Ladera de Targon
El brazo descargó el enorme filo
por última vez, partiendo en dos al cazador Rakkor que quedaba. El fuego blanco
cubría el campo de batalla, mientras Akran cerraba los ojos un instante,
sintiendo las energías que su cuerpo ganaba con cada muerte, aunque incapaz de
recuperarse lo suficiente. Fue en ese momento cuando llegaron los otros tres
Campeones, que contemplaron la ensangrentada tierra y los cuerpos destrozados. Con
cuidado, Lucian trató de avanzar sin resbalar, mientras Kayle y Kassadin
sobrevolaban el escenario. Con la Luna comenzando a descender por el firmamento,
la escena era tétrica; ni siquiera los animales se habrían acercado.
– Están esperando ahí delante, siguiendo el
único camino que hay. Es un lugar idóneo para una emboscada –dijo el
Xeniam, cuando estuvo al alcance de los otros Campeones.
– Esto es... ¿Qué demonios has hecho aquí?
–empezó Kayle, tratando de conjurar la magia de su espada aunque sin lograrlo;
se había debilitado demasiado sanándose a ella misma y a Lucian como para
pelear ahora. Por su parte, el Purificador sí alzó un arma, aunque no
directamente a Akran sino hacia delante, apuntando hacia el camino.
– ¿Por
qué ir por ahí? No tenemos interés en llegar a encontrarnos con más Rakkor. Ya
has hecho suficiente aquí.
– Yo puedo sanarme matando. ¿Podéis vosotros?
–repuso el Segador, girándose y mirándolos fijamente. –Además, hay otra tormenta en la falda de la montaña, no se puede bajar.
El tirador se giró, contemplando
hacia la oscuridad. Aunque su vista no le permitía romper las sombras, no era
necesario. Mucho más abajo, rayos violáceos iluminaban el ambiente mientras lo
destruían sin piedad. Volviendo al frente, Lucian contempló al Xeniam avanzando
hacia arriba sin rastro de llamas a su alrededor. Gruñó, sintiendo un evidente
desagrado. Lo que fuera que hubiera hecho el asesino se parecía demasiado a lo
que hacían las bestias de la Sombra que cazaba. Demasiado. Entonces, reparó en
los fragmentos de metal que flotaban a su espalda.
– Xeniam,
¿esto es obra tuya? ¿Estas armas rotas? –preguntó, apuntándolas con sus dos
armas. No percibía energía oscura sometiéndolas, pero sí a su alrededor, y un
arma que se movía sola nunca era algo a ignorar sin más.
– Mordekaiser. Es el pago a los Rakkor para
que nos ignoren. No creo que les guste ver los restos de estas armas tirados
junto a los pocos restos...
– ¿Mordekaiser? ¿Qué demonios hacía ese
monstruo aquí? –preguntó Kayle, contemplando los restos. Los escudos eran
poco más que fragmentos, las espadas estaban melladas, las lanzas rotas... Más
de una vez se había enfrentado a ese espectro en la Grieta y había sido un
rival formidable, aun siendo controlado por los Invocadores. Pero nunca lo
había visto fuera de los Campos. Chasqueó la lengua; eso estaba siendo cada vez
más un terrible inconveniente...
– Segador.
No son Rakkor quienes esperan en el desfiladero. No es ese el poder que se
siente... –enunció Kassadin quedamente. De los cuatro era quien se encontraba
más dañado, aunque eso no resultaba un problema por su parte para continuar el
camino, debido a sus habilidades. Pero era el primer interesado en poder
detenerse por un tiempo. Y aun así... Aquel patrón mágico le resultaba
conocido, pero no era de los Rakkor que conocía.
Continuaron caminando, en
dirección al desfiladero. Aquel paso se veía trabajado, pudiéndose distinguir
trabajo humano en él. Los Rakkor debían usarlo para mantener alejadas a las
bestias que fueran a utilizarlo para acceder a las etapas superiores de la
montaña, donde se encontraban la mayoría de poblados Rakkor, así como para deshacerse
de invitados hostiles. Sin embargo se encontraba mortalmente silencioso, las
antorchas estaban apagadas y no parecía haber guardias. Cuando Akran se
adelantó para comprender aquel silencio, se percató de que había restos de un
pequeño campamento, pero parecía abandonado de forma brusca...
En ese momento un rayo de energía
plateada surgió desde lo alto del desfiladero y cayó brutalmente contra los tres
Campeones, que apenas tuvieron tiempo de esquivarlo. Aprovechando la
distracción, la figura sombría se lanzó hacia dentro de la grieta, directamente
contra el Xeniam, quien alzó su arma dispuesto a partirla en dos, pero la
espada negra chocó contra lo que parecía un escudo. Sin que pudiera defenderse,
Akran recibió el impacto de una esfera de pura energía un instante antes de
verse atraído a la figura que había alzado su cuchilla, lista para empalarlo. El
brillo de su energía reveló su rostro y aquellos ojos argénteos a Akran, quien
frunció el ceño, aparentemente no demasiado asustado de aquella cuchilla curva.
Una esfera púrpura cruzó
rápidamente la distancia que separaba a Kassadin de la asesina y la golpeó,
cortando su concentración y liberando a Akran quien retrocedió lo suficiente
para que el Caminante se transportara justo entre ambos y liberase una ola de
energía pura que forzó a la asesina a retroceder, quedándose entre los cuatro
Campeones. La respiración de Kassadin era entrecortada, pero el filo en su mano
era amenazadoramente brillante.
– Diana... –murmuró Kayle, con su espalda
lista. Tal vez no tuviera el poder de llamar a su energía sagrada, pero seguía
siendo una combatiente excelente, aunque el Desdén de la Luna era una oponente
difícil. Excesivamente veloz y sin atisbo de piedad alguna, era un alma torturada
por la incomprensión, lógica entre seres tan estoicamente cerrados como los
Rakkor. Lucian, por otra parte, simplemente alzó sus armas y comenzó a
disparar, rompiendo el escudo de plata, pero Diana volvió a saltar contra el
tirador a una velocidad extremadamente alta incluso para él. El campeón pensó
para sí la mala idea que resultaba enfrentarse a un avatar de la luna en plena
noche justo antes de sentir cómo la cuchilla se hundía en su costado. La fémina
de piel pálida giró su muñeca, provocando que la cuchilla se anclara en el
interior del costado del Purificador y este gritó de dolor... Un segundo antes
de apuntar con su pistola directamente a Diana y descargarla sobre esta,
rompiendo su escudo y catapultando a la asesina hacia atrás... Donde Akran
estaba esperando, arma en mano. Sin siquiera meditarlo, el Segador empaló a
Diana limpiamente, atravesándola hasta que quedó sujeta en la mitad de su filo,
un momento antes de que este alzara el vuelo, manteniéndola bien agarrada.
– Si te guía la venganza... Escoge a tu
enemigo. ¡No te enfrentes al mundo si no te has ganado ese derecho! –rugió
el Xeniam justo antes de lanzarla montaña abajo con un potente espadazo,
escuchando claramente el grito agónico de la mujer mientras chocaba con la
tierra y la piedra que dañaban aún más su cuerpo destrozado. Akran simplemente
volvió a lanzar otro golpe, limpiando la sangre del filo, y descendió
lentamente al desfiladero... Donde una decena de Rakkor lo esperaban.
Instituto de la Guerra
El Caballero de la Gema negó levemente
el rostro mientras contemplaba el joven cuerpecito que estaba en cama,
respirando muy pesadamente. A su lado se encontraba el colosal Yeti que
observaba a todos los que se encontraban cerca, pero tal era la pena que sentía
que su furia animal estaba dormida, incapaz de provocar el alboroto que
esperaban y temían de él. La comitiva de los Avarosanos había retrasado su
vuelta con el fin de poder volver con el valiente Nunu, pero conforme más
Sanadores se cruzaban, más difícil resultaba la espera.
– No
había visto una herida así nunca, mi Reina. Mi conocimiento me permite sanar
casi cualquier herida, pero aunque el daño está sanado, continúa sin reponerse,
como si no fuera capaz de despertar.
– No eres el primero que sugiere eso, Taric.
¿Tienes alguna otra sugerencia que puedas hacernos? Algo que hayas sentido
–la voz de Ashe era especialmente fría. Posiblemente la afectaba más el hecho
de que era ella el objetivo de aquella daga, y que aquel niño que apenas había
sentado sus pies en el mundo estaba pagándolo.
– Willump
lo mantiene vivo, su fuerza vital es lo que le ha permitido continuar
respirando. No debería alejarse en ningún momento. Por otro lado... –contempló
con sus profundos ojos el rostro grisáceo del niño. –Tal vez no deberíais
buscar un sanador sino a alguien que conozca acerca de magias de la mente o la
oscuridad. Lo que afecta a ese niño no lo provoca un trozo de metal afilado.
Tryndamere se incorporó, aburrido
y cansado de esperar quieto. Él era un hombre de acción, y en Freljord era
necesario estar centrado en el entorno casi continuamente, no como en estas
tierras, donde los débiles morían por la espalda porque eran incapaces de
percibir su alrededor. Por ello mismo tenía claro que alguien lo seguía en
tanto caminaba hasta el Ala Sur a por algún alimento para su esposa, que se
negaba a alejarse de aquel crío. Parecía que le había tomado demasiado aprecio
al valiente chaval.
– No
es la mejor idea intentar atacarme por la espalda –gruñó Tryndamere, justo
antes de girarse, espadón en mano, para ver su reflejo proyectado en un colosal
escudo. Al instante, el Rey Bárbaro dejó caer su ímpetu asesino, mientras
sentía que otra emoción comenzaba a arder en su interior.
– ¡BRAUM!
¡Maldito coloso! –rugió el guerrero mientras se lanzaba contra el Corazón de
Freljord, que se quedó en el sitio mientras recibía una salva de puñetazos de
Tryndamere, sin que su sonrisa decayera.
– He
escuchado lo que ha pasado. ¡El joven ha sido muy valiente! –la voz de Braum
era tan poderosa y profunda como sorprendentemente jovial y amable. Incluso
alguien tan salvaje como Tryndamere no podía realmente enfadarse con él.
– Debíamos
haberlo enviado a él a pelear, no a ti. ¡O yo mismo! –gruñó el Bárbaro,
mientras el enorme hombre de Freljord negaba levemente.
– Lo
hecho, hecho está. Y el joven sigue respirando, ¿cierto? Ahora solo tiene que
despertar –Tryndamere negó levemente, frunciendo el ceño.
– Han
intentado matar a Ashe y esa daga estaba maldita. Hay más cosas ahí fuera
esperando, Braum.
– Entonces,
¡habrá que levantar el escudo! Yo no sé demasiado acerca de hechicería, pero
siempre hay amigos fieles para eso. La buena gente de Jonia, o incluso Anivia,
aunque hace tiempo que no se sabe de ella... –Braum se mesó pensativo el
bigote, apoyado en su legendario escudo. Tryndamere agitó la cabeza, quitándose
los malos pensamientos de ella, y le dio un golpe al gigantón en el hombro.
– Pensemos
algo mientras vamos a por algo de comida. A este paso podrás ocultar a todo lo
que queda de Freljord tras tu escudo a la vez –Braum volvió a sonreír,
devolviendo el golpe al impetuoso Rey y emprendiendo la marcha.
– Deberíamos
encontrar buena leche. ¡Ashe necesitaría ganar más fuerza! Y el niño también.
¡He visto Poros que podían levantar más galletas del suelo!
Isla de Jonia – Monasterio Hirana
El Arquitecto abrió los ojos casi
al momento, sintiendo la luz del sol que se filtraba en la pequeña ventana de
la minúscula celda donde había dormido todo el tiempo que había permanecido con
los monjes. Ya no sentía su mano, pero tampoco había probado ninguna magia
regenerativa en ella. Había algo en la actitud de aquellos jonios con respecto
a aquella clase de hechicería que le había hecho replantearse sus ideas.
– Buscas
tu mano para tener venganza. ¿O buscas tu mano para encontrarte a ti mismo?
Vosotros, Invocadores, tejéis el mundo con vuestras artes. El poder y la
ambición son inmensos, así como debe ser la mente para no perderse uno mismo.
Si la recuperación de tu mano te provoca perderte, ¿quieres tenerla de vuelta?
Incorporándose, buscó el pequeño
cuenco de agua y usó su mano sana para poder lavar su cara. Sentía la barba
espesa y mal cuidada, y por un instante pensó cómo lo harían aquellos monjes
para mantener las suyas con tanto celo, cuando apenas había visto útiles o
herramientas mínimamente avanzadas a su disposición. Suponía que había secretos
que aún no merecía ver... O alguna idea jonia del estilo.
Arthemis salió al sol, donde la
mayoría de los habitantes del Monasterio ya se encontraban despiertos, realizando
los ejercicios matutinos en perfecta coordinación... Aunque se percató de que
faltaban aquellos más importantes y el Anciano. Olvidándolo momentáneamente, se
dispuso en su lugar correspondiente para acompasar sus movimientos a los del
grupo. Así, pasó una media hora, donde el cuerpo del maduro Invocador vibraba
con el esfuerzo realizado, a pesar de que en los ejercicios donde se usaban
ambos brazos él se quedaba quieto, descansando. Finalmente, volvió a ver al
Anciano, que se dirigía a toda prisa junto a sus hombres de confianza. El
Invocador frunció el ceño; reconocía aquella clase de patrones de pasadas
épocas, y eso no era nada bueno...
– Completad
vuestro entrenamiento, recoged vuestros enseres, y partid. Una oscuridad que no
podemos comprender puede acercarse, y vuestros familiares precisarán de vuestro
saber y conocimiento, hermanos –las palabras del Anciano, expuestas en el
dialecto de la Isla, no tuvieron significado alguno para Arthemis, pero sí el
hecho de que todos aquellos tranquilos monjes sufrieran el mismo rictus en su
rostro a la vez.
– Invocador...
Los problemas del continente empiezan a acercarse a nuestras costas. Sentimos
una oscuridad que se acumula sin remisión en Valoran. Partiremos al Monasterio
Shojin para reunirnos con nuestros hermanos. Lamentamos vuestra corta estancia
pero no podemos quedarnos de brazos cruzados una vez más –el Invocador asintió
levemente, quitándose con el antebrazo mutilado el sudor de su frente.
– Si
me lo permitís, tal vez os pueda asistir con mi conocimiento. Sé cómo se han
sucedido los acontecimientos en Valoran, y tal vez podáis, a partir de ellos,
entender qué es esa oscuridad que percibís... –los jonios hablaron en su idioma
por unos momentos, antes de que el Anciano asintiera.
– No
debemos cerrar nuestros ojos. De igual forma, si nos acompañas tal vez puedas
entender qué impide que tu brazo surja de nuevo.
Más rápido de lo que esperaba, el
Invocador se vio saliendo de aquel humilde monasterio, acompañando al Anciano y
a los otros seis principales miembros de Hirana por los largos senderos de piedra
trabajada de la isla. Shojin quedaba a un día de viaje, aproximadamente, y
Arthemis no dudaba que, de haberse ofrecido a utilizar un hechizo de
teletransporte, se hubieran negado fervientemente. Se resignó a andar con los
estoicos monjes, mientras contemplaba el profundo mar y se preguntaba qué clase
de oscuridad podían ver ellos que él era incapaz... Aunque tal vez su oscuridad
personal fuera el motivo de ello.
Ladera de Targon
La decena de lanzas lo apuntaba
certeramente. Otros tantos Rakkor rodeaban a cada uno de los Campeones, por lo
que el Xeniam no hizo más que descender al círculo que le habían dejado a él.
Sin embargo, no parecían dispuestos a pelear sin más, sino más bien...
Curiosos. Las antorchas ahora resplandecían con el poder del fuego, y las
armaduras y escudos destellaban con los ocasionales giros de las llamas.
– Solo
hay un motivo por el que no estéis muertos. Hemos visto cómo os habéis deshecho
de Diana, y además, tus protectores han dicho que estos restos fueron producto
de Mordekaiser. ¿Es acaso así? –dijo uno de los Rakkor, aparentemente uno con
rango, mirando fijamente a Akran. Este tardó unos segundos en responder,
observando las llamas, para luego ladear la vista hacia el montón de armas
rotas.
– Mordekaiser cazó y esclavizó las almas de
vuestros compañeros. Yo pude llevarme las armas-reliquia, sus cuerpos siguen a
dos horas de distancia, bajando la montaña –Akran alzó su arma, indicando
la dirección, pero los Rakkor negaron simultáneamente.
– Demasiado
tarde, no quedará rastro. ¿Qué hacéis en Targon? ¿Qué hacéis en nuestro
territorio? –preguntó de nuevo el mismo guerrero, apuntando directamente con su
lanza al pecho del Xeniam.
– Yo
que tú no haría eso... –empezó Lucian, antes de que le dieran un golpe en el
costado atravesado por Diana que le hizo rugir de dolor. Como respuesta, Kayle
bufó y Kassadin negó con la cabeza justo antes de que el desfiladero se viera
devorado por la luz...
Leona y Pantheon estaban llegando
al desfiladero a paso vivo, habiendo sido avisados por los exploradores, pero
para cuando llegaron, ya era tarde. Todos los Rakkor estaban arrodillados al
suelo, cada uno con el cuello rodeado de llamas blancas, unidas mediante una
cadena a la mano del Xeniam, quien en ese momento tiraba ellas, provocando que
todos los guerreros tuvieran que arrastrarse por el suelo para no verse dañados
por las llamas.
– ¡Detén esto inmediatamente! –rugió
Leona, dirigiéndose hacia delante con su escudo al frente. Pantheon por su
parte alzó su escudo y dispuso su lanza, pero se detuvo al ver a los otros tres
Campeones, en un estado lamentable, sentados alrededor del Xeniam, quien
tampoco estaba en mucho mejor estado. La Defensora de los Solari tampoco tardó
en percatarse de la situación, y se detuvo. En cuanto lo hizo, el Xeniam dejó
de tensar las cadenas.
– Las armas de los caídos de Mordekaiser y
las armas de los caídos por mi mano. Os ofrezco eso y las vidas de estos
guerreros a cambio de dejarnos en paz medio día, el suficiente para que nos
recuperemos y nos larguemos de esta montaña –dijo Akran, mirando fijamente
a los Campeones Rakkor. Leona frunció el ceño, mientras que el rostro de
Pantheon era completamente indescifrable, siempre oculto en su casco. Sin
embargo, sacrificar casi medio centenar de los suyos tan libremente no era una
opción abordable.
– Libéralos.
No son perros –dijo Pantheon secamente. Pasados unos segundos, las cadenas se
difuminaron en el aire, aunque los collares de llamas permanecían en los
respectivos cuellos. Los guerreros se incorporaron, molestos y furiosos, pero
aquella perspectiva de verse sin cabeza en un instante era suficientemente
plausible como para decidir no enfrentarse al Xeniam tal cual. Tomando las
armas de sus caídos, los Rakkor fueron abandonando el desfiladero, hasta que
solo quedaron los Campeones en él.
– Cazar
y utilizar a otros guerreros para un trato. Típico de asesinos y embusteros...
–gruñó el Artesano de la Guerra, sin llegar a levantar su lanza pero claramente
irritado. Por su parte, Kayle frunció el ceño y se incorporó cuan larga era,
más alta que cualquiera de los Rakkor.
– Vuestros hombres no parecían siquiera
distinguir entre nosotros y una bestia cualquiera, Pantheon. Somos Campeones en
una misión indicada expresamente por el Instituto, ¡no unos vulgares caminantes!
–rugió la mujer guerrera, herida pero aún orgullosa.
– Atentar
contra nuestras vidas tiene un precio muy alto para aquellos incapaces de
entender... Las consecuencias –musitó Kassadin, procurando no moverse en
absoluto.
– Cuando el sol esté en lo alto no queremos
ver un rastro de vuestra presencia aquí. No pidáis más, defendeos vosotros de
las bestias si os hace falta y sois capaces. Demasiada sangre de nuestro pueblo
ha sido derramada ya por vuestras manos –dijo Leona, mirando a Pantheon un
momento antes de retirarse, montaña arriba. El Artesano de la Guerra golpeó dos
veces su escudo con su lanza antes de retirarse a paso firme, dejando a los
cuatro heridos allí, en medio de las montañas, aunque esta vez las antorchas sí
estaban encendidas.
– Xeniam...
¿Los habrías matado? –preguntó Lucian, ladeando la vista. Akran no contestó.
Simplemente alzó sus alas y voló hasta la parte más alta del desfiladero,
sintiendo las formas de vida de su alrededor. Los Rakkor habían puesto vigías,
y la mayoría de bestias se mantenía lejos... Que así se mantuvieran. Los de
abajo necesitaban tiempo para curarse.
Montañas de Noxus – Caverna de Gragas
Los soldados noxianos no dejaban
de subir en tropel, a pesar de que cada manotazo, barrigazo o cabezazo de
Gragas enviaba a media docena ladera abajo, así como cada impacto certero del
farol de Jax. Sin embargo, pronto los ballesteros noxianos comenzaron a arrojar
sus proyectiles, forzando al Maestro de Armas a bloquear cada uno de los
virotes apuntados a su enorme amigo. No lo hubiera hecho en condiciones
normales, pues la piel del gigantón era realmente recia, pero cuando bloqueó la
primera, Jax sintió cómo la flecha estaba húmeda. Veneno, gruñó para sí. Típico
de los cobardes y traidores hombres y mujeres de Noxus...
Por su parte, Graves había
levantado su colosal escopeta, destrozando a cuanto Noxiano cazaba por delante.
Era más lenta de recargar que las ballestas, pero la destreza del Forajido era
tal que nunca había demasiados ballesteros listos. Sin embargo, cada vez venían
más soldados... Demasiados. Gruñó, pensando en si la Rosa Negra podría haber
tenido algo que ver y en realidad luchaban contra ilusiones, pero negó para sí;
aún estaría intentando sobrevivir al tiro que había recibido. Pero aquello
comenzaba a ser problemático.
– ¡Jax,
debemos retroceder! ¿Hay alguna otra salida? –ladró el tirador hacia el dúo de
Campeones. En aquel momento, Gragas había optado por arrojar su barril contra
una docena de noxianos, tirándolos al suelo en cuanto el potente brebaje hizo
reacción y explosionó. El Camorrista gruñó, mirando hacia la oscuridad. Odiaba
admitir que aquel Campeón tenía razón.
– ¡La
hay pero necesitamos tiempo! ¡Voy a por más barriles! –dijo Gragas, corriendo
hacia el interior de la cueva. En ese momento los noxianos se arrojaron hacia
delante, pero Graves recurrió a una de las bombas de humo colgadas de su
cinturón para después tomar su pistola con una mano, y descargar disparos a la
nube de humo; la potencia de Destino era suficiente como para destrozar a los
mal preparados soldados. Entonces, sintió algo distinto en el aire... Y Jax
saltó hacia Graves, empujándolo justo en el instante en que un fogonazo de
llamas pasó justamente donde el Forajido tenía la cabeza.
– Invocadores...
–gruñó Jax, antes de incorporarse y ladear la vista, al interior de la cueva,
donde Gragas ya venía cargando dos barriles. Uno de ellos tenía un particular
mal estado, casi temblando sin haber sido sometido a presión alguna. Parecía
uno de los legendarios barriles especiales del Camorrista, pero en un estado
aún peor... Que se deterioró cuando el fogonazo impactó sobre el barril.
– ¡JODER!
–gritó el gigante justo antes de lanzar el barril hacia la entrada, donde
Graves y Jax ya se alejaban al ver cómo el humo grisáceo desaparecía para dejar
paso a una nube de humo verdoso nada halagüeño. Mientras corría, Graves volvió
a alzar a Destino, pero esta vez quitándole el limitador que siempre dejaba
puesto... Y disparó.
La enorme arma personalizada de
Malcolm Graves estaba pensada para ser capaz de impactar a un objetivo fuera
como fuera. No a un gran alcance, como podía ser el rifle telescópico de la
Sheriff de Piltover, pero sí en toda el área cercana a donde Destino apuntase.
Posiblemente pensando en alcanzar a Fate incluso si se alejara con su magia,
ese disparo se había ganado el nombre en la Liga de Daño Colateral... Y con
motivos. El proyectil impactó sobre el barril de Gragas, justo antes de detonar
con un bramido tal que destrozó toda la entrada a la cueva, y posiblemente
descargase un infierno sobre los malditos químicos e Invocadores de Noxus,
aunque los Campeones no pudieron verlo debido al desprendimiento. Habían ganado
tiempo, pero un montón de rocas no detendría a los noxianos por demasiado
tiempo, especialmente si había magos de por medio. Los tres Campeones volvieron
a la sala principal de la cueva con una fuerte tos, debida al montón de polvo
que había inundado la cámara de Gragas. Este, particularmente, corrió a su
bodega y comenzó a manipular lo que parecía una construcción tosca hecha con
poleas y tablas. El Forajido se le quedó mirando, rascándose la cabeza.
– ¿Qué
demonios es todo eso, Gragas? –preguntó, mientras revisaba su imponente arma.
– ¡No
pienso dejarle a los noxianos poner un dedo en mi cerveza! Si nos largamos de
aquí, me la voy a llevar. ¡Jax, tú sabes cómo va esto, ayúdame! ¡Ocúpate de la
segunda bodega! –rugió el gigantón, tirando de las palancas que provocaban que
las tablas donde reposaban los grandes barriles se inclinasen, tirando los
barriles a lo que parecía un conducto oculto tras las grandes estanterías. El
tirador observó aquello con curiosidad, un momento antes de sentir como el aire
se enrarecía más y más.
– Mierda,
el veneno está empezando a filtrarse... –gruñó, para luego dirigirse hacia el
amplio sillón de Gragas, donde un debilitado Fate aún parecía inconsciente.
Graves lo sacudió con fuerza, y el gitano se incorporó con la presteza que un
cuerpo torturado le permitía, pero aún aturdido.
– ¿Qué
dem...? –empezó, parpadeando. Graves bufó, encasquetándole de nuevo el largo y
destrozado sombrero sobre el malogrado rostro, tapando en parte el desastre que
los noxianos le habían hecho, para luego buscar aquello que Jax había indicado,
alguna clase de reconstituyente. Vio un par de botellas vacías, finalmente
encontrando un vial de color rojizo que se le antojaba levemente a aquellas
pócimas de curación de la Liga. Sin demasiadas ceremonias, le echó el vial a
Fate, quien se apresuró a abrirlo y beberlo. No preguntar acerca de algo que
había hecho Gragas solo evidenciaba la terrible sed que debía estar pasando el
Maestro de Cartas... Quien se incorporó como si le hubiera caído un rayo.
Ajeno a lo que hacían sus
“invitados”, el gigantesco cervecero seguía tirando de más y más palancas,
lanzando barril tras barril al paso secreto. Incluso a él le había sorprendido
la forma en la que había llegado a obtenerlo, cortesía del Armadurillo Rammus.
Muy pocas veces se le había escuchado, pero cuando hablaba... Gragas negó para
sí, terminando con la fila de barriles. Jax se había ocupado de la otra, solo
quedaban los del área más cercana a la propia salida, los raros. Pero las rocas
estaban siendo destrozadas y golpeadas con violencia, y pronto algunos cascotes
comenzaron a llegar hasta los Campeones. Jax, entonces, hizo bailar su farol,
encendido con el poder latente del mercenario, deteniendo las rocas que podían
alcanzarlos mientras se dirigían a la salida. Gragas, que dirigía la marcha, se
sorprendió al ver a Yasuo, apoyado sobre una de las palancas... Sobrio. Toda la
estantería estaba vacía, los resortes accionados.
– ¡El
coleta está en pie, mejor! ¡Estoy harto de verte vomitar! –rugió Gragas, dando
un puñetazo al centro de la pared, revelando que estaba hueca. Sin embargo, un
aumento en la luz de la estancia reveló que las rocas ya no estaban
protegiéndolos. Un pesado humo verdoso comenzó a expandirse por todas partes,
potenciado por lo que parecía un viento generado por los Invocadores. Con un
gruñido, Yasuo, sin decir nada, se lanzó hacia delante, alzando lo que resultó
ser un cuchillo medio oxidado que Gragas guardaba para cortar los diversos
materiales con los que elaboraba sus cervezas. La Espada sin Honor, y ahora sin
espada, lanzó un cuchillazo hacia delante, formando lo que parecía una barrera
de viento, solo que mucho más deforme y delgada que la que solía verse en los
combates en la Grieta. Aún débil, resultó suficiente como para que los
Campeones pudieran lanzarse hacia la salida.
– ¡Vamos,
vamos! ¡Será un viaje movidito! –dijo Gragas, empujando al resto contra lo que
parecía un enorme tobogán de piedra completamente liso, sobre el que corría un
torrente de agua.
– ¿Qué
narices es eso? –preguntó Graves, intentando zafarse del empuje arrollador del
gigante.
– ¡No
hay tiempo para explicaciones, esa agua viene del río y te va a llevar hasta el
Instituto! –gruñó el Camorrista antes de empujar a los invitados y tirarse
hacia delante él mismo... Para quedarse atascado en la entrada. Jax apenas pudo
evitar una risotada, apoyado en el borde mismo de la sima, y agarró al coloso
de la panza, tirando del gigantón quien gruñó de dolor, para luego empujar al
Maestro de Armas y caer ambos contra la corriente.
Fate apenas era capaz de entender
qué ocurría, salvo el impulso natural de evitar ahogarse. Logrando mantenerse a
flote, sintió cómo se desplazaba a una tremenda velocidad, y cómo apenas había
aire suficiente como para respirar, mientras escuchaba los gritos e improperios
que profería el resto de Campeones, especialmente Malcolm, contra Gragas y su
maldita idea. El agua no parecía sino aumentar de velocidad, parecía que
aquello formaba parte de alguna enorme bolsa de agua subterránea, que servía al
cervecero para trasladar rápidamente sus barriles en caso de necesidad como
había resultado ser en esta ocasión. ¿Dónde terminaba? El Maestro de Cartas
rezaba que fuera al menos una parada suave, porque a este paso se matarían
contra los barriles que habían sido arrojados antes que ellos...
De pronto, sintió cómo la
corriente parecía subir, y la luz de la noche atravesó sus ojos, ya
acostumbrados a la oscuridad total del túnel subterráneo. El toque de la madera
le recordó los barriles, y enarcó una ceja al ver que se encontraba en lo que
parecía un lago lleno de barriles, en medio de una arboleda... Y frente a él se
encontraba el Instituto de la Guerra. Antes de poder ser capaz de nadar hacia
la orilla, Destino impactó directamente contra la cabeza del magullado gitano,
provocando que este se diera de boca contra uno de los barriles.
– ¡Maldita
sea, Fate, apártate! –gruñó Graves, sintiendo cómo recibía el golpe de Yasuo,
quien era el tercero en llegar. Todos de pronto sufrieron el mismo pensamiento
y se apartaron, momento en el que Jax llegó arrastrado por la mole de Gragas,
que directamente pareció volar un instante antes de caer sobre los primeros
barriles, destrozándolos sin remedio.
– ¡Eh,
gordo! ¿Por qué no has intentado...? Oh –la bronca de Jax se cortó súbitamente
cuando, ladeando la vista, observó la espalda llena de virotes de Gragas...
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