Capítulo 11: Noche de Caos

Ladera de Targon
El brazo descargó el enorme filo por última vez, partiendo en dos al cazador Rakkor que quedaba. El fuego blanco cubría el campo de batalla, mientras Akran cerraba los ojos un instante, sintiendo las energías que su cuerpo ganaba con cada muerte, aunque incapaz de recuperarse lo suficiente. Fue en ese momento cuando llegaron los otros tres Campeones, que contemplaron la ensangrentada tierra y los cuerpos destrozados. Con cuidado, Lucian trató de avanzar sin resbalar, mientras Kayle y Kassadin sobrevolaban el escenario. Con la Luna comenzando a descender por el firmamento, la escena era tétrica; ni siquiera los animales se habrían acercado.
       Están esperando ahí delante, siguiendo el único camino que hay. Es un lugar idóneo para una emboscada –dijo el Xeniam, cuando estuvo al alcance de los otros Campeones.
       Esto es... ¿Qué demonios has hecho aquí? –empezó Kayle, tratando de conjurar la magia de su espada aunque sin lograrlo; se había debilitado demasiado sanándose a ella misma y a Lucian como para pelear ahora. Por su parte, el Purificador sí alzó un arma, aunque no directamente a Akran sino hacia delante, apuntando hacia el camino.
       ¿Por qué ir por ahí? No tenemos interés en llegar a encontrarnos con más Rakkor. Ya has hecho suficiente aquí.
       Yo puedo sanarme matando. ¿Podéis vosotros? –repuso el Segador, girándose y mirándolos fijamente. –Además, hay otra tormenta en la falda de la montaña, no se puede bajar.
El tirador se giró, contemplando hacia la oscuridad. Aunque su vista no le permitía romper las sombras, no era necesario. Mucho más abajo, rayos violáceos iluminaban el ambiente mientras lo destruían sin piedad. Volviendo al frente, Lucian contempló al Xeniam avanzando hacia arriba sin rastro de llamas a su alrededor. Gruñó, sintiendo un evidente desagrado. Lo que fuera que hubiera hecho el asesino se parecía demasiado a lo que hacían las bestias de la Sombra que cazaba. Demasiado. Entonces, reparó en los fragmentos de metal que flotaban a su espalda.
       Xeniam, ¿esto es obra tuya? ¿Estas armas rotas? –preguntó, apuntándolas con sus dos armas. No percibía energía oscura sometiéndolas, pero sí a su alrededor, y un arma que se movía sola nunca era algo a ignorar sin más.
       Mordekaiser. Es el pago a los Rakkor para que nos ignoren. No creo que les guste ver los restos de estas armas tirados junto a los pocos restos...
       ¿Mordekaiser? ¿Qué demonios hacía ese monstruo aquí? –preguntó Kayle, contemplando los restos. Los escudos eran poco más que fragmentos, las espadas estaban melladas, las lanzas rotas... Más de una vez se había enfrentado a ese espectro en la Grieta y había sido un rival formidable, aun siendo controlado por los Invocadores. Pero nunca lo había visto fuera de los Campos. Chasqueó la lengua; eso estaba siendo cada vez más un terrible inconveniente...
       Segador. No son Rakkor quienes esperan en el desfiladero. No es ese el poder que se siente... –enunció Kassadin quedamente. De los cuatro era quien se encontraba más dañado, aunque eso no resultaba un problema por su parte para continuar el camino, debido a sus habilidades. Pero era el primer interesado en poder detenerse por un tiempo. Y aun así... Aquel patrón mágico le resultaba conocido, pero no era de los Rakkor que conocía.
Continuaron caminando, en dirección al desfiladero. Aquel paso se veía trabajado, pudiéndose distinguir trabajo humano en él. Los Rakkor debían usarlo para mantener alejadas a las bestias que fueran a utilizarlo para acceder a las etapas superiores de la montaña, donde se encontraban la mayoría de poblados Rakkor, así como para deshacerse de invitados hostiles. Sin embargo se encontraba mortalmente silencioso, las antorchas estaban apagadas y no parecía haber guardias. Cuando Akran se adelantó para comprender aquel silencio, se percató de que había restos de un pequeño campamento, pero parecía abandonado de forma brusca...
En ese momento un rayo de energía plateada surgió desde lo alto del desfiladero y cayó brutalmente contra los tres Campeones, que apenas tuvieron tiempo de esquivarlo. Aprovechando la distracción, la figura sombría se lanzó hacia dentro de la grieta, directamente contra el Xeniam, quien alzó su arma dispuesto a partirla en dos, pero la espada negra chocó contra lo que parecía un escudo. Sin que pudiera defenderse, Akran recibió el impacto de una esfera de pura energía un instante antes de verse atraído a la figura que había alzado su cuchilla, lista para empalarlo. El brillo de su energía reveló su rostro y aquellos ojos argénteos a Akran, quien frunció el ceño, aparentemente no demasiado asustado de aquella cuchilla curva.
Una esfera púrpura cruzó rápidamente la distancia que separaba a Kassadin de la asesina y la golpeó, cortando su concentración y liberando a Akran quien retrocedió lo suficiente para que el Caminante se transportara justo entre ambos y liberase una ola de energía pura que forzó a la asesina a retroceder, quedándose entre los cuatro Campeones. La respiración de Kassadin era entrecortada, pero el filo en su mano era amenazadoramente brillante.
       Diana... –murmuró Kayle, con su espalda lista. Tal vez no tuviera el poder de llamar a su energía sagrada, pero seguía siendo una combatiente excelente, aunque el Desdén de la Luna era una oponente difícil. Excesivamente veloz y sin atisbo de piedad alguna, era un alma torturada por la incomprensión, lógica entre seres tan estoicamente cerrados como los Rakkor. Lucian, por otra parte, simplemente alzó sus armas y comenzó a disparar, rompiendo el escudo de plata, pero Diana volvió a saltar contra el tirador a una velocidad extremadamente alta incluso para él. El campeón pensó para sí la mala idea que resultaba enfrentarse a un avatar de la luna en plena noche justo antes de sentir cómo la cuchilla se hundía en su costado. La fémina de piel pálida giró su muñeca, provocando que la cuchilla se anclara en el interior del costado del Purificador y este gritó de dolor... Un segundo antes de apuntar con su pistola directamente a Diana y descargarla sobre esta, rompiendo su escudo y catapultando a la asesina hacia atrás... Donde Akran estaba esperando, arma en mano. Sin siquiera meditarlo, el Segador empaló a Diana limpiamente, atravesándola hasta que quedó sujeta en la mitad de su filo, un momento antes de que este alzara el vuelo, manteniéndola bien agarrada.
       Si te guía la venganza... Escoge a tu enemigo. ¡No te enfrentes al mundo si no te has ganado ese derecho! –rugió el Xeniam justo antes de lanzarla montaña abajo con un potente espadazo, escuchando claramente el grito agónico de la mujer mientras chocaba con la tierra y la piedra que dañaban aún más su cuerpo destrozado. Akran simplemente volvió a lanzar otro golpe, limpiando la sangre del filo, y descendió lentamente al desfiladero... Donde una decena de Rakkor lo esperaban.



Instituto de la Guerra
El Caballero de la Gema negó levemente el rostro mientras contemplaba el joven cuerpecito que estaba en cama, respirando muy pesadamente. A su lado se encontraba el colosal Yeti que observaba a todos los que se encontraban cerca, pero tal era la pena que sentía que su furia animal estaba dormida, incapaz de provocar el alboroto que esperaban y temían de él. La comitiva de los Avarosanos había retrasado su vuelta con el fin de poder volver con el valiente Nunu, pero conforme más Sanadores se cruzaban, más difícil resultaba la espera.
       No había visto una herida así nunca, mi Reina. Mi conocimiento me permite sanar casi cualquier herida, pero aunque el daño está sanado, continúa sin reponerse, como si no fuera capaz de despertar.
       No eres el primero que sugiere eso, Taric. ¿Tienes alguna otra sugerencia que puedas hacernos? Algo que hayas sentido –la voz de Ashe era especialmente fría. Posiblemente la afectaba más el hecho de que era ella el objetivo de aquella daga, y que aquel niño que apenas había sentado sus pies en el mundo estaba pagándolo.
       Willump lo mantiene vivo, su fuerza vital es lo que le ha permitido continuar respirando. No debería alejarse en ningún momento. Por otro lado... –contempló con sus profundos ojos el rostro grisáceo del niño. –Tal vez no deberíais buscar un sanador sino a alguien que conozca acerca de magias de la mente o la oscuridad. Lo que afecta a ese niño no lo provoca un trozo de metal afilado.
Tryndamere se incorporó, aburrido y cansado de esperar quieto. Él era un hombre de acción, y en Freljord era necesario estar centrado en el entorno casi continuamente, no como en estas tierras, donde los débiles morían por la espalda porque eran incapaces de percibir su alrededor. Por ello mismo tenía claro que alguien lo seguía en tanto caminaba hasta el Ala Sur a por algún alimento para su esposa, que se negaba a alejarse de aquel crío. Parecía que le había tomado demasiado aprecio al valiente chaval.
       No es la mejor idea intentar atacarme por la espalda –gruñó Tryndamere, justo antes de girarse, espadón en mano, para ver su reflejo proyectado en un colosal escudo. Al instante, el Rey Bárbaro dejó caer su ímpetu asesino, mientras sentía que otra emoción comenzaba a arder en su interior.
       ¡BRAUM! ¡Maldito coloso! –rugió el guerrero mientras se lanzaba contra el Corazón de Freljord, que se quedó en el sitio mientras recibía una salva de puñetazos de Tryndamere, sin que su sonrisa decayera.
       He escuchado lo que ha pasado. ¡El joven ha sido muy valiente! –la voz de Braum era tan poderosa y profunda como sorprendentemente jovial y amable. Incluso alguien tan salvaje como Tryndamere no podía realmente enfadarse con él.
       Debíamos haberlo enviado a él a pelear, no a ti. ¡O yo mismo! –gruñó el Bárbaro, mientras el enorme hombre de Freljord negaba levemente.
       Lo hecho, hecho está. Y el joven sigue respirando, ¿cierto? Ahora solo tiene que despertar –Tryndamere negó levemente, frunciendo el ceño.
       Han intentado matar a Ashe y esa daga estaba maldita. Hay más cosas ahí fuera esperando, Braum.
       Entonces, ¡habrá que levantar el escudo! Yo no sé demasiado acerca de hechicería, pero siempre hay amigos fieles para eso. La buena gente de Jonia, o incluso Anivia, aunque hace tiempo que no se sabe de ella... –Braum se mesó pensativo el bigote, apoyado en su legendario escudo. Tryndamere agitó la cabeza, quitándose los malos pensamientos de ella, y le dio un golpe al gigantón en el hombro.
       Pensemos algo mientras vamos a por algo de comida. A este paso podrás ocultar a todo lo que queda de Freljord tras tu escudo a la vez –Braum volvió a sonreír, devolviendo el golpe al impetuoso Rey y emprendiendo la marcha.
       Deberíamos encontrar buena leche. ¡Ashe necesitaría ganar más fuerza! Y el niño también. ¡He visto Poros que podían levantar más galletas del suelo!




Isla de Jonia – Monasterio Hirana
El Arquitecto abrió los ojos casi al momento, sintiendo la luz del sol que se filtraba en la pequeña ventana de la minúscula celda donde había dormido todo el tiempo que había permanecido con los monjes. Ya no sentía su mano, pero tampoco había probado ninguna magia regenerativa en ella. Había algo en la actitud de aquellos jonios con respecto a aquella clase de hechicería que le había hecho replantearse sus ideas.
       Buscas tu mano para tener venganza. ¿O buscas tu mano para encontrarte a ti mismo? Vosotros, Invocadores, tejéis el mundo con vuestras artes. El poder y la ambición son inmensos, así como debe ser la mente para no perderse uno mismo. Si la recuperación de tu mano te provoca perderte, ¿quieres tenerla de vuelta?
Incorporándose, buscó el pequeño cuenco de agua y usó su mano sana para poder lavar su cara. Sentía la barba espesa y mal cuidada, y por un instante pensó cómo lo harían aquellos monjes para mantener las suyas con tanto celo, cuando apenas había visto útiles o herramientas mínimamente avanzadas a su disposición. Suponía que había secretos que aún no merecía ver... O alguna idea jonia del estilo.
Arthemis salió al sol, donde la mayoría de los habitantes del Monasterio ya se encontraban despiertos, realizando los ejercicios matutinos en perfecta coordinación... Aunque se percató de que faltaban aquellos más importantes y el Anciano. Olvidándolo momentáneamente, se dispuso en su lugar correspondiente para acompasar sus movimientos a los del grupo. Así, pasó una media hora, donde el cuerpo del maduro Invocador vibraba con el esfuerzo realizado, a pesar de que en los ejercicios donde se usaban ambos brazos él se quedaba quieto, descansando. Finalmente, volvió a ver al Anciano, que se dirigía a toda prisa junto a sus hombres de confianza. El Invocador frunció el ceño; reconocía aquella clase de patrones de pasadas épocas, y eso no era nada bueno...
       Completad vuestro entrenamiento, recoged vuestros enseres, y partid. Una oscuridad que no podemos comprender puede acercarse, y vuestros familiares precisarán de vuestro saber y conocimiento, hermanos –las palabras del Anciano, expuestas en el dialecto de la Isla, no tuvieron significado alguno para Arthemis, pero sí el hecho de que todos aquellos tranquilos monjes sufrieran el mismo rictus en su rostro a la vez.
       Invocador... Los problemas del continente empiezan a acercarse a nuestras costas. Sentimos una oscuridad que se acumula sin remisión en Valoran. Partiremos al Monasterio Shojin para reunirnos con nuestros hermanos. Lamentamos vuestra corta estancia pero no podemos quedarnos de brazos cruzados una vez más –el Invocador asintió levemente, quitándose con el antebrazo mutilado el sudor de su frente.
       Si me lo permitís, tal vez os pueda asistir con mi conocimiento. Sé cómo se han sucedido los acontecimientos en Valoran, y tal vez podáis, a partir de ellos, entender qué es esa oscuridad que percibís... –los jonios hablaron en su idioma por unos momentos, antes de que el Anciano asintiera.
       No debemos cerrar nuestros ojos. De igual forma, si nos acompañas tal vez puedas entender qué impide que tu brazo surja de nuevo.
Más rápido de lo que esperaba, el Invocador se vio saliendo de aquel humilde monasterio, acompañando al Anciano y a los otros seis principales miembros de Hirana por los largos senderos de piedra trabajada de la isla. Shojin quedaba a un día de viaje, aproximadamente, y Arthemis no dudaba que, de haberse ofrecido a utilizar un hechizo de teletransporte, se hubieran negado fervientemente. Se resignó a andar con los estoicos monjes, mientras contemplaba el profundo mar y se preguntaba qué clase de oscuridad podían ver ellos que él era incapaz... Aunque tal vez su oscuridad personal fuera el motivo de ello.



Ladera de Targon
La decena de lanzas lo apuntaba certeramente. Otros tantos Rakkor rodeaban a cada uno de los Campeones, por lo que el Xeniam no hizo más que descender al círculo que le habían dejado a él. Sin embargo, no parecían dispuestos a pelear sin más, sino más bien... Curiosos. Las antorchas ahora resplandecían con el poder del fuego, y las armaduras y escudos destellaban con los ocasionales giros de las llamas.
       Solo hay un motivo por el que no estéis muertos. Hemos visto cómo os habéis deshecho de Diana, y además, tus protectores han dicho que estos restos fueron producto de Mordekaiser. ¿Es acaso así? –dijo uno de los Rakkor, aparentemente uno con rango, mirando fijamente a Akran. Este tardó unos segundos en responder, observando las llamas, para luego ladear la vista hacia el montón de armas rotas.
       Mordekaiser cazó y esclavizó las almas de vuestros compañeros. Yo pude llevarme las armas-reliquia, sus cuerpos siguen a dos horas de distancia, bajando la montaña –Akran alzó su arma, indicando la dirección, pero los Rakkor negaron simultáneamente.
       Demasiado tarde, no quedará rastro. ¿Qué hacéis en Targon? ¿Qué hacéis en nuestro territorio? –preguntó de nuevo el mismo guerrero, apuntando directamente con su lanza al pecho del Xeniam.
       Yo que tú no haría eso... –empezó Lucian, antes de que le dieran un golpe en el costado atravesado por Diana que le hizo rugir de dolor. Como respuesta, Kayle bufó y Kassadin negó con la cabeza justo antes de que el desfiladero se viera devorado por la luz...
Leona y Pantheon estaban llegando al desfiladero a paso vivo, habiendo sido avisados por los exploradores, pero para cuando llegaron, ya era tarde. Todos los Rakkor estaban arrodillados al suelo, cada uno con el cuello rodeado de llamas blancas, unidas mediante una cadena a la mano del Xeniam, quien en ese momento tiraba ellas, provocando que todos los guerreros tuvieran que arrastrarse por el suelo para no verse dañados por las llamas.
       ¡Detén esto inmediatamente! –rugió Leona, dirigiéndose hacia delante con su escudo al frente. Pantheon por su parte alzó su escudo y dispuso su lanza, pero se detuvo al ver a los otros tres Campeones, en un estado lamentable, sentados alrededor del Xeniam, quien tampoco estaba en mucho mejor estado. La Defensora de los Solari tampoco tardó en percatarse de la situación, y se detuvo. En cuanto lo hizo, el Xeniam dejó de tensar las cadenas.
       Las armas de los caídos de Mordekaiser y las armas de los caídos por mi mano. Os ofrezco eso y las vidas de estos guerreros a cambio de dejarnos en paz medio día, el suficiente para que nos recuperemos y nos larguemos de esta montaña –dijo Akran, mirando fijamente a los Campeones Rakkor. Leona frunció el ceño, mientras que el rostro de Pantheon era completamente indescifrable, siempre oculto en su casco. Sin embargo, sacrificar casi medio centenar de los suyos tan libremente no era una opción abordable.
       Libéralos. No son perros –dijo Pantheon secamente. Pasados unos segundos, las cadenas se difuminaron en el aire, aunque los collares de llamas permanecían en los respectivos cuellos. Los guerreros se incorporaron, molestos y furiosos, pero aquella perspectiva de verse sin cabeza en un instante era suficientemente plausible como para decidir no enfrentarse al Xeniam tal cual. Tomando las armas de sus caídos, los Rakkor fueron abandonando el desfiladero, hasta que solo quedaron los Campeones en él.
       Cazar y utilizar a otros guerreros para un trato. Típico de asesinos y embusteros... –gruñó el Artesano de la Guerra, sin llegar a levantar su lanza pero claramente irritado. Por su parte, Kayle frunció el ceño y se incorporó cuan larga era, más alta que cualquiera de los Rakkor.
       Vuestros hombres no parecían siquiera distinguir entre nosotros y una bestia cualquiera, Pantheon. Somos Campeones en una misión indicada expresamente por el Instituto, ¡no unos vulgares caminantes! –rugió la mujer guerrera, herida pero aún orgullosa.
       Atentar contra nuestras vidas tiene un precio muy alto para aquellos incapaces de entender... Las consecuencias –musitó Kassadin, procurando no moverse en absoluto.
       Cuando el sol esté en lo alto no queremos ver un rastro de vuestra presencia aquí. No pidáis más, defendeos vosotros de las bestias si os hace falta y sois capaces. Demasiada sangre de nuestro pueblo ha sido derramada ya por vuestras manos –dijo Leona, mirando a Pantheon un momento antes de retirarse, montaña arriba. El Artesano de la Guerra golpeó dos veces su escudo con su lanza antes de retirarse a paso firme, dejando a los cuatro heridos allí, en medio de las montañas, aunque esta vez las antorchas sí estaban encendidas.
       Xeniam... ¿Los habrías matado? –preguntó Lucian, ladeando la vista. Akran no contestó. Simplemente alzó sus alas y voló hasta la parte más alta del desfiladero, sintiendo las formas de vida de su alrededor. Los Rakkor habían puesto vigías, y la mayoría de bestias se mantenía lejos... Que así se mantuvieran. Los de abajo necesitaban tiempo para curarse.



Montañas de Noxus – Caverna de Gragas
Los soldados noxianos no dejaban de subir en tropel, a pesar de que cada manotazo, barrigazo o cabezazo de Gragas enviaba a media docena ladera abajo, así como cada impacto certero del farol de Jax. Sin embargo, pronto los ballesteros noxianos comenzaron a arrojar sus proyectiles, forzando al Maestro de Armas a bloquear cada uno de los virotes apuntados a su enorme amigo. No lo hubiera hecho en condiciones normales, pues la piel del gigantón era realmente recia, pero cuando bloqueó la primera, Jax sintió cómo la flecha estaba húmeda. Veneno, gruñó para sí. Típico de los cobardes y traidores hombres y mujeres de Noxus...
Por su parte, Graves había levantado su colosal escopeta, destrozando a cuanto Noxiano cazaba por delante. Era más lenta de recargar que las ballestas, pero la destreza del Forajido era tal que nunca había demasiados ballesteros listos. Sin embargo, cada vez venían más soldados... Demasiados. Gruñó, pensando en si la Rosa Negra podría haber tenido algo que ver y en realidad luchaban contra ilusiones, pero negó para sí; aún estaría intentando sobrevivir al tiro que había recibido. Pero aquello comenzaba a ser problemático.
       ¡Jax, debemos retroceder! ¿Hay alguna otra salida? –ladró el tirador hacia el dúo de Campeones. En aquel momento, Gragas había optado por arrojar su barril contra una docena de noxianos, tirándolos al suelo en cuanto el potente brebaje hizo reacción y explosionó. El Camorrista gruñó, mirando hacia la oscuridad. Odiaba admitir que aquel Campeón tenía razón.
       ¡La hay pero necesitamos tiempo! ¡Voy a por más barriles! –dijo Gragas, corriendo hacia el interior de la cueva. En ese momento los noxianos se arrojaron hacia delante, pero Graves recurrió a una de las bombas de humo colgadas de su cinturón para después tomar su pistola con una mano, y descargar disparos a la nube de humo; la potencia de Destino era suficiente como para destrozar a los mal preparados soldados. Entonces, sintió algo distinto en el aire... Y Jax saltó hacia Graves, empujándolo justo en el instante en que un fogonazo de llamas pasó justamente donde el Forajido tenía la cabeza.
       Invocadores... –gruñó Jax, antes de incorporarse y ladear la vista, al interior de la cueva, donde Gragas ya venía cargando dos barriles. Uno de ellos tenía un particular mal estado, casi temblando sin haber sido sometido a presión alguna. Parecía uno de los legendarios barriles especiales del Camorrista, pero en un estado aún peor... Que se deterioró cuando el fogonazo impactó sobre el barril.
       ¡JODER! –gritó el gigante justo antes de lanzar el barril hacia la entrada, donde Graves y Jax ya se alejaban al ver cómo el humo grisáceo desaparecía para dejar paso a una nube de humo verdoso nada halagüeño. Mientras corría, Graves volvió a alzar a Destino, pero esta vez quitándole el limitador que siempre dejaba puesto... Y disparó.
La enorme arma personalizada de Malcolm Graves estaba pensada para ser capaz de impactar a un objetivo fuera como fuera. No a un gran alcance, como podía ser el rifle telescópico de la Sheriff de Piltover, pero sí en toda el área cercana a donde Destino apuntase. Posiblemente pensando en alcanzar a Fate incluso si se alejara con su magia, ese disparo se había ganado el nombre en la Liga de Daño Colateral... Y con motivos. El proyectil impactó sobre el barril de Gragas, justo antes de detonar con un bramido tal que destrozó toda la entrada a la cueva, y posiblemente descargase un infierno sobre los malditos químicos e Invocadores de Noxus, aunque los Campeones no pudieron verlo debido al desprendimiento. Habían ganado tiempo, pero un montón de rocas no detendría a los noxianos por demasiado tiempo, especialmente si había magos de por medio. Los tres Campeones volvieron a la sala principal de la cueva con una fuerte tos, debida al montón de polvo que había inundado la cámara de Gragas. Este, particularmente, corrió a su bodega y comenzó a manipular lo que parecía una construcción tosca hecha con poleas y tablas. El Forajido se le quedó mirando, rascándose la cabeza.
       ¿Qué demonios es todo eso, Gragas? –preguntó, mientras revisaba su imponente arma.
       ¡No pienso dejarle a los noxianos poner un dedo en mi cerveza! Si nos largamos de aquí, me la voy a llevar. ¡Jax, tú sabes cómo va esto, ayúdame! ¡Ocúpate de la segunda bodega! –rugió el gigantón, tirando de las palancas que provocaban que las tablas donde reposaban los grandes barriles se inclinasen, tirando los barriles a lo que parecía un conducto oculto tras las grandes estanterías. El tirador observó aquello con curiosidad, un momento antes de sentir como el aire se enrarecía más y más.
       Mierda, el veneno está empezando a filtrarse... –gruñó, para luego dirigirse hacia el amplio sillón de Gragas, donde un debilitado Fate aún parecía inconsciente. Graves lo sacudió con fuerza, y el gitano se incorporó con la presteza que un cuerpo torturado le permitía, pero aún aturdido.
       ¿Qué dem...? –empezó, parpadeando. Graves bufó, encasquetándole de nuevo el largo y destrozado sombrero sobre el malogrado rostro, tapando en parte el desastre que los noxianos le habían hecho, para luego buscar aquello que Jax había indicado, alguna clase de reconstituyente. Vio un par de botellas vacías, finalmente encontrando un vial de color rojizo que se le antojaba levemente a aquellas pócimas de curación de la Liga. Sin demasiadas ceremonias, le echó el vial a Fate, quien se apresuró a abrirlo y beberlo. No preguntar acerca de algo que había hecho Gragas solo evidenciaba la terrible sed que debía estar pasando el Maestro de Cartas... Quien se incorporó como si le hubiera caído un rayo.
Ajeno a lo que hacían sus “invitados”, el gigantesco cervecero seguía tirando de más y más palancas, lanzando barril tras barril al paso secreto. Incluso a él le había sorprendido la forma en la que había llegado a obtenerlo, cortesía del Armadurillo Rammus. Muy pocas veces se le había escuchado, pero cuando hablaba... Gragas negó para sí, terminando con la fila de barriles. Jax se había ocupado de la otra, solo quedaban los del área más cercana a la propia salida, los raros. Pero las rocas estaban siendo destrozadas y golpeadas con violencia, y pronto algunos cascotes comenzaron a llegar hasta los Campeones. Jax, entonces, hizo bailar su farol, encendido con el poder latente del mercenario, deteniendo las rocas que podían alcanzarlos mientras se dirigían a la salida. Gragas, que dirigía la marcha, se sorprendió al ver a Yasuo, apoyado sobre una de las palancas... Sobrio. Toda la estantería estaba vacía, los resortes accionados.
       ¡El coleta está en pie, mejor! ¡Estoy harto de verte vomitar! –rugió Gragas, dando un puñetazo al centro de la pared, revelando que estaba hueca. Sin embargo, un aumento en la luz de la estancia reveló que las rocas ya no estaban protegiéndolos. Un pesado humo verdoso comenzó a expandirse por todas partes, potenciado por lo que parecía un viento generado por los Invocadores. Con un gruñido, Yasuo, sin decir nada, se lanzó hacia delante, alzando lo que resultó ser un cuchillo medio oxidado que Gragas guardaba para cortar los diversos materiales con los que elaboraba sus cervezas. La Espada sin Honor, y ahora sin espada, lanzó un cuchillazo hacia delante, formando lo que parecía una barrera de viento, solo que mucho más deforme y delgada que la que solía verse en los combates en la Grieta. Aún débil, resultó suficiente como para que los Campeones pudieran lanzarse hacia la salida.
       ¡Vamos, vamos! ¡Será un viaje movidito! –dijo Gragas, empujando al resto contra lo que parecía un enorme tobogán de piedra completamente liso, sobre el que corría un torrente de agua.
       ¿Qué narices es eso? –preguntó Graves, intentando zafarse del empuje arrollador del gigante.
       ¡No hay tiempo para explicaciones, esa agua viene del río y te va a llevar hasta el Instituto! –gruñó el Camorrista antes de empujar a los invitados y tirarse hacia delante él mismo... Para quedarse atascado en la entrada. Jax apenas pudo evitar una risotada, apoyado en el borde mismo de la sima, y agarró al coloso de la panza, tirando del gigantón quien gruñó de dolor, para luego empujar al Maestro de Armas y caer ambos contra la corriente.

Fate apenas era capaz de entender qué ocurría, salvo el impulso natural de evitar ahogarse. Logrando mantenerse a flote, sintió cómo se desplazaba a una tremenda velocidad, y cómo apenas había aire suficiente como para respirar, mientras escuchaba los gritos e improperios que profería el resto de Campeones, especialmente Malcolm, contra Gragas y su maldita idea. El agua no parecía sino aumentar de velocidad, parecía que aquello formaba parte de alguna enorme bolsa de agua subterránea, que servía al cervecero para trasladar rápidamente sus barriles en caso de necesidad como había resultado ser en esta ocasión. ¿Dónde terminaba? El Maestro de Cartas rezaba que fuera al menos una parada suave, porque a este paso se matarían contra los barriles que habían sido arrojados antes que ellos...
De pronto, sintió cómo la corriente parecía subir, y la luz de la noche atravesó sus ojos, ya acostumbrados a la oscuridad total del túnel subterráneo. El toque de la madera le recordó los barriles, y enarcó una ceja al ver que se encontraba en lo que parecía un lago lleno de barriles, en medio de una arboleda... Y frente a él se encontraba el Instituto de la Guerra. Antes de poder ser capaz de nadar hacia la orilla, Destino impactó directamente contra la cabeza del magullado gitano, provocando que este se diera de boca contra uno de los barriles.
       ¡Maldita sea, Fate, apártate! –gruñó Graves, sintiendo cómo recibía el golpe de Yasuo, quien era el tercero en llegar. Todos de pronto sufrieron el mismo pensamiento y se apartaron, momento en el que Jax llegó arrastrado por la mole de Gragas, que directamente pareció volar un instante antes de caer sobre los primeros barriles, destrozándolos sin remedio.

       ¡Eh, gordo! ¿Por qué no has intentado...? Oh –la bronca de Jax se cortó súbitamente cuando, ladeando la vista, observó la espalda llena de virotes de Gragas...

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