
contención fueran dañadas… Sino que lo has hecho sin que ninguno de todos
nuestros métodos de seguridad lo detectaran. Incluyéndome a mí –el
brillo mágico de los ojos de Therion denotaban que ese era el punto que más le
había enfurecido. El Xeniam había dejado su libro cuando había entrado a la
sala, pero seguía jugando con él, pasando las páginas delante y detrás, con
parsimonia.
– No podemos
permitir que continúes actuando impune, ignorando nuestras normas sin
consecuencias –continuó
el miembro del Concilio. – Habla de una
vez, ¡maldito seas!
– ¿Vais a atacarme? –preguntó sin más el Xeniam, mientras
una decena de filos surgían de sus brazos, piernas, torso y espalda, cuchillas
entrelazadas entre sí con un aspecto letal. –Me
defenderé en ese caso, como siempre. Si no, liberadme ya. Aún tengo un combate
al que sobrevivir –Therion, que nunca se había caracterizado por una
gran paciencia, dejó que sus manos apresaran el atril que tenía delante hasta
que sus nudillos quedaron blancos, calmándose. Pensó rápidamente, mientras
contemplaba como los Invocadores al lado del prisionero se habían ido alejando
lentamente. Al fin y al cabo, es lo mismo que hubieran hecho con cualquier otro
Campeón que los hubiera amenazado. El miembro del Concilio resopló, dejándose
caer en su asiento y cruzándose de brazos.
–
Liberad-
– ¡Esperad! –una voz surgió desde la entrada de
la Sala, donde una comitiva de Invocadores hacía presencia, liderándolos el
embajador zaunita. La mirada de Therion se ensombreció. Nunca le habían caído
bien aquellos Invocadores.
– Fiddlesticks pertenecía a Zaun… Aunque no lo reconociese.
¡Exigimos una satisfacción por su asesinato! ¡Que combata contra nuestros
campeones en la Grieta del Invocador, antes que contra los designados por la
Liga! –rugió el
Embajador, un Invocador de mediana edad al que le faltaba un ojo así como medio
rostro, el rastro químico no dejaba lugar a dudas de que algo había hecho mal
en alguna ocasión. Muchos pares de ojos se posaron en el Xeniam, cuyos filos habían
desaparecido. Se incorporó del todo y se estiró cuan largo era, mientras la
esfera de energía se adaptaba, expandiéndose a su alrededor, para luego
retirarse su capucha y girarse a los Zaunitas. Al estar la esfera, su rostro
distorsionado solo revelaba lo que parecía una sonrisa cargada de malos
presagios.
– Que sea hoy.
Tengo un combate en dos días al que no voy a faltar.
Instituto de la Guerra
– Sala Principal
Numerosos Invocadores se habían reunido para ver surgir a los
combatientes de la Grieta del Invocador. A petición de Zaun, el combate había
sido privado, y solamente los Árbitros de la Liga, los cinco Invocadores
zaunitas y su Embajador habían asistido al combate. La primera esfera se
iluminó, mostrando una enorme figura de piel morada, que empuñaba una inmensa
hacha. Muchos retrocedieron, dando paso al loco Doctor Mundo, aquel psicópata
zaunita con demasiados experimentos probados en sí mismo.
–
¡Mundo aún sentir
llama! ¡Mundo querer aplastar insecto! –rugió, avanzando como una exhalación, mientras su Invocador
se afanaba en seguirlo. El infame científico debía estar constantemente
vigilado, ya que su comportamiento extremadamente errático no daba mucho lugar
a despistes. Una vez había intentado desollar a Rengar en medio del Instituto
aludiendo motivos científicos. Tardaron tres días en limpiar el pasillo de
pelos y sangre.
–
¡Cállate, miserable e
inútil criatura! ¡Ni siquiera pudiste verlo antes de que te hiciera picadillo! –clamó Viktor a su espalda. El
legendario tecmaturgo, cuyos pasos mecanizados resonaban en toda la sala,
parecía incluso más furioso. Contempló uno de sus brazos, recordando lo que
había pasado allá atrás… Y todos sus sistemas amenazaron con entrar en
sobrecarga. Que un miserable ser orgánico le hubiera ganado…
–
Tampoco ha sido para
tanto. He conseguido algunos datos interesantes… –comentaba Singed a su Invocador, otro científico,
para luego bajar la voz, impidiendo que los otros Invocadores supieran de qué
hablaba. El endurecido químico responsable de la Masacre de Jonia parecía
encontrarse de mejor humor que sus colegas. Warwick, por su parte, atravesó la
Esfera y siguió la estela de los suyos sin pronunciar una sola palabra, aunque
el constante gruñido que lograba salir de sus rechinantes dientes no presagiaba
un buen humor. Finalmente… De la otra esfera apareció volando Urgot, que chocó
contra el suelo, deslizándose sobre él y ensuciándolo con venenos, aceite y su
propia sangre mientras las patas mecánicas se incorporaban rápidamente, y su
cañón vomitaba su feroz carga contra la esfera. Lanzó tres cañonazos, antes de
que de la esfera surgiera la figura oscura del Xeniam, envuelto en un fuego
blanco que intentaba devorar la sangre, el veneno y las sustancias varias que
lo cubrían, un instante antes de que desapareciera de su posición para aparecer
tras Urgot y acuchillarlo, provocando que este rugiera de furia, y de un
movimiento extremadamente rápido de sus patas tecmatúrgicas, lo agarrase con su
garra mecánica, inmovilizándolo.
–
¡BASTA!
–rugieron los tres Invocadores zaunitas que aparecieron de las esferas mientras
arrojaban sus conjuros contra el Verdugo, reteniéndolo e impidiendo que
preparase su letal lanzamisiles, pero no antes de que golpeara un botón de su
base, provocando que un rayo de energía alcanzara a Akran y lo envolviera en
una columna de luz, un instante antes de que desapareciera.
–
¡Maldita sea, Urgot, fue una victoria justa! ¡¿Dónde lo has
enviado!? –dijo el
Árbitro Ansirem, el último que había atravesado las Esferas. Era un Invocador
altísimo, cuyas manos ya estaban imbuidas en pura magia rúnica, apuntando al Verdugo,
cuyo rostro se contrajo, como si estuviera sonriendo.
–
El Inversor
Hiper-Kinético tuvo algún fallo. No tengo claro dónde lo envié. Aunque la
última vez que lo usé, había sido para extraer a un prisionero de una cárcel
noxiana. Tal vez haya acabado allá –dijo, con su pesada y pseudo-robótica voz, cargada de ira y
rencor, antes de liberarse del hechizo de los Invocadores y alejándose, lenta y
pesadamente. El Árbitro suspiró, llevándose una mano al rostro. Esto no iba a
acabar bien…
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